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Por la mañana. Glay reunió sus pertenencias y Glinnes le acompañó a Saurkash. No intercambiaron ni una palabra durante el viaje.

—No estaré muy lejos, al menos durante un tiempo —dijo Glay, después de descender de la barca al muelle de Saurkash—. Tal vez acampe en los Comunes. Akadie sabrá dónde encontrarme en caso de que se me necesite. Intenta ser amable con Marucha. Su vida ha sido desdichada, y si ahora quiere jugar a recuperar su juventud, ¿qué tiene de malo?

—Devuelve esos doce mil ozols y tal vez te haga caso —replicó Glinnes—. Por ahora, sólo espero de ti estupideces.

—Peor para ti —dijo Glay, y siguió andando por el muelle.

Glinnes le vio marchar. Después, en lugar de volver a Rabendary, se dirigió por el oeste a Welgen.

Tras surcar en menos de una hora las plácidas vías fluviales, llegó al ancho de Blacklyn. El gran río Karbashe desembocaba por el norte, y el mar se hallaba a unos dos kilómetros hacia el sur.

Glinnes amarró la barca al muelle público, casi a la sombra del estadio de hussade, una estructura de postes de mena verde grisácea unidos mediante barras y abrazaderas de hierro negro. Reparó en un gran letrero de color crema, impreso en letras rojas y azules:

Glinnes leyó el letrero por segunda vez, preguntándose de dónde sacaría lord Gensifer los talentos necesarios para formar un equipo de la calidad exigida para participar en un torneo. Diez años antes, una docena de equipos habían jugado en los Marjales: los Frenéticos Demonios de Welgen, los Invencibles del Club de Hussade de Altramar, los Gialospans[18] de Voulash de la Gran Isla Vole, los Magnéticos de Gaspar, los Serpientes de Saurkash (el equipo desorganizado y espontáneo en el que habían jugado Jut, Shira y él), los Gorgets del Club de Hussade de Loressamy y varios otros de diversa calidad y jugadores siempre distintos. La competición había sido despiadada; los mejores jugadores fueron muy solicitados, engatusados y sometidos a cientos de tentaciones. Glinnes no dudaba de que la situación seguía siendo la misma.

Glinnes se alejó del estadio, pero un nuevo pensamiento no cesaba de acuciarle. Un equipo de hussade pobre perdía dinero y, a menos que recibiera una subvención, se hundía. Un equipo mediocre podía ganar o perder, dependiendo de la calidad superior o inferior de sus contrincantes. Sin embargo, un equipo de éxito y agresivo solía conseguir ganancias sustanciales a lo largo de un año que, al dividirlas, tal vez representaran doce mil ozols por hombre.

Glinnes caminó pensativamente hacia la plaza central. Los edificios parecían algo más deteriorados por las condiciones climáticas, las ramas del calepsis que se alzaba frente a la taberna Aude de Lys se veían más pobladas y exuberantes, y Glinnes observó, muy a su pesar, la abundancia de uniformes fanscher y de vestimentas influidas por el mismo estilo. Glinnes se burló de aquella moda con una mueca. En el centro de la plaza, como antes, se alzaba el prutanshyr, una plataforma de doce metros de lado, con un puente transversal de grúa corrediza encima, y una plataforma auxiliar o estrado a un lado para los músicos que proporcionaban un contrapunto a los ritos del castigo.

En los diez años transcurridos habían surgido dos nuevas estructuras. La más notable era una posada reciente, El noble San Gambrino, elevada gracias a vigas de mena sobre la cervecería al aire libre, a nivel del suelo, donde cuatro músicos trevanyis tocaban para los clientes que habían elegido tomar un refresco a horas tan tempranas.

Era el día del mercado. Los vendedores ambulantes habían colocado sus carretas alrededor de la periferia de la plaza; todos eran de la raza wrye, un pueblo tan distinto y particular como los trevanyis. Trills de Welgen y de la campiña adyacente paseaban con parsimonia frente a los puestos, examinaban y manoseaban, regateaban y, en ocasiones, compraban. Los campesinos se distinguían por su indumentaria: el inevitable paray, aderezado con cualquier cosa que dictara el capricho, la conveniencia, el antojo o el impulso estético (retazos de esto, trocitos de aquello, bufandas llamativas, chalecos bordados, camisas adornadas con diseños extravagantes, sartas de cuentas, collares, brazaletes tintineantes, cintas para la cabeza, escarapelas). Los residentes en la ciudad vestían ropas menos chillonas, y Glinnes observó una notable proporción de trajes fanscher, de buena tela gris, bien cortados y acompañados de botas negras relucientes altas hasta el tobillo. Algunos se calaban con gorras cúbicas de fieltro negro firmemente encasquetadas sobre la cabeza. Un cierto número de los que exhibían tal indumentaria era gente mayor, consciente de su elegancia. Está claro, reflexionó Glinnes, que no todos van a ser fanschers.

Un hombre delgado de largos brazos, vestido de gris oscuro, se acercó a Glinnes, quien le miró sorprendido, despectivo y divertido a la vez.

—¿Usted también? ¿Será posible?

Akadie no mostró la menor señal de turbación.

—¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en seguir una moda? Me divierte fingir que vuelvo a ser joven.

—¿Y al mismo tiempo disfrazarse de fanscher?

—Repito: ¿por qué no? —Akadie se encogió de hombros—. Tal vez se idealizan en demasía; tal vez critican con excesivo encono la superstición y sensualidad del resto de nosotros. En cualquier caso —hizo un gesto de indiferencia—, soy como me ves.

Glinnes meneó la cabeza para indicar su desaprobación.

—De repente, estos fanschers controlan la cordura del mundo, y sus padres, que les dieron a luz, se convierten en personajes ineptos y sórdidos.

—Las modas van y vienen —rió Akadie—. Mitigan el tedio de la rutina. ¿Qué hay de malo en disfrutarlas? —Antes de que Glinnes pudiera responder. Akadie cambió de tema—. Esperaba encontrarte aquí. Andas buscando a Junius Farfan, sin duda, y da la casualidad de que puedo enseñarte quién es. Mira más allá de ese horripilante instrumento, al salón que se halla bajo El noble san Gambrino. A la izquierda, protegido por las sombras más espesas, está sentado un fanscher escribiendo en un libro mayor. Ese hombre es Junius Farfan.

—Iré a hablar con él.

—Buena suerte.

Glinnes cruzó la plaza, entró en la cervecería al aire libre y se acercó a la mesa que Akadie había indicado.

—¿Es usted Junius Farfan?

El hombre levantó la vista. Glinnes vio un rostro de facciones regulares, aunque algo macilento y cerebral. El traje gris colgaba con austera elegancia sobre su cuerpo enjuto, que parecía todo nervios, huesos y fibras. Un casco de tela negra sujetaba su cabello y prestaba cierto dramatismo a la cuadrada frente pálida y a los tristes ojos grises. Su edad no debía sobrepasar a la de Glinnes.

—Soy Junius Farfan.

—Me llamó Glinnes Hulden. Glay Hulden es mi hermano. Hace poco le entregó una cantidad considerable, alrededor de doce mil ozols.

—Cierto —asintió Farfan.

—Le traigo malas noticias. Glay consiguió ese dinero de forma ilegal. Vendió una propiedad que no era de él, sino mía. Para ser sincero, debo recuperar ese dinero.

Farfan no pareció ni sorprendido ni directamente aludido. Señaló con un gesto una silla.

—Siéntese. ¿Quiere tomar un refresco?

Glinnes se sentó y aceptó una jarra de cerveza.

—Gracias. ¿Dónde está el dinero?

Farfan le inspeccionó desapasionadamente.

—No esperará que lleve encima una bolsa conteniendo doce mil ozols.

—Se equivoca. Necesito el dinero para reclamar la propiedad.

Farfan esbozó una sonrisa de educada disculpa.

—Sus esperanzas no se podrán cumplir, puesto que no estoy en condiciones de devolverle el dinero.

Glinnes posó la jarra sobre la mesa con brusquedad.

—¿Por qué no?

—El dinero ha sido invertido; hemos encargado la maquinaria necesaria para equipar una fábrica. Tenemos la intención de fabricar los productos que, por el momento, se importan de Trullion.

Glinnes habló con voz ronca a causa de la furia.

—Pues será mejor que consiga nuevos fondos para sus propósitos y me pague los doce mil ozols.

Farfan asintió con gravedad.

—Si el dinero era en verdad de usted, reconozco la deuda sin ambages y recomendaré que le sea devuelta esa cantidad junto con los intereses correspondientes en cuanto nuestra empresa rinda los primeros beneficios.

—¿Y cuándo será eso?

—No lo sé. Confiamos en adquirir un terreno, sea por préstamo, donación o embargo. —Farfan sonrió, y su rostro adquirió de súbito un aspecto juvenil—. A continuación deberemos construir una planta, adquirir materias primas, aprender las técnicas adecuadas, producir y vender nuestros artículos, pagar los primeros cargamentos de materias primas, comprar nuevos cargamentos y suministros, y así sucesivamente.

—Todo eso llevará un período considerable de tiempo.

Junius Farfan frunció el ceño.

—Fijemos un plazo de cinco años. Si para entonces se siente con ánimos de renovar su petición, discutiremos el tema de nuevo. Espero que para nuestra mutua satisfacción. Como individuo, simpatizo con su compromiso. Como secretario de una organización que necesita desesperadamente capital, me siento muy complacido de emplear su dinero. Considero que nuestra necesidad es más urgente que la suya. —Cerró el libro y se levantó—. Buenos días, señor Hulden.