El grupo regresó a Uncibal en un estado de ánimo muy diferente al de su partida. Excepto un par de conversaciones que se desarrollaban entre murmullos, todo el mundo guardaba silencio. Skorlet y Esteban se sentaban muy erguidos y serios, con la vista clavada en el frente. Jantiff les observaba con disimulada fascinación. Un escalofrío le recorría cada vez que pensaba en su conversación. De ella se desprendía que los taciturnos gitanos le habrían secuestrado y conducido a un lugar ignoto. Al llegar al cuartel general del contratista, Esteban y Booch se encaminaron al despacho del expedidor. Jantiff aprovechó la ocasión para alejarse sigilosamente del grupo. Subió a la vía humana y rodó hacia el norte, caminando y trotando para aumentar la velocidad. De vez en cuando miraba hacia atrás, pese a que no era posible que alguien le siguiera los pasos. Lanzó una carcajada nerviosa; estaba muy asustado y no negaba el hecho. Se había mezclado en algo espantoso por pura casualidad, y su existencia se hallaba amenazada. Esteban había sido muy claro al respecto.
El Gran Acceso del Sur se cruzaba con el río Uncibal. Jantiff se desvió hacia el este y, como antes, se desplazó a la máxima velocidad posible, abriéndose paso a empujones entre la muchedumbre, esquivando los cuerpos y andando a paso ligero cuando advertía un hueco ante él. Bajó del río Uncibal en el lateral 26, y no tardó en llegar al Rosa Viejo.
Jantiff entró como una exhalación en el bloque y atravesó el vestíbulo en dirección al ascensor. Su olor familiar a almizcle le pareció casi extraño, como algo que ya no formara parte de su vida. Salió en el nivel diecinueve y corrió por el pasillo hasta llegar a su apartamento.
Entró y se quedó un instante completamente inmóvil, jadeante, intentando organizar sus pensamientos. Paseó la mirada por la habitación. Una fina capa de polvo había empezado a posarse ya sobre las pertenencias de Kedidah. Dentro de una semana nadie se acordaría de ella. ¡Todo parecía tan lejano! Así era la vida en Uncibal. En silencio. Jantiff cerró la puerta con el seguro. Después, abrió la caja fuerte del dormitorio. Metió en su bolsa ozols, el amuleto familiar, pigmentos, aplicadores y un cuaderno de notas. Guardó en un bolsillo el comprobante del pasaje, su certificado personal y algunas fichas. Levantó la matriz mientras echaba un vistazo a la puerta. Le quedaba poco tiempo; los participantes en el festín de bonter estarían llegando por el río Uncibal. Se debatió entre la prisa y la curiosidad. Aún podía echar una rápida ojeada. Sacó la matriz nueva de la cámara, insertó la vieja, colocó el interruptor en «Proyectar» y apuntó la cámara a la pared.
Imágenes: los bloques de Uncibal, disminuyendo de tamaño en la distancia; los bajíos y Disjerferact. El Rosa Viejo: la fachada, el vestíbulo, el jardín de la azotea. Más rostros: los Susurros dirigiéndose al público; Skorlet con Tanzel, con Esteban, Skorlet sola. Kedidah con Sarp. Kedidah en el comedor, Kedidah riendo, Kedidah pensativa.
Luego, fotografías de Esteban después de apoderarse de la cámara. Personas que Jantiff conocía, otras que no; copias de cuadros de un volumen de consulta rojo; una serie de imágenes de un hombre ancho de espaldas y cabello oscuro, vestido con una camisa y pantalones negros, botas altas hasta el tobillo y una gorra de visera corta. Éste era el hombre de la reunión secreta. Jantiff examinó la cara. Los rasgos eran rudos e inflexibles; los ojos entornados, bajo las cejas negras, brillaban con astucia. En algún lugar, hacía poco, Jantiff había visto esa cara o una muy parecida. Jantiff contempló el rostro con el ceño fruncido, concentrándose. Podría ser…
Jantiff se volvió en redondo cuando alguien empujó el picaporte, pero, al no poder entrar, se limitó a golpear con los nudillos en la puerta. Jantiff apagó al instante el proyector. Sacó la matriz, jugueteó con ella, indeciso, y la guardó en el bolsillo.
Llamaron de nuevo a la puerta y se oyó una voz amortiguada.
—¡Abre!
La voz de Esteban, áspera y hostil. El corazón de Jantiff saltó dentro de su pecho. ¿Cómo había llegado tan pronto Esteban?
—Sé que estás ahí. Me lo han dicho abajo. ¡Abre!
Jantiff se acercó a la puerta.
—Estoy cansado —gritó—. Vete. Nos veremos mañana.
—Quiero verte ahora. Es importante.
—Para mí, no.
—Oh, sí, es muy importante.
Unas palabras cargadas de siniestras implicaciones, pensó Jantiff.
—¿Qué es tan importante? —preguntó Jantiff con voz hueca.
—Abre.
—Ahora no. Me voy a la cama.
Una pausa.
—Como quieras.
Silencio en el pasillo. Jantiff aplicó la oreja a la puerta. Pasaron diez segundos, veinte segundos, y luego Jantiff oyó que los pasos se alejaban. Echó una mirada de despedida a la habitación, a todos sus fantasmas y voces muertas. Cogió la bolsa y la cámara, abrió la puerta y escudriñó el pasillo.
Desierto.
Jantiff salió, cerró la puerta y se encaminó al ascensor sabiendo bien a su pesar que debería pasar frente al apartamento D–18, donde entonces vivían Skorlet y Sarp. La puerta del apartamento D–18 estaba cerrada. Jantiff aligeró el paso y corrió de puntillas, como un bailarín que fingiera sigilo.
Se abrió la puerta del D–18.
Salieron Esteban y Sarp. Esteban, asomándose al interior del D–18, hizo una última observación a Skorlet.
Jantiff intentó avanzar por el pasillo sin hacer ruido, pero Sarp, al levantar la vista, advirtió su presencia. Sarp tiró del brazo de Esteban.
Éste dio media vuelta.
—¡Jantiff, espera! ¡Ven aquí!
Jantiff no le hizo caso. Corrió hacia el ascensor y apretó el botón. La puerta se abrió y Jantiff se precipitó adentro. La puerta se cerró casi ante la cara retorcida en una mueca de Esteban. Algo metálico brillaba en su mano.
Jantiff, con el corazón latiéndole violentamente, descendió a la planta baja. Atravesó corriendo el vestíbulo, salió a la calle y se dirigió a la vía humana.
Sarp y Esteban salieron del Rosa Viejo. Se detuvieron, miraron a derecha e izquierda, vieron a Jantiff y se lanzaron en su persecución. El joven se precipitó hacia el abarrotado carril rápido y se abrió paso a empujones entre los pasajeros, indiferentes a su angustia, sin soltar la bolsa y la cámara. Esteban y Sarp, algo más rezagado, le siguieron. El cuchillo que Esteban empuñaba se veía claramente. Los ojos de Jantiff, mientras pugnaba por avanzar, casi se le salían de las órbitas a causa de la incredulidad. ¡Esteban quería matarle! ¿En la vía humana, ante todos los pasajeros? ¡Imposible! ¡No se lo permitirían! La gente le ayudaría, sujetaría a Esteban… ¿O no? Sin dejar de avanzar a duras penas, Jantiff miraba a ambos lados y sólo veía expresiones vidriosas de fastidio.
Esteban, abriéndose paso a codazos con mayor brusquedad que Jantiff, iba ganando terreno. Jantiff pudo ver su expresión determinada, el brillo de sus ojos. El joven tropezó y cayó a un lado; Esteban se lanzó sobre él con el cuchillo levantado. Jantiff agarró a una mujer alta, de facciones afiladas, y la empujó contra Esteban. La mujer aferró a Jantiff, enfurecida, y le arrancó la bolsa. Él abandonó bolsa y cámara y huyó, tratando únicamente de salvar su vida. Esteban, implacable, le siguió.
Había espacio libre en la desviación del río Uncibal y Jantiff ganó unos pocos metros, que volvió a perder casi al instante por culpa de la multitud. El joven, dando empujones, codazos y golpes, fue abriéndose paso a pesar de las protestas. Dos veces se acercó Esteban lo suficiente como para blandir su cuchillo. La gente gritaba de miedo y se atropellaba para escapar. Jantiff consiguió evitar el ataque en cada ocasión, una gracias a un espasmódico arranque de agilidad, la otra empujando a un hombre contra Esteban, de forma que ambos cayeron y pudo ganar otros diez metros. Alguien, sin darse cuenta o a propósito, hizo la zancadilla a Jantiff; quedó tendido en el suelo y Esteban se abalanzó sobre él. Ante los ojos expectantes de los pasajeros, Jantiff propinó una patada a la ingle de Esteban y rodó frenéticamente a un lado. Se levantó de un salto, se apoderó de una mujer baja y cuadrada que chillaba como una posesa y la tiró contra Esteban, que cayó encima de la mujer. El cuchillo salió despedido; Jantiff alargó la mano para cogerlo, pero la mujer le dio un puñetazo en el rostro, y Esteban llegó antes. Jantiff se incorporó con un gemido de desesperación y huyó por el río Uncibal.
—¡Al esnergo, al esnergo! —gritó Esteban, cansado—. ¡Coged al esnergo!
La gente se volvía a mirar y, al ver a Jantiff, se apartaba rápidamente. Los gritos de Esteban repercutieron en beneficio de aquél, que aumentó la distancia entre ambos. Esteban no tardó en dejar de gritar.
Enfrente, el lateral 16 se cruzaba con el río Uncibal. Jantiff se puso a un lado como si quisiera desviarse, pero en vez de ello se acurrucó tras un grupo de personas y dejó que el río le transportara. Esteban, engañado, se precipitó por la desviación hacia el lateral y perdió así su presa.
Jantiff volvió atrás en el siguiente cambio de sentido y rodó hacia el este, sin dejar de mirar a todas partes. No descubrió señales de que le persiguieran, sólo las hileras interminables de rostros que transportaba el río.
Había perdido la bolsa con todos sus ozols, y también la cámara.
Jantiff emitió un tembloroso rugido de furia; maldijo a Esteban con todos los epítetos que se le ocurrieron y juró vengarse. ¡Qué día tan abominable! A partir de aquel momento todo sería diferente.
En el punto en que el río Uncibal torcía bruscamente hacia el espaciopuerto, Jantiff continuó en dirección a la Centralidad de Alastor. Pasó bajo el portal negro y dorado con la sensación de estar a salvo por fin, cruzó el recinto y entró en la institución. El funcionario Clode, ataviado con el uniforme negro y beige que indicaba su pertenencia al Servicio del Conáctico, se levantó.
—¡Soy Jantiff Ravensroke, de Zeck! —gritó Jantiff—. ¡Debo ver al cursar cuanto antes!
—Lo siento, señor —dijo el empleado—. En este momento es imposible.
—¿Imposible? ¿Por qué? —preguntó Jantiff, estupefacto.
—El cursar no se halla en Uncibal.
Jantiff apenas pudo contener un gemido de angustia. Miró hacia atrás; el recinto estaba desierto.
—¿Dónde está? ¿Cuándo volverá?
—Ha ido a Waunisse para asesorar a los Susurros antes de que partan para Númenes. Volverá el evodía con los Susurros a bordo del Disco Marino.
—¿El evodía? ¡Faltan tres días! ¿Qué haré hasta entonces? ¡He descubierto un peligroso complot contra el Conáctico!
Clode miró de soslayo a Jantiff, vacilante.
—Si eso es cierto, hay que informar cuanto antes al cursar.
—Si sobrevivo hasta el evodía. No tengo a donde ir.
—¿Y su apartamento?
—No es seguro. ¿Puedo quedarme aquí?
—Las habitaciones están cerradas con llave. No puedo dejarle entrar.
Jantiff volvió a mirar hacia atrás.
—¿Adónde iré?
—Sólo puedo sugerirle la Posada de los Viajeros.
—He perdido el dinero. ¡Me lo han robado!
—No hace falta que pague la cuenta hasta el evodía. El cursar le prestará algo.
Jantiff asintió, sombrío. Se lo pensó bien y sacó la matriz del bolsillo.
—Déme papel, por favor.
Clode le tendió papel y una pluma. Jantiff escribió:
Ésta es la matriz de mi cámara. Estoy seguro de que las fotos contienen indicios de un complot. El mismo Conáctico podría estar amenazado. Los responsables viven en el Rosa Viejo, bloque 17–882. Sus nombres son Esteban, Skorlet y Sarp. Hay otra persona desconocida. Volveré el evodía, a menos que me hayan asesinado.
Jantiff Ravensroke
Frayness (Zeck).
Jantiff envolvió la matriz con el mensaje y entregó el paquete a Clode.
—Guarde esto a buen recaudo y entréguelo al cursar cuanto antes. En el caso de que… —La voz de Jantiff tembló un poco—… me asesinaran, ¿lo hará?
—Desde luego, señor. Haré cuanto esté en mi mano.
—Ahora debo irme, antes de que a alguien se le ocurra venir a buscarme aquí. No informe a nadie de mi paradero.
—Por supuesto que no.
Clode forzó una sonrisa.
Jantiff se volvió lentamente, reacio a abandonar la relativa seguridad de la Centralidad. Pero no había otra posibilidad; si se confinaba entre las paredes de la Posada de los Viajeros hasta el evodía, todo iría bien.
Se detuvo bajo las sombras que protegían el portal y examinó el terreno que se extendía ante sus ojos. Divisó a Esteban en seguida, a menos de cincuenta metros de distancia, caminando con paso decidido hacia la Centralidad. Jantiff quedó boquiabierto de consternación. Volvió a entrar en el recinto y se aplastó contra la superficie interior del portal. Allí aguardó, conteniendo el aliento.
Pasos. Esteban pasó de largo y atravesó el recinto. Tan pronto como Jantiff observó la espalda que se alejaba, se deslizó por el portal y huyó a largas zancadas hacia la vía humana.
—¡Eh, Jantiff!
El furioso chillido de Esteban se clavó en su nuca. Jantiff saltó a la vía humana y al mirar hacia atrás comprobó que Esteban se había inmovilizado en el portal y vacilaba como atrapado entre varias alternativas.
Jantiff se preguntó qué habría sucedido de estar el cursar presente. El joven fue hacia el carril de máxima velocidad. Miró hacia atrás y divisó una última imagen de Esteban, de pie ante el portal, para luego desaparecer de su vista a medida que el río le arrastraba adelante.
En la Posada de los Viajeros, Jantiff firmó en el registro como Arlo Jorum de Pharis, Alastor 458. El empleado le asignó una habitación sin hacer comentarios.
Jantiff se bañó y se tendió en la cama, consciente de sus músculos doloridos y de su gran cansancio. Cerró los ojos; los tres días que faltaban para el evodía pasarían con mayor rapidez si dormía. Inhaló y exhaló varias bocanadas de aire. Por fin estaban controladas las circunstancias. La Posada de los Viajeros, al menos, proporcionaba cierta seguridad. Si Esteban le atacaba, bastaría con notificar a los recíprocos[74] de servicio en la posada.
Jantiff abrió los ojos, parpadeó, hizo una mueca y los volvió a cerrar. Ante sus ojos pasaron imágenes de aquel día terrible. Se retorció en su lecho. Empezó a sufrir retortijones. Se reincorporó. Necesitaba comer. Se vistió y bajó a la cafetería, donde pidió una comida a base de grufo, dedlo y un cuenco de tambaleo, que cargó a su cuenta.
El sistema de megafonía, que había estado transmitiendo una serie de melodías populares letárgicas, dio paso de repente a un boletín de noticias:
¡Atención todos! Les informamos de un horrendo crimen, que acaba de hacer público la Reciprocidad de Uncibal. El asesino es un tal Jantiff Ravensroke, un visitante temporal, nativo de Zeck. Es un hombre joven, alto, delgado, de cabello oscuro, que lleva peinado de forma inclasificable. Tiene el rostro enjuto, nariz larga y ojos de un color verde muy vivo. Los recíprocos han dado la orden urgente de detenerle, a fin de investigar en detalle su insensato acto. En estos momentos se está procediendo a una búsqueda intensiva. ¡Igualitaristas todos! ¡Manteneos atentos a la presencia de este peligroso extranjero!
Jantiff se levantó de un salto y permaneció inmóvil, tembloroso de consternación. Avanzó con tímidos pasos hacia la arcada que daba al vestíbulo. Dos hombres tocados con sombreros negros de copa baja estaban ante el mostrador de la recepción, inclinados sobre el empleado.
El corazón de Jantiff se le subió a la garganta: ¡los recíprocos! El empleado, respondiendo con nerviosa verbosidad, extendió un largo y pálido dedo en dirección al ascensor y a la habitación de Jantiff.
Los dos hombres dieron media vuelta y se precipitaron hacia el ascensor. Tan pronto como desaparecieron, Jantiff salió al vestíbulo, se deslizó sigilosamente por la pared más lejana hasta la puerta y se perdió en la noche.