Dwan, a mitad de su recorrido, brillaba tras capas de niebla en movimiento. Jantiff se sentó en el banco, la espalda contra su desvencijada cabaña de piedras y algas marinas. Ryl Shermatz, una persona de estatura mediana, rasgos bien formados y cabello castaño corto, estaba de pie a su lado con una pierna apoyada en el banco. Había arrastrado el cadáver a un lado, de modo que sólo las botas negras de Booch, sobresaliendo por una esquina de la choza, delataban su presencia.
Jantiff habló durante mucho rato, hasta que su voz se transformó en un ronco graznido.
Ryl Shermatz no dijo apenas nada; tan sólo intercaló alguna pregunta ocasional. De vez en cuando asentía, como si los comentarios de Jantiff reforzaran su propia opinión.
El relato de Jantiff llegó a su fin.
—Mi única incertidumbre es Glisten. Anoche soñé con ella, y en mi sueño hablaba; resultaba extraño oírla, e incluso en el sueño tuve ganas de llorar.
Ryl Shermatz paseó la mirada por el océano gris.
—Bien, Jantiff —dijo por fin—, es evidente que has pasado por experiencias muy penosas. Permíteme que resuma tu declaración. Crees que Esteban, tras observar tus dibujos de los cuatro Susurros, se fijó en el parecido entre tres de los cuatro Susurros y Skorlet, Sarp y él mismo. Sostienes la teoría de que la mente tortuosa y dúctil de Esteban reconoció inevitablemente las posibilidades de la coincidencia, y empezó, con timidez al principio, a concebir métodos para convertir lo posible en real. Se necesitaba un cuarto miembro para la conspiración. ¿Quién mejor que un hombre rico, poderoso y motivado, en suma, un contratista? Esteban repasó el libro de consultas, y en él descubrió al contratista Shubart, que le vino como anillo al dedo.
»Esteban, Skorlet y Sarp estaban motivados por su deseo de comida y lujos. Shubart disfrutaba desde hacía tiempo de la buena vida, pero estaba amenazado por los Susurros, que pretendían liberar a Arrabus de los contratistas y ya habían informado al Conáctico de sus planes. Shubart necesitaba fondos para llevar a cabo sus grandes proyectos de las Tierras Misteriosas. Se asoció sin dudarlo con Esteban, Skorlet y Sarp.
»Concibieron un plan audaz y muy sencillo. Tú sostienes que en aquel momento Skorlet, Esteban. Sarp y Shubart viajaron a Waunisse y abordaron la nave en que los Susurros regresaban a Uncibal. Durante el vuelo, los Susurros fueron asesinados junto con todo su séquito y arrojados al mar. Cuando el Disco Marino aterrizó, Esteban, Skorlet, Sarp y Shubart habían adoptado la identidad de los Susurros. Se mostraron brevemente en el Pedestal. Nadie les examinó de cerca: nadie podía sospechar lo sucedido, excepto tú, que te quedaste intranquilo y perplejo.
»Los nuevos Susurros viajaron a Númenes, donde se entrevistaron con el Conáctico en Lusz. Éste pensó que se trataba de un grupo antagónico, hipócrita, evasivo y grosero. Sus declaraciones reflejaban falsedad y se contradecían con la supuesta misión concebida por los Susurros auténticos. El Conáctico decidió investigar ampliamente el caso, sobre todo porque había recibido mensajes urgentes referentes a un tal Jantiff Ravensroke.
»Me asignaron la tarea y llegué a Uncibal hace dos días. Inmediatamente, me puse en busca del cursar Bonamico. Me enteré de que había volado a Waunisse por un asunto relacionado con los Susurros y que había abordado la misma nave en que los Susurros regresaban a Uncibal.
»Nunca descendió de esa nave, y la deducción es obvia. Fue asesinado y arrojado al mar de Salaman. Tomé nota, por supuesto, de los mensajes que habías enviado desde Balad. Anoche llegó un último mensaje.
»Era la voz de una mujer, una muchacha, según la funcionaria Aleida Gluster. La mujer o muchacha habló con gran agitación: “Acudan rápidamente, acudan rápidamente a Balad; le están haciendo cosas terribles a Jantiff”. Y eso fue todo.
—¿Llamó una chica? —murmuró Jantiff—. ¿Quién podría ser? Glisten no habla, excepto en sueños… ¿Podría haberlo soñado la funcionaria?
—Una interesante conjetura —dijo Ryl Shermatz—. Aleida Gluster no dijo nada a este respecto… En fin, aquí estamos, en Balad. Iremos a la taberna del Viejo Groar y beberemos algo. Después, intentaremos amansar a estos revoltosos.
—Eubanq es algo más que un revoltoso —murmuró Jantiff—. Robó mi dinero y le habló a Booch de Glisten.
—No me he olvidado de Eubanq —dijo Ryl Shermatz.
Los dos hombres entraron en el Viejo Groar. Un considerable número de clientes, el doble de lo habitual a esta hora del día, se sentaba a las mesas. Fariske salió rápidamente a su encuentro; gotas de sudor brillaban en su redonda y blanca frente.
—Por aquí, caballeros —exclamó con jovialidad—. ¡Siéntense! ¿Beberán cerveza? Les recomiendo mi Vieja Dankwort.
Estaba claro que el chico que había guiado a Ryl Shermatz hasta la cabaña de Jantiff había contado muchas cosas al volver a Balad.
—Tráiganos cerveza y algo de comer —dijo Shermatz—, pero antes, ¿está presente en la sala la persona conocida como Eubanq?
Fariske paseó una mirada nerviosa por las mesas.
—No está. Le encontrará probablemente en la terminal, donde trabaja como delegado general.
—Sea tan amable de seleccionar entre sus clientes a tres hombres dignos de confianza y traerlos aquí.
—¿Dignos de confianza? Bien, déjeme pensar. Es un problema difícil. Llamaré a los mejores del grupo. ¡Garfred, Sabrose, Osculot! ¡Venid aquí, en seguida!
Los tres hombres se aproximaron con diversos grados de agresividad.
Ryl Shermatz les examinó con mirada impasible.
—Soy Ryl Shermatz, agente del Conáctico. Les nombro mis ayudantes durante un día. Se hallan ahora, al igual que yo, investidos de la inviolable autoridad del Conáctico, bajo mis órdenes. ¿Está claro?
Los tres hombres arrastraron los pies y dieron a entender su aceptación; Garfred con un gruñido arisco, Sabrose con un ademán cordial y Osculot con una mueca de duda.
—Diríjanse de inmediato a la terminal —siguió Ryl Shermatz—. Arresten a Eubanq por orden del Conáctico. Tráiganle aquí en seguida. No le pierdan de vista bajo ningún concepto, ni siquiera un minuto. Tomen precauciones por si lleva armas encima. ¡Márchense ahora mismo!
Los tres hombres abandonaron la taberna. Ryl Shermatz se volvió hacia Fariske, que estaba de pie a un lado, nervioso.
—Envíe a otros hombres para que reúnan a todos los habitantes de Balad, a fin de celebrar una asamblea frente al Viejo Groar. Después, sírvanos nuestras bebidas.
Jantiff estaba sentado en la penumbra, escuchando el murmullo de las voces, el tintineo de las jarras, el arrastrar de pies. Sentía los miembros cálidos y relajados; una gran lasitud se apoderó de él. Ryl Shermatz habló en voz baja con alguien que no respondió; tal vez por medio de un transmisor, pensó Jantiff. Un momento después, Shermatz mandó a Voris en busca del farmacéutico, que llegó al cabo de un minuto.
Shermatz se llevó aparte al farmacéutico; ambos conversaron y el farmacéutico se marchó.
—He ordenado que prepare una medicina que te hará recuperar parte de la visión. Más tarde, por supuesto, procederemos a una terapia total.
—Agradeceré cualquier mejoría.
El farmacéutico volvió. Jantiff oyó que se discutía de su caso entre murmullos. Después, el farmacéutico se dirigió a él directamente.
—Bien, Jantiff, voy a explicarte la situación. La superficie de tus ojos ha quedado empañada por el cáustico y ya no es transparente a la luz. Voy a probar un tratamiento nuevo: cubriré la superficie de tus ojos con una emulsión que se seca de inmediato y produce una película transparente. Es posible que notes cierta incomodidad, pero quizá no sientas nada. Una vez eliminadas las anomalías, la luz debería llegar de nuevo a tu retina. Te diré que la película posee poros microscópicos que permiten el paso del oxígeno. Échate hacia atrás, por favor, abre el ojo derecho y no te muevas… Muy bien. Ahora, el izquierdo. No parpadees, por favor.
Jantiff notó una sensación de frío sobre las pupilas y luego una extraña aunque no desagradable contracción de los globos oculares. Al mismo tiempo, la mancha que entorpecía su visión empezó a disiparse como si una ráfaga de viento soplara entre la niebla óptica. Los objetos fueron apareciendo, cobrando densidad; durante un rato flotaron en un medio líquido hasta inmovilizarse. Jantiff pudo ver de nuevo, casi con la misma claridad que antes.
Paseó la vista por la habitación. Vio los rostros graves de Ryl Shermatz y el farmacéutico. Fariske estaba de pie junto a la barra, con su estómago abultado apuntando hacia adelante. Palinka observaba desde la cocina, molesta por la interrupción de su rutina diaria. Los habituales clientes del Viejo Groar, la mayoría ceñudos y hoscos, estaban inclinados sobre las mesas. Jantiff miró a todas partes, fascinado por la maravilla de esta facultad milagrosa que pensaba haber explotado al máximo. Examinó las sombras de color ocre oscuro en la parte trasera de la taberna, el brillo de las jarras de peltre, los haces de luz lavanda pálido que se derramaban desde las ventanas altas… «En años venideros, cuando repase mi vida, recordaré muy bien este momento en la taberna del Viejo Groar de Balad, en el planeta Wyst», pensó Jantiff. Una repentina actividad le distrajo de sus pensamientos. Ryl Shermatz se encaminó hacia la puerta. Jantiff se levantó, echó los hombros hacia atrás e imitando sin darse cuenta el paso confiado de Shermatz, le siguió.
Una multitud se había congregado frente al Viejo Groar. Toda la población de Balad, excepto madame Tchaga, que observaba la escena desde el Cimerio. Por la calle se acercaban Sabrose y Garfred, flanqueando a Eubanq y seguidos por Osculot. Eubanq llevaba su traje de color cervato y, excepcionalmente, un sombrero terminado en punta, que le daba un aire despreocupado. Su expresión, sin embargo, no era nada despreocupada. Tenía las mejillas hundidas y la boca abierta lúgubremente. Ante la visión interior de Jantiff apareció la ilustración de un libro de cuentos que representaba a una preocupada rata de color pardo, conducida por dos perros dogos ante un tribunal de majestuosos gatos.
Shermatz dedicó a Eubanq una sola mirada y habló a la multitud.
—Soy Ryl Shermatz, agente del Conáctico, y estoy en Balad en misión oficial.
»La política del Conáctico se centra en permitir toda independencia posible de pensamiento y acción. Aplaude la diversidad y gobierna sin restricciones.
»Sin embargo, no puede tolerar que se transgreda la ley básica. Esto ha sucedido en Balad. Me refiero a la persecución de ciertos nómadas de los bosques, a los que llamáis de forma errónea brujas. Debe terminar, por edicto del Conáctico. La enfermedad conocida como ictericia la transmite una planta parecida a un hongo; se cura mediante una píldora administrada con agua. Las llamadas brujas son sordomudas, pero no por culpa de la ictericia, sino por una condición estructural histérica. Su organismo es completamente normal, y en ocasiones, apremiadas por una emergencia, consiguen hablar. En cuanto a la escucha, mis expertos me han comunicado que el sonido penetra en su cerebro a un nivel subliminal; no saben lo que oyen, pero reciben información, al igual que la telepatía influye en la mente de una persona normal.
»Las condiciones en Balad son poco satisfactorias. El gran señor parece actuar como un magistrado informal y administra justicia influido por su condestable. En otras ocasiones, como en la imperdonable violencia cometida en la persona de Jantiff Ravensroke, la comunidad se deja guiar por una furia irresponsable.
»Dentro de poco llegará un cursar para establecer un sistema más disciplinado. Reparará ciertas equivocaciones, y algunas personas lamentarán su llegada, en especial aquellas que tomaron parte en la reciente caza de brujas. Sufrirán severos castigos. En este momento, sólo intento esclarecer el asalto sufrido por Jantiff. Oficial Sabrose, traiga a la mujer que cegó a Jantiff.
—Fue Nellick, ésa de allí.
—Su Señoría, actué sin malicia; pensé que sólo llevaba agua en mi cubo. Soy una mujer alegre. Actué por diversión y para suavizar la situación en beneficio de todos.
—Jantiff, ¿coincide esto con tus recuerdos?
—No. Dijo, «volvedle la cara para que no pueda ver los resultados de su maldad».
—Bien. Oficial, ¿es ésta la versión correcta?
—No me atrevo a confirmarlo —gruñó Sabrose—. Yo sujetaba a Jantiff cuando ella le arrojó la sustancia. También abrasó mis brazos.
—No pierda el tiempo con esa gente —dijo Jantiff—. Había veinte o treinta personas, y todas procuraban hacerme daño, excepto Grandel, el farmacéutico, que me secó los ojos.
—Muy bien, Grandel, le ordeno que haga una lista de todas las personas que participaron en el incidente, y que les aplique una multa proporcional a su grado de participación. Entregará la cantidad recogida a Jantiff. Para esa tal Nellick, sugiero una multa de quinientos ozols.
Grandel observó incómodo a la multitud.
—Haré lo que pueda, pese a que mi popularidad no aumentará.
—¡Ni hablar! —gritó Fariske—. Yo no participé en el ataque, a pesar de que Jantiff me hacía la competencia con los percebes. Creo que son necesarias multas estrictas para redimir el honor de Balad. Ayudaré a Grandel a sacar a la luz cada nombre y le aconsejaré evitar toda indulgencia. Si Grandel se hace impopular, ya seremos dos.
—Entonces, os confiaré el caso a los dos. Bien, pasemos a otro asunto. ¿Su nombre es Eubanq?
Eubanq asintió con la cabeza y sonrió.
—Sí, señor, ése es mi nombre.
—¿Es su nombre completo?
Eubanq sólo vaciló una fracción de segundo.
—Eubanq es el nombre por el que soy conocido.
—¿Dónde nació?
—Señor, no estoy seguro a este respecto. Me quedé huérfano de muy niño.
—Una trágica circunstancia. ¿Dónde recibió su educación?
—He visitado muchos planetas, señor. Podría decirse que carezco de hogar natal.
—El cursar del Conáctico, cuando llegue, examinará sus antecedentes con suma atención. Por el momento, lo único que me interesa son los acontecimientos de su pasado reciente. En primer lugar, creo que se quedó el comprobante del pasaje de Jantiff y se embolsó el dinero.
Eubanq se quedó pensativo un momento, y después, como sea que llegó a la conclusión de que el extremo era susceptible de una rápida verificación, asintió lentamente con la cabeza.
—Estaba seguro de que Jantiff no llegaría a utilizar el billete, y me pareció que no valía la pena malgastar el dinero.
—Por tanto, cuando supo que Jantiff había reunido la cantidad necesaria, le robó el dinero, ¿verdad?
—¿Lo está afirmando, señor, o implica la justicia del Conáctico que un hombre deba declararse culpable sin más preámbulos?
—Una respuesta muy inteligente —dijo Shermatz, condescendiente—, pero el problema no es tan complicado. La información proporcionada por Jantiff revela que usted es, sin lugar a dudas, el ladrón. Mi pregunta le dio la oportunidad de negarlo. En segundo lugar, resulta evidente que usted informó a Booch acerca de la muchacha del bosque que Jantiff protegió, sabiendo a ciencia cierta lo que podía ocurrir, con el único propósito de destruir a Jantiff. El cursar emprenderá una investigación. Si niega los cargos, será sometido a sondeo mental y la verdad se esclarecerá. Entretanto, todas sus posesiones quedan confiscadas. Le reduzco a la condición de mendigo, sin un sólo dinketo en el bolsillo.
Eubanq abrió la boca de par en par; sus ojos se enturbiaron.
—¡Esto es ridículo! —gritó con voz aguda—. ¿Va a requisar mis humildes ahorros?
—Sospecho que le espera algo peor. Creo que usted incitó a Booch a la agresión y al asesinato. Si se demuestra, el cursar será implacable.
—¡Lléveme a Lulace! ¡El gran señor demostrará mi inocencia!
—El gran señor ya no está en Lulace. Sus invitados y él se marcharon anoche. En cualquier caso, no es un garante de confianza; es posible que sus problemas sean más graves que los de usted. —Shermatz hizo una señal a Garfred y a Osculot—. Lleven a Eubanq a un lugar seguro. Tomen precauciones para que no pueda escapar. Si lo consigue, cada uno será multado con mil ozols.
—Pórtese bien, Eubanq —dijo Osculot—. Le conduciré a mi bodega subterránea, y si logra escapar pagaré las dos multas.
—¡Un momento! —Jantiff se acercó a Eubanq—. ¿Qué le ha pasado a Glisten? ¡Dígamelo, si lo sabe!
La expresión de Eubanq era inescrutable.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? Dirígete a Booch.
—Booch no puede responder a ninguna pregunta; está muerto.
Eubanq desvió la mirada sin hacer comentarios. Los dos agentes desaparecieron con él por un recodo de la calle.
Ryl Shermatz habló de nuevo a la gente de la ciudad.
—El nuevo cursar llegará dentro de tres días. ¡Recordad que representa al Conáctico y debe ser obedecido! Podéis volver a vuestras ocupaciones. Jantiff, ven conmigo. Ya no es preciso que nos quedemos en Balad.
—¿Y Glisten? ¡No puedo irme hasta saber lo que ha sucedido!
—Jantiff, enfrentémonos con la triste realidad. O ha muerto o ha regresado al bosque. En cualquier caso, está fuera de nuestro alcance.
—Entonces, ¿quién fue la mujer que informó de mis cuitas?
—Éste es otro enigma que el cursar deberá resolver, pero partamos hacia Arrabus. Aquí ya no hay nada más que hacer.