17

La noche pasó, y Dwan se elevó en el cielo, pálido como una lágrima petrificada en el cielo. El día siguió su curso. Jantiff se quedó en la suite de la Posada de los Viajeros. Paseó durante un rato por la antesala, intentando definir sus incertidumbres, pero los pensamientos se desvanecían antes de que pudiera concretarlos. Se sentó con papel y pluma, pero no obtuvo mejor éxito; su mente persistía en divagar. Pensó en los primeros días pasados en el Rosa Viejo, su deprimente romance con Kedidah, el festín de bonter, su posterior viaje a Balad… El flujo de sus pensamientos adoptó de repente una textura viscosa y se interrumpió. Durante un momento, Jantiff no pensó en nada; después, con infinitas precauciones, como al abrir una puerta tras la que puede acechar algo espantoso, repasó su travesía por las Tierras Misteriosas y su alianza con Swarkop.

Jantiff, indeciso, se acomodó a continuación en el canapé. La conversación de Swarkop había sido, como máximo, sugerente. Comentaría el asunto con Shermatz para que sacara sus propias conclusiones.

Por la tarde, aburrido e inquieto, atravesó los bajíos hasta llegar a Disjerferact, y tal como se había prometido peregrinó hasta su antiguo cubil detrás de las letrinas. En memoria de los viejos tiempos, compró una bola de kelpo frito, que comió sin excesivo entusiasmo, como por obligación. En otro tiempo, reflexionó con tristeza, no se cansaba de devorar aquel manjar más bien insípido.

Al anochecer, Jantiff regresó a la Posada de los Viajeros. Ryl Shermatz no había vuelto. Jantiff cenó melancólicamente y subió a sus aposentos.

Por la mañana, al despertar, comprobó que Ryl Shermatz se había marchado de nuevo y le había dejado una nota en la antesala.

A la atención de Jantiff Ravensroke:

Buenos días, Jantiff. Hoy desentrañaremos todos los misterios y conduciremos el drama hacia su clímax final y posterior desenlace.

He de atender un gran número de detalles; me he levantado muy temprano para dar instrucciones al cursar, de manera que no podré desayunar contigo. Respecto al Gran Mitin, vamos a hacer lo siguiente: tengo nuestras dos entradas y nos encontraremos a la derecha de la puerta de Hanwalter, donde termina el lateral Catorce, a media mañana, más o menos. No es tan pronto como había previsto, pero no dudo que conseguiremos buenas localidades. ¡Desayuna con buen apetito! Nos veremos a media mañana.

Shermatz.

Jantiff frunció el ceño y apartó la nota. Se acercó a la ventana y vio que la gente ya estaba llegando al Campo de las Voces, con prisa para situarse lo más cerca posible del Pedestal. Se dirigió al aparador y desayunó sin gran apetito.

Pese a que todavía era temprano se tiró una capa sobre los hombros y salió de la posada. Caminó hasta el río Uncibal, rodó casi medio kilómetro, se desvió por el lateral Catorce y desembocó directamente ante la puerta de Hanwalter, un conjunto de tres taquillas practicado en un seto de louvres flexibles. Faltaba una hora para media mañana. A Jantiff no le sorprendió comprobar que Shermatz aún no había llegado. Se situó en el lugar fijado, a la derecha de la puerta, y observó la llegada de los notables, que habían sido invitados al Campo para escuchar a los Susurros y al Conáctico en directo, y a compartir el banquete de celebración. Una extraña selección de notables, pensó Jantiff. Personas de todos los tipos y edades. Al cabo de unos momentos se fijó en un hombre al que creyó reconocer; sus ojos se encontraron y el hombre se detuvo para saludarle.

—¿No eres Jantiff Ravensroke, del Rosa Viejo? ¿El que vivía con Skorlet?

—En efecto. Y tú eres Olin, un amigo de Esteban. No me acuerdo de tu bloque. ¿Era el Fodsfollow?

—Lo dejé hace unos meses —contestó Olin con una mueca irónica—. Me trasladé al Cuchitril de Winkler, junto al lateral 560, y debo decirte que estoy muy complacido con el cambio. ¿Por qué no te vas del Rosa Viejo? Alguien como tú, tan diestro con las manos, nos sería de mucha utilidad.

—Te llamaré un día de éstos —dijo Jantiff, evasivo.

—¡Hazlo sin dudar! A menudo se comenta la forma en que un bloque imprime su carácter en los que viven en él. El Rosa Viejo, por ejemplo, parece muy profundo, siempre bullendo de intrigas. ¡Los del Cuchitril somos una pandilla de picaros marchosos, te lo aseguro! ¡El jardín vibra! ¡Jamás he visto tales cantidades de bazofia! Es un milagro que no nos muramos de hambre, porque reservamos todo el vumpo para fabricar bazofia.

—El Rosa Viejo es triste en comparación. Y, como tú has dicho, las intrigas son extraordinarias. Hablando de intrigas, ¿has visto a Esteban últimamente?

—Hace un mes o más que no le veo. Está inmerso en algún proyecto que le roba todo el tiempo. Un tipo enérgico el tal Esteban. No se pierde una.

—Sí, es un tío cojonudo. ¿Cómo es que te han invitado al Campo? ¿Eres un notable?

—¡Ni hablar! ¡Ya me conoces! La invitación resultó una auténtica sorpresa. Muy agradable, por supuesto, siempre que haya un banquete de bonter después. De todas formas, no dejo de preguntarme a quién iba dirigida la invitación en realidad, porque está claro que se trata de una equivocación. ¿Y tú? Tampoco eres un notable.

—Igual que tú. Los dos conocemos a Esteban; es lo único notable que tenemos.

—¡Si eso nos procura bonter, gloria para Esteban! —rió Olin—. Voy a entrar. Quiero situarme lo más cerca posible de las mesas. ¿Vienes?

—Estoy esperando a un amigo.

—Ha sido un placer volver a verte. Ven a visitar el Cuchitril de Winkler.

—Lo haré —dijo Jantiff con voz pensativa—. En cuanto pueda.

Olin presentó su invitación y fue admitido en el Campo. En la mente de Jantiff, las piezas del rompecabezas se habían encajado hasta formar una unidad de sorprendentes proporciones. Faltaba una para completarlo, pero no sabía dónde estaba. Jantiff se estrujó el cerebro, pero la idea, imponente por su sencillez y alcance, no se modificó.

La hora convenida se fue aproximando. ¿Dónde estaba Ryl Shermatz? Los notables entraban a cientos en el Campo. Jantiff escudriñaba sus rostros con furiosa intensidad. ¿Es que Shermatz no iba a llegar nunca?

Ya era media mañana. Jantiff observó los rostros que se acercaban, intentando convocar a Shermatz por un simple esfuerzo de voluntad, en vano.

Jantiff empezó a sentirse deprimido. Al mirar hacia atrás, vio a través de los louvres que el Campo estaba abarrotado. Habían llegado notables procedentes de todos los puntos de Arrabus. Notables y personas como Olin. ¡Pero nadie del Rosa Viejo! La idea paralizó sus pensamientos, que se reactivaron con mucha lentitud. ¿Era ésta la pieza que faltaba? Quizá sí. O quizá no.

Una fanfarria atronó el Campo, y después el himno de Arrabus. La ceremonia había empezado. Los últimos rezagados saltaron del lateral y se abrieron paso a empujones a través de las puertas, pero ni rastro de Shermatz.

Los altavoces propagaron una poderosa voz.

—¡Notables de Arrabus! ¡Igualitaristas de toda la nación! ¡Los Susurros os dan la bienvenida! Dentro de un momento llegarán al Pedestal para comunicaros sus extraordinarios proyectos, pese a los furiosos esfuerzos en contra de los reaccionarios. ¡Los enemigos del igualitarismo luchan contra los Susurros, y los hechos demostrarán la perversa magnitud de su oposición! ¡Pero que vuestro corazón no desfallezca! ¡Nuestro camino nos conduce…!

Jantiff se precipitó sobre Shermatz cuando éste bajó de la vía humana.

—¡Perdona, Jantiff! —exclamó Shermatz—. No he podido evitar el retraso, pero todavía estamos a tiempo. Vamos, aquí está tu entrada.

La lengua de Jantiff estaba como entumecida; sólo fue capaz de tartamudear frases inconexas.

—¡No, no! ¡Volvamos! ¡Ya no queda tiempo!

Cogió a Shermatz por el brazo para impedirle que avanzara hacia la puerta. Shermatz le miró estupefacto.

—¡No podemos quedarnos aquí, ya no es posible hacer nada! ¡Vamos, hemos de irnos!

Shermatz sólo vaciló un instante.

—Muy bien. ¿Adónde quieres ir?

—Su coche aéreo está allí, junto a la terminal. Vamonos lejos de Uncibal.

—Como digas, pero ¿puedes darme una explicación?

—Sí, de camino.

Jantiff se puso a correr, chillando fragmentos de frases por encima del hombro. El rostro de Shermatz, que corría a su lado, se ensombreció.

—Sí… Lógico… Incluso probable… No podemos arriesgarnos aunque estés equivocado…

Subieron al vehículo espacial y dejaron atrás Uncibal. Hilera tras hilera de bloques coloreados se perdían en la distancia. A un lado se extendía el Campo, atestado de notables arrabinos. Shermatz tocó los controles de la pantalla.

—… retraso de unos pocos minutos —decía la voz—. Los Susurros ya vienen. Os explicarán cuán inmensa es la amargura de nuestros enemigos por el triunfo del igualitarismo. ¡Citarán nombres y datos! Los Susurros sufren un retraso; ya deberían estar sobre el Pedestal. Tened paciencia uno o dos minutos.

—Si los Susurros aparecen sobre el Pedestal es que estoy equivocado —dijo Jantiff.

—Acepto tu conclusión de manera intuitiva —dijo Shermatz—, pero sigo confuso. Has mencionado a un tal Swarkop y a sus cargamentos, y a una persona llamada Olin. ¿Cómo los relacionas? ¿Dónde empieza tu cadena lógica?

—Es una idea que ya hemos discutido antes. Mucha gente conocía a los antiguos Susurros, y a los nuevos también. Existe un fuerte parecido entre ambos grupos, pero no son idénticos. Los nuevos Susurros han de reducir al máximo el riesgo de ser reconocidos y desenmascarados.

»Olin ha venido al Campo. Alguien le envió un pase. ¿Quién? Es amigo de Esteban, pero no un notable. Están presentes notables auténticos, por ejemplo, los delegados. Conocían bien a los antiguos Susurros. Imagino que todos los conocidos de Esteban se hallan en el Campo, y también los de Skorlet y Sarp. Todos habrán recibido pases, y todos se preguntarán por qué les han considerado notables. No vi a nadie del Rosa Viejo, pero es posible que hayan llegado por un lateral diferente. Por otra parte, fueron enviados seis pases a la Centralidad de Alastor. Imagine que el Conáctico estuviera visitando Arrabus. Los carteles habrían acicateado su curiosidad. No habría acompañado a los Susurros en el Pedestal, pero seguro que habría utilizado uno de los pases.

Shermatz asintió bruscamente.

—Tengo el placer de comunicarte que el Conáctico no ha utilizado ningún pase, Bien, ¿qué me cuentas de Swarkop?

—Es un piloto de barcaza que transportaba seis cargamentos de frack…

Jantiff experimentó la curiosa sensación de que sus palabras provocaban el cataclismo. El paisaje estalló bajo sus pies. El Campo se transformó por un momento en una llamarada blanca, y después desapareció bajo una nube turbia de polvo gris. Otras llamaradas blancas, seguidas de las consecuentes oleadas de polvo, aparecieron en otros puntos de Uncibal. Los cráteres resultantes señalaron el emplazamiento del Rosa Viejo, seis bloques más, la Posada de los Viajeros y la Centralidad de Alastor. En las ciudades de Waunisse, Serce y Propunce, otros trece bloques, junto con todos sus habitantes, se convirtieron de la misma manera en columnas de polvo y humo ardiente.

—Tenía razón —dijo Jantiff—. Muchísima razón.

Shermatz alargó la mano lentamente y tocó un botón.

—Corchione.

—A la orden, señor.

—El plan ha sido cancelado. Llame a las naves hospitales.

—Muy bien, señor.

—Ojalá lo hubiera adivinado antes —dijo Jantiff con voz compungida.

—Lo adivinaste a tiempo de salvar mi vida —contestó Shermatz—, y me siento satisfecho a este respecto. —Miró en dirección a Uncibal, desde donde el polvo se desplazaba poco a poco hacia el sur—. Ahora ya no cuesta comprender el plan. Había que eliminar a tres clases de gente; las personas que conocían a los antiguos Susurros, las personas que conocían a los nuevos, y a un grupo más reducido, que consistía en el Conáctico o en los representantes del Conáctico, en caso de que uno de los dos estuviera presente. Pero tú y yo hemos sobrevivido, y el plan ha fracasado.

»Los Susurros no se enterarán de su fracaso. Se considerarán a salvo y prepararán la siguiente fase de su plan. ¿Adivinas cómo la pondrán en práctica?

Jantiff hizo un gesto de preocupación.

—No. Estoy desconcertado.

—Se necesitan cabezas de turco: los enemigos del igualitarismo. ¿Quién queda en Wyst que conozca todavía a uno de los Susurros?

—Los contratistas. Conocen a Shubart.

—Exacto. Dentro de unas horas todos los contratistas serán detenidos. Los Susurros anunciarán que los criminales han confesado y que se ha hecho justicia. Todos los futuros contratos serán controlados por una nueva organización igualitarista de inmejorable eficacia, y los Susurros se repartirán las riquezas de Arrabus. De un momento a otro se elevarán los primeros clamores de indignación.

Shermatz se quedó callado. Los dos hombres permanecieron sentados, contemplando la destruida Uncibal. Sonó una campana. En la pantalla aparecieron los cuatro Susurros: Skorlet, Sarp, Esteban y Shubart; las imágenes eran borrosas, como vistas a través de una cortina de agua.

—Aún tienen miedo de mostrarse con toda claridad —observó Shermatz—. No habrá muchos supervivientes que puedan reconocerles, pero alguno quedará. No cabe duda de que, dentro de una semana, todos habrán desaparecido. Misteriosa y sigilosamente. ¿Quién va a preocuparse o extrañarse?

Esteban avanzó medio paso y habló con voz estremecida de sorda cólera.

—¡Ciudadanos de Arrabus! Gracias a un retraso de escasos minutos, vuestros Susurros han sobrevivido al cataclismo. El Conáctico, por fortuna, también ha escapado. No acudió al lugar de la cita, por lo que todavía no estamos seguros. A menos que se introdujera de incógnito en el Campo, ha escapado, y los asesinos no han conseguido su doble objetivo. Todavía no estamos en situación de hacer una declaración coherente; todos estamos conmovidos por la pérdida de tantos queridos camaradas. Tened la certeza, sin embargo, de que los demonios que han planeado este hecho execrable no sobrevivirán…

Shermatz tocó un botón.

—Corchione.

—A la orden, señor.

—Rastree el origen del mensaje.

—Lo estoy haciendo, señor.

—… un día de pena y conmoción! Todos los delegados han perecido. Por un capricho del Destino sólo nosotros hemos escapado, pero por puro accidente. Nuestros enemigos no se sentirán satisfechos. ¡Tened la certeza de que les atraparemos! Eso es todo por ahora; hemos de colaborar en las tareas de rescate.

La pantalla se apagó.

—¿Corchione?

—La transmisión proviene del centro de Uncibal, pero no hemos podido localizar el origen.

—Cierren el espaciopuerto. No permitan que nadie salga del planeta.

—Sí, señor.

—Envíe un equipo al centro de Uncibal para localizar el origen de la transmisión. Infórmeme cuanto antes.

—Sí, señor.

—Controle todo el tráfico aéreo. Si alguien se mueve, averigüe su punto de destino.

—Sí, señor.

Shermatz se reclinó en su asiento.

—Después de hoy, tu vida va a parecerte monótona y plácida —dijo a Jantiff.

—No me quejaré.

—Estoy vivo gracias únicamente a tu sentido común, del cual sólo he demostrado una carencia deprimente.

—Ojalá este «sentido común» hubiera aflorado antes.

—Así son las cosas. El pasado es inmutable, y los muertos están muertos. Yo estoy vivo y agradecido por ello. Respecto del futuro, ¿puedo preguntarte por tus aspiraciones?

—Quiero curar mi vista. Se está volviendo borrosa de nuevo. Después, volveré a Balad e intentaré descubrir qué le pasó a Glisten. Shermatz agitó tristemente la cabeza.

—Si ha muerto, tu búsqueda será en vano. Si está viva, ¿cómo la vas a encontrar en los bosques de las Tierras Misteriosas? Tengo medios para llevar a cabo esa búsqueda; déjalo en mis manos.

—Como quiera.

Shermatz se volvió hacia el tablero de mandos.

—Corchione.

—¿Señor?

—Ordene al Isirjir Ziaspraide que aterrice en el espaciopuerto de Uncibal, y también un par de patrulleros. El Tressian y el Sheer están muy cerca.

—Muy bien, señor.

—En tiempos de incertidumbre, es una medida sabia desplegar símbolos de seguridad. El Isirjir Ziaspraide se ajusta de maravilla a este propósito.

—¿Qué va a hacer con los Susurros?

—Aún no lo he decidido. ¿Qué me sugieres?

Jantiff sacudió la cabeza, perplejo.

—Han cometido actos espantosos. No hay castigo que parezca adecuado. Matarles simplemente es decepcionante.

—¡Exacto! El castigo ha de estar a la altura del crimen. En este caso, parece imposible. Aun así, hay que idear algo. ¡Jantiff, pon tu fecunda mente a trabajar!

—Inventar castigos no es mi fuerte.

—Tampoco me gustan a mí. Disfruto creando situaciones justas. Muy a menudo, sin embargo, me siento obligado a imponer severísimos castigos. Es la parte desagradable de mi trabajo. No hay que tener en cuenta las preferencias del criminal, por supuesto; la mayoría de las veces se decantaría por la indulgencia o incluso por la falta de castigo.

Sonó una campana. Shermatz tocó un botón, y Corchione habló.

—La transmisión se radió desde una casa de campo propiedad del contratista Shubart, situada en las estribaciones superiores del monte Prospect, a veintisiete kilómetros al sur de Uncibal.

—Envíe una fuerza de asalto. Capture a los Susurros y condúzcalos al Ziaspraide.

—En seguida, señor.