Glinnes contempló cómo Junius Farfan cruzaba la plaza y desaparecía de su vista tras el prutanshyr. Había conseguido justamente lo que esperaba: nada. Sin embargo, su resentimiento incluía ahora tanto al suave Junius Farfan como a Glay. En cualquier caso, había llegado el momento de olvidar el dinero perdido y tratar de encontrar otro. Examinó su cartera, pese a que conocía de sobra el contenido: un billete de tres mil ozols, un billete de cuatrocientos ozols y cien ozols en billetes más pequeños. Necesitaba, por lo tanto, nueve mil ozols. Su pensión de retiro ascendía a cien ozols al mes, más que suficiente para un hombre en sus circunstancias. Abandonó El noble San Gambrino y cruzó la plaza en dirección al Banco de Welgen, donde se presentó al funcionario de mayor categoría.
—Para ser breve, mi problema es éste: necesito nueve mil ozols para recuperar la isla Ambal, que mi hermano vendió incorrectamente a un tal Lute Casagave.
—Sí, Lute Casagave. Recuerdo la transacción.
—Necesito obtener un préstamo por la cantidad de nueve mil ozols, que devolveré a razón de cien ozols por mes, la suma total y definitiva que recibo de la Maza. Su dinero no peligra y tienen asegurada la devolución.
—A menos que usted fallezca. Y entonces, ¿qué?
Glinnes no había pensado en tal posibilidad.
—Siempre queda la isla Rabendary, que propongo como garantía.
—La isla Rabendary. ¿Es usted el propietario?
—Soy el propietario de hecho —respondió Glinnes, con una súbita sensación de derrota—. Mi hermano Shira desapareció hace dos meses. Ha muerto con casi toda seguridad.
—Es muy probable, pero no podemos negociar sobre la base de «casis» y «muy probables». Shira Hulden no será dado oficialmente por muerto hasta dentro de cuatro años. Hasta ese momento, usted carece de control legal sobre la isla Rabendary. A menos que pueda probar su muerte.
Glinnes sacudió la cabeza, disgustado.
—¿Zambulléndome para preguntarlo a los merlings? Es absurdo.
—Comprendo sus dificultades, pero tratamos a diario con circunstancias absurdas. Este ejemplo no tiene nada de particular.
Glinnes alzó las manos en señal de derrota. Salió del banco y volvió a su barca; se detuvo sólo para releer el letrero que anunciaba la formación del Club de Hussade del Ancho de Fleharish.
Mientras la barca se dirigía a Rabendary, Glinnes efectuó una serie de operaciones, todas basadas en el mismo punto: nueve mil ozols era una enorme suma de dinero. Calculó los máximos ingresos que podría obtener de la isla Rabendary, tal vez unos dos mil ozols por año, insuficientes hasta pasados cinco. Glinnes concentró sus pensamientos en el hussade. Un miembro de un equipo importante ganaría diez mil o incluso doce mil ozols al año si su equipo jugaba con frecuencia y ganaba a menudo. Lord Gensifer planeaba en apariencia la formación de un equipo de tales características. Estupendo, salvo que todos los demás equipos de la región luchaban y centraban sus esfuerzos en el mismo objetivo, maquinando, intrigando, haciendo generosas promesas, alentando visiones de riqueza y gloria…, todo para atraer a jugadores con talento, que no abundaban demasiado. El hombre agresivo podía resultar lento y torpe; el hombre rápido podía carecer de inteligencia, buena memoria o de la fuerza necesaria para derribar a su rival. Cada posición tenía sus propias exigencias. El delantero ideal debía ser veloz, ágil, atrevido, lo bastante vigoroso para estar a la altura de los libres y defensas del contrario. Un libre debía ser también rápido y habilidoso, en especial con la bufa, el instrumento almohadillado usado para empujar o desplazar al oponente de los caminos o vías que conducen a los depósitos. Los libres formaban la primera línea de defensa contra el empuje de los delanteros y los defensas la última. Los defensas eran hombres corpulentos y vigorosos, decisivos con sus bufas. Dado que por lo general no se les exigía dominar el trapecio o saltar los depósitos, la agilidad no era una característica esencial de los defensas. El jugador ideal de hussade abarcaba todas estas cualidades; era vigoroso, inteligente, astuto, ágil y despiadado. No abundaban los hombres de esa clase. ¿Cómo, pues, se proponía lord Gensifer reclutar un equipo de la calidad requerida para un torneo? Al llegar al ancho de Fleharish, Glinnes decidió averiguarlo y se encaminó al sur, hacia las Cinco Islas.
Glinnes amarró su barca junto al elegante crucero de lord Gensifer y saltó al muelle. Un sendero corría a través de un parque hasta la mansión. Mientras subía los peldaños, una puerta se deslizó a un lado. Un mayordomo ataviado con una librea lavanda y gris le examinó sin entusiasmo. Una mecánica reverencia expresó su opinión sobre la categoría social de Glinnes.
—¿Qué desea, señor?
—Sea tan amable de comunicar a lord Gensifer que Glinnes Hulden desea intercambiar unas palabras con él.
—Le ruego que entre, señor.
Glinnes penetró en el alto vestíbulo hexagonal, cuyo suelo era de stelt[19] blanco y gris reluciente. Sobre su cabeza colgaba una araña de cien puntos de luz y mil prismas de diamante. Un friso de madera ártica blanca enmarcaba en cada pared un espejo alto y estrecho que reflejaba a todas partes el resplandor de la lámpara.
El mayordomo regresó y guió a Glinnes hasta la biblioteca, donde Thammas, lord Gensifer, ataviado con un traje de calle marrón, estaba sentado cómodamente ante una pantalla, contemplando un partido de hussade[20].
—Siéntate, Glinnes, siéntate —dijo lord Gensifer—. ¿Tomarás té, o quizá un ponche de ron?
—Ponche de ron, gracias.
Lord Gensifer señaló la pantalla con un gesto.
—La final del año pasado en el Estadio del Cúmulo. Los negros y rojos son los Zulanos Hextar de Sigre. Los verdes son los Falifónicos de la Estrella Verde. Un partido fantástico. Lo he visto cuatro veces y nunca deja de sorprenderme.
—Vi a los Falifónicos hace dos o tres años —dijo Glinnes—. Me pareció que eran ágiles y expertos, veloces como el rayo.
—Siguen igual. No son muy corpulentos, pero da la impresión de que están en todas partes al mismo tiempo. La defensa no es muy buena, pero no la necesitan con los ataques que llevan a cabo.
El mayordomo sirvió ponche de ron en vasos de plata escarchados. Lord Gensifer y Glinnes presenciaron durante un rato el partido: cargas y desplazamientos laterales, fintas y maniobras, proezas de agilidad en apariencia imprudentes, un ritmo tan cronometrado de los movimientos que daba lugar a coincidencias extravagantes. A los gritos del capitán se trenzaban jugadas, ataques y contraataques. Poco a poco, las combinaciones empezaron a favorecer a los Falifónicos. Los delanteros medios falifónicos se columpiaron para acorralar a un libre zulano, y los defensas zulanos cargaron para protegerle: el ala derecha falifónica se infiltró por la brecha abierta, alcanzó la plataforma, agarró la anilla de oro fijada a la cintura de la sheirl y el juego se detuvo para el pago del rescate.
Lord Gensifer apagó la pantalla.
—Los Falifónicos ganaron con facilidad, como sin duda sabrás. Las ganancias ascendieron a cuatro mil ozols por hombre… Pero creo que no has venido a hablar del hussade. ¿O sí?
—De hecho, sí. Hoy he estado en Welgen, y me he fijado en el letrero que anunciaba el nuevo Club del Ancho de Fleharish.
Lord Gensifer hizo un gesto efusivo.
—Soy el patrocinador. Hace mucho tiempo que deseaba hacerlo, y por fin me decidí a correr la aventura. El estadio de Welgen es nuestro campo, y ahora sólo falta reunir un equipo. ¿Qué haces ahora? ¿Todavía juegas?
—Jugué en mi división. Ganamos el campeonato del sector.
—Muy interesante. ¿Por qué no pruebas con nosotros?
—Me gustaría hacerlo, pero antes debería ayudarme a resolver un problema.
Lord Gensifer entornó los ojos, cauteloso.
—Si puedo, será un placer. ¿Cuál es el problema?
—Como ya sabrá, mi hermano Glay vendió la isla Ambal sin consultarme. No devolverá el dinero; en realidad, ya no lo tiene.
—¿La fanscherada? —preguntó lord Gensifer, enarcando las cejas.
—Exacto.
—Estúpido jovenzuelo.
Lord Gensifer sacudió la cabeza.
—Mi problema es que sólo cuento con tres mil ozols. Necesito otros nueve mil para pagar a Lute Casagave y anular el contrato.
Lord Gensifer se humedeció los labios y agitó los dedos.
—Si Glay no tenía derecho a vender, Casagave no tenía derecho a comprar. Si tú eres el propietario legal, se trata de un asunto entre Glay y Casagave.
—Por desgracia, no seré el propietario legal hasta que pueda demostrar la muerte de Shira, y no puedo. Necesito dinero en efectivo.
—Es un dilema —convino lord Gensifer.
—Ésta es mi propuesta: si juego con ustedes…, ¿me adelantará nueve mil ozols a cuenta de las ganancias?
Lord Gensifer se retrepó en su silla.
—Una inversión muy arriesgada.
—Sólo si no reúne un buen equipo. Aunque, si me permite la franqueza, no sé de dónde sacará el personal.
—Lo tengo a punto. —Lord Gensifer se irguió, con su cara sonrosada brillante de infantil excitación—. He formado el que considero el equipo más potente que pueda crearse con jugadores de la zona. —Leyó un papel—. Laterales: Tyran Lucho, Rayo Latken. Atacantes: Yalden Wirp, Anillo de Oro Gonniksen. Libres: Nilo Basgard, Salvaje Wilmer Guff. Defensas: Chapoteador Maveldip, Holub Cabeza de Chinche, Carbo Gilweg. Holbert Hanigatz. —Lord Gensifer dejó el papel y miró con aire de triunfo a Glinnes—. ¿Qué te parece?
—He estado alejado mucho tiempo. Sólo conozco la mitad de los nombres. He jugado con Gonniksen y Carbo Gilweg, y contra Guff y tal vez uno o dos más. Eran buenos hace diez años, y es probable que hayan mejorado. ¿Todos esos hombres están en su equipo?
—Bien… oficialmente no. Mi estrategia es la siguiente. Hablaré con cada uno por separado. Le enseñaré el equipo y le preguntaré si le gustaría formar parte de él. ¿Qué puedo perder? Todo el mundo quiere ganar un buen botín, para variar. Ninguno de ellos me va a fallar. De hecho, ya he establecido contacto con dos o tres de los chicos y han mostrado un gran interés.
—¿Dónde encajaría yo, y qué me responde acerca de los nueve mil ozols?
—En cuanto a tu primera pregunta —contestó lord Gensifer con cautela—, debes recordar que no te he visto jugar recientemente. Por lo que yo sé, has perdido rapidez y estás amargado… ¿Adónde vas?
—Gracias por el ponche de ron.
—Espera un momento. No tienes por qué ponerte nervioso. Al fin y al cabo, he dicho la pura verdad. Hace diez años que no te veo. De todas formas, si jugaste con los campeones del sector, quiere decir que estarás en buena forma. ¿De qué sueles jugar?
—De todo, excepto de sheirl. Con la 93 jugué de atacante y de libre.
Lord Gensifer sirvió más ponche a Glinnes.
—Todo se arreglará, pero has de tener en cuenta mi posición. Persigo a los mejores. Si eres el mejor, jugarás para los Gorgonas. Si no bien, necesitaremos sustitutos. Puro sentido común…, no hay que ponerse nervioso.
—Bien, ¿y los nueve mil ozols?
Lord Gensifer bebió un poco de ponche.
—Pensaré en ello si todo va bien, y si juegas en el equipo no tardarás en reunir nueve mil ozols.
—En otras palabras…, no va a adelantarme el dinero.
Lord Gensifer levantó las manos.
—¿Te imaginas que los ozols crecen en los árboles? Necesito el dinero tanto como cualquiera, de hecho… Bien, no entraré en detalles.
—Si va tan corto de dinero, ¿cómo puede financiar la tesorería?
Lord Gensifer agitó los dedos en el aire.
—Ninguna dificultad. Utilizaremos todos los fondos disponibles… incluidos tus tres mil ozols. Todo sea por la causa común.
Glinnes apenas podía creer lo que oía.
—¿Mis tres mil ozols? ¿Quiere que adelante fondos, mientras usted se queda la parte del botín correspondiente al propietario?
Lord Gensifer, sonriente, se reclinó en la silla.
—¿Por qué no? Todos contribuyen en la medida de sus posibilidades, y cada uno se beneficia. Es la única forma de trabajar, no tienes que escandalizarte.
Glinnes devolvió su vaso a la bandeja.
—No es justo. Los jugadores contribuyen con sus habilidades, y los fondos del club con la tesorería. No le daré ni un ozol; organizaré mi propio equipo.
—Espera un momento, quizá podamos poner en marcha un procedimiento que nos satisfaga a todos. Voy corto de dinero, francamente. Tú necesitas doce mil ozols en el plazo de un año: tus tres mil no valen nada sin los otros nueve.
—Eso no es exacto: representan diez años de servicios en la Maza.
Lord Gensifer desechó la observación con un gesto.
—Supón que adelantas tres mil ozols al fondo. Los primeros tres mil ozols que ganemos serán para ti: habrás recobrado tu dinero, y entonces…
—Los demás jugadores no accederán a un acuerdo semejante.
Lord Gensifer se pellizcó el labio inferior.
—Bien, el dinero podría salir de la parte de las ganancias correspondiente al club… en otras palabras, de mi bolsillo.
—Y suponiendo que el bolsillo esté vacío y que pierdo mis tres mil ozols, entonces, ¿qué? ¡Nada!
—¡No tenemos la intención de perder! ¡Sé positivo, Glinnes!
—Soy muy positivo respecto a mi dinero.
Lord Gensifer exhaló un profundo suspiro.
—Como ya te he dicho, en este momento mi estado financiero está en el aire… Supón que alcanzamos este acuerdo. Tú adelantas tres mil ozols a la tesorería del club. Al principio, nos enfrentaremos con equipos de cinco mil ozols, a los que aplastaremos con facilidad, e ingresaremos en la tesorería hasta diez mil ozols. Después, elegiremos equipos de diez mil ozols. En este momento distribuiremos las ganancias y se te devolverá tu dinero de la parte correspondiente al club… El trabajo de uno o dos partidos. Entonces te prestaré la mitad de la parte del club hasta que reúnas los nueve mil ozols, que irás devolviendo de tu parte correspondiente.
Glinnes intentó efectuar cálculos mentales.
—No entiendo nada. Va demasiado aprisa para mí.
—Es sencillo. Si ganamos cinco partidos de diez mil ozols, obtendrás tu dinero.
—Si ganamos. Si perdemos, me quedo sin nada, ni siquiera los tres mil que tengo ahora.
Lord Gensifer agitó la lista de nombres.
—Este equipo no perderá ningún partido, te lo aseguro.
—¡Aún no es suyo! Carece de fondos. Ni siquiera tiene una sheirl.
—Aspirantes no faltan, muchacho, y mucho menos para los Gorgonas de Fleharish. Ya he hablado con una docena de hermosas criaturas.
—Todas certificadas, sin duda.
—¡Nosotros las certificaremos, no temas! ¡Qué asunto tan ridículo! Una virgen desnuda tiene el mismo aspecto que cualquier otra chica desnuda. ¿Quién va a notar la diferencia?
—El equipo. Irracional, estoy de acuerdo, pero el hussade es un deporte irracional.
—Brindo por ello —casi gritó lord Gensifer—. A nadie le importa un bledo la racionalidad. ¡Sólo a los fanschers y a los trevanyis!
Glinnes vació su vaso y se levantó.
—Debo volver a casa y ver a mis trevanyis particulares. Glay les abrió las puertas de Rabendary y se han esparcido en todas direcciones.
—Le das la mano a un trevanyi y se te queda con todo el brazo —asintió lord Gensifer—. Bien, volviendo a los tres mil ozols ¿cuál es tu decisión?
—Quiero reflexionar el asunto con mucha cautela. En cuanto a la lista de jugadores… ¿cuántos se han comprometido ya?
—Bueno… varios.
—Hablaré con todos para saber si van en serio.
—Ummm. —Lord Gensifer frunció el ceño—. Pensémoslo un momento. De hecho, ¿por qué no te quedas a cenar? Estoy solo esta noche, y detesto cenar en solitario.
—Es muy amable por su parte, lord Gensifer, pero no voy vestido para cenar en una mansión.
Lord Gensifer hizo un gesto de indiferencia.
—Esta noche cenaremos informalmente… aunque puedo prestarte vestimenta adecuada, si insistes.
—No. No seré tan meticuloso, si usted no lo es.
—Esta noche cenaremos tal como somos. ¿Te apetece seguir viendo el partido del campeonato?
—Sí, mucho.
—Bien. ¡Rallo, ponche fresco! Éste ha pedido su sabor.
La gran mesa oval del comedor estaba dispuesta para dos. Lord Gensifer y Glinnes estaban frente a frente, separados por la extensión de lino blanco. Plata y cristal centelleaban bajo el fulgor de un candelabro.
—Quizá te parezca extraño —dijo lord Gensifer— que viva con un estilo en apariencia extravagante y al mismo tiempo me encuentre sin fondos, pero es muy sencillo. Mis ingresos provienen de capital invertido, y he sufrido reveses. Los astromenteros saquearon un par de almacenes y casi arruinaron mi empresa. Sólo temporalmente, por supuesto, pero de momento mis ingresos apenas están a la altura de mis dispendios. ¿Sabes algo de Bela Gazzardo?
—El nombre me suena. ¿Un astromentero?
—El villano que redujo mis ingresos a la mitad. Parece que la Maza no consigue capturarle.
—Tarde o temprano caerá. Sólo sobreviven los astromenteros discretos. Cuando adquieren cierta reputación, están perdidos.
—Bela Gazzardo se dedica a astromentar desde hace muchos años.
La Maza siempre se encuentra en un sector diferente.
—Tarde o temprano caerá.
La cena, una docena de excelentes platos acompañados por frascos de un vino espléndido, siguió su curso. Glinnes reflexionó que la vida en una mansión no carecía de aspectos desagradables, y fantaseó sobre el futuro, cuando hubiera ganado veinte o treinta mil ozols, o cien mil, y Lute Casagave fuera expulsado de la isla Ambal y la mansión quedara vacía. Y después, ¡qué aventura renovarla, volverla a decorar, amueblarla! Glinnes se imaginó con elegantes ropajes, agasajando a un puñado de nobles ante una mesa como la de lord Gensifer… Glinnes rió al pensarlo. ¿A quién invitaría a sus cenas? ¿A Akadie, al joven Harrad, a Garbo Gilweg, a los Drosset? Cabía decir que Duissane tendría un aspecto extraordinariamente adorable en tal ambiente. La imaginación de Glinnes incluyó al resto de la familia y la imagen se desvaneció.
Hacía mucho rato que había oscurecido cuando Glinnes subió a su barca. La noche era clara; en el cielo brillaba una miríada de estrellas, aumentadas hasta el tamaño de lámparas. Exaltado por el vino, los grandes proyectos insinuados por lord Gensifer y la belleza serena de la luz de las estrellas al reflejarse sobre las tranquilas aguas negras, Glinnes dirigió su barca viento en popa por el ancho de Fleharish hasta el extremo de Selma. Sus problemas, bajo la gloriosa noche de Trullion, se disolvieron en jirones de mal humor irracional. ¿Glay y la fanscherada? Una moda, una bufonada, una bagatela. ¿Marucha y sus disparates? Déjala en paz, déjala en paz; ¿qué mejor ocupación para ella? ¿Lord Gensifer y sus taimadas propuestas? ¡Hasta podían terminar como lord Gensifer esperaba! ¡Qué absurdo era todo! ¡En lugar de pedir prestados nueve mil ozols, aún había tenido suerte de escapar con sus tres mil intactos!
No cabía duda de que los planes de lord Gensifer provenían de una desesperada necesidad de dinero, pensó Glinnes. A pesar de su amabilidad y de su ostensible franqueza, lord Gensifer seguía siendo un hombre al que convenía tratar con suma cautela.
La barca subió por el angosto estrecho de Selma, dejando atrás matorrales y emparrados de suaves lantingos blancos, hasta desembocar en el ancho de Ambal, donde una leve brisa descomponía el reflejo de las estrellas en una alfombra de destellos. A la derecha se alzaba la isla Ambal, rematada por grupos de hojas de fanzaneel. Cubrían el cielo como manchas de tinta negra. Y delante… la isla Rabendary, la querida Rabendary, y el muelle de su casa. No se veía ninguna luz. ¿No había nadie en casa? ¿Dónde estaba Marucha? Visitando a los amigos, probablemente.
La barca costeó la orilla hasta llegar al muelle. Glinnes subió los viejos y crujientes peldaños, amarró la barca y caminó por el sendero hasta la casa.
Un crujido de cuero, un arrastrar de pies. Se movieron sombras; formas oscuras ocultaron las estrellas. Objetos pesados se estrellaron contra su cabeza, cuello y hombros, produciendo sonidos sordos y desagradables; trituraron sus dientes, arañaron sus vértebras, llenaron su nariz con un hedor a amoníaco. Cayó al suelo. Le golpearon con fuerza las costillas y la cabeza; los impactos retumbaban como truenos y abarcaron todo el espacio del mundo. Intentó alejarse rodando, aovillarse, pero sus sentidos no respondieron.
Cesaron los golpes. Glinnes flotaba en una nube de debilidad. Reparó desde muy lejos en que unas manos exploraban su persona. Un susurro áspero campanilleó en su cerebro: «Coge el cuchillo, coge el cuchillo». Más palpamientos, y después otra lluvia de patadas. Glinnes pensó que oía, desde una gran distancia, una serie de carcajadas. Su consciencia se fragmentó como gotas de mercurio. Se adormeció.
Pasó el tiempo. La alfombra de estrellas se deslizó por el cielo. Muy lentamente, desde todas direcciones, los componentes de su consciencia se reunieron de nuevo.
Algo fuerte y frío aferraba el tobillo de Glinnes, le arrastraba sendero abajo hacia el agua. Gimió y extendió los dedos para agarrarse a la hierba, sin resultado. Pataleó con todas sus fuerzas y golpeó algo pulposo. La presa que inmovilizaba su tobillo se aflojó. Glinnes se encorvó penosamente sobre manos y rodillas y reptó por el sendero. El merling le persiguió y volvió a atraparle. Glinnes lanzó un puntapié y el merling graznó de dolor.
Glinnes, a pesar de su debilidad, rodó sobre sí mismo. Hombre y merling se enfrentaron bajo el resplandor de las estrellas de Trullion. Glinnes empezó a deslizarse hacia atrás, ayudándose con las caderas, treinta centímetros cada vez. El merling saltó hacia adelante. La espalda de Glinnes golpeó contra los peldaños que ascendían a la terraza. Debajo había estacas de la cerca. Glinnes giró y tanteó; sus dedos tocaron una estaca. El merling le agarró y volvió a arrastrarle hacia el agua. Glinnes se sacudió como un pez lanzado a tierra, se liberó y luchó por regresar hacia la terraza. El merling emitió un graznido de desconsuelo y se precipitó sobre él. Glinnes se apoderó de una estaca, la abatió sobre la ingle de la criatura: se hundió. Glinnes se apoyó en la escalera, con la estaca preparada. El merling no se atrevió a aproximarse más. Glinnes gateó hacia el interior de la casa y se obligó a permanecer erguido. Dio un manotazo al interruptor y la casa se iluminó. Esperó, tambaleándose. Le dolía la cabeza y sus ojos se negaban a enfocar. Al respirar le dolían las costillas: probablemente tenía varias rotas. Le dolían los muslos, donde sus atacantes le habían apaleado para reducir a pulpa su ingle, pero habían fracasado por la falta de luz. Un nuevo dolor, más agudo, le sacudió. Buscó su cartera. Nada. Examinó la funda de su bota: su maravilloso cuchillo de proteo había desaparecido.
Glinnes suspiró, enfurecido. ¿Quién le había hecho esto? Sospechó de los Drosset. Se sintió seguro al recordar el campanilleo de las alegres carcajadas.