Disjerferact, el parque de atracciones emplazado a lo largo de los bajíos, nunca había dejado de fascinar a Jantiff con sus contrastes y paradojas. ¡Disjerferact! ¡Llamativo y alegre, estridente y provisional, intercambiando oropeles a cambio de fichas igualmente sin valor, dispensando apenas el sueño de un sueño! A la luz de Dwan. y desde la lejanía, los pabellones de papel rojo oscuro, las altas tiendas azules, las innumerables guirnaldas, banderines y tiovivos conjuraban una fantasía gallarda y espléndida. Por la noche, incontables antorchas temblaban por efecto de la brisa del mar. Como consecuencia, luces y sombras corrían y danzaban, sugiriendo un bárbaro frenesí…, tan falso, en definitiva, como el resto de Disjerferact. Aun así, la confusión y el alboroto proporcionaron a Jantiff un refugio eficaz. ¿Quién se preocuparía en Disjerferact por algo más que sus propios anhelos?
Durante tres días, Jantiff deambuló furtivamente por rincones y pasadizos traseros. Nunca daba un paso sin buscar con la mirada los sombreros negros de los recíprocos o la forma temible de Esteban. De día se ocultaba en una abertura que separaba la barraca de un vendedor de encurtidos y los urinarios públicos. De noche se aventuraba a salir, disfrazado con un bigote confeccionado con su propio cabello y un pañuelo para la cabeza, como el que llevaban los habitantes de las islas Carabbas. Cambió de mala gana las fichas que le quedaban después de pagar los gastos del festín de bonter por poguetos y bolsas de algas fritas. Dormía de día a ratos, perturbado su sueño por los gritos de los buhoneros, los cornetazos de los vendedores, los chillidos de acróbatas infantiles, y los zapateados y exclamaciones de entusiasmo fingido de la claque, procedentes de la caseta opuesta.
El evodía por la mañana, mientras Jantiff yacía amodorrado, los altavoces atronaron los bajíos:
¡Atención todos! ¡Venid a homenajear hoy a los Susurros cuando embarquen rumbo a Númenes! Como insinuaron en sus declaraciones recientes, tienen la intención de llevar adelante un nuevo y osado programa, y han anunciado un lema para el próximo siglo: el igualitarismo viable debe colmar tanto las necesidades como las aspiraciones, y proporcionar oportunidades al genio humano. Parten hacia la Torre de Lusz para solicitar el apoyo y la simpatía del Conáctico hacia el nuevo proyecto, y extraerán fuerzas de vuestro entusiasmo. Por tanto, acudid hoy a la Zona Pública. Los Susurros despegan de Waunisse a bordo del Disco Marino; su hora de llegada es a mediodía, y hablarán desde el Pedestal…
Jantiff prestó escasa atención cuando los altavoces difundieron por segunda y tercera vez el mensaje. Por un instante, mientras los ecos se desvanecían, Disjerferact quedó sumido en un silencio anormal. Luego, prosiguió el acostumbrado estrépito.
Jantiff se puso en cuclillas, miró a derecha e izquierda desde su escondrijo y, al no ver nada que confirmara sus angustias, se mezcló en el torrente de buscadores de placeres. En una barraca cercana cambió una ficha por una ración de algas fritas. Se apoyó en una pared y consumió las hebras crujientes, aunque insípidas; después, buscando un lugar mejor, se encaminó en dirección este hacia la Zona Pública, o Campo de las Voces, como a veces la llamaban. El cursar volvía con los Susurros a bordo del Disco Marino. No era probable que se reintegrara a la Centralidad antes de que los Susurros partieran hacia Númenes. Jantiff tenía tiempo de sobra para escuchar las palabras de los Susurros, quizá de muy cerca.
Siguió paseando, atravesó Disjerferact y los bajíos, cruzó el puente sobre el fangal Whery y desembocó en la Zona Pública, una explanada de un kilómetro y medio de largo y casi igual de ancho. A intervalos regulares se alzaban postes para sostener grupos de cuatro megáfonos. Cada poste llevaba impreso un código numérico para facilitar la concertación de citas. Un pilón casi pegado al límite este sostenía en el aire una plataforma circular, protegida por un parasol de cristal, el así llamado Pedestal. Al otro lado se extendían los terrenos señalizados del espaciopuerto.
Cuando Jantiff cruzó el puente, ya se habían congregado millares de personas alrededor del Pedestal hasta formar una especie de sedimento viviente. Jantiff comprobó con disgusto que no podía aproximarse a menos de cien metros de la plataforma, lo que no le permitiría un examen muy cercano de los Susurros.
En el momento en que Dwan se alzaba hacia el cénit, una masa compacta de gente surgió del río Uncibal y se dispersó por la Zona hasta que ya no hubo espacio para nadie más. La Zona había sobrepasado el límite de capacidad. Las nuevas hordas que llegaban por el río Uncibal tuvieron que pasar de largo, llegar al siguiente cambio de sentido y volver sobre sus pasos. La gente se apretujaba en la Zona codo con codo, barbilla contra espalda. Un olor agridulce se elevó de la muchedumbre y se mezcló con la brisa del mar. Jantiff recordó sus primeras impresiones de Arrabus, tras desembarcar de la nave espacial: por fin podía identificar aquel olor que tanto asombro, y quizá una pizca de asco, le había causado.
Jantiff intentó calcular el número de personas que le rodeaba, pero se quedó desconcertado; la cifra debía elevarse a varios millones… Experimentó una punzada de claustrofobia. ¡Estaba encerrado, no podía moverse! ¿Y si alguien provocara una estampida entre estos millones de seres? ¡Un pensamiento horripilante! Jantiff se imaginó oleadas de gente atropellándose, subiendo y trepando, para luego desplomarse y fragmentarse en atisbos de rostros, brazos y piernas que se agitaban…. La multitud emitió un súbito murmullo cuando el Disco Marino apareció sobre el agua, procedente de Waunisse. La nave viró sobre el espaciopuerto, descendió dibujando una elegante semiespiral y aterrizó en una pista cercana a la Zona Pública. La puerta se abrió. Salió un asistente, seguido de los cuatro Susurros, tres hombres y una mujer vestidos con una indumentaria convencional. Sin hacer caso de la multitud desaparecieron por un paso subterráneo. Pasaron dos minutos. Todas las miradas se alzaron hacia la plataforma que remataba el Pedestal.
Aparecieron los Susurros. Contemplaron el gentío durante un instante; cuatro figuras indistinguibles bajo la sombra del parasol. Jantiff intentó compararles con los Susurros que había visto en la pantalla. La mujer era Fausgard; los hombres eran Orgold, Lemiste y Delfín. Uno de los hombres, cuyos rasgos no se podían identificar desde abajo, habló y mil megáfonos cuádruples transmitieron sus palabras.
—¡Los Susurros se sienten reconfortados por este contacto con la gente de Uncibal! ¡Nos nutrimos de vuestra buena voluntad, se derrama sobre nosotros como una ola gigantesca! ¡Nos será de enorme utilidad cuando nos enfrentemos con el Conáctico, y el sublime poder de la doctrina igualitarista vencerá a todos los desafíos!
»¡Se preparan grandes acontecimientos! Con ocasión de nuestro noble Centenario celebraremos cien años de realizaciones. Un nuevo siglo se abre ante nosotros, así como sucesivos siglos henchidos de proezas. Cada uno ratificará de nuevo nuestro óptimo estilo de vida. ¡El igualitarismo se esparcirá por el Cúmulo de Alastor y por toda la Extensión Gaénica! ¡Así está predestinado y así será! ¿No es cierto?
El Susurro hizo una pausa; un murmullo de aprobación, casi mecánico e incluso indeciso, se elevó de la muchedumbre. El propio Jantiff estaba desconcertado. El tono de la arenga no concordaba en absoluto con el anuncio que había oído aquella mañana en Disjerferact.
—¡Así será! —exclamó el Susurro, y mil altavoces cuádruples magnificaron sus palabras—. ¡No habrá retrocesos ni desfallecimientos! ¡Igualitarismo para siempre! Los grandes enemigos del hombre son el tedio y el trabajo. Nos hemos liberado de su antigua tiranía; dejemos que los contratistas trabajen a cambio de su miserable sueldo. ¡El igualitarismo asegurará la emancipación final del Hombre!
»Ahora, vuestros Susurros parten hacia Númenes, impelidos por nuestra voluntad común. Llevaremos nuestro mensaje al Conáctico y le haremos saber nuestros tres importantes deseos.
»Primero: ¡no más inmigración! ¡Que los envidiosos impongan el igualitarismo en sus propios planetas!
»Segundo: los arrabinos son gente pacífica. No tememos ataques ni tenemos la intención de agredir. Entonces, ¿por qué hemos de estar sometidos al poder del Conáctico? No necesitamos su consejo, ni la fuerza de su Maza, ni la supervisión de sus burócratas. Por tanto, exigiremos que nuestro impuesto anual sea reducido e incluso abolido.
»Tercero: vendemos barato lo que exportamos, pero los productos que importamos nos resultan costosos. En efecto, estamos sometidos a esos sistemas ineficaces que todavía perduran en los demás lugares. Creedme: vuestros Susurros presionarán para que se establezca un nuevo tipo de cambio entre la ficha y el ozol. De hecho, deberían ir a la par. ¿Acaso no equivale una hora de nuestro trabajo a la hora trabajada por cualquier haragán lívido de, por ejemplo, Zeck?
Jantiff sacudió la cabeza y frunció el ceño, disgustado. Los comentarios parecían tan absurdos como poco adecuados.
Los altavoces siguieron transmitiendo.
—Nuestro Centenario se aproxima. En Lusz, invitaremos al Conáctico a visitar Arrabus, unirse a nuestro festival y comprobar en persona nuestros grandes logros. Si se niega, él se lo pierde. En cualquier caso, os informaremos cumplidamente en una gran reunión de los arrabinos igualitaristas. Ahora, partimos hacia Númenes. ¡Deseadnos buena suerte!
Los Susurros saludaron levantando el brazo; la multitud respondió con un educado clamor. Los Susurros retrocedieron y desaparecieron de la vista. Varios minutos después salieron del pabellón de acceso al espaciopuerto. Un coche les esperaba. Entraron y se trasladaron hacia el gran casco de la nave espacial Eldantro.
El gentío, sin prisa, comenzó a abandonar el campo. Jantiff, ya impaciente, empujó, esquivó y se deslizó entre las masas que obstruían su avance sin gran éxito, y pasaron dos horas antes de que lograra apretujarse en el río Uncibal, sudado, cansado y muy irritado.
Fue directamente a la Centralidad de Alastor. Al entrar en el edificio no vio a Clode tras el mostrador de recepción, sino a una mujer alta y corpulenta, de busto imponente y rasgos austeros. Llevaba un severo vestido de sarga gris, y debajo una blusa blanca. Se ceñía el pelo peinado hacia atrás con un hermoso prendedor de plata. Como en el caso de Clode, resultaba evidente que su lugar de origen no era Arrabus. La mujer habló con voz formal.
—¿En qué puedo ayudarle, señor?
—Debo ver al cursar cuanto antes —dijo Jantiff. Impulsado por un hábito reflejo lanzó una nerviosa mirada hacia atrás—. El asunto es muy urgente.
La mujer inspeccionó a Jantiff durante cinco largos segundos. El joven era consciente de su apariencia desaliñada. La mujer respondió con voz algo más tajante que antes.
—El cursar no está en su despacho. Todavía no ha llegado de Waunisse.
Jantiff se quedó pasmado.
—Le esperaba hoy —dijo de mal humor—. Tenía que haber vuelto con los Susurros. ¿Está Clode?
La mujer volvió a examinar a Jantiff, que se inquietó.
—Clode no se encuentra aquí. Soy Aleida Gluster, funcionaria al servicio del Conáctico, y puedo tratar con usted de cualquier asunto tan bien como Clode.
—Le dejé un paquete, una matriz fotográfica, para que lo entregara al cursar. Sólo quería asegurarme de que estaba a buen recaudo.
—No hay ningún paquete en la oficina. Lamento decirle que Clode Morre ha muerto.
Jantiff se quedó horrorizado.
—¿Muerto? —preguntó, intentando no perder su cordura—. ¿Cómo ha sucedido, y cuándo?
—Hace tres días. Fue atacado y degollado por un rufián. Ha sido una tragedia para todos nosotros.
—¿Han detenido al asesino? —preguntó Jantiff con voz hueca.
—No. Ha sido identificado como un tal Jantiff Ravensroke, de Zeck.
—¿Y el paquete que le dejé ha desaparecido? —acertó a preguntar Jantiff.
—No hay ningún paquete en la oficina.
—¿Ha sido informado el cursar?
—¡Por supuesto! Le telefoneé inmediatamente a la Centralidad de Waunisse.
—¡Pues llame ahora mismo a Waunisse! Si el cursar está allí, debo hablar con él. El asunto es muy urgente, se lo aseguro.
—Y si está, ¿qué nombre le anuncio?
Jantiff hizo un débil intento de eludir la pregunta.
—Carece de importancia.
—Creo que su nombre es considerablemente importante —dijo Aleida con firmeza—. ¿No será por casualidad Jantiff Ravensroke?
La pregunta acabó por amilanar a Jantiff.
—Soy Jantiff Ravensroke —asintió dócilmente—, pero no soy un asesino.
Aleida le dedicó una mirada inescrutable y se volvió hacia el teléfono.
—Soy Aleida, y llamo desde la Centralidad de Uncibal. ¿Se puede poner el cursar Bonamico?
—El cursar Bonamico ha regresado a Uncibal —respondió una voz—. Partió esta mañana en el Disco Marino, en compañía de los Susurros.
—Qué extraño. Aún no ha llegado a su despacho.
—Habrá sufrido algún retraso.
—Sí, es muy probable. Gracias. —Aleida Gluster se dirigió de nuevo a Jantiff—. Si usted no es el asesino, ¿por qué los recíprocos insisten en lo contrario?
—¡Los recíprocos están equivocados! Conozco al asesino; tiene influencia sobre el contratista Shubart, que contrata los servicios de los recíprocos. Ardo en deseos de exponer todos estos hechos ante el cursar.
—Sin duda. —Aleida miró por los paneles de cristal de la pared opuesta—. Ahí vienen los recíprocos. Comuníqueles su información.
Jantiff miró hacia atrás, estremecido de terror, y vio a dos hombres con sombreros negros de copa baja que atravesaban el recinto con paso decidido.
—¡No! ¡Me detendrán y me asesinarán! Tengo noticias gravísimas para el cursar; ¡quieren cerrarme la boca!
—Entre en el despacho interior —ordenó Aleida con expresión sombría—. ¡Rápido!
Jantiff se precipitó a través de la puerta en el estudio del cursar. La puerta se cerró. Jantiff aplicó el oído a la hoja. Escuchó el golpe sordo de unas pisadas, y después la voz de Aleida.
—¿En qué puedo servirles, señores?
—Deseamos detener a un tal Jantiff Ravensroke —dijo una resonante voz de barítono—. ¿Se halla en el edificio?
—Ustedes son los recíprocos. Encarguense de determinar los hechos.
—Los hechos son éstos: desde hace tres días vigilamos estrechamente este lugar, temerosos de que el asesino intente cometer un segundo crimen, quizá con usted como víctima. Hace cinco minutos que se vio a Jantiff Ravensroke llegar a la institución. Haga el favor de hacerle salir para que le arrestemos.
—Jantiff Ravensroke ha sido acusado de asesinato; esto es cierto —dijo Aleida Gluster con su tono más glacial—. La víctima fue Clode Morre, funcionario al servicio del Conáctico, y el hecho tuvo lugar dentro de los límites territoriales de la Centralidad de Alastor. Por tanto, la responsabilidad de la solución y castigo de este crimen se halla fuera de la competencia legal de los recíprocos.
Al cabo de unos diez segundos, la voz de barítono habló.
—Nuestras órdenes son concluyentes. Debemos cumplir nuestra misión y registrar el edificio.
—No harán nada parecido. Si hacen un solo movimiento tocaré dos botones. El primero les destruirá, mediante sensores robot; el segundo hará venir a la Maza.
La voz de barítono no respondió. Jantiff oyó el golpe sordo de las pisadas que se alejaban. La puerta se abrió y Aleida se dirigió hacia él.
—Rápido, vaya tras ellos. Es su única oportunidad. Están confundidos e irán en busca de nuevas órdenes, y entonces averiguarán que renuncié a la extraterritorialidad cuando informé del asesinato de Clode.
—Pero ¿adónde iré? Si pudiera abordar una nave… Tengo mi comprobante del pasaje…
—No dude de que los recíprocos vigilarán el espaciopuerto. ¡Vaya al sur! En Balad hay una especie de espaciopuerto: vaya allí y embarquese para casa.
Jantiff hizo una mueca de tristeza.
—Balad está a miles de kilómetros de distancia.
—Es posible, pero si se queda en Uncibal le detendrán. Váyase ahora, por la puerta de atrás. Cuando llegue a Balad telefonee a la Entidad.
Jantiff ya se había marchado. Aleida Gluster imprimió a su cabeza un movimiento que indicaba indignación y cólera, y redactó un mensaje:
Al Conáctico de Lusz, desde la Centralidad de Alastor en Uncibal (Arrabus):
Ante mi gran disgusto y consternación, los acontecimientos se están precipitando en todas direcciones. En concreto, temo por el pobre Jantiff Ravensroke, que se halla en un terrible peligro; a menos que alguien lo impida, derramarán su sangre o algo peor. Se le acusa de un crimen detestable, pero casi con toda seguridad es tan inocente como un niño. El funcionario Morre ha sido asesinado y el cursar Bonamico no puede ser localizado. Por tanto, he ordenado a Jantiff que vaya al sur, a las Tierras Misteriosas, pese a los rigores del viaje.
Aleida Gluster, funcionaria,
Centralidad de Alastor,
Uncibal.