6

Jantiff estaba cada día más preocupado por el extraño comportamiento de Skorlet. Nunca había pensado de ella que fuera sosegada o imperturbable, pero ahora oscilaba entre accesos de silencio absoluto y una jovialidad nerviosa muy peculiar. Jantiff la sorprendió dos veces en intima conversación con Esteban, y las charlas se interrumpían con tal brusquedad que Jantiff llegaba a sentirse como un intruso. En otras ocasiones la sorprendió paseando por la habitación y sacudiendo las manos como si las tuviera mojadas. Era un nuevo síntoma que Jantiff no tuvo otro remedio que observar.

—¿Qué te preocupa ahora? —preguntó.

Skorlet se detuvo en seco, volvió hacia Jantiff una mirada opaca, y después proclamó a voz en grito sus cuitas.

—¡Esteban y su maldito festín de bonter! Tanzel está enferma de nervios, y Esteban quiere que se lo paguemos todo. No tengo las fichas necesarias.

—¿Por qué no invita a Tanzel?

—¡Ja! ¡Ya deberías conocer a Esteban! ¡Es absolutamente despiadado en lo referente al dinero[66]!

Jantiff empezó a presentir un posible sesgo de la conversación. Sacudió la cabeza en un gesto de simpatía y se deslizó hacia el dormitorio. Skorlet le agarró por el brazo, y los temores de Jantiff se materializaron al instante.

—Jantiff, tengo cien fichas —dijo Skorlet con voz ronca—. Necesito quinientas más para el festín de bonter. ¿Me las prestarás? Seré amable contigo.

Jantiff reculó y paseó la mirada por la habitación.

—En este momento no necesito ningún gesto amable.

—Pero Jantiff, sólo son uno o dos ozols. Tienes todo un fajo.

—Necesito esos ozols para volver a casa.

—¡Ya tienes el billete! ¡Me lo dijiste!

—¡Sí. sí, tengo mi billete, pero tal vez quiera hacer un alto en el camino, y entonces no tendré dinero porque lo malgasté en el festín de bonter de Esteban!

—Pero has derrochado el dinero reservándote una plaza.

—También dilapidé mis pigmentos en tus globos rituales.

—¿Es necesario que seas tan mezquino? —rezongó Skorlet, repentinamente furiosa—. ¡Eres demasiado miserable para preocuparte por nada! ¡Puedes estar agradecido de que convenciera a Esteban!

—No sé de qué estás hablando. No es problema de Esteban el que yo sea mezquino, miserable o lo que quieras llamarme.

Skorlet intentó decir algo, pero contuvo su comentario.

—No voy a seguir hablando de este tema.

—Exactamente —replicó Jantiff con frialdad—. De hecho, no hace falta añadir nada más sobre ningún tema.

Skorlet le miró de reojo con malicia.

—¿No? Pensaba que querías irte a vivir con esa slanga[67] de Kedidah.

—Hablé en estos términos —dijo Jantiff en tono mesurado—, pero, evidentemente, no es posible, y así termina la historia.

—Es posible y resultará muy fácil, si a mí me da la gana.

—Ah, ¿sí? ¿Y cómo conseguirás ese milagro?

—Jantiff, por favor, no analices todas y cada una de mis frases.

Siempre consigo lo que me propongo, no lo dudes. El viejo Sarp se trasladará aquí si Tanzel copula con él de vez en cuando, y como está tan ansiosa de acudir al festín, todo irá sobre ruedas.

Jantiff se apartó, disgustado.

—No quiero participar en semejante acuerdo.

Skorlet lo miró fijamente; sus cejas eran dos franjas negras arqueadas por la sorpresa.

—¿Por qué no? Todo el mundo consigue lo que desea. ¿Por qué te opones?

Jantiff intentó formular una respuesta altiva, pero no se le ocurrió ninguna opinión apropiada. Exhaló un suspiro.

—En primer lugar, me gustaría discutir el asunto con Kedidah. A fin de cuentas…

—¡No! Kedidah carece de relevancia en este caso. ¿Qué más le da? Está muy ocupada con su equipo de hussade; le importa un bledo si vives aquí o allí.

Jantiff miró al techo y preparó una réplica aguda, pero al fin contuvo su lengua. Los puntos de vista de Skorlet y de él eran irreconciliables. No valía la pena incitarla a soltar una nueva parrafada.

Pero Skorlet no necesitaba ningún estímulo.

—Francamente, Jantiff, me alegraría de que te largaras de aquí. ¡Tú y tus refinadas poses! ¡Colgando por todas partes pequeños bocetos para recordarnos tu talento! Nunca olvidarás tu elitismo, ¿verdad? ¡Esto es Arrabus, Jantiff! ¡Estás aquí porque te toleramos, no lo olvides!

—¡Ni hablar! —estalló Jantiff—. He pagado por ese derecho, y trabajo.

La redonda cara pálida de Skorlet adquirió una expresión astuta y socarrona.

—Esos bocetos son muy extraños. Esos rostros infinitos me intrigan. ¿Por qué los haces? ¿Qué o a quién estás buscando? ¡Quiero la verdad!

—Dibujo rostros porque me apetece. Y ahora, como voy a llegar tarde al trabajo…

—Y ahora, ¡bah! Dame el dinero y ya me encargo yo de lo demás.

—No, de ninguna manera. Primero te encargas de hacer los preparativos. No tengo tantas fichas: tendré que cambiar ozols en el espacio–puerto.

Skorlet le dirigió una larga y sombría mirada.

—Siempre que pueda darle a Esteban una respuesta definitiva, y voy a verle ahora mismo.

—Puede ser todo lo definitiva que quieras.

Skorlet salió del apartamento. Jantiff se puso su mono de trabajo y bajó a la calle, donde recordó de repente que había cambiado el turno de hoy con Arsmer. Se sintió un poco estúpido: luego, subió en el ascensor a su apartamento y fue directamente al dormitorio. Se sacó las botas y el mono para guardarlos en el armario. En ese momento se abrió la puerta del apartamento y entraron varias personas. Pasos decididos se acercaron al dormitorio. Alguien deslizó la puerta a un lado y echó un vistazo al interior, sin darse cuenta de que Jantiff se hallaba junto al armario.

—No está aquí —dijo una voz que Jantiff reconoció como la de Esteban.

—Se ha ido a trabajar —dijo Skorlet—. Sentaos mientras compruebo si la bazofia está lista para beber.

—Por mí no te preocupes —dijo una voz ronca y áspera que Jantiff no pudo reconocer—. No puedo soportar esa mierda.

—Para ti es muy fácil decirlo, con todos tus vinos y viñas —replicó la voz chirriante de Sarp.

—¡No temas, pronto dirás lo mismo! —declaró Esteban con una voz que vibraba de entusiasmo—. Concédenos sólo un par de meses.

—O eres un genio o un lunático —dijo la voz desconocida.

—¡Emplea la palabra visionario! —dijo Esteban—, ¿acaso no es así como sucedieron los grandes acontecimientos del pasado? El visionario se entrega a la meditación contemplativa. Forja un plan irresistible y derriba un imperio. De los atroces bocetos de Jantiff se desprende esta teoría de toda una vida.

—«Toda una vida»: empleas las palabras de forma apropiada —dijo con sequedad el desconocido—. Resuenan.

—¡Abandonemos la negatividad aquí y ahora! —exclamó Esteban—. No es más que un estorbo. ¡Sólo se triunfa gracias a la propia audacia!

—En cualquier caso, no seamos imprudentes. No me costaría nada enumerar cien caminos que desembocan en el desastre.

—¡Muy bien! Los examinaremos todos de uno en uno y los evitaremos. Skorlet, ¿dónde está la bazofia? Sírvenos con generosidad.

—No te olvides de mí —dijo Sarp.

Jantiff se sentó en la cama. Emitió una discreta tosecilla, justo cuando Esteban volvía a hablar.

—¡Por el éxito de nuestra empresa!

—Todavía no he sintonizado con vuestra frecuencia —gruñó el desconocido—. Me parece poco verosímil, improbable e incluso irreal.

—De ningún modo —replicó Esteban alegremente—. Divide el asunto en pasos independientes. Cada uno es la sencillez personificada, sobre todo en tu caso. ¿Cómo podrías inclinarte por actuar de otra manera?

—Hay algo de verdad en lo que dices —rezongó el desconocido con cierta amargura—. Déjame ver ese boceto otra vez… Sí, es en verdad extraordinario.

—Tal vez deberíamos brindar por Jantiff —ironizó Skorlet.

—En efecto —respondió Esteban—. Debemos pensar en Jantiff con mucho detenimiento.

Jantiff se estiró sobre la cama y consideró la posibilidad de ocultarse debajo.

—El sólo simboliza el problema básico —dijo el desconocido—. Para decirlo con más claridad: ¿cómo evitaremos que nos reconozcan?

—Respecto a eso, nos eres indispensable —dijo Esteban.

—Por definición, todos somos indispensables —rió entre dientes Sarp.

—Es verdad —reconoció Esteban—. Para que uno triunfe, todos los demás también han de triunfar.

—Una cosa es cierta —musitó Skorlet—. En cuanto nos comprometamos, no podremos volvernos atrás.

Jantiff pensó que la voz de Skorlet, fría y firme, era muy diferente de la que había utilizado durante su reciente discusión.

—Volvamos al problema básico —dijo la voz ronca y áspera—. No cabe duda de que vuestra ausencia del Rosa Viejo llamará la atención.

—¡Nos habremos trasladado a otros bloques!

—Estupendo, hasta que alguien mire a la pantalla y diga: «¡Vaya, ahí está Sarp! ¡Caramba, ésa es Skorlet! ¡Y Esteban!».

—Lo he meditado mucho —dijo Esteban—. El problema es superable. Al fin y al cabo, nuestros conocidos no son tan numerosos.

—¿Te olvidas del Bombah Más Apestoso[68]? Los Susurros le han invitado al Centenario.

—Está invitado, pero no creo que venga.

—Nunca se sabe —terció el desconocido—. Cosas más raras se han visto. Insisto en que no dejemos nada al azar.

—¡De acuerdo! De hecho, ya he pensado en esta contingencia. ¡Pensad! Si viene, seguro que subirá a la vara del mono[69], ¿verdad?

—Es posible, pero no seguro.

—Bien, vendrá o no vendrá.

—Eso es auténticamente cierto.

—Si alguien te diera una bolsa de poguetos y supieras que uno estaba envenenado, ¿qué harías?

—Tiraría toda la bolsa.

—Ésa es una posibilidad. Se desperdiciaría un gran número de poguetos, por supuesto.

—Ummm… Bien, ya lo discutiremos en otro momento. ¿Sigues adelante con tu festín de bonter?

—Desde luego —dijo Skorlet—. Se lo he prometido a Tanzel y no hay motivos para decepcionarla.

—Hasta cierto punto, llamará la atención sobre nosotros.

—No tanto. Los festines de bonter no son infrecuentes.

—Aun así, ¿por qué no lo suspendéis? Ya habrá más oportunidades en el futuro.

—¡Pero yo no confío en el futuro! ¡Es una escalera de caracol que puede desplomarse en cualquier dirección!

—Como queráis. No es un detalle de importancia.

Skorlet, por algún motivo inconcreto, entró en el dormitorio. Se dirigió a su armario y, al volverse, vio a Jantiff. Emitió un graznido de estupor.

—¿Qué haces aquí?

Jantiff fingió que se despertaba.

—¿Eh? ¿Cómo? Ah, hola, Skorlet. ¿Ya es hora de vumpear?

—Pensaba que te habías ido a trabajar.

—Cambié el turno de hoy con Arsmer. ¿Por qué? ¿Cuál es el problema? ¿Tienes invitados?

Jantiff se incorporó y apoyó los pies en el suelo. Se oyó un murmullo de voces en la sala de estar, y después la puerta se abrió y cerró. Esteban se asomó al dormitorio.

—Hola, Jantiff. ¿Te hemos molestado?

—En absoluto —dijo Jantiff.

Contempló con inquietud el bulto indistinto de Esteban.

—Estaba completamente dormido.

Se levantó. Esteban se apartó cuando Jantiff salió a la sala de estar, que estaba vacía.

Esteban habló con suavidad a su espalda.

—Skorlet me ha dicho que le adelantarás el dinero para el festín de bonter.

—Sí. Estuve de acuerdo.

—¿Cuándo me darás el dinero? Perdona que sea tan brusco, pero he de cumplir mis compromisos.

—¿Te va bien mañana?

—Muy bien. Hasta mañana, pues.

Esteban dirigió una significativa mirada a Skorlet y abandonó el apartamento. Skorlet le siguió al pasillo.

Jantiff se acercó a la pared en la que había clavado con alfileres algunos bocetos. Los examinó de uno en uno. Ninguno le parecía especialmente incitante. ¡Una situación muy peculiar!

Skorlet regresó. Jantiff se apartó en seguida de los bocetos. Skorlet se dirigió a su mesa y cambió de orden sus escasas chucherías.

—¡Esteban es tan extravagante! —dijo con voz frívola—. Nunca me lo tomo en serio, sobre todo después de uno o dos picheles de bazofia, cuando fantasea de una forma atroz. No sé si has oído lo que decía…

Hizo una pausa y miró de reojo, con las espesas cejas negras arqueadas interrogadoramente.

—Estaba dormido por completo —se apresuró a repetir Jantiff—. Ni siquiera me enteré de que estaba aquí.

Skorlet aprobó con la cabeza.

—¡No te puedes imaginar las intrigas y proyectos que he escuchado durante años y años! Ninguno llegó a nada, por supuesto.

—¿No? ¿Y el festín de bonter? ¿También es una fantasía?

—¡Por supuesto que no! —rió Skorlet, divertida—. ¡Es muy real! De hecho, deberías ir a cambiar tu dinero y yo lo arreglaré todo con Sarp.