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En un vehículo espacial negro, los dos hombres emprendieron el vuelo desde Balad, sobrevolaron el tenebroso Sych, cruzaron el lago Neman y dejaron atrás las Tierras Misteriosas.

Jantiff se sumió en sus meditaciones y no hizo el menor esfuerzo por trabar conversación.

—Sospecho que todavía te hallas impresionado por los recientes acontecimientos —dijo por fin Ryl Shermatz—. Es muy comprensible. Por desgracia, debido a la naturaleza de mi cargo, sólo puedo administrar justicia de una forma relativa. Los granjeros que asesinaban brujas, por ejemplo. ¿No son criminales? ¿Por qué no se les castiga? Con toda sinceridad, me interesa menos la justicia que restablecer el orden. Hago un par de demostraciones dramáticas, para que los demás se asusten y tomen ejemplo. El método funciona de forma irregular. Muy a menudo, los más culpables son los menos perseguidos. Por otra parte, una justicia perfecta podría destruir la comunidad, como en el caso de Balad. En conjunto, estoy satisfecho.

Jantiff no dijo nada.

—En cualquier caso —continuó Ryl Shermatz—, ahora debemos prestar nuestra atención a Arrabus y a los Susurros. Su conducta me desconcierta. ¿Pretenden vivir aislados? Si asisten a la Fiesta del Centenario o hablan en la televisión es posible que sus amigos descubran su antigua identidad; todos los residentes del Rosa Viejo, por ejemplo.

—No cabe duda de que notarían un parecido muy sospechoso —dijo Jantiff—. Si nadie sospecha, nadie se da cuenta.

—No puedo creer que el parecido sea tan exacto. —Ryl Shermatz aún dudaba—. Quizá se sometan a maquillajes o a cirugía facial; de hecho, tal vez ha sucedido ya.

—En Lulace seguían igual que siempre.

—¡Y eso es lo que más me asombra! Está claro que no son idiotas. Tienen que haber previsto todos los riesgos obvios, y se encontrarán preparados. Estoy sorprendido y fascinado; su plan entraña cierta grandeza.

Jantiff formuló una tímida pregunta.

—¿Cómo les va a plantar cara?

—Existen dos opciones, como mínimo. Podemos denunciarles públicamente y provocar un escándalo enorme o resolver en secreto el caso y nombrar después unos nuevos Susurros. Me inclino por la primera posibilidad. Los arrabinos disfrutarán con el drama. ¿Para qué privarnos de complacer a esa gente esencialmente decente, aunque indolente?

—¿Cómo manipularemos el drama?

—No hay problema: de hecho, la solución ya nos la han proporcionado los mismos Susurros. Tienen la intención de dirigirse en un gran mitin a un selecto grupo de notables, mientras el resto de Arrabus lo verá por televisión. Es un momento apropiado para enderezar las cosas.

Jantiff reflexionó sobre la situación.

—Hablarán desde el Pedestal, como la otra vez, lejanos para que nadie les reconozca, y no se permitirá a las cámaras de televisión tomar primeros planos.

—Espero que tengas razón. Al final, se les verá con toda claridad.

El vehículo aéreo dejó atrás el terreno escarpado y Uncibal apareció frente a ellos. Más allá se extendía el mar de Salaman, liso y tranquilo, de color adularía. Ryl Shermatz viró hacia el espaciopuerto y aterrizó cerca de la terminal.

—Esta noche descansaremos en la Posada de los Viajeros —dijo—. Como monumento elitista, ha sufrido cierta degradación. Sin embargo, no podemos aspirar a nada mejor, y sin duda la preferirás a tu madriguera oculta tras las letrinas.

—Tengo la intención de visitar esa madriguera, en recuerdo de los viejos tiempos —dijo Jantiff—. Mi cabaña de la playa no era mucho mejor… De todas formas, me sentía como en casa. Cuando vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que era feliz allí. Tenía comida. Miraba a Glisten. Tenía metas, por imposibles que fueran, y durante un tiempo pensé que las iba a alcanzar. ¡Sí! ¡Estaba auténticamente vivo!

—¿Y ahora?

—Me siento viejo, torpe y cansado.

—Me he sentido igual en otras ocasiones —rió Shermatz—. La vida sigue, a pesar de todo.

Al llegar a la Posada de los Viajeros, Ryl Shermatz solicitó una suite de seis habitaciones y explícitamente una elevada calidad de cocina y servicios.

Jantiff murmuró entre dientes que sus expectativas no se verían cumplidas, a tenor de la actitud arrabina.

—Ya veremos —dijo Ryl Shermatz—. Por regla general no soy muy exigente, pero aquí, en la Posada de los Viajeros, insisto en condiciones antiigualitaristas a tenor de los precios antiigualitaristas. Al contrario que el viajero corriente, puedo vengarme instantáneamente de la pereza, los menosprecios y el mal servicio. Es una ventaja de mi trabajo. Creo que observarás una evidente mejora en comparación con tu visita anterior. Ahora me esperan unos asuntos sin importancia, así que te dejaré a tu aire.

Jantiff fue a sus aposentos, donde, como Shermatz había predicho, descubrió que las condiciones eran mucho mejores. Gozó de un buen baño, se puso ropas nuevas y cenó a base de los manjares más elaborados posibles. Después, agotado pero sin ganas de acostarse todavía, vagó por la ciudad y se desplazó en las vías humanas, como acostumbraba a hacer en el pasado. Tal vez guiado por un deseo inconsciente pasó frente al Rosa Viejo. Tras un momento de indecisión, descendió de la vía, cruzó el patio y entró en el vestíbulo. El aire estaba saturado de olores familiares, una mezcla de grufo, dedlo, tambaleo y bazofia, la acidez del hormigón envejecido y todas las emanaciones condensadas de aquellos que, a lo largo de los años, habían llamado al Rosa Viejo su hogar.

Los recuerdos inundaron a Jantiff; sucesos, aventuras, emociones, rostros. Se dirigió al mostrador de la administración, donde un hombre a quien no conocía estaba sentado repasando unos papeles.

—¿Ocupa todavía Skorlet el apartamento D–18, en el nivel diecinueve? —preguntó.

El empleado examinó una lista y miró un nombre.

—Ya no. Se ha mudado a Propunce.

Jantiff se giró hacia el tablón de anuncios. Un letrero ancho impreso en llamativos colores amarillo, blanco, azul y negro rezaba:

En relación con el GRAN MITIN

¡Viva nuestro segundo centenario! ¡Que sobrepase la grandeza del primero!

El Centenario conmemora nuestra acérrima defensa del igualitarismo. Desde todos los puntos del Cúmulo llueven las felicitaciones, a veces expresadas con sincera admiración, en otras masculladas por bombahs que intentan disimular su decepción.

¡El próximo onasdía se celebrará el Gran Mitin! En el Campo de las Voces, la asamblea de delegados y muchos otros notables se reunirán para compartir un banquete ceremonial y para escuchar a los Susurros, que propondrán nuevos y sorprendentes planes para el futuro.

El Conáctico del Cúmulo de Alastor acudirá expresamente para compartir el Pedestal con los Susurros, en señal de camaradería e igualdad. Se halla en este momento consultando con los Susurros y escuchando sus sabios consejos. En el Gran Mitin revelará su programa en pro de un aumento en el intercambio de bienes y servicios. Sostiene que los arrabinos deberían exportar ideas, creaciones artísticas y conceptos imaginativos a cambio de artículos, alimentos y aparatos automáticos. En el Gran Mitin que se celebrará el onasdía en el Campo de las Voces, los Susurros y él concretarán los detalles de su plan.

Sólo las personas provistas de permiso de entrada accederán al Campo de las Voces. Todos los demás participarán en este acontecimiento histórico a través de la televisión, en los salones sociales situados en los niveles de sus apartamentos.

Jantiff releyó el cartel por segunda y tercera vez. ¡Curioso y sorprendente! Examinó con detenimiento los chillones caracteres. En su mente se desmenuzaron fragmentos de información, leves ideas desiguales, ecos de conversaciones recordadas a medias, para luego encajarse como los elementos de un rompecabezas agitado dentro de su caja.

Jantiff se alejó del cartel y salió del Rosa Viejo. Rodó por el lateral 112 hasta el río Uncibal y se mezcló en el torrente humano. Por una vez, asediado por nerviosas intuiciones y conjeturas suspicaces que bailaban en su cabeza, hizo caso omiso de los rostros. Indiferente y aislado como los demás, volvió a la Posada de los Viajeros.

Subió a sus aposentos y descubrió que habían dejado la cena en el aparador de la antesala. Se sirvió un vaso de vino y se acomodó en un canapé. La ventana daba a una esquina del espaciopuerto y, más lejos, se veían las luces de Disjerferact. Jantiff las contempló con una sonrisa amarga y melancólica al mismo tiempo. ¿Sería capaz de escapar a sus recuerdos? Desfilaron vividamente por su mente: la Casa de los Prismas, la fascinante expresión de Kedidah, el aroma del kelpo tostado y los poguetos, los pífanos chillones, el retintín de las campanas de los peregrinos, los gritos e importunidades, las luces titilantes y las fuentes de los parques… Ryl Shermatz salió de sus aposentos.

—Ah, Jantiff, has vuelto a tiempo. ¿Te has fijado en este despliegue de bonter?

—Sí. Estoy asombrado. No tenía ni idea de que había tantos productos disponibles.

—¡No cabe duda de que esta noche somos unos bombahs como la copa de un pino! Veo vinos de cuatro planetas diferentes, un excelente surtido de carnes, pastas, arroces, ensaladas, quesos y toda clase de dulces diversos. Una comida mucho más elaborada de la que suelo tomar, te lo aseguro. ¡Deleitémonos esta noche con todo ello!

Jantiff se sirvió cuanto le apeteció, y se reunió con Ryl Shermatz en la mesa.

—Hace una hora visite el Rosa Viejo, el bloque en que vivía. En el vestíbulo vi un cartel sorprendente. Anunciaba que el Conáctico aparecerá definitivamente en el Gran Mitin, para dar apoyo a los Susurros y a su programa.

—Vi un anuncio parecido. Puedo asegurar con mucha mayor contundencia que el Conáctico no tiene la menor intención de hacer nada por el estilo.

—En tal caso me siento tranquilizado, pero ¿cómo pueden hacer los Susurros esas promesas? Cuando el Conáctico no haga acto de presencia, los bocazas les darán la espalda con débiles excusas, y nadie se sentirá decepcionado.

—Me fascina el Gran Mitin. Dejaron media docena de invitaciones en la Centralidad de Alastor. Me quedé dos; no debemos perdernos un acontecimiento tan notable.

—Estoy muy desconcertado. Los Susurros han de saber que el Conáctico no acudirá; por tanto, han forjado un plan para tener prevista esta contingencia.

—Una deducción admirable, Jantiff En pocas palabras, así está la situación, y he de admitir mi curiosidad. ¿Llegarán tan lejos como para sacar a un falso Conáctico que diga lo que les gustaría que dijera el auténtico?

—Su audacia no es para menos, pero ¿cómo podrían salirse con la suya? Cuando la noticia llegase a Lusz, el Conáctico se irritaría.

—¡Exactamente! Al Conáctico siempre le divierte la ingeniosidad, y a veces la temeridad, pero se vería forzado a tomar una decisión dura y definitiva. Bien, el onasdía lo sabremos todo, y tendremos que ser muy cautos antes de llevar a cabo nuestro plan.

—Insiste en hablar en plural —observó Jantiff con cautela—, pero debo admitir que me siento confundido respecto de los detalles de nuestro plan.

—Nuestro plan es sencillo —rió Shermatz—. Los Susurros aparecen sobre el Pedestal. Se dirigen a los notables en directo y por televisión a todos los arrabinos. Es posible que un falso Conáctico aparezca en el Pedestal; en caso contrario, quizá los Susurros enmienden la ausencia mediante métodos todavía desconocidos, y les vigilaremos con suma atención. Después, en el momento apropiado, cuatro corbetas de la Maza del tipo Amaraz descenderán desde el cielo. Se acercarán al Pedestal y los oficiales saltarán. Detendrán a los Susurros. Entonces, aparece el cursar. Explica a todos los arrabinos los crímenes perpetrados por los Susurros y revela que Arrabus está en bancarrota. Hace un anuncio algo brusco, en el sentido de que los arrabinos deben despertar de su trance de un siglo y volver al trabajo. Anuncia que asume la autoridad como gobernador interino, hasta que un conjunto de funcionarios locales adecuados asuma de nuevo la responsabilidad.

»Después, las cuatro corbetas se elevan a unos trescientos metros, arrastrando una cuerda larga con un lazo corredizo en el extremo atado alrededor del cuello de los Susurros. Las corbetas siguen elevándose hasta desaparecer de vista junto con los Susurros. El plan es tajante, firme y lo bastante espectacular como para llamar la atención. —Ryl Shermatz miró de reojo a Jantiff—. ¿Alguna objeción?

—Ninguna. Estoy inquieto, por razones difíciles de explicar.

Shermatz se levantó y se acercó a la ventana para contemplar Disjerferact.

—¿Te parece el plan demasiado directo?

—El plan no tiene nada de malo. Sólo me pregunto si los Susurros serán tan ingenuos. ¿Qué saben ellos que nosotros no sepamos?

—Ese comentario es provocativo. —Shermatz reflexionó un momento—. Como no se lo preguntemos a los Susurros, no se me ocurre ninguna explicación.

—Intentaré poner mis ideas en orden. Quizá se me ocurra algo.

—Me has contagiado de tu intranquilidad —gruñó Shermatz—. Bien… Nos quedan esta noche y mañana para hacer conjeturas. Pasado mañana es el Gran Mitin, y tendremos que actuar.