Jantiff Ravensroke había nacido en Frayness de Zeck, Alastor 503, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Lile Ravensroke, calibraba micrómetros en el Instituto de Diseño Molecular; su madre trabajaba media jornada como analista técnico en Instrumentos Orión. Dos hermanas, Ferian y Juille, se habían especializado respectivamente en una subfase de condaptería[49] y en la talla de postes de amarre[50].
Jantiff, un joven alto y delgado de larga cara huesuda y lacio cabello negro, estudió diseño gráfico en la academia secundaria, y después, al cabo de un año, se reorientó hacia la cromática y la psicología de la percepción. En la escuela superior se dedicó a la historia de la imaginación creativa, pese a la opinión de su familia de que intentaba hacer demasiadas cosas a la vez. Su padre señaló que no podía esperar indefinidamente a elegir una especialidad, que sus entusiasmos inconexos, aunque sin duda entretenidos, parecían apuntar hacia la frivolidad e incluso la irresponsabilidad.
Jantiff escuchó con respetuosa atención, pero no tardó en caer sobre un manual de pintura paisajística, empecinado en que sólo los pigmentos naturales podían retratar los objetos naturales de forma adecuada y, por añadidura, que las sustancias sintéticas, por ser espurias y antinaturales, influían inconscientemente en el dibujante y falseaban su obra. Jantiff consideró convincente el argumento y empezó a reunir, pulverizar y mezclar ocres de todos los tonos, cortezas, raíces, bayas, glándulas de peces y secreciones de roedores nocturnos, mientras su familia se lo tomaba a broma.
Lile Ravensroke se sintió obligado de nuevo a corregir la inestabilidad de Jantiff. Optó por acercarse al tema de una manera indirecta.
—¿Debo suponer que no te has reconciliado con una vida de abyecta pobreza?
Jantiff, apacible y cándido por naturaleza, con ocasionales lapsos de despiste, respondió sin titubear.
—¡Claro que no! Disfruto mucho con las cosas buenas de la vida.
—Espero que no trates de conseguir esas cosas buenas mediante el crimen o el fraude, sino por tu propio esfuerzo —prosiguió Lile Ravensroke con voz indiferente.
—¡Por supuesto! —dijo Jantiff, un poco desconcertado ya—. Es evidente.
—Entonces, ¿cómo esperas sacar provecho de tu educación hasta el presente, es decir, un poco de esto y otro poco de aquello? ¡«Experiencia» es la palabra en la que debes concentrarte! Control seguro sobre una técnica específica. ¡Así te ganarás la vida!
Jantiff declaró con voz mansa que todavía no había descubierto una especialidad que pudiera interesarle hasta el fin de sus días. Lile Ravensroke replicó que, según sus conocimientos, jamás mandato divino alguno había ordenado que el trabajo fuera alegre o interesante. Jantiff reconoció en voz alta la sabiduría de las afirmaciones paternales, pero en privado se aferró a la esperanza de que conseguiría obtener provecho de su frivolidad.
Jantiff terminó el curso en la escuela superior sin grandes distinciones, y ante él se abrió el interludio del verano. Durante esos pocos meses debería definir el rumbo de su futuro; algún estudio especializado en el ateneo o tal vez un aprendizaje como diseñador técnico. ¡Parecía que la juventud, con todos sus alegres caprichos, iba a escapársele de las manos! Jantiff, deprimido, abrió al azar el viejo tratado de pintura de paisajes, y encontró un pasaje incitador:
Para ciertos dibujantes, el paisajismo se convierte en una ocupación para toda la vida. Existen muchos ejemplos interesantes en ese campo. ¡Recuerden que la pintura refleja no sólo la escena, sino el punto de vista particular del dibujante!
Otro aspecto de ese arte merece, como mínimo, una mención: la luz del sol. El complemento básico del proceso visual varía de planeta en planeta, desde un brillo rojo oscuro a un resplandor crepitante blanco púrpura. Cada una de estas iluminaciones hace necesario un ajuste diferente de la tensión subjetiva–objetiva. Los viajes, en especial los viajes transplanetarios, constituyen un valioso entrenamiento para el dibujante. Aprende a observar con ojo desapasionado; aparta velos ilusorios y ve los objetos como son.
Existe un planeta en el que el sol y la atmósfera cooperan para producir una luz absolutamente gloriosa, donde cada superficie brilla con su auténtico y correcto color. El sol es la estrella blanca Dwan y el afortunado planeta es Wyst, Alastor 1716.
Juille y Ferian decidieron curar a Jantiff de sus caprichos descarriados. Diagnosticaron que su problema era timidez, y le presentaron a una serie de atrevidas y, en ocasiones, temperamentales muchachas, con la esperanza de intensificar su vida social. Las muchachas no tardaban en aburrirse, desconcertarse o inquietarse. Jantiff no era ni feo, con su cabello negro, ojos verde azulados y perfil casi aquilino, ni tímido; sin embargo, carecía de talento para conversar de temas triviales, y sospechaba, acertadamente, que sus anhelos poco convencionales sólo provocaban la burla cuando se enardecía lo suficiente como para exponerlos.
A fin de evitar una recepción social, Jantiff, sin informar a sus hermanas, se marchó de la casa flotante familiar, amarrada a un muelle del mar de Shard. Temeroso de que Juille, Ferian o ambas a la vez fueran en su busca, Jantiff zarpó de inmediato, atravesó la bahía de Fallas y llegó a los bajíos, donde ancló su barca entre las cañas.
Paz y soledad por fin, pensó Jantiff. Puso a hervir una tetera, se acomodó en una silla en la cubierta de proa y contempló el lento descenso del sol Mur hacia el horizonte. La brisa del anochecer rizaba las aguas; un millón de fulgores anaranjados centelleaban entre las esbeltas cañas negras. Jantiff se fue serenando. El ancho y tranquilo cielo y el juego de la luz del sol sobre las aguas eran un bálsamo para su espíritu inseguro. ¡Si pudiera capturar la paz de este momento y conservarla para siempre! Sacudió la cabeza tristemente. La vida y el tiempo eran inexorables; el momento debía pasar. Una fotografía, un pigmento que jamás podría reproducir ese espacio, ese resplandor y ese fulgor, era inútil. Aquí estaba la misma esencia de sus anhelos; quería controlar el mágico vínculo entre lo real y lo irreal, lo sentido y lo visto. Deseaba saturarse del significado secreto de las cosas y emplear este conocimiento mientras el sentimiento le embargara. Estos «significados secretos» no eran necesariamente ni profundos ni sutiles; eran lo que eran, así de sencillo. Como las circunstancias presentes; por ejemplo: el ambiente del anochecer, la barca entre las cañas y, quizá lo más importante de todo, la solitaria figura sobre el puente. Jantiff recreó en su mente un dibujo, y llegó incluso a seleccionar pigmentos… Suspiró y sacudió la cabeza. Una idea imposible de llevar a la práctica. Aun en el caso de que fuera capaz de plasmar tal representación, ¿qué haría con ella? ¿Colgarla de una pared? Absurdo. Sucesivas contemplaciones neutralizarían su efecto con tanta rapidez como la repetición de un chiste.
El sol se hundió en el horizonte; mariposas de agua volaban entre las cañas. Desde el agua le llegó el sonido de tranquilas voces que conversaban en tono mesurado. Jantiff escuchó atentamente; un estremecimiento recorrió su cuerpo. Nadie podía explicar las voces marinas. Si una persona intentaba acercarse con sigilo a bordo de una embarcación, los sonidos cesaban. Y el significado, por más que se esforzara en escuchar, siempre era ininteligible. Las voces marinas siempre habían fascinado a Jantiff. En cierta ocasión había grabado los sonidos, pero cuando los reprodujo el sentido le resultó todavía más remoto. «Significados secretos», musitó Jantiff… Se esforzó por escuchar. Si conseguía captar una palabra que le diera la clave, lo comprendería todo. Como si hubieran intuido al espía, las voces se callaron, y la noche oscureció el mar.
Jantiff volvió al camarote. Cenó a base de pan, carne y cerveza, y después regresó a la cubierta. Las estrellas resplandecían en el cielo. Jantiff se sentó a mirarlas. Su mente vagó por lejanos lugares; nombró las estrellas que iba reconociendo y especuló sobre las demás[51]. Existían tantas cosas, había tanto que sentir, ver y conocer… No bastaba una sola vida… Escuchó el murmullo de voces al otro lado del agua, y Jantiff imaginó pálidas formas que flotaban en la oscuridad, contemplando las estrellas… Las voces menguaron y se desvanecieron. Silencio. Jantiff volvió una vez más al camarote y se preparó otra tetera.
Alguien había dejado un ejemplar del Transvoyer sobre la mesa. Jantiff hojeó el periódico y un titular atrajo su atención:
EL CENTENARIO ARRABINO: Una notable era de innovaciones sociales en el planeta Wyst, Alastor 1716.
Su corresponsal de Transvoyer visita Uncibal, la poderosa ciudad situada junto al mar. Descubre en ella una sociedad dinámica, impulsada por originales fuerzas filosóficas. El objetivo arrabino es la realización humana, sin incomodidades ni estrecheces. ¿Cómo se ha logrado este milagro? Mediante una revisión drástica de las prioridades tradicionales. Pretender que los agobios y las tensiones no existen sería minimizar los logros arrabinos, que no muestran signos de flaqueza. Los arrabinos están a punto de celebrar su primer centenario. Nuestro corresponsal aporta fascinantes detalles.
Jantiff leyó el artículo con un interés superficial. Wyst, donde (¿cómo decía la frase?), «cada superficie brilla con su auténtico y correcto color», disfrutaba de la extraordinaria luz del sol Dwan. Apartó a un lado la revista y subió otra vez a cubierta. Las estrellas habían cambiado un poco de posición; la constelación conocida en el planeta como Shamizade había surgido por el este y se reflejaba en el mar. Jantiff exploró los cielos preguntándose qué estrella sería Dwan. Bajó al camarote y consultó la edición local del Almanaque de Alastor, en el que se identificaba a Dwan como una estrella blanca apenas luminosa de la constelación de la Tortuga, paralela al borde de la concha[52].
Jantiff trepó al puente principal de la casa flotante y examinó el cielo. Al norte, bajo el Estator, colgaba la Tortuga, y allí brillaba la pálida llama vacilante de Dwan. Quizá la imaginación le jugaba malas pasadas, pero daba la impresión de que la estrella estaba henchida de color.
La información referente a Wyst apenas habría despertado su interés de no ser porque al día siguiente Jantiff reparó en un anuncio, patrocinado por Sistemas de Transporte Espaciales, que daba cuenta de un concurso. La empresa premiaría con un pasaje de ida y vuelta desde cualquier planeta del Cúmulo, más trescientos ozols para gastos, a la ilustración que plasmara mejor el encantador paisaje de Zeck. Jantiff se procuró al instante lienzo y pigmentos y reprodujo de memoria los bajíos del mar de Shard, con la casa flotante anclada entre las cañas. El plazo expiraba al cabo de pocos días; trabajó febrilmente y entregó la composición a la empresa pocos minutos antes de que se cerrara la admisión de obras.
Tres días después le notificaron, sin gran sorpresa por su parte, que había ganado el primer premio.
Jantiff esperó a la noche para dar la noticia a su familia. Tanto el hecho de que los pintarrajos de Jantiff tuvieran algún valor como el que éste deseara conocer mundos extraños les dejó estupefactos. Jantiff se esforzó en explicar sus motivos.
—Claro que no me siento desdichado en casa, pero no sé qué hacer. No soy capaz de decidirme por algo. Tengo la sensación de que a la vuelta de la esquina me aguarda algo nuevo y maravilloso…, pero no sé en qué esquina.
—La verdad, Jantiff, es que eres muy caprichoso —rezongó su madre.
—¿Es que no deseas una vida normal y ordinaria? —preguntó con tristeza Lile Ravensroke—. ¿Prefieres disparates deslumbrantes a un trabajo decente y un hogar feliz?
—Ignoro cuáles son mis ambiciones. Ésa es la mayor dificultad. Lo que más deseo en este momento es alejarme por un tiempo y ver algo del Cúmulo. Después, quizá me sienta dispuesto a sentar la cabeza.
—¡Te irás lejos de aquí y prosperarás, y nunca más te volveremos a ver! —gritó su madre, desconsolada.
—¡Claro que no! —rió Jantiff, intranquilo—. No se me ha ocurrido nada tan terminante. Me siento inquieto y desasosegado. Quiero ver cómo vive otra gente para decidir cómo quiero vivir yo.
—Cuando era joven tenía ideas similares —dijo lúgubremente Lile Ravensroke—. Por suerte o por desgracia las deseché, y ahora estoy seguro de que tomé la decisión correcta. No hay nada como el hogar.
—Nunca volverás a probar pasteles de hierba agria, bruntos o shushings como los que mamá prepara —le dijo Ferian.
—Estoy dispuesto a pasar privaciones. Hasta es posible que me gusten las comidas exóticas.
—Uf —dijo Juille—. Todas parecen raras y malolientes.
El grupo permaneció en silencio durante un momento.
—Si sientes la necesidad de marcharte —dijo el padre de Juille—, nuestros argumentos no te disuadirán.
—Lo hago por mi bien —declaró Jantiff con voz hueca—. Después, cuando vuelva y me sacuda el polvo de mis viajes, confío en sentar la cabeza de forma definitiva, y estaréis orgullosos de mí.
—Pero Jantiff, si ya estamos orgullosos de ti ahora —dijo Ferian sin gran convicción.
—¿Adónde irás, y qué vas a hacer? —preguntó Juille.
—¿Adónde iré? —preguntó Jantiff con falso optimismo—. ¡Aquí, allí, a todas partes! ¿Y qué voy a hacer? ¡Todo! ¡Lo que sea! Lo que cuenta es la experiencia. Trabajaré en las minas de carbunclo de Arcadia, visitaré al Conáctico en Lusz, y quizá me deje caer por Arrabus para pasar unas semanas con la gente emancipada.
—¿La gente emancipada? —gruñó Lile Ravensroke—. Yo diría un hatajo de holgazanes.
—Bueno, así se autodenominan ellos. Sólo trabajan trece horas a la semana, y parece que no les va mal.
—¡Te establecerás en Arrabus, te emanciparás y nunca más te volveremos a ver! —gritó Juille.
—Querida joven, no existe la menor posibilidad de que ocurra algo semejante.
—¡En ese caso, no vayas a Wyst! El artículo de Transvoyer decía que llega gente de todas partes y nunca se marcha.
—Si es un lugar tan maravilloso, tal vez convendría que fuéramos todos allí —dijo Ferian, que también acariciaba secretas ambiciones de viajar.
Su padre rió sin el menor asomo de alegría.
—Él trabajo exige todo mi tiempo.