Maerio y Efraim se hallaban de pie en los parapetos de Benbuphar Strang.
—De repente —dijo Efraim—, hemos recobrado la paz. Nuestras dificultades han desaparecido. Tenemos toda la vida por delante.
—Temo que nuevas dificultades se avecinan.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Efraim, sorprendido.
—Es obvio que has conocido la vida de allende los Reinos; yo apenas la he saboreado. ¿Nos contentaremos con vivir como rhunes?
—Podemos vivir como nos plazca. Sólo quiero que seamos felices.
—¿Y si nos apetece viajar a otros planetas? ¿Cómo nos mirarán los rhunes al regresar? Nos considerarán contaminados…, falsos rhunes.
Efraim paseó la mirada por el valle.
—La verdad es que no somos rhunes de pies a cabeza. Por tanto…, ¿qué vamos a hacer?
—No lo sé.
—Yo tampoco.