Cuando Glinnes llegó a su casa, a última hora de la mañana siguiente, descubrió una barca desconocida amarrada al muelle. No había nadie sentado en la terraza, y la casa estaba vacía. Glinnes salió a echar un vistazo y vio a tres hombres paseando por el prado: Glay, Akadie y Junius Farfan. Los tres iban vestidos con pulcros trajes negros y grises, el uniforme de la fanscherada. Glay y Farfan se hallaban enzarzados en una apasionada discusión. Akadie caminaba algo apartado.
Glinnes fue a su encuentro. Akadie esbozó una sonrisa tímida al observar el asombro de Glinnes.
—Jamás creí que se mezclara con esa basura —rezongó Glinnes.
—Hay que avanzar con los tiempos —dijo Akadie—. La verdad es que estos ropajes me divierten.
Glay le dirigió una mirada fría; Junius Farfan se limitó a reír.
Glinnes indicó con un gesto la terraza.
—¡Sentaos! ¿Queréis beber vino?
Farfan y Akadie tomaron un vaso de vino. Glay rehusó la invitación. Siguió a Glinnes al interior de la casa donde había pasado su niñez y paseó la mirada en derredor como si fuera un extraño. Dio media vuelta y avanzó hacia Glinnes.
—Te propongo una cosa —dijo—. Tú quieres la isla Ambal. —Miró a Junius Farfan, que había depositado un sobre encima de la mesa—. Tendrás la isla Ambal. Aquí tienes el dinero para desalojar a Casagave.
Glinnes se inclinó para coger el sobre, pero Glay lo apartó.
—No tan de prisa. Cuando Ambal vuelva a ser tuya, puedes ir a vivir allí, si quieres. Y yo me quedaré con Rabendary.
Glinnes se le quedó mirando, asombrado.
—¿Ahora quieres Rabendary? ¿Por qué no podemos vivir aquí juntos, como hermanos, y trabajar la tierra?
Glay meneó la cabeza.
—A menos que cambiaras de actitud, nos pasaríamos el tiempo discutiendo. No quiero malgastar mis energías. Quédate con Ambal y yo con Rabendary.
—Es la proposición más fantástica que jamás he oído, puesto que ambas me pertenecen.
—Siempre que Shira esté muerto —repuso Glay, agitando la cabeza.
—Shira está muerto. —Glinnes fue a su escondite, desenterró el pote y sacó la faltriquera de oro, que arrojó sobre la mesa de la terraza—. ¿Te acuerdas de esto? Se lo quité a tus amigos los Drosset. Asesinaron y robaron a Shira y le arrojaron a los merlings.
Glay contempló la faltriquera.
—¿Lo confesaron?
—No.
—¿Puedes demostrar que se lo quitaste a los Drosset?
—Ya me has oído.
—No es suficiente —dijo con brusquedad Glay.
Glinnes volvió lentamente la cabeza y miró a Glay. Se puso en pie poco a poco. Glay estaba sentado tan rígido como un poste de acero.
—Tu palabra es suficiente. Glinnes, por supuesto —se apresuró a intervenir Akadie—. Siéntate.
—Que Glay retire su observación y se marche.
—Glay sólo quería dar a entender que tu palabra no es legalmente suficiente. Glinnes. Siéntate. ¿No es verdad, Glay?
—Sí, sí —dijo Glay con voz aburrida—. En lo que a mí concierne, tu palabra es suficiente. La propuesta sigue en pie.
—¿A qué viene ese repentino deseo de volver a Rabendary? —preguntó Glinnes—. ¿Vas a retirarte de tu baile de disfraces?
—Todo lo contrario. Fundaremos en Rabendary una comunidad fanscher, una academia de formulaciones dinámicas.
—Por las estrellas —se maravilló Glinnes—. Formulaciones. ¿Con qué propósito?
—Intentamos fundar una academia dedicada a la realización de logros —dijo Junius Farfan con suavidad.
Glinnes desvió la mirada hacia el ancho de Ambal, pensativo.
—Admito mi perplejidad. El Cúmulo de Alastor cuenta con una edad de miles de años; trillones de hombres pueblan la galaxia. A todo lo largo de la existencia, en todas partes, grandes filósofos han planteado problemas y los han resuelto. Se ha llevado cabo todo lo concebible, no hay meta que no se haya alcanzado, no sólo una, sino miles de veces. Es bien sabido que vivimos el dorado atardecer de la raza humana. Por tanto, en nombre de las Treinta Mil Estrellas, ¿dónde vais a encontrar una parcela virgen de conocimiento que con tanta urgencia deba desarrollarse en el prado de Rabendary?
Glay hizo un gesto de impaciencia, como cansado de la embarazosa estupidez de Glinnes. Junius Farfan, sin embargo, respondió con cortesía.
—Estos conceptos, por supuesto, son familiares para nosotros. Es fácil demostrar, con todo, que el campo de conocimientos, y por tanto de las realizaciones, es ilimitado. Siempre existe una frontera entre lo conocido y lo desconocido. En esta situación, las oportunidades son también ilimitadas para un número ilimitado de gente. No pretendemos ni tan sólo esperamos extender el conocimiento hacia nuevas fronteras. Nuestra academia es meramente preparatoria; antes de explorar nuevos campos hemos de delinear los antiguos y definir las áreas en que la realización es posible. Es un trabajo tremendo. Espero terminar mis días como un simple precursor. Aun así, le habré dado un sentido a mi vida.
Glinnes Hulden, te invito a unirte a la fanscherada y a compartir nuestro gran designio.
—¿Y a llevar un uniforme gris, abandonando el hussade y las observaciones de estrellas? De ninguna manera. Me importa muy poco conseguir algo o no. En cuanto a vuestra academia, si la establecéis en el prado me estorbaréis la vista. Fijaos en la luz que cae sobre el agua, fijaos en el color de los árboles. De repente, vuestra cháchara sobre «realizaciones» y «significados» se me antoja pura vanidad… La charla pomposa de unos niños.
—Estoy de acuerdo en lo de «vanidad» —rió Junius Farfan—, además de arrogancia, egocentrismo, elitismo o lo que te dé la gana. Nadie ha pretendido otra cosa desde que Jan Dublays predicó la mortificación de la carne cuando escribió La rosa entre los dientes de la gárgola.
—En otras palabras —intervino Akadie con diplomacia—, la fanscherada convierte hábilmente la fuerza inherente a los vicios humanos en objetivos de aparente utilidad.
—Las discusiones abstractas son entretenidas —observó Junius Farfan—, pero debemos centrarnos en los procesos dinámicos, no en los estáticos. ¿Aprueba la propuesta de Glay?
—¿Que Rabendary se convierta en un manicomio fanscher? ¡Claro que no! ¿Es que carecéis de alma? ¡Contemplad ese paisaje! Existen grandes realizaciones humanas en el universo, pero falta belleza. Estableced vuestra academia en los lechos de lava o detrás de las Colinas Rotas, pero no aquí.
Junius Farfan se levantó.
—Buenos días.
Cogió el sobre. Glinnes alargó la mano, pero Glay le aferró la muñeca. Farfan guardó el sobre en su bolsillo.
Glay retrocedió con una sonrisa lobuna. Glinnes se inclinó hacia adelante, los músculos tensos. Junius Farfan le miró con serenidad. Glinnes se tranquilizó. La mirada de Farfan era firme, segura y desconcertante.
—Me quedaré con Glinnes —dijo Akadie—. Me acompañará a casa dentro de un rato.
—Como quieras —dijo Farfan.
Glay y él fueron hacia la barca, y tras echar una última ojeada al prado de Rabendary partieron.
—Hay algo muy insolente en esa propuesta —dijo Glinnes con los dientes apretados—. ¿Me toman por un imbécil que se deja desplumar con toda facilidad?
—Están absolutamente seguros de sus propósitos —dijo Akadie.
—Quizá confundes seguridad con insolencia… Estoy de acuerdo en que a veces convergen. De todas formas, ni Glay ni Junius Farfan son insolentes. Farfan, de hecho, es extraordinariamente suave. Glay puede parece algo distante, pero es una persona leal.
Glinnes apenas podía contener su indignación.
—¿A pesar de que me engañan de ocho maneras diferentes y me roban la propiedad? Creo que necesita reexaminar sus conceptos.
Akadie dio a entender que no insistiría en el tema.
—Asistí al partido de hussade de hoy. Debo reconocer que fue muy divertido, aunque el juego carecía de bastante precisión. El hussade es, ante todo, interacción entre personalidades. Ningún partido se parece a otro. Incluso me inclino a creer que las máscaras se reconocen inconscientemente como una necesidad, para impedir que las personalidades dominen el juego.
—En el hussade, todo puede ser cierto. Sé que soy incapaz de soportar la personalidad de lord Gensifer, con el resultado de que jugaré con los Tanchinaros.
Akadie asintió, dando a entender que ya lo sabía.
—Esta mañana me he encontrado por casualidad con lord Gensifer, en la posada del Valle Plácido de Voulash. Tras una taza de té admitió que había despedido a varios jugadores por insubordinación.
—¿Insubordinación? —tronó Glinnes—. Para ser más exactos, por incompatibilidad. ¿Qué hacía en Voulash? Le advierto que la pregunta es casual. No tengo la intención de pagar por la respuesta.
—Lord Gensifer estaba discutiendo de hussade con un miembro de los Alcatraces de Voulash. —Akadie habló con dignidad—. Creo que intentaba convencer a varios de que jugasen con los Gorgonas.
—¡Vaya, vaya! ¿Así que lord Gensifer se resiste a desistir?
—Al contrario. Está más animado que nunca. Afirma que sólo ha sido derrotado por culpa de chiripas y torpezas, más no por los oponentes.
Glinnes rió despectivamente.
—Siempre que lord Gensifer terminaba sentado en el depósito de castigo, conseguíamos marcar un tanto. Cuando daba instrucciones, nos barrían en toda la línea.
—¿Te irá mejor con el viejo Neronavy? No se destaca por el juego imaginativo.
—Muy cierto. Pienso que podemos mejorarlo. —Glinnes reflexionó un momento—. ¿Le importaría volver a Voulash?
—No tengo nada mejor que hacer —dijo Akadie.
Denzel Warhound vivía en una cabaña situada entre dos enormes myrsilos, en el fondo del Valle Plácido. Aún no se había enterado de la visita de lord Gensifer a Voulash, pero no mostró sorpresa ni rencor.
—Los Alcatraces nacieron como una diversión en ratos libres. Me sorprende que el equipo haya cuajado tan bien. Un momento. —Fue al teléfono y habló durante varios minutos con alguien cuya cara Glinnes no podía ver, y después volvió al porche—. Los dos atacantes, los dos laterales y un libre… Ahora todos son Gorgonas. Los Alcatraces han volado por última vez este año, te lo aseguro.
—Tal vez te interese saber —dijo Glinnes— que los Tanchinaros podrían necesitar un capitán audaz. Neronavy no está tan en forma como debería. Con un capitán inteligente, los Tanchinaros podrían ganar mucho dinero.
Denzel Warhound se pellizcó la barbilla.
—Según creo, el de los Tanchinaros es un club abierto.
—Tan abierto como el aire.
—La idea, sin duda alguna, tiene gancho.