21

Glinnes navegó a lo largo de la costa hasta llegar al muelle de Rabendary una hora antes de la medianoche. La casa estaba a oscuras.

Glay no se encontraba en ella. Glinnes depositó el maletín sobre la mesa y reflexionó durante varios minutos. Abrió la tapa y sacó billetes por valor de treinta mil ozols, que guardó dentro de un tarro y enterró junto a la terraza. Volvió a entrar en casa y telefoneó a Akadie, pero sólo vio círculos rojos en expansión que indicaban que el teléfono había sido desconectado por orden superior. Glinnes se sentó en la cama, cansado pero no agotado. Volvió a telefonear a la mansión de Akadie sin obtener respuesta; entonces llevó el maletín negro a su barca y zarpó en dirección norte.

Desde el agua, la mansión de Akadie parecía estar en penumbra. Sin embargo, no era propio de Akadie, un hombre que disfrutaba con la actividad nocturna, estar durmiendo…

Glinnes observó un hombre sobre el muelle que estaba de pie, inmóvil. Se apartó un poco de la orilla. La forma oscura no se movió.

—¿Quién hay en el muelle? —gritó Glinnes.

Al cabo de unos momentos, una voz ronca y amortiguada rompió el silencio.

—Policía de la prefectura en misión de vigilancia.

—¿Está en casa Janno Akadie?

Otra pausa, y de nuevo la voz grave.

—No.

—¿Dónde está?

La pausa, la voz amortiguada e indiferente.

—En Welgen.

Glinnes hizo dar media vuelta a la barca y la lanzó a toda velocidad por el ancho de Clinkhammer hasta el Saur, desde donde bajó a continuación por el estrecho de Farwan. Cuando llegó a Rabendary la casa seguía a oscuras; Glay no estaba. Glinnes amarró la barca y transportó el maletín negro a su casa. Telefoneó a casa de Gilweg. La pantalla se iluminó y surgió el rostro de Varella, una de las hijas pequeñas. Sólo los niños se encontraban en casa; el resto de la familia había salido de visita, a observar estrellas o a beber vino, o tal vez a Welgen para asistir a las ejecuciones… No estaba muy segura.

Glinnes apagó la pantalla. Escondió el maletín entre la paja, y después se acostó y se quedó dormido casi al instante.

La mañana despuntó alegre y cristalina. Una brisa cálida rizaba las aguas del ancho de Ambal. El cielo estaba teñido de un tono lila que no se veía muy a menudo.

Glinnes desayunó apenas c intentó llamar otra vez a Akadie. Unos minutos después, una barca se detuvo en el muelle y Glay saltó a tierra.

Glinnes salió a su encuentro. Glay se paró en seco y miró a Glinnes de arriba a abajo.

—Te veo excitado —dijo.

—He reunido el dinero suficiente para compensar a Casagave. Lo haremos antes de una hora.

Glinnes miró la isla Ambal, que a la luz radiante de la mañana parecía más encantadora que nunca.

—Como tú digas, pero será mejor que le telefonees antes.

—¿Porqué?

—Para avisarle.

—No tengo el menor deseo de avisarle —replicó Glinnes.

Pese a todo, fue a llamar. El rostro de Lute Casagave apareció en la pantalla. Habló con voz metálica.

—¿Qué se le ofrece?

—Tengo doce mil ozols para usted —dijo Glinnes—. Deseo rescindir en este instante el contrato de venta. Traeré el dinero sin más tardanza, si le parece conveniente.

—Envíe el dinero junto con el propietario.

—Yo soy el propietario.

—Shira Hulden es el propietario. Supongo que él puede anular ese contrato si así lo desea.

—Hoy le traeré una declaración jurada que certifica la muerte de Shira.

—Vaya. ¿Dónde la consiguió?

—Gracias a Janno Akadie, consejero oficial de la prefectura, que fue testigo de la confesión efectuada por el asesino.

—Vaya —dijo Casagave con una risita.

La pantalla se apagó.

—Ésa no es la reacción que yo esperaba —dijo Glinnes a Glay, desconcertado—. No ha demostrado la menor preocupación.

Glay se encogió de hombros.

—No tiene por qué, Akadie está en la cárcel. Si los lores manejan bien la situación terminará en el prutanshyr. Cualquier certificado de Akadie es papel mojado.

Glinnes bajó los ojos y elevó los brazos en al aire.

—¿Ha sufrido también más frustraciones que yo? —gritó.

Glay se marchó sin hacer comentarios. Fue a la cama y se quedó dormido.

Glinnes paseó arriba y abajo de la terraza, abismado en sus pensamientos. Luego, profiriendo una maldición inarticulada, saltó a la barca y zarpó en dirección oeste.

Llegó a Welgen una hora más tarde y encontró muchas dificultades para amarrar la barca al atestado muelle. Un número inusitado de personas había elegido este día para visitar Welgen. En la plaza se desarrollaba una intensa actividad. Gente de la ciudad y de los marjales se movía sin cesar de un lado a otro, con un ojo puesto en el prutanshyr, donde unos obreros ajustaban las piezas de una pesada maquinaria, cuyo funcionamiento dejó perplejo a Glinnes. Se detuvo para interrogar a un anciano que estaba apoyado en su bastón.

—¿Qué están haciendo en el prutanshyr?

—Otra tontería de Filidice. —El viejo escupió desdeñosamente sobre los adoquines—. Se empeña en esos aparatos nuevos, que a duras penas realizan su función. Sesenta y dos piratas han de ser ajusticiados, y ayer ese trasto sólo logró hacer picadillo a un hombre. ¡Hoy tienen que repararlo! ¿Ha visto nunca algo parecido? En mis tiempos nos conformábamos con aparatos más sencillos.

Glinnes fue a la jefatura de policía, donde le informaron que el jefe Filidice se encontraba ausente. Glinnes solicitó entrevistarse cinco minutos con Janno Akadie, pero el privilegio le fue denegado; aquel día no se podía visitar la cárcel.

Glinnes regresó a la plaza y tomó asiento bajo la glorieta del Noble San Gambrino, donde hacía tanto tiempo, o así le parecía, había charlado con Junius Farfan. Pidió una mediana de aguardiente, que se bebió de un trago. ¡El destino conspiraba para desbaratar sus planes! Había demostrado el hecho incontrovertible de la muerte de Shira y después había perdido su dinero. Había conseguido nuevos fondos, pero ahora ya no podía demostrar la muerte de Shira. Su testigo Akadie había sido inhabilitado, y el autor del delito, Vang Drosset, estaba muerto.

¿Qué hacer ahora? ¿Y los treinta millones de ozols? Un chiste. Arrojaría el dinero a los merlings antes que entregarlo al jefe de policía Filidice. Glinnes hizo una seña al camarero y pidió otra mediana de aguardiente. A continuación dedicó una breve mirada al abominable prutanshyr. Para salvar a Akadie sería necesario devolver el dinero…, aunque, a decir verdad, la acusación que pendía sobre Akadie se sustentaba sobre pruebas insignificantes…

Una sombra oscureció la entrada. Glinnes, parpadeando, vio a una persona de estatura mediana y porte discreto, a quien creyó reconocer.

Miró con más atención y se levantó de un salto como impulsado por un resorte. El hombre se acercó al reparar en su ademán.

—Si no me equivoco —dijo Glinnes— usted es Ryl Shermatz. Yo soy Glinnes Hulden, un amigo del consejero Janno Akadie.

—¡Por supuesto! Le recuerdo bien —dijo Shermatz—. ¿Cómo le va a nuestro amigo Akadie?

El camarero trajo el aguardiente, que Glinnes puso frente a Shermatz

—Necesitará esto antes de que pase mucho tiempo… Imagino que no se habrá enterado de las noticias.

—Acabo de volver de Morilia. ¿Por qué lo pregunta?

Glinnes, estimulado por la coincidencia y el aguardiente, habló con cierta exageración.

—Akadie ha sido arrojado a una mazmorra. Le acusan de un robo mayúsculo, y si los lores logran su propósito, Akadie será encajado entre las piezas de aquella máquina trituradora.

—¡Tristes noticias en verdad! —exclamó Shermatz.

Levantó el vaso en un irónico saludo y se lo llevó a los labios.

—Akadie no debió nunca dedicarse al delito; carece de la fría decisión que distingue al criminal que triunfa.

—No me ha entendido —dijo Glinnes, algo irritado—. La acusación es completamente absurda.

—Me sorprende oírle hablar con tanto convencimiento —dijo Shermatz.

—En caso necesario, la inocencia de Akadie puede ser demostrada de manera que convenza a todo el mundo, pero ésa no es la cuestión. Me pregunto por qué Filidice, basándose aparentemente en meras sospechas, ha encarcelado a Akadie, mientras el culpable sigue en libertad.

—Una interesante especulación. ¿Sabe el nombre del culpable?

Glinnes meneó la cabeza.

—Ojalá pudiera…, sobre todo si cierto hombre es el culpable.

—¿Por qué confía en mí?

—Usted fue testigo de que Akadie entregaba el dinero al mensajero. Su testimonio le pondrá en libertad.

—Vi que un maletín negro cambiaba de manos. Tal vez no contuviera casi nada.

Glinnes eligió sus palabras con cuidado.

—Se preguntará por qué confío tanto en la inocencia de Akadie. La razón es sencilla. Sé a ciencia cierta que dispuso del dinero tal como ha dicho. Bandolio fue capturado; su lugarteniente Lempel murió. El dinero nunca fue reclamado. En mi opinión, esos impertinentes lores se merecen el dinero tanto como Bandolio. No me inclino por ninguna de ambas facciones.

Shermatz asintió con gesto grave.

—A buen entendedor, con pocas palabras basta. Si Akadie es en verdad inocente, ¿quién es el auténtico cómplice de Bandolio?

—Me sorprende que Bandolio no haya proporcionado una información definitiva, pero el jefe de policía Filidice no me permitirá intercambiar ni una palabra con Akadie, y mucho menos con Bandolio.

—Yo no estoy tan seguro —afirmó Shermatz, mientras se levantaba—. Unas palabras con el jefe Filidice podrían ser muy útiles.

—Vuelva a sentarse. No nos recibirá.

—Y creo que sí. Soy algo más que un periodista ambulante, pues desempeño el cargo de superinspector de la Maza. El jefe de policía Filidice nos recibirá con sumo placer. Vamos cuanto antes y procedamos al interrogatorio. ¿Dónde se le puede encontrar?

—Allí, en su cuartel general. El edificio está ruinoso, pero aquí en Welgen representa el poderío de la ley trill.

Glinnes y Ryl Shermatz esperaron en un vestíbulo muy poco antes de que el jefe de policía Filidice saliera a recibirles. Su rostro expresaba preocupación.

—¿Qué pasa ahora? ¿Quién es usted, señor?

Shermatz depositó una placa metálica sobre el mostrador.

—Haga el favor de comprobar mis credenciales —dijo.

—Estoy a su servicio, por descontado —dijo Filidice después de examinar la placa con aire sombrío.

—Estoy aquí por el caso relativo al astromentero Bandolio —dijo Shermatz—. ¿Le ha interrogado?

—Hasta cierto punto. No había motivos para proceder a un interrogatorio exhaustivo.

—¿Ha descubierto a su cómplice local?

—Le ayudó un tal Janno Akadie, a quien he arrestado.

—¿Está seguro, pues, de la culpabilidad de Akadie?

—Las pruebas así lo indican.

—¿Ha confesado?

—No.

—¿Le ha sometido a psicohalación?

—En Welgen carecemos del material necesario.

—Me gustaría interrogar tanto a Bandolio como a Akadie. A éste primero, por favor.

Cinco minutos más tarde, Akadie fue empujado al interior del despacho, protestando y lamentándose. Al ver a Glinnes y a Shermatz se calló de repente.

—Buenos días, Janno Akadie —le saludó Shermatz cortésmente—. Es un placer verle de nuevo.

—¡En estas circunstancias, no! ¡No se lo va a creer! ¡Me han encerrado en una celda, como a un criminal! ¡Pensé que me iban a llevar al prutanshyr! ¿Qué le parece?

—Confío en que seremos capaces de esclarecer el asunto. —Shermatz se volvió hacia Filidice—. ¿Cuáles son los cargos concretos contra Akadie?

—Conspirar con Sagmondo Bandolio y apropiarse de treinta millones de ozols que no le pertenecen.

—¡Los dos cargos son falsos! —gritó Akadie—. ¡Alguien está maquinando contra mí!

—Le aseguro que descubriremos la verdad —dijo Shermatz—. ¿Qué le parece si escuchamos ahora lo que tenga que decir el astromentero Bandolio?

Filidice habló con su subordinado y Bandolio, un hombre alto y calvo, de barba y tonsura negras, luminosos ojos azules y expresión plácida, entró al cabo de unos momentos en la habitación. Era el hombre que había estado al mando de cinco implacables naves y cuatrocientos hombres, el hombre que había esparcido la tragedia diez mil veces por motivos que sólo él conocía.

Shermatz le ordenó con un gesto que avanzara.

—Sagmondo Bandolio, por pura curiosidad, ¿te arrepientes de la vida que has llevado?

—Me arrepiento de las dos últimas semanas —sonrió Bandolio—, desde luego. En cuanto al período anterior, el asunto es complicado, y en cualquier caso no sabría responder a su pregunta con precisión. La introspección es la menos útil de nuestras capacidades intelectuales.

—Estamos investigando la incursión que realizaste sobre Welgen. ¿Puedes identificar a tu cómplice local de una vez por todas?

Bandolio se tiró de la barba.

—No he podido identificarle, a menos que mi memoria me traicione.

—Ha sido sometido a investigación mental —dijo el jefe Filidice—. No retiene información clandestina.

—La iniciativa provino de Trullion. Bandolio recibió una propuesta a través de los canales secretos astromenteros; envió a un subalterno llamado Lempel para proceder a una inspección preliminar. Lempel presentó un informe optimista y Bandolio en persona vino a Trullion. Se encontró con el trill que se convirtió en su cómplice en una playa cercana a Welgen. La entrevista se celebró a medianoche. El trill se cubría el rostro con una máscara de hussade y hablaba con voz cultivada. Bandolio no la pudo identificar. Llegaron a un acuerdo y Bandolio no volvió a ver al hombre. Encargó a Lempel del proyecto, pero éste ha muerto. Bandolio no oculta más información y la psicohalación corrobora sus afirmaciones.

Shermatz se volvió hacia Bandolio.

—¿Te parece correcto el resumen?

—Lo es, salvo por la sospecha de que mi cómplice local persuadió a Lempel de que pasara información a la Maza; así los dos se dividirían la totalidad del rescate. Después de que la Maza fuera puesta al corriente, la vida de Lempel llegó a su fin.

—¿De manera que no tienes motivos para ocultar la identidad de tu cómplice?

—Todo lo contrario. Mi deseo más ardiente es verle danzar al son de la música del prutanshyr.

—Ante ti se encuentra Janno Akadie. ¿Le conoces?

—No.

—¿Es posible que Akadie fuera tu cómplice?

—No. El hombre era tan alto como yo.

Shermatz miró a Filidice.

—Ya lo ve: un grave error que por suerte no se ha consumado en el prutanshyr.

El rostro pálido de Filidice se perló de sudor.

—¡Le aseguro que he sido sometido a una presión intolerable! La Orden de los Aristócratas insistió en que yo actuara; autorizó a lord Gensifer, el secretario, a exigirme la máxima diligencia. No pude encontrar el dinero, así que…

Filidice se interrumpió y se humedeció los labios.

—Para apaciguar a la Orden de los Aristócratas encarceló a Janno Akadie.

—Me pareció una línea de acción obvia.

—¿Se encontró con su cómplice bajo la luz de las estrellas? —preguntó Glinnes a Bandolio.

—Sí.

Bandolio parecía casi contento.

—¿Cómo iba vestido?

—Con el paray y la capa trills, de amplias hombreras, postizos o alas; sólo un trill sabe para qué sirven. Su silueta, plantado en la orilla con su máscara de hussade, era la de un gran pájaro negro.

—De modo que estuvo cerca de él.

—Nos separaba una distancia de unos dos metros.

—¿Qué máscara llevaba?

—¿Cómo quiere que conozca sus máscaras locales? —rió Bandolio—. Surgían cuernos de las sienes, colmillos de la boca y colgaba una lengua fláccida. La verdad es que me sentí como en presencia de un monstruo.

—¿Puede describir su voz?

—Un murmullo ronco. No quería que le reconociera.

—¿Gestos, ademanes, postura del cuerpo?

—Ninguno. No hizo el menor movimiento.

—¿Su barca?

—Una lancha motora vulgar.

—¿En qué fecha se produjo el encuentro?

—El cuarto día de Lyssum.

Glinnes reflexionó unos momentos.

—¿Lempel le transmitió todas las indicaciones posteriores?

—Cierto.

—¿No tuvo otro contacto con el hombre de la máscara de hussade?

—Ninguno.

—¿Cuál fue su misión concreta?

—Se encargó de sentar en la sección D del estadio a los trescientos hombres más ricos de la prefectura, y lo hizo a la perfección.

—Compraron las entradas anónimamente y las enviaron mediante un mensajero —terció Filidice—. No ofrecen la menor pista.

Ryl Shermatz examinó a Filidice un largo y pensativo momento durante el cual consiguió inquietarle.

—Me intriga por qué encarceló a Janno Akadie basándose en pruebas que incluso a primera vista resultan ambiguas.

—Recibí información confidencial de una fuente intachable —respondió con dignidad Filidice—. Dadas las condiciones de apremio y agitación pública, decidí actuar con determinación.

—¿Dice que la información es confidencial?

—Bien, sí.

—¿Y quién es la fuente intachable?

Filidice titubeó y después hizo un gesto de cansancio.

—El secretario de la Orden de los Lores me convenció de que Akadie conocía el paradero del dinero del rescate. Recomendó que el consejero fuera encarcelado y amenazado con el prutanshyr hasta que estuviese dispuesto a devolver el dinero.

—El secretario de la Orden de los Lores… O sea, lord Gensifer.

—Precisamente —dijo Filidice.

—¡Ese ingrato! —murmuró Akadie—. Tendré unas cuantas palabras con él.

—Podría ser interesante buscar una explicación racional a esa acusación —musitó Shermatz—. Sugiero que vayamos a visitar a lord Gensifer.

Filidice levantó la mano.

—Hoy sería muy inoportuno para lord Gensifer. Ha reunido en su mansión a todos los nobles de la región para celebrar su boda.

—Me importa tanto la conveniencia de lord Gensifer —declaró Akadie— como a él la mía. Le iremos a visitar ahora mismo.

—Estoy completamente de acuerdo con Janno Akadie —dijo Glinnes—, en especial porque podremos identificar al verdadero criminal y detenerle.

—Habla con peculiar seguridad —dijo Ryl Shermatz en tono burlón.

—Es muy probable que esté equivocado —repuso Glinnes—. Por este motivo creo que Sagmondo Bandolio debería acompañarnos.

Filidice, que había perdido el control de la situación, reaccionó con presteza.

—No es una idea sensata. En primer lugar, Bandolio es muy ágil y escurridizo; no debe escapar al prutanshyr. En segundo, él mismo se ha declarado incapaz de facilitar la menor identificación; los rasgos del criminal estaban ocultos por una máscara. En tercero, considero dudosa, como mínimo, la teoría de que descubriremos a la persona culpable en la boda de lord Gensifer. No tengo ganas de hacer un disparate y convertirme en el hazmerreír de todo el mundo.

—Un hombre concienzudo nunca se pone en ridículo por cumplir su deber —dijo Ryl Shermatz—. Sugiero que prosigamos nuestra investigación sin hacer caso de los resultados secundarios.

Filidice accedió de mala gana.

—Muy bien, partamos hacia la mansión de lord Gensifer. ¡Guardia, restrinja los movimientos del prisionero! Cierre las esposas con doble llave y fije un detonador a su garganta.

La lancha oficial negra y gris atravesó el ancho de Fleharish en dirección a las Cinco Islas. Medio centenar de embarcaciones se apelotonaban en el muelle, y el paseo estaba decorado con guirnaldas de seda escarlatas, amarillas y rosas. Lores y damas paseaban por los jardines ataviados con los espléndidos ropajes arcaicos que sólo se utilizaban en las ocasiones más formales, y que la gente vulgar jamás tenía la oportunidad de ver.

La partida oficial subió por el sendero, consciente de su incongruencia. El jefe de policía Filidice se debatía entre la furia reprimida y el embarazo. Ryl Shermatz se mantenía tranquilo, y Sagmondo Bandolio parecía disfrutar vivamente de la situación. Erguía la cabeza y miraba con desparpajo a un lado y a otro. Un viejo mayordomo les vio y se precipitó a su encuentro, consternado. Filidice murmuró una explicación; el rostro del mayordomo expresó un profundo desagrado.

—Es evidente que no pueden irrumpir en la ceremonia, que se iniciará en breve. ¡Su procedimiento es muy ofensivo!

El autocontrol del jefe de policía Filidice se quebró, y habló con voz vibrante.

—¡Silencio! ¡Se trata de un asunto oficial! Largúese de mi vista… No, espere. Tal vez le dé instrucciones. —Miró agriamente a Shermatz—. ¿Qué quiere hacer?

Shermatz se volvió hacia Glinnes.

—¿Qué sugiere?

—Un momento —dijo Glinnes.

Paseó la mirada por el jardín, buscando entre las doscientas personas reunidas. Nunca había visto semejante despliegue de espléndidas vestiduras. Las capas de terciopelo de los lores, con escudos de armas en la espalda; los trajes de las damas, ceñidos y guarnecidos con cuentas de coral negro, escamas de merling cristalizadas o turmalinas rectangulares, y el conjunto rematado con una tiara. Glinnes escudriñó los rostros de uno en uno. No andaría lejos Lute Casagave (o lord Ambal, como se hacía llamar). Vio a Duissane, que vestía un sencillo traje blanco y un menudo turbante blanco. Al intuir la mirada de Glinnes, se volvió y le vio: Glinnes experimentó una emoción que no pudo precisar, la sensación de que algo precioso se alejaba y se perdía para siempre. Lord Gensifer estaba a su lado. Divisó a los recién llegados y frunció el ceño, sorprendido y disgustado.

Alguien que se hallaba cerca giró sobre sus talones y empezó a alejarse. El movimiento llamó la atención de Glinnes. Saltó hacia adelante, agarró al hombre por el brazo y le hizo dar media vuelta.

—Lute Casagave.

El rostro de Casagave estaba pálido y descompuesto.

—Soy lord Ambal. ¿Cómo se atreve a tocarme?

—Sea tan amable de acompañarme. El asunto es importante.

—Resulta que no quiero hacer nada por el estilo.

—Entonces, quédese aquí.

Glinnes le atrapó. Casagave tenía la cara blanca y su expresión era amenazadora.

—¿Qué quiere de mí?

—Que observe —respondió Glinnes—. Éste es Ryl Shermatz, inspector jefe de la Maza. Éste es Janno Akadie, en otros tiempos acreditado consejero de la Prefectura de Jolany. Ambos actuaron de testigos cuando Vang Drosset confesó que había asesinado a Shira Hulden. Soy el señor de Rabendary y le exijo ahora que abandone la isla Ambal cuanto antes.

Lute Casagave no respondió.

—¿Para eso me han traído, sólo para enfrentarse con lord Ambal? —preguntó Filidice de mal humor.

Una alegre carcajada de Sagmondo Bandolio le interrumpió.

—¡Así que ahora es lord Ambal! No lo era en los viejos días, no señor.

Casagave se dio la vuelta para huir, pero la serena voz de Shermatz le frenó.

—Espere un momento, por favor. Esto es una investigación oficial, y la cuestión de su identidad puede ser importante.

—Soy lord Ambal, y ya es suficiente.

Ryl Shermatz desvió su afable mirada hacia Bandolio.

—¿Le conoce por otro nombre?

—Por otro nombre y por otras muchas acciones, algunas de las cuales me perjudicaron. Ha hecho lo que yo debí hacer hace diez años…, retirarse con su botín. Tiene ante usted a Alonzo Dirrig, a veces conocido como el Diablo de Hielo y Dirrig el Hacedor de Cráneos, en su tiempo dueño de cuatro naves, uno de los más expertos astromenteros.

—Se equivoca, sea quien sea.

Casagave hizo una reverencia y trató de marcharse.

—¡No tan de prisa! —ordenó Filidice—. Quizá hayamos hecho un descubrimiento importante. Si es así, Janno Akadie no es culpable. Lord Ambal, ¿niega las acusaciones de Sagmondo Bandolio?

—No hay nada que negar. Ese hombre se equivoca.

Bandolio lanzó una risita burlona.

—Miren la palma de su mano izquierda; verán una cicatriz que le hice yo mismo.

—¿Niega que es usted Alonzo Dirrig —prosiguió Filidice—, que conspiró para secuestrar a trescientos lores de la prefectura, y que posteriormente asesinó a un tal Lempel?

Casagave torció el gesto.

—Claro que lo niego. ¡Demuéstrelo, si puede!

Filidice se volvió hacia Glinnes.

—¿Dónde están sus pruebas?

—Un momento —dijo Shermatz, perplejo. Se dirigió a Bandolio—. ¿Es éste el hombre con el que conversó en la playa cercana a Welgen?

—¿Alonzo Dirrig llamándome para llevar a cabo sus planes? Nunca, nunca… Alonzo Dirrig, no.

Filidice miró a Glinnes, vacilante.

—Bien, después de todo, estaba equivocado.

—¡No tan de prisa! —dijo Glinnes—. Nunca he acusado a Casagave, o a Dirrig, como quiera que se llame, de nada. Sólo le he traído aquí para clarificar un pequeño asunto sin importancia.

Casagave dio media vuelta y se puso a correr. Ryl Shermatz hizo un gesto. Filidice dio órdenes a dos policías.

—¡Perseguidle y arrestadle!

Los policías salieron tras él. Casagave miró hacia atrás, y al verse perseguido se desvió hacia el muelle y saltó a su barca, con la que atravesó el ancho de Fleharish levantando una nube de espuma.

—¡Seguidle en la lancha y no le perdáis de vista! —rugió Filidice a los policías—. ¡Pedid refuerzos por radio! ¡Arrestadlo!

Lord Gensifer, el rostro tenso de desagrado, se encaró con ellos.

—¿Por qué han provocado este alboroto? ¿No se dan cuenta de que estamos celebrando un acontecimiento solemne?

El jefe de policía Filidice habló con toda la dignidad que pudo reunir.

—Estamos afligidos por nuestra intrusión. Temamos razones para sospechar que lord Ambal era el cómplice de Sagmondo Bandolio. En apariencia, no es éste el caso.

Lord Gensifer enrojeció. Miró a Akadie y después a Filidice.

—¡Claro que no es el caso! ¿Acaso no hemos discutido suficiente mente el asunto? ¡Ya sabemos quién es el cómplice de Bandolio!

—¡Vaya! —dijo Akadie.

El sonido de su voz recordó al de una sierra cortando un clavo.

—¿Y quién es esta persona?

—¡El pérfido consejero que con tanta maña reunió y después ocultó treinta millones de ozols! —exclamó lord Gensifer—. ¡Su nombre es Janno Akadie!

—Sagmondo Bandolio contradice esta teoría —dijo suavemente Ryl Shermatz—. Dice que Akadie no es el hombre. Lord Gensifer levantó los brazos al aire.

—Muy bien. ¡Akadie es inocente! ¿Y qué? ¡Estoy harto de todo este asunto! Váyase, por favor. Han invadido mi propiedad e interrumpido un solemne ritual.

—Acepte mis disculpas —dijo Filidice—. Le aseguro que no era mi intención. Vamos, caballeros…

—Un momento —dijo Glinnes—. Aún no hemos llegado al quid de la cuestión. Bandolio no puede identificar al hombre que vio en la playa, pero puede identificar la máscara sin temor a equivocarse. Lord Gensifer, ¿puede traer un casco de los Gorgonas de Fleharish?

—Por supuesto que no lo haré. ¿Qué clase de farsa es ésta? ¡Les pido una vez más que se vayan!

Glinnes no le hizo caso y habló a Filidice.

—Cuando Bandolio describió los cuernos y la lengua colgante de la máscara pensé inmediatamente en los Gorgonas de Fleharish. El cuarto día de Lyssum, cuando se celebró la entrevista, los Gorgonas todavía no habían estrenado sus uniformes. Sólo lord Gensifer pudo utilizar un casco de los Gorgonas. Por tanto, lord Gensifer es el culpable.

—¿Qué está diciendo? —murmuró Filidice, abriendo los ojos de asombro.

—¡Ajá! —chilló Akadie, y se lanzó sobre lord Gensifer. Glinnes consiguió retenerle.

—¿Qué calumnia demencial estás divulgando? —rugió lord Gensifer, intensamente rojo—. ¿Has perdido el juicio?

—Es ridículo —dijo Filidice—. No escucharé nada más.

—Tranquilos, tranquilos —dijo Ryl Shermatz con una leve sonrisa—. Es evidente que la teoría de Glinnes Hulden merece cierta consideración. En mi opinión, es definitiva, exclusiva y suficiente.

—Lord Gensifer es un hombre muy importante —dijo Filidice con voz sumisa—. Es el secretario de la Orden.

—Y como tal, le obligó a encarcelar a Akadie —dijo Glinnes.

Lord Gensifer agitó el dedo furiosamente en dirección a Glinnes, pero no pudo pronunciar ni una palabra.

—¿Puede refutar la acusación? ¿Robó alguien tal vez un casco? —preguntó quejumbroso Filidice.

Lord Gensifer asintió con vehemencia.

—¡No hace falta decirlo! Alguien, sin duda Akadie, robó un casco de los Gorgonas de mi almacén.

—En ese caso —dijo Glinnes—, debe de faltar uno. Vamos a contar los cascos.

Lord Gensifer propinó un violento puñetazo a Glinnes, que se agachó para evitarlo. Shermatz hizo una señal a Filidice.

—Arreste a este caballero; llévele a la cárcel. Le someteremos a psicohalación y sabremos la verdad.

—De ninguna manera —masculló lord Gensifer con voz gutural—. Nunca iré al prutanshyr.

Al igual que Casagave, dio media vuelta y corrió por el muelle, mientras sus invitados contemplaban la escena asombrados y fascinados. Nunca habían sido testigos de una boda semejante.

—Persíganle —dijo Shermatz.

Filidice se abalanzó sobre él. El perseguido intentó rechazarle. El peso de Filidice hizo que lord Gensifer cayera hacia atrás, saltara por la borda y se precipitara al agua.

Lord Gensifer nadó bajo el muelle.

—Es inútil, lord Gensifer —gritó Filidice—, debe entregarse a la justicia. Salga, por favor.

Sólo un remolino de agua indicaba la presencia del lord acosado. Filidice le conminó de nuevo.

—Lord Gensifer, ¿por qué nos crea dificultades innecesarias? Salga, no puede escapar.

Desde debajo del muelle se oyó una ronca imprecación, un breve y frenético chapoteo, y luego se hizo el silencio. Filidice se incorporó poco a poco. Se quedó mirando el agua, con el rostro ceniciento. Subió al muelle y se reunió con Ryl Shermatz, Glinnes y Akadie.

—Podemos declarar el caso cerrado —dijo—. Los treinta millones de ozols seguirán siendo un misterio. Quizá nunca descubramos la verdad.

Ryl Shermatz miró a Glinnes, que se humedeció los labios y frunció el ceño.

—Bien, supongo que da lo mismo —dijo Shermatz—. ¿Dónde está nuestro cautivo Bandolio? ¿Es posible que ese bribón se haya aprovechado de la confusión?

—Eso parece —suspiró Filidice—. ¡Ha huido! ¡Qué día tan aciago!

—Todo lo contrario —dijo Akadie—. Ha sido el más gratificante de mi vida.

—Estoy muy contento de haber expulsado a Casagave —comentó Glinnes—. Para mí también ha sido un día excelente.

Filidice se frotó la frente.

—Aún estoy perplejo. Lord Gensifer parecía la apoteosis de la rectitud.

—Lord Gensifer actuó precisamente en el peor momento —dijo Glinnes—. Mató a Lempel después de que éste diera instrucciones al mensajero, pero antes de que el dinero fuera entregado. Tal vez creyó que Akadie era tan inmoral como él.

—Así está la situación —dijo Filidice—. Bien, supongo que debo dar algún tipo de explicación a los invitados.

—Perdónenme —dijo Glinnes—. Debo ver a alguien.

Cruzó el jardín hacia el lugar en el que había visto a Duissane. Se había marchado. Miró por todas partes, pero no la vio. ¿Habría entrado en la casa? Decidió que no… La casa ya no significaba nada para ella.

Un sendero rodeaba la casa y conducía hasta la playa, que daba al océano. Glinnes bajó corriendo por el sendero y vio a Duissane de pie en la arena, mirando el agua, hacia la zona negra en que el horizonte se unía con el océano.

Glinnes se reunió con ella. La muchacha se detuvo y le miró, como si nunca le hubiera visto. La joven dio media vuelta y caminó poco a poco por el agua hacia el este. Glinnes la siguió, y pasearon juntos por la playa bajo la luz brumosa del atardecer.