Al final, fue Glinnes el que se marchó a Port Maheul y se enroló en la Maza cuando tenía dieciséis años. Glay no se alistó en la Maza, ni jugó al hussade, ni se convirtió en astromentero. Al poco de que Glinnes ingresara en la Maza, Glay también se fue de casa. Vagó a lo largo y ancho de Merlank. De vez en cuando trabajaba para ganar unos cuantos ozols. En varias ocasiones, ensayó las tretas que Akadie le había enseñado, con el propósito de viajar a otros mundos, pero por una u otra razón sus esfuerzos fracasaron y no consiguió reunir la cantidad suficiente para comprar un pasaje.
Durante una temporada viajó con un grupo de trevanyis[9]. Su exactitud y dinamismo contrastaban de manera divertida con la imprecisión del trill medio.
Después de ocho años de vagar sin rumbo, volvió a la isla Rabendary, donde todo seguía como antes, aunque Shira había abandonado por fin el hussade. Jut todavía continuaba su guerra nocturna contra los merlings. Marucha aún confiaba en ser aceptada socialmente por la nobleza local, que no tenía la menor intención de permitirlo. Jut, a instancias de Marucha, se hacía llamar ahora Hulden, señor de Rabendary, pero rehusaba trasladarse a la mansión de Ambal, que, pese a sus notables dimensiones, grandes aposentos y pulidos paneles de madera, carecía de una amplia terraza orientada de cara al mar.
La familia recibía con regularidad noticias de Glinnes, que había prosperado en la Maza. Había conseguido en el campamento de reclutas una recomendación para ingresar en la escuela de formación de oficiales, y después había sido asignado al Cuerpo Táctico del escuadrón 191; allí obtuvo el mando de la lancha de desembarco 191-539 y de sus veinte hombres.
Glinnes ya podía aspirar a una carrera satisfactoria y a una excelente jubilación, pero no se sentía del todo feliz. Había imaginado una vida más romántica y aventurera; se había visto surcando el cúmulo en un patrullero, a la busca de escondites de astromenteros, aterrizando después en lugares remotos y pintorescos para descansar durante unos días…, una vida mucho más activa y azarosa que la rutina perfectamente organizada en que la se veía atrapado. Jugaba al hussade para paliar la monotonía; su equipo siempre se destacaba en el campeonato de la flota, y había ganado dos de ellos.
Al final, Glinnes solicitó el traslado a una lancha patrullera, pero su petición fue rechazada. Se presentó ante el comandante del escuadrón, que escuchó las quejas y protestas de Glinnes con una actitud de total desinterés.
—La petición fue rechazada por una excelente razón.
—¿Cuál? —preguntó Glinnes—. Supongo que no me considerarán indispensable para la supervivencia del escuadrón…
—No del todo. En cualquier caso, no queremos trastornar una organización que funciona con tal precisión.
Ordenó algunos papeles que tenía sobre el escritorio y después se retrepó en la silla.
—En confianza, corre el rumor de que no tardaremos en entrar en acción.
—¿De veras? ¿Contra quién?
—En cuanto a este punto, me baso sólo en suposiciones. ¿Ha oído hablar del Tamarchô?
—Sí, desde luego. Leí algo en una revista. Un culto de fanáticos guerreros que viven en un planeta cuyo nombre no recuerdo. Aparentemente, destruyen por el simple placer de destruir, o algo así.
—Bien, pues ya sabe tanto como yo, excepto que el planeta es Rhamnotis y los tamarchistas han devastado una región entera. Yo diría que vamos a descender sobre Rhamnotis.
—Es una explicación, como mínimo. ¿Cómo es Rhamnotis? ¿Un lugar sombrío y desértico?
—Todo lo contrario.
El comandante se estiró y pulsó unos botones. Una pantalla se iluminó y habló una voz.
—Alastor 965, Rhamnotis. Las características físicas son…
El narrador leyó una serie de cifras referentes a la masa, dimensiones, gravedad, atmósfera y clima, mientras la pantalla mostraba una proyección de Mercator de la superficie. El comandante apretó botones para evitar la información histórica y antropológica, y buscó lo que era conocido como «información general».
—Rhamnotis es un mundo en el que cada detalle, aspecto e institución se dirige a lograr el bienestar y la satisfacción de sus habitantes. Los primeros pobladores, procedentes del planeta Triskelion, decidieron desterrar para siempre la fealdad que habían dejado atrás, y suscribieron un acuerdo a este respecto, acuerdo que constituye el principal documento de Rhamnotis, objeto de gran reverencia.
»Hoy, los habituales detritus de la civilización (discordia, obscenidad, despilfarro, desorden estructural) han sido casi expulsados de la conciencia de la población. Actualmente, Rhamnotis es un mundo caracterizado por su excelente organización. Lo óptimo se ha convertido en la norma. Los males sociales son desconocidos; la pobreza no es más que una palabra curiosa. La semana laboral es de diez horas, y todos los miembros de la población participan en ella. Dedican sus energías restantes a carnavales y festivales, que atraen a los turistas de planetas lejanos. La cocina se considera a la altura de la mejor del cúmulo. Playas, bosques, lagos y montañas proporcionan oportunidades insuperables para el esparcimiento al aire libre. El hussade es un deporte muy popular, aunque los equipos locales nunca se han destacado entre los principales del Cúmulo.
El comandante tocó otro botón.
—En años recientes —siguió el narrador—, el culto conocido como Tamarchô ha atraído la atención. Los principios del Tamarchô son confusos, y parecen variar según el individuo. En general, los tamarchistas se entregan a la violencia desenfrenada, la destrucción y la violación. Han quemado cientos de hectáreas de bosque primitivos; han contaminado lagos, embalses y fuentes con cadáveres, basura y petróleo; se sabe que han envenenado charcas de reservas de caza y que han colocado cebos envenenados para aves y animales domésticos. Lanzan bombas de excrementos entre las multitudes perfumadas de los carnavales y orinan desde altas torres sobre el gentío. Rinden culto a la fealdad y, de hecho, se llaman a sí mismos la Gente Fea.
El comandante apretó un botón para apagar la pantalla.
—Ya lo ve. Los tamarchistas se han apoderado de una región y no quieren marcharse. Parece ser que los rhamnotes han pedido auxilio a la Maza. De todas formas, es una especulación. También podría ser que nos enviaran a la isla Breakneck para dispersar a las prostitutas. ¿Quién sabe?
La estrategia habitual de la Maza, ratificada a lo largo de diez mil campañas, consistía en agrupar una fuerza tremenda, tan extravagantemente abrumadora como para intimidar al enemigo e imponerle la convicción absoluta de la derrota. En la mayoría de los casos, la rebelión se desvanecía y no hacía falta combatir. Para vencer al rey Zag el Demente del Planeta Gris, Alastor 1740, la Maza desplegó mil acorazados Tyrant sobre el Capitolio Negro, casi ocultando la luz del sol. Escuadrones de vavarangis y aguijones volaban en evoluciones concéntricas bajo los Tyrants, y todavía a menos altura botes de combate surcaban el aire en todas direcciones como avispas. Al quinto día, veinte millones de aguerridos soldados descendieron para enfrentarse a la estupefacta milicia del rey Zag, que había abandonado toda intención de resistirse mucho tiempo atrás.
Se esperaba que las mismas tácticas fueran suficientes para rendir a los tamarchistas. Cuatro flotas de Tyrants y Maulers convergieron desde cuatro direcciones distintas para sobrevolar las Montañas Plateadas, donde la Gente Fea se había refugiado. Los agentes de inteligencia destacados en la superficie informaron que no se habían producido reacciones perceptibles de los tamarchistas.
Los Tyrants descendieron un poco más, y taladraron el cielo durante toda la noche con ominosos rayos de luz azul chisporroteante. Por la mañana, los tamarchistas habían levantado sus campamentos y desaparecido. Inteligencia de superficie informó que se habían puesto a cubierto en los bosques.
Naves de guerra volaron hacia la zona, y desde los altavoces se ordenó a la Gente Fea que formara filas ordenadas y se dirigiera a una ciudad muy concurrida de las cercanías. La única respuesta fue una descarga cerrada de los francotiradores.
Los Tyrants comenzaron a descender con amenazadora deliberación. Las naves de guerra lanzaron un ultimátum final: rendición o ataque inminente. Los tamarchistas no respondieron.
Dieciséis fortalezas aéreas Armadillo se posaron sobre un prado situado a cierta altura, intentado asegurar la zona para permitir el aterrizaje de las tropas. Se encontraron no sólo con el fuego de armas ligeras, sino con espasmos energéticos que provenían de un anticuado conjunto de radiantes azules. En lugar de destruir un número indeterminado de maníacos, los Armadillos regresaron al cielo.
El comandante en jefe de la operación, vejado y perplejo, decidió rodear de tropas las Montañas Plateadas, confiando en rendir por hambre a la Gente Fea.
Dos mil doscientas lanchas de aterrizaje, entre ellas la 191-539, bajo las órdenes de Glinnes Hulden, descendieron hasta la superficie y cercaron a los tamarchistas en su guarida de las montañas. Donde pareció apropiado, las tropas ascendieron con cautela valles arriba, después de enviar lanchas de combate Aguijones para dispersar a los francotiradores. Se produjeron bajas, y como los tamarchistas ya no representaban amenaza o peligro, el comandante en jefe retiró a sus tropas de las zonas cubiertas por el fuego tamarchista.
El asedio se prolongó a lo largo de un mes. Inteligencia informó que los tamarchistas carecían de provisiones, y que comían cortezas de árbol, hojas, insectos, todo lo que tenían a mano.
El comandante envió de nuevo naves de guerra a la zona, que exigieron una rendición ordenada. Como respuesta, los tamarchistas intentaron romper el cerco en diversas ocasiones, pero fueron rechazados y les causaron considerables bajas.
El comandante volvió a enviar naves de guerra, y amenazó con el uso de gas doloroso si la rendición no se llevaba a cabo antes de seis horas. Al terminar el plazo, los Vavarangis descendieron para bombardear los refugios con proyectiles de gas doloroso. Los tamarchistas, asfixiados, rodando por tierra, retorciéndose y sufriendo convulsiones, salieron a campo abierto. El comandante ordenó desatar una «lluvia viviente» de cien mil soldados, y tras unos breves tiroteos la zona quedó despejada. Los tamarchistas capturados no sobrepasaban el número de dos mil personas de ambos sexos. Glinnes se sorprendió al comprobar que algunos eran apenas niños, y muy pocos le sobrepasaban en edad. Carecían de municiones, energías, alimentos y medicinas Dedicaban muecas y gruñidos a las tropas de la Maza; eran realmente «Gente Fea». El asombro de Glinnes aumentó. ¿Qué había impulsado a estos jóvenes a luchar con tanto fanatismo por una causa obviamente perdida? ¿Qué les había instigado a convertirse en la Gente Fea? ¿Porqué habían violado y mancillado, destruido y corrompido?
Glinnes intentó preguntar a un prisionero, que fingió no entender su dialecto. Poco después, Glinnes recibió la orden de reemprender el vuelo en su nave.
Glinnes volvió a la base. Recogió su correo y encontró una carta de Shira, en la que le comunicaba trágicas noticias. Jut Hulden había salido a cazar merlings con excesiva frecuencia; le habían tendido una trampa.
Antes de que Shira pudiera ir en su ayuda, Jut había sido sumergido en el estrecho de Farwan.
Las noticias provocaron en Glinnes una estupefacción casi irracional. Le era muy difícil imaginar cambios en los marjales eternos, sobre todo cambios tan profundos.
Shira era ahora señor de Rabendary. Glinnes se preguntó qué otros cambios se producirían. Probablemente ninguno; Shira detestaba las innovaciones. Encontraría una esposa y crearía una familia; tarde o temprano, era lo previsible. Glinnes se preguntó con quién se podría casar el voluminoso y calvo Shira, con sus mejillas coloradas y la nariz desmesurada. Ni siquiera en su calidad de jugador de hussade le había resultado fácil a Shira magrear a las chicas en la oscuridad, pues mientras él se consideraba astuto, cordial y afable, los demás pensaban que era grosero, despreciable y pesado.
Glinnes se puso a meditar sobre su niñez. Recordó las brumosas mañanas, las noches alegres, las observaciones de estrellas. Recordó a sus buenos amigos y sus costumbres peculiares. Recordó el aspecto del bosque de Rabendary; las menas que se vislumbraban sobre los pomanderos bermejos, los abedules verde plateados y los pinchones verde oscuros. Pensó en el brillo tenue que colgaba sobre el agua y que suavizaba el perfil de las orillas lejanas. Pensó en la vieja y destartalada casa familiar, y descubrió que la añoraba con todas sus fuerzas.
Dos meses después, al finalizar los diez años de servicios, renunció a su grado y volvió a Trullion.