2

Glinnes Hudson llegó al mundo llorando y pataleando; Glay le siguió una hora más tarde, en vigilante silencio. Los dos fueron distintos desde el primer día de su existencia, en aspecto, en temperamento, en todas las circunstancias de sus vidas. Glinnes, como Jut y Shira, era amable, confiado y sencillo; se convirtió con el tiempo en un apuesto mocetón de tez clara, cabello rubio y boca ancha y sonriente. Glinnes gozaba por completo de los placeres de los Marjales: fiestas, aventuras amorosas, observación de estrellas, navegar, hussade, cazar merlings por las noches; una vida sencilla y ociosa.

Al principio, Glay no gozó de buena salud. Durante sus primeros seis años fue displicente, capcioso y melancólico. Después cambió, y pronto dio alcance a Glinnes, a quien sobrepasó en estatura. Tenía el cabello negro, rasgos afilados y ojos atentos. Glinnes aceptaba los acontecimientos y las ideas sin escepticismo; Glay era reservado y taciturno.

Glinnes había nacido para el hussade; Glay se negaba a pisar el terreno de juego. A pesar de que Jut era un hombre justo, le resultaba difícil ocultar su preferencia por Glinnes. Marucha, también alta, de cabello negro y propensa a la meditación romántica, se decantaba por Glay, en el que creía observar sensibilidad para la poesía. Trató de interesar a Glay en la música, explicarle cómo a través de la música podría expresar sus emociones y hacerlas comprensibles a los demás. La idea no entusiasmó a Glay, que apenas produjo unas pocas disonancias desganadas en la guitarra de su madre.

Glay era un misterio incluso para sí mismo. La introspección no le servía de nada; se encontraba tan confuso como el resto de su familia. De joven, su austera apariencia y altanera autosuficiencia le ganaron el apodo de «Lord Glay»; quizá por mera coincidencia, Glay era el único miembro de la casa que deseaba trasladarse a la mansión de la isla Ambal. Incluso Marucha había desechado la idea como una ilusión ridícula, si bien divertida.

El único confidente de Glay era Akadie el consejero, que vivía en una notable casa de la isla Sarpassante, unos kilómetros al norte de Rabendary. Akadie, un hombre delgado y de largos brazos, dotado de un conjunto de rasgos poco menos que llamativo (nariz grande, rizos de cabello castaño apagado escasos, ojos azules vidriosos y boca continuamente temblando al borde de la sonrisa), era, al igual que Glay, una especie de desarraigado. Pero, al contrario que Glay, había convertido su idiosincrasia en una ventaja, y entre sus clientes se contaban incluso aristócratas.

La profesión de Akadie incluía los oficios de epigramista, poeta, copista, consejero, arbitro de la elegancia, invitado profesional (contratar a Akadie para animar una fiesta era un acto de conspicua ostentación), casamentero, consultor legal, depositario de la tradición local y fuente de habladurías escandalosas. El rostro chistoso, la voz suave y el sutil lenguaje de Akadie conferían mayor mordacidad a sus habladurías. Jut desconfiaba de Akadie y no se relacionaba con él, para disgusto de Marucha, que nunca había renunciado a sus ambiciones sociales, y que en el fondo de su corazón, pensaba que se habría casado por debajo de sus posibilidades. ¡Las sheirls del hussade se casaban a veces con nobles!

Akadie había viajado a otros planetas. Por la noche, durante las observaciones de estrellas[6], señalaba las que había visitado, para después describir su esplendor y las asombrosas costumbres de sus habitantes. A Jut Hulden no le apetecía en absoluto viajar; su interés se reducía a la calidad de sus equipos de hussade y al lugar de origen de los Campeones del Cúmulo.

Cuando Glinnes tenía dieciséis años, vio una nave astromentera. Se precipitó desde el cielo sobre el ancho de Ambal y se dirigió a imprudente velocidad hacia Welgen. La radio informó minuto a minuto del ataque. Los astromenteros aterrizaron en la plaza central y saquearon los bancos, las joyerías y el almacén de cauch, la mercancía más valiosa de Trullion. También se apoderaron de algunas personalidades importantes para obtener rescate por ellas. El ataque fue rápido, ejecutado con suma precisión; los astromenteros no tardaron ni diez minutos en subir a la nave el botín y los prisioneros. Para su desgracia, un crucero de la Maza estaba aterrizando en Port Maheul cuando se transmitió la alarma, y apenas necesitó alterar el curso para plantarse en Welgen. Glinnes salió corriendo a la terraza para presenciar la llegada del bajel de la Maza, un majestuoso y hermoso navío esmaltado de beige, escarlata y negro. La nave bajó en picado como un águila hacia Welgen y desapareció del ángulo de visión de Glinnes.

—… se elevan en el aire, pero ¡aquí llega la nave de la Maza! —gritó excitada la voz de la radio—. ¡Por las Nueve Glorias, aquí llega la nave de la Maza! ¡Los astromenteros no pueden emplear el matamoscas[7], la fricción les haría estallar! ¡Tendrán que luchar!

El locutor no podía controlar la excitación que animaba su voz.

—¡La nave de la Maza ataca, el astromentero ha sido alcanzado! ¡Hurra! ¡Va a caer sobre la plaza! ¡Qué horror, qué horror! Ha caído sobre el mercado. ¡Cientos de personas han muerto aplastadas! ¡Atención, que acudan todas las ambulancias, todo el personal médico! ¡Emergencia en Welgen! Puedo escuchar los tristes lamentos… La nave astromentera está destrozada, pero todavía combate… Un rayo azul… Otro… La nave de la Maza replica. Los astromenteros están quietos. Su nave está destrozada.

El locutor calló un momento, pero no tardó en reanudar su excitada crónica.

—¡Qué espectáculo! La gente grita de furor, se abalanza sobre los astromenteros, les arrastran fuera…

Empezó a balbucear, se interrumpió y habló con voz más calmada.

—La policía ha intervenido. Han obligado a retroceder a la muchedumbre y custodian a los astromenteros, a pesar de que éstos, que conocen su destino, luchan con desesperación. ¡Cómo se debaten y patalean! ¡Les espera el prutanshyr! ¡Prefieren la venganza de las masas! Qué espantoso daño han causado a la desventurada ciudad de Welgen…

Jut y Shira estaban trabajando en el distante huerto, injertando vástagos a los manzanos. Glinnes corrió a comunicarles las noticias.

—¡… y por fin capturaron a los astromenteros y se los llevaron!

—Peor para ellos —gruñó Jut, y prosiguió su tarea.

Para ser un trill, era un hombre muy reservado y taciturno, rasgos que se habían acentuado después de que los merlings mataran a Sharue.

—Les llevarán al prutanshyr —dijo Shira—. Quizá deberíamos enterarnos de las noticias.

—Todas las torturas se parecen —gruñó Jut—. El fuego quema, el potro disloca, la cuerda aprieta. Hay gente que disfruta con ello. Para divertirme, prefiero el hussade.

Shira guiñó un ojo a Glinnes.

—Todos los juegos se parecen. Los atrevidos se lanzan, el agua salpica, la sheirl pierde sus ropas y todos los ombligos de las chicas guapas se parecen.

—Ha hablado la voz de la experiencia —dijo Glinnes, y Shira, el más famoso galanteador de la región, estalló en carcajadas.

Shira asistió a las ejecuciones en compañía de su madre. Marucha, pero Jut no permitió que Glinnes y Glay salieran de casa.

Shira y Marucha volvieron en el último trasbordador. Marucha estaba cansada y quería ir a la cama. Shira, por su parte, se reunió en la terraza con Jut, Glinnes y Glay, y les relató lo que había visto.

—Habían cogido a treinta y tres, y los tenían prisioneros en jaulas repartidas por la plaza. Todos los preparativos se llevaron a cabo ante sus propios ojos. Un puñado de hombres duros, para ser sincero… No pude distinguir de qué raza. Había algunos echalites, otros tantos salagones, y se rumoreaba que un individuo alto de piel blanca procedía de Blaweg. Unos desgraciados, en definitiva. Iban desnudos y les habían pintado para aumentar su vergüenza: las cabezas de verde, una pierna roja y la otra azul. Les habían castrado a todos, por supuesto. El prutanshyr es algo espantoso. ¡Y aquella música! ¡Dulce como las flores, extraña y discordante! Te recorre el cuerpo como si estirasen de tus nervios para templar los instrumentos… Bien, de cualquier modo, el caldero de aceite hirviente estaba dispuesto, junto a una grúa corrediza. La música empezó…, ocho trevanyis con todos sus instrumentos de viento y de cuerda. ¿Cómo es posible que gente tan severa haga una música tan tierna? ¡Estremece los huesos, revuelve las tripas y trae a la boca el sabor de la sangre! Estaba presente Filidice, el jefe de la policía, pero el primer agente Gerence fue el ejecutor. Uno por uno, los astromenteros fueron asidos mediante ganchos, elevados en el aire y hundidos en el aceite, y colgados otra vez de una gran estructura elevada. No sé qué era peor, si los aullidos o la triste y bella música. La gente cayó de rodillas; algunas personas sufrieron ataques de histeria y se pusieron a gritar…, no puedo deciros si de terror o de alegría. No sé qué pensar. Al cabo de dos horas, todos habían muerto.

—Umm —dijo Jut Hulden—. No volverán en mucho tiempo, casi podría asegurarlo.

Glinnes había escuchado, sumido en una horrorizada fascinación.

—Es un castigo terrible, incluso para un astromentero.

—Tienes toda la razón —dijo Jut—. ¿Eres capaz de adivinar el motivo?

Glinnes tragó saliva y no se decidió a escoger entre varias teorías.

—¿Quieres ser ahora un astromentero y arriesgarte a ese final? —preguntó Jut.

—Jamás —declaró Glinnes, con toda la sinceridad de su alma.

Jut se volvió hacia el meditabundo Glay.

—¿Y tú?

Para empezar, jamás se me pasó por la cabeza robar y matar.

—Uno de los dos, como mínimo, ha sido disuadido de seguir el camino del delito —rió ásperamente Jut.

—No me gustaría escuchar música tocada para provocar dolor —dijo Glinnes.

—¿Y por qué no? —preguntó Shira—. En el hussade, cuando mancillan a la sheirl, la música es tierna y salvaje. La música proporciona sabor al acontecimiento, como la sal a la comida.

—Akadie afirma que todo el mundo necesita la catarsis, aunque sea en una pesadilla —comentó Glay.

—Es posible —dijo Jut—. Yo, por mi parte, no necesito pesadillas; tengo una ante mis ojos a cada momento.

Jut se refería, como todos sabían, al asesinato de Sharue. Desde aquel momento, sus cacerías nocturnas de merlings casi se habían convertido en una obsesión.

—Bien, si este par de bobos no quieren ser astromenteros, ¿qué van a ser? —preguntó Shira—. En el bien entendido que no os apetezca quedaros en casa.

—Me atrae el hussade —dijo Glinnes—. No me apetece pescar ni arrancar cauch. —Recordó la gallarda nave beige, escarlata y negra que había diezmado a los astromenteros—. Quizá ingrese en la Maza y lleve una vida aventurera.

—No sé nada de la Maza —dijo Jut con aire pensativo—, pero si te decides por el hussade puedo darte uno o dos consejos útiles. Corre cada día ocho kilómetros para desarrollar tus músculos. Salta los pozos de prácticas hasta que puedas caer sobre tus pies con los ojos cerrados.

Abstente de las chicas, o no quedará ninguna virgen en la prefectura que pueda ser tu sheirl.

—Prefiero correr ese riesgo —repuso Glinnes.

Jut escrutó el rostro de Glay.

—¿Y tú? ¿Te quedarás en casa?

Glay se encogió de hombros.

—Si pudiera, viajaría por el espacio y vería el cúmulo.

Jut enarcó sus pobladas cejas.

—¿Cómo vas a viajar sin dinero?

—Akadie asegura que existen métodos. Visitó veintidós mundos, trabajando de puerto en puerto.

—Ummm. Es posible, pero no tomes a Akadie como modelo. Lo único que ha sacado de sus viajes es una erudición inútil.

—Si esto es cierto —dijo Glay al cabo de un momento—, como debe de serlo si tú lo dices, Akadie debió de adquirir su interés y envergadura intelectual aquí en Trullion, lo que le concede todavía más crédito.

Jut, a quien jamás ofendía una derrota justa, palmeó a Glay en la espalda.

—Tiene en ti a un amigo leal.

—Estoy agradecido a Akadie —dijo Glay—. Me ha explicado muchas cosas.

Shira. que bullía de ideas lascivas, dio un leve codazo a Glay.

—Sigue a Glinnes en sus correrías y nunca más necesitarás las explicaciones de Akadie.

—No estoy hablando de eso.

—Entonces, ¿de qué estás hablando?

—No necesito dar explicaciones. Sólo serviría para que te mofaras de mí, y eso me aburre.

—¡No me burlaré! —protestó Shira—. ¡Te prestaré toda mi atención! Sigue.

—Muy bien. De tocios modos, me importa un bledo que te burles o no. Hace tiempo que noto un vacío, una falta. Quiero cargar con un peso sobre mis hombros. Quiero un reto que pueda aceptar y vencer.

—Hermosas palabras —dijo Shira, dudoso—, pero…

—¿Por qué me preocupo así? Porque sólo tengo una vida, una existencia. Quiero dejar huella, en algún lugar, de alguna manera. ¡Cuando pienso en ello casi me pongo frenético! Mi adversario es el universo. Me desafía a llevar a cabo hazañas portentosas, para que la gente me recuerde por siempre jamás. ¿Acaso no es posible que el nombre Glay Hulden brille con el mismo esplendor que el de Paro y Slabar Velche[8]? Lo conseguiré. Es lo mínimo que me debo.

—Para ello deberías llegar a ser un gran jugador de hussade o un gran astromentero —dijo Jut con voz sombría.

—No me he expresado bien —repuso Glay—. La verdad es que no aspiro a la fama o a la notoriedad. Me es indiferente asombrar a una sola persona. Sólo quiero la oportunidad de dar lo mejor de mí.

Se hizo el silencio en la terraza. El graznido de los insectos nocturnos llegaba desde las cañas, y el agua se estrellaba suavemente contra el muelle. Tal vez un merling hubiera subido a la superficie, para escuchar sonidos que le interesaran.

—La ambición no te desacredita —dijo Jut con voz grave—. Aun así, me pregunto qué pasaría si todo el mundo experimentara tales necesidades. ¿Habría una paz duradera?

—Es un problema difícil —dijo Glinnes—. De hecho, jamás me lo había planteado. Glay, me asombras. ¡Eres único!

Glay emitió un gruñido de desaprobación.

—No estoy tan seguro. Debe de haber muchísima gente desesperada por encontrar algo que llene sus vidas.

—Quizá eso explique la existencia de los astromenteros —sugirió Glinnes—. Piensa en esas personas que se aburren en casa, son ineptas para el hussade, las chicas les rechazan… ¡y allá van, en sus naves negras, dispuestas a tomar cumplida venganza!

—La teoría es tan buena como cualquier otra —aprobó Jut Hulden—, pero la venganza corta toda retirada, como han descubierto hoy treinta y tres individuos.

—Hay algo que no comprendo —dijo Glinnes—. El Conáctico está enterado de sus crímenes. ¿Por qué no despliega la Maza y termina con ellos de una vez por todas?

Shira rió con indulgencia.

—¿Crees que la Maza está ociosa? Sus naves los persiguen constantemente, pero por cada mundo vivo hay cien de muertos, para no mencionar lunas, asteroides, pecios y astromentos. Los escondrijos son innumerables. La Maza hace sólo lo que puede.

Glinnes se volvió hacia Glay.

—Ahí tienes la solución: únete a la Maza y verás el cúmulo. ¡Viaja cobrando!

—Es una idea —dijo Glay.