Glinnes condujo a Akadie hasta una silla.
—Siéntese y beba un poco de vino. —Dirigió una mirada a Ryl Shermatz, que estaba de pie contemplando el fuego—. Dígame, ¿cómo envió el dinero?
—Mediante el mensajero al que indicaste mi dirección. Era portador del símbolo correcto. Le di el paquete, se marchó y eso es todo.
—¿Conocía al mensajero?
—Nunca le había visto. —Akadie parecía recobrar poco a poco su cordura. Clavó la vista en Glinnes—. ¡Pareces muy interesado!
—¿Deberían serme indiferente treinta millones de ozols?
—¿Cómo es que no te enteraste de la noticia? ¡Todo el mundo lo sabía desde media mañana! ¡Todo el mundo intentaba telefonearme!
—Estaba trabajando en mi huerto. No presté atención al teléfono.
—El dinero pertenece a la gente que pagó los rescates —dijo Akadie con voz firme.
—Indiscutiblemente, pero quien lo devuelva será merecedor de una buena recompensa.
—Bah —murmuró Akadie—. ¿Es que no tienes vergüenza?
Sonó el gong. Akadie dio un respingo y se precipitó sobre el teléfono. Regresó al cabo de un momento.
—Lord Gygax también quiere sus cien mil ozols. No me ha creído cuando le dije que ya había enviado el dinero. Se puso insistente, hasta insultante.
El gong volvió a sonar.
—Parece que va a estar muy ocupado esta mañana —dijo Glinnes, levantándose.
—¿Te vas? —preguntó Akadie con voz triste.
—Sí. Yo de usted descolgaría el teléfono. —Se inclinó ante Ryl Shermatz—. Ha sido un placer conocerle.
Glinnes condujo su barca a toda velocidad por el ancho de Clinkhammer en dirección oeste hasta el puente de Verleth, y se internó por el estrecho de Mellish. Enfrente brillaba una docena de luces mortecinas: Saukash. Glinnes entró en el muelle hasta la agencia de alquiler de embarcaciones de Harrad. Fue a la tienda y escrutó el interior desde la puerta. El joven Harrad no se veía por ninguna parte, aunque una luz brillaba en su despacho. Uno de los hombres de la taberna se puso en pie y caminó hacia el muelle. Era el joven Harrad.
—Sí, señor, ¿qué se le ofrece? Si es para reparar un bote, tendrá que volver mañana… Ah, señor Hulden, la luz me impidió reconocerle.
—No importa —dijo Glinnes—. Hoy he visto a un joven que iba en una de sus barcas, un jugador de hussade que tengo muchas ganas de localizar. ¿Recuerda su nombre?
—¿Hoy? ¿A eso de media tarde, o un poco antes?
—Más o menos sobre esa hora.
—Debo de tenerlo escrito ahí adentro. ¿Un jugador de hussade, dice? No lo aparentaba. Claro que nunca se sabe. ¿Qué van a hacer los Tanchinaros?
—Pronto volveremos a entrar en acción, en cuanto reunamos diez mil ozols para nuestra tesorería. Los equipos débiles no se enfrentarán con nosotros.
—¡Y con razón! Bien, veamos el registro… Quizá sea éste su nombre. —El joven Harrad volvió la página del libro—. Schill Sodergang, según consta aquí. Sin dirección.
—¿Sin dirección? ¿Sabe dónde puedo encontrarle?
—Quizá debería ser más cuidadoso —se disculpó el joven Harrad—. Todavía no he perdido ni una barca, excepto cuando el viejo Zax se puso ciego de savia agria.
—¿Le dijo algo Sodergang?
—No mucho, salvo preguntarme el camino de la casa de Akadie.
—¿Qué hizo cuando regresó?
—Preguntó a qué hora pasaba la barca que va a Port Maheul. Tuvo que esperar una hora.
—¿Llevaba un maletín negro?
—Pues sí, lo llevaba.
—¿Habló con alguien?
—Se limitó a esperar adormilado en aquel banco.
—No importa. Ya le veré otro día.
Glinnes condujo a toda prisa por las oscuras vías fluviales, dejando atrás los bosquecillos de árboles silenciosos, esténciles negros orlados por la luz plateada de las estrellas. A medianoche llegó a Welgen. Durmió en una fonda cercana al muelle y a primera hora de la mañana abordó el trasbordador que zarpaba hacia el este.
Port Maheul, más conocido por su transitado espaciopuerto que por su ubicación a orillas del Océano del Sur, era la ciudad más grande de la Prefectura de Jolany y quizá la más antigua de Trullion. Los principales edificios estaban construidos de acuerdo con arcaicos criterios de solidez, de ladrillo vidriado bermejo, vigas de sempiterno salpún negro y tejados empinados cubiertos de ripias de vidrio azules. La plaza cuadrada, con su perímetro de edificios antiguos, sulpicellas negros y el pavimento que imitaba el patrón de punto de espina, construido con ladrillos pardo bermejos y adoquines de hornablendas de las montañas, tenía fama de ser tan pintoresca como cualquiera de Merlank. En el centro se erguía el prutanshyr con su caldero de cristal; gracias a sus paredes transparentes, el criminal que se freía en aceite hirviendo y la multitud fascinada podían inspeccionarse mutuamente. Desde la plaza se extendía un desordenado mercado, a continuación una masa confusa de casitas destartaladas y después la desolada terminal espacial de vidrio y acero. La pista se alargaba por el este hasta los Pantanos de Genglin, donde, se decía, los merlings se arrastraban por entre el barro y las cañas para contemplar embelesados las naves espaciales que iban y venían.
Glinnes pasó tres días en Port Maheul, ocupado en buscar a Schill Sodergang. El camarero del trasbordador que hacía el servicio regular entre los Marjales y Port Maheul recordaba vagamente que Sodergang había viajado en calidad de pasajero, pero no se acordaba de nada más, ni siquiera del punto de desembarque de Sodergang. Éste no constaba en el censo de la ciudad, y la policía desconocía ese apellido.
Glinnes visitó el espaciopuerto. Una nave de las Líneas Andrujukha había partido de port Maheul al día siguiente de la visita de Sodergang a los Marjales, pero el nombre de Sodergang no apareció en la lista de pasajeros.
Glinnes volvió a Welgen el tercer día por la tarde, y desde allí se dirigió en su propia embarcación a Saukash. Se encontró con el joven Harrad, que era portador de informaciones sensacionales, y Glinnes se vio obligado a aplazar sus preguntas para escuchar las habladurías del joven Harrad, ya de por sí bastante absorbentes. Por lo visto, se había cometido un acto de audaz villanía ante las propias narices del joven Harrad, por así decirlo. Akadie, en quien nunca había confiado, era el frío criminal que había decidido cazar al vuelo la oportunidad y quedarse con treinta millones de ozols.
—¡Totalmente absurdo! —exclamó Glinnes, lanzando una carcajada de incredulidad.
—¿Absurdo? —El joven Harrad examinó a Glinnes para ver si lo decía en serio—. Todos los lores opinan lo mismo; se niegan a creer que Akadie desconectara el teléfono en el preciso día que llegaba la noticia de la captura de Bandolio.
—Yo hice exactamente lo mismo —replicó Glinnes con un rugido de menosprecio—. ¿Es suficiente para que se me considere un criminal?
El joven Harrad se encogió de hombros.
—Alguien es treinta millones de ozols más rico. ¿Quién? Las pruebas no son todavía lo bastante concluyentes, pero Akadie no se ha ayudado en nada con sus actos.
—¡Vamos, vamos! ¿Qué más ha hecho?
—¡Se ha unido a la fanscherada! Ahora es un fanscher. Todo el mundo cree que le aceptaron por el dinero.
Glinnes sintió que la cabeza le daba vueltas.
—¿Akadie un fanscher? No puedo creerlo. ¡Es demasiado inteligente como para unirse a un grupo de excéntricos!
El joven Barrad se mantuvo en sus trece.
—¿Por qué se marchó aprovechando la oscuridad de la noche y viajó hasta el valle de los Fantasmas Verdes? Recuerde que desde hace mucho tiempo ha usado prendas fanscher e imitado el estilo fanscher.
—Lo que pasa es que Akadie es un poco necio. Le gusta seguir las modas.
—Seguro que ahora disfruta de lo que le gusta, no hay duda. En cierta forma, respeto su audacia, pero cuando treinta millones de ozols están en juego, un teléfono desconectado parece una excusa muy pobre.
—¿Qué otra cosa podía decir, excepto la verdad? Yo mismo vi el teléfono desconectado.
—Bien, estoy seguro de que la verdad saldrá a relucir. ¿Encontró a aquel jugador de hussade, Jorcom, Jarcom, o como se llame?
—¿Jorcom? ¿Jarcom? —Glinnes le miró asombrado—. Se refiere a Sodergang, ¿no?
El joven Marrad sonrió avergonzado.
—Era otra persona, un pescador del ancho de Isley. Escribí el nombre en un lugar que no correspondía.
Glinnes se esforzó en controlar su voz.
—Entonces, ¿el nombre de ese hombre es Jarcom o Jorcom?
—Echemos un vistazo —dijo el joven Harrad. Sacó su registro—. Aquí tenemos a Sodergang, y aquí el otro nombre. Me parece que es Jarcom. Él mismo lo escribió.
—Parece Jarcom —dijo Glinnes—. ¿O es Jarcony?
—¡Jarcony! ¡Exacto! Ése es el nombre que usó. ¿En qué puesto juega?
—¿Puesto? Libre. Tendré que buscarle cuando pueda, pero no sé dónde vive.
Miró el reloj del joven Harrad. Si volvía a toda velocidad a Welgen llegaría con el tiempo justo de alcanzar el trasbordador a Port Maheul.
Hizo un ademán de furia y frustración, saltó a su barca y puso rumbo a Welgen.
En Port Maheul, Glinnes descubrió que el apellido Jarcony era tan desconocido como Sodergang. Cansado y aburrido hasta el límite, se arrastró hasta la glorieta que había frente al Reposo del Forastero y pidió una botella de vino. Alguien se había dejado un periódico; Glinnes lo cogió y repasó la portada. Un artículo atrajo su atención:
DESAFORTUNADA AGRESIÓN CONTRA LOS FANSCHERS
Ayer llegó a Port Maheul la noticia de una desagradable acción cometida por una banda trevanyi contra el campamento fanscher establecido en el valle de los Fantasmas Verdes, o Valle de Xian, como lo llaman los trevanyis. Los motivos de éstos son dudosos. Es bien sabido que repudian la presencia de los fanschers en su valle sagrado, pero también se recordará que el tutor Janno Akadie, residente durante muchos años en la región de Saurkash, se ha declarado fanscher y vive ahora en el campamento fanscher. Ciertas especulaciones relacionan a Akadie con una cantidad de treinta millones de ozols, que Akadie afirma haber pagado al astromentero Sagmondo Bandolio, pero Bandolio niega haberlos recibido. Es posible que el líder de la banda trevanyi, un tal Vang Drosset, llegara a la conclusión de que Akadie se había llevado el dinero con él al valle de los Fantasmas Verdes y organizara el ataque por ese motivo. Los hechos son éstos: siete trevanyis entraron por la noche en la tienda de Akadie, pero no consiguieron silenciar sus gritos. Unos cuantos fanschers respondieron a la llamada y en la refriega posterior murieron dos trevanyis y varios otros resultaron heridos. Los que escaparon se refugiaron en una reunión trevanyi que se celebraba en las cercanías y en donde se estaban celebrando ciertos ritos sagrados. Es innecesario decir que los trevanyis fracasaron en su propósito de apoderarse de los treinta millones de ozols, que evidentemente habían sido puestos a buen recaudo. Los fanschers se hallan indignados por el ataque, que consideran un acto de persecución.
«Peleamos como karpunos —declaró un portavoz fanscher—. No atacamos a nadie, pero protegeremos a toda costa nuestros ritos. ¡El futuro es nuestra fanscherada! Invitamos a todos los jóvenes de Merlank y a quienes se oponen a los varmosos estilos de vida anticuados: ¡uníos a la fanscherada! ¡Prestadnos vuestra fuerza y camaradería!».
El jefe de policía Filidice ha hecho pública su preocupación por el incidente y ha puesto en marcha una investigación. «No será tolerada ninguna alteración más del orden público», fueron sus palabras.
Glinnes tiró el periódico sobre la mesa. Repantigado en su silla, se bebió medio vaso de vino de un trago. El mundo que amaba y conocía parecía caerse a pedazos. ¡Fanschers y fanscherada! ¡Lute Casagave, Lord Ambal! ¡Jorcon, Jarcon, Sodergang! Despreciaba todos y cada uno de los nombres.
Terminó el vino y volvió al muelle para esperar el barco que le llevaría a Welgen.