Osmo surgió por el oeste, seguido de Cirse por el sur y Maddar por el sudoeste; la oscuridad se disipó con la luz alegre del isp.
Matho Lorcas no se encontraba en sus aposentos, ni en ningún lugar de Benbuphar Strang.
Un ambiente tétrico y tenso reinaba en el castillo. Agnois informó a Efraim de que Singhalissa deseaba entrevistarse con él.
—Deberá esperar a que haya conferenciado con los eiodarkas —dijo Efraim.
Le resultaba imposible mirar a Agnois.
—Le informaré de ello, Vuestra Fuerza. —La voz de Agnois era deferente—. Debo llamaros la atención sobre un mensaje del kaiarka Rianlle de Eccord dirigido a los miembros de la sede kaiarkal. Os invita con la máxima urgencia a una fiesta que se celebrará mañana, durante aud, en Belrod Strang.
—Visitaré Belrod Strang con gran placer.
Las horas se sucedieron con rapidez. Efraim paseó por el prado que se extendía junto al castillo y vagó por la orilla del río. Estuvo arrojando piedras al agua durante media hora. Después, se volvió y contempló Benbuphar Strang, una silueta de siniestro significado.
¿Dónde estaba Matho Lorcas?
Efraim volvió sin prisas hacia el castillo. Subió la escalera que ascendía a la terraza y se detuvo, sin decidirse a penetrar en la opresiva oscuridad.
Se obligó a continuar. Sthelany, que salía de la biblioteca, se detuvo, como si deseara hablar con él. Efraim pasó de largo sin ni siquiera mirarla de reojo. La verdad era que no se atrevía a hacerlo, para que no leyera en sus ojos la intensidad de sus sentimientos.
Sthelany le siguió con la vista: una desolada y pensativa figura.
A la hora prevista, Efraim salió de sus aposentos para recibir a los catorce eiodarkas de Scharrode, vestidos todos con traje negro ceremonial y manto blanco. Sus rostros exhibían expresiones casi idénticas de escepticismo, incluso de hostilidad.
Efraim les guió hasta el gran salón, donde lacayos y subchambelanes habían dispuesto una mesa circular. A la cola de la comitiva iba Destian, vestido como los demás.
—No recuerdo haberos convocado a esta reunión, señor Destian —dijo Efraim con voz crispada—, y, en cualquier caso, vuestra presencia no es necesaria.
Destian se inmovilizó y paseó la mirada por los eiodarkas.
—¿Cuál es el deseo de los aquí presentes?
Efraim hizo una señal a un lacayo.
—Expulse al señor Destian del salón inmediatamente, utilizando todos los medios que considere necesarios.
Destian compuso una sonrisa burlona, giró sobre sus talones y se marchó. Efraim cerró la puerta y volvió junto a sus invitados.
—Esta reunión es informal. Sentíos libres para expresaros con toda sinceridad. Mi respeto hacia vosotros no hará sino aumentar.
—Muy bien —respondió uno de los eiodarkas más ancianos, un hombre grueso y corpulento, de un tono oscuro como la madera vieja. Era el barón Haulk, como Efraim no tardó en averiguar—. Os tomaré la palabra. ¿Por qué habéis excluido al kang Destian de una reunión con sus iguales?
—Existen varias y excelentes razones que justifican mi decisión, y os haré saber algunas, si no todas, en seguida. Os recordaré que, por los protocolos de la jerarquía, su título equivale tan sólo al de su madre. En cuanto me convertí en kaiarka, ella volvió a su anterior condición de wirwove de Urrue, y Destian quedó reducido a señor. Un tecnicismo, tal vez, pero por obra de tales tecnicismos yo soy kaiarka y vosotros eiodarkas.
Efraim ocupó su lugar en la mesa.
—Tened la bondad de sentaros. Lamento haber retardado tanto este encuentro. Acaso este aparente desliz explique vuestra falta de cordialidad. ¿Estoy en lo cierto?
—No del todo —dijo el barón Haulk con voz seca.
—¿Tenéis otros agravios?
—Nos habéis pedido que hablemos con sinceridad. La historia demuestra que aquellos que son lo bastante necios como para aceptar tales invitaciones suelen pagar cara su osadía. Sin embargo, he decidido aceptar el riesgo.
»Nuestros agravios son los siguientes. Primero, la indiferencia que demostráis ante la gloriosa tradición de vuestro rango, y me refiero a la frivolidad de regresar para reclamar vuestro puesto escasos días antes de que finalizara el plazo.
—Lo consideraré el punto uno. Proseguid.
—Punto dos. Desde vuestro regreso os habéis negado a consultar a los eiodarkas respecto de los asuntos urgentes que afronta el reino; en lugar de ello, os codeáis con una persona de Puerto Mar, cuya reputación, y lo sé de buena tinta, no dice mucho en su favor.
»Punto tres: habéis insultado y ofendido a la kraike Singhalissa, a la lissolet Sthelany y al kang Destian de la forma más grosera, al de su rango y privilegios.
»Punto cuatro: os habéis enemistado abiertamente con nuestro aliado el kaiarka Rianlle de Eccord, haciendo caso omiso del bandido Gosso, que asesinó al kaiarka Jochaim.
»Punto cinco: mientras recito estos agravios, me escucháis con expresión aburrida y obstinada.
Efraim no pudo contener una risita.
—Os doy las gracias por vuestra franqueza. Responderé de idéntica guisa. El aburrimiento y la obstinación del punto cinco están lejos de ser mis auténticos sentimientos, os lo aseguro. Antes de revelaros ciertas extrañas circunstancias, ¿puedo preguntaros de dónde habéis extraído vuestra información?
—El kang Destian ha sido tan amable de tenernos al corriente.
—Me lo imaginaba. Ahora, acercad vuestras sillas y escuchad con atención; averiguaréis qué ha sido de mí durante estos últimos meses…
Efraim habló durante una hora, dejando de mencionar tan sólo los sucesos que habían ocurrido durante la penumbra.
—Para concluir, regresé a Scharrode lo antes posible, pero retrasé el encuentro con los eiodarkas porque deseaba ocultar mi incapacidad hasta haberla enmendado en parte. Propuse una tregua a Gosso porque la guerra con Gorgetto es fatigosa, odiosa e improductiva. Ni Gosso ni sus gorgettos mataron al kaiarka Jochaim: fue asesinado por un scharde traidor.
—¡Asesinato!
La palabra pareció rebotar de pared a pared.
—En cuanto a Rianlle y a sus exigencias respecto de la Cordillera de los Susurros, actué como lo habría hecho cualquier kaiarka scharde responsable. Contemporicé hasta examinar los archivos y descubrir cuál había sido su acuerdo, si existía, con el kaiarka Jochaim. No encontré ese documento. Inspeccioné la Cordillera de los Susurros en compañía de Matho Lorcas. Es un bello lugar para construir un pabellón de verano, ciertamente, pero no más que una docena de lugares similares del propio Eccord. Os he convocado para exponer los hechos y solicitar vuestro sabio consejo.
—La pregunta más lógica es: ¿por qué desea Rianlle la Cordillera de los Susurros? —dijo el barón Faroz.
—El único rasgo distintivo de la Cordillera, dejando aparte el propio susurro, parece ser el interés de los fwai-chi. La Cordillera de los Susurros es su santuario, una estación en su Sendero de la Vida. Los fwai-chi afirman que existe un acuerdo con los kaiarkas de Scharrode relativo a ella, pero no he encontrado mención de tal acuerdo en los archivos. Por tanto, caballeros, ¿qué respuesta debo llevar al kaiarka Rianlle cuando visite Belrod Strang?
—Dudo que sea necesario votar —dijo el barón Haulk—. Nos negamos a ceder la Cordillera de los Susurros. Sin embargo, expresad esta negativa en un lenguaje delicado, para que no se sienta humillado. No es necesario pasarle el rechazo por la cara.
—Podríamos decir que la Cordillera de los Susurros es propensa a los terremotos, y no queremos que nuestro amigo se arriesgue —propuso el barón Alifer.
—El pacto con los fwai-chi no carece de peso —sugirió el barón Barwatz—. Podríamos basar nuestra resistencia en ese sentido.
—Consideraré cuidadosamente todas vuestras sugerencias —dijo Efraim—. En el ínterin, no voy a confiar en nadie de Benbuphar Strang. Quiero un cambio completo de servidumbre, a excepción de Agnois. No se marchará bajo ningún concepto. ¿Quién se encargará de esto?
—Yo lo haré, Vuestra Fuerza —dijo el barón Denzil.
—Otra cosa. Mi amigo y confidente Matho Lorcas desapareció durante la penumbra.
—Muchas son las personas que desaparecen durante la penumbra, Vuestra Fuerza.
—Se trata de un caso especial, que se debe investigar, Barón Erthe, ¿seréis tan amable de iniciar la búsqueda?
—Sí, Vuestra Fuerza.
El vehículo aéreo elevó a Efraim, Singhalissa, Sthelany y Destian sobre las montañas. La conversación se limitó a un breve intercambio de frases formales. Efraim se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo, contemplando el paisaje. De vez en cuando notaba que Sthelany le miraba disimuladamente. En cierto momento le dedicó una pálida sonrisa, pero Efraim clavó la vista en el frente. El encanto de Sthelany se había evaporado por completo. Efraim apenas podía soportar su proximidad. Singhalissa y Destian hablaban de sus cogencias, un tópico común en las conversaciones rhunes. Singhalissa, entre otras habilidades, tallaba camafeos sobre carniolas, adularías, calcedonia y crisoprasa. Destian coleccionaba minerales preciosos, y estas cogencias les producían gran satisfacción.
El vehículo pasó sobre la Cordillera de los Susurros. Destian explicó la geología de la región.
—Se trata, en esencia, de un gran túmulo de diabasa roto por diques de pegmatita. Se pueden encontrar en los afloramientos algunos granates y, de vez en cuando, turmalinas de escaso valor. Según me han dicho, los fwai-chi las arrancan y las guardan como recuerdo.
—¿Carece de riqueza mineral, por lo tanto, el Dwan Jar?
—A todos los efectos prácticos.
—¿Qué opináis respecto de esta colina? —preguntó Singhalissa a Efraim.
—Un lugar delicioso para construir un pabellón. El legendario susurro es discernible como un agradable sonido apenas escuchado.
—Da la impresión de que hayáis decidido cumplir el acuerdo entre los kaiarkas Jochaim y Rianlle.
Singhalissa hablaba en tono desenvuelto, como calculando los imponderables.
—Vuestra afirmación es excesiva —dijo Efraim con cautela—. Aún no hay nada decidido. Debo verificar los términos y la propia existencia de este acuerdo.
Singhalissa enarcó sus finas cejas negras.
—No dudaréis de la palabra de Rianlle.
—Por supuesto que no, pero quizá haya calculado mal la fuerza del acuerdo. Recordad que un antiguo tratado con los fwai-chi regula la región, y sería poco honorable no tenerlo en cuenta.
—El kaiarka Rianlle reconocería la autoridad de este primer tratado, si en verdad existe —repuso Singhalissa con una sonrisa gélida.
—Ya veremos. No es probable que se aluda al tema; no hemos sido invitados a una mesa de negociaciones, sino a una fiesta.
—Ya veremos.
El aerocoche describió una larga curva descendente hacia Elde, el principal pueblo de Eccord. Cuatro ríos habían sido desviados para crear una vía fluvial circular. En medio de la isla central se alzaba Belrod Strang, un palacio construido de piedra gris pálida y madera esmaltada blanca. Pendones rosas, negros y plateados ondeaban en dieciocho minaretes. En comparación, Benbuphar Strang parecía desastrado y sombrío.
El vehículo se posó ante las puertas principales. Los cuatro descendieron y fueron recibidos por seis jóvenes heraldos provistos de gonfalones y veinte músicos que ejecutaban una frenética fanfarria con sus trompetas.
Los recién llegados fueron conducidos a sus aposentos privados, para que pudieran refrescarse. Las estancias eran las más lujosas que Efraim había conocido. Se bañó en una piscina de agua perfumada, y después se puso sus viejas prendas, en lugar de vestirse con el flamante traje negro forrado de seda roja que había llevado para la ocasión. Una puerta disimulada conducía a un lavabo y a un refectorio, donde se hallaban dispuestos platos de pan duro, queso y carne fría, acompañados de cerveza amarga.
El kaiarka Rianlle dio la bienvenida a los cuatro en su gran sala de recepciones. Cerca de él se encontraban también la kraike Dervas, una mujer severa y alta que hablaba poco, y la lissolet Maerio, supuesta hija de Dervas y Rianlle. Era fácil creer en la relación, por cuanto Maerio tenía el mismo cabello de color topacio y las facciones bellamente modeladas de Rianlle. Era una persona de corta estatura, delgada y flexible, y se comportaba con una vivacidad apenas reprimida, como un niño activo en pleno apogeo de sus facultades. Sus bucles ambarinos y la piel tostada le conferían luminosidad. De vez en cuando, Efraim se daba cuenta de que la joven le miraba con afligida solemnidad.
Belrog Strang excedía con mucho en esplendor a Benbuphar Strang, si bien carecía de aquella cualidad expresada por la palabra rhune que puede traducirse como grandeza trágica. El kaiarka Rianlle se conducía con extrema afabilidad y mostraba por Singhalissa una obvia consideración, que Efraim calificó mentalmente de poco diplomática. La kraike Dervas se comportaba con cortesía formal, hablando sin expresión, como si recitara frases automáticamente, dirigidas a personas que le resultaban indiferentes. En comparación, la lissolet Maerio parecía tímida y algo torpe. Examinaba a Efraim subrepticiamente. Sus ojos se encontraban en ocasiones, y Efraim se preguntó qué le habría atraído de Sthelany, que durante la penumbra había jugado con su rompecabezas. Sthelany era una joven bruja perversa, mientras que Singhalissa era una vieja bruja perversa.
Rianlle, a continuación, condujo a sus invitados a la Rotonda Escarlata, una estancia de veinte lados cubierta por una alfombra escarlata y rematada por una cúpula multicristalina que imitaba la forma de un resplandeciente copo de nieve de veinte lados. Una araña de cien mil luces pendía sobre una mesa de mármol rosa; en su centro se veía una maqueta del pabellón que el kaiarka Rianlle pensaba construir en la Cordillera de los Susurros. Rianlle indicó la maqueta con un gesto y una tranquila sonrisa, y después dispuso a los invitados alrededor de la mesa. Un hombre alto, vestido con un manto gris bordado con vértices negros y rojos, entró en la estancia. Empujaba ante él un carrito de dos ruedas que detuvo cerca de Rianlle. Luego, levantó la parte superior y dejó al descubierto bandejas que contenían cientos de frascos.
—Ése es Berhalten, el Maestro Mezclador —dijo Maerio a Efraim—. ¿Le conocéis?
—No.
Maerio miró a derecha e izquierda y bajó la voz para que sólo Efraim pudiera escucharla.
—Se dice que habéis perdido la memoria. ¿Es cierto?
—Sí, por desgracia.
—¿Por eso desaparecisteis de Puerto Mar?
—Supongo que sí. No estoy muy seguro.
—Fue por mi culpa —dijo Maerio con voz casi inaudible.
El interés de Efraim se reavivó al instante.
—¿Porqué?
—¿Recordáis que todos estábamos reunidos en Puerto Mar?
—Sé que fue así, pero no me acuerdo.
—Hablamos con un extranjero llamado Lorcas. Hice algo que me sugirió. Os quedasteis tan asombrado y avergonzado que perdisteis la razón.
—¿Qué hicisteis? —preguntó Efraim con escepticismo.
—No puedo decíroslo. Estaba aturdida y desenfrenada. Seguí mis impulsos.
—¿Perdí la razón inmediatamente?
—No.
—No creo que el horror me abrumara. Dudo que podáis avergonzarme, hagáis lo que hagáis.
Efraim hablaba con más fervor del que pretendía. Maerio parecía un poco confundida.
—No debéis hablar de esa manera.
—¿Me encontráis ofensivo?
—¡Lo sabéis muy bien! —Maerio le dirigió una veloz mirada de soslayo—. No, claro que no. Lo habéis olvidado todo sobre mí.
—En cuanto os vi, empecé a saberlo todo de nuevo.
—Tengo miedo de que volváis a enloquecer —susurró Maerio.
—Para empezar, nunca enloquecí.
El kaiarka Rianlle habló desde el otro extremo de la mesa.
—Me he fijado en que admirabais el pabellón que espero construir en la Cordillera de los Susurros.
—El diseño me parece muy atractivo —contestó Efraim—. Es interesante y bien ideado, fácil de adaptar a otro lugar.
—Confío en que no sea necesario.
—He conferenciado con mis eiodarkas. Como yo, oponen resistencia a ceder territorio de Scharrode. También existen ciertas dificultades de tipo práctico.
—Me parece muy bien —dijo Rianlle, todavía jovial—, pero el hecho es que la Cordillera de los Susurros me ha robado el corazón.
—La decisión no se encuentra en mis manos. Por más que deseara complaceros, debo respetar el tratado con los fwai-chi.
—Me gustaría ver una copia de ese tratado. Quizá fue establecido por un plazo limitado de tiempo.
—No estoy seguro de que exista una versión escrita.
Rianlle se reclinó en su silla, incrédulo.
—Entonces, ¿cómo podéis defender con tanto encono su realidad? ¿Cómo conocéis sus cláusulas? ¿Gracias a vuestros propios recuerdos?
—Los fwai-chi me describieron el tratado; fueron muy precisos.
—Los fwai-chi se expresan con suma vaguedad. ¿Pretendéis frustrar sobre una base tan endeble el acuerdo al que llegué con el kaiarka Jochaim?
—No deseo hacerlo bajo ninguna circunstancia. Tal vez podríais proporcionarme una copia de ese acuerdo para enseñárselo a mis eiodarkas.
—Consideraría una indignidad la necesidad de documentar mis diáfanos recuerdos.
—No cuestiono vuestros recuerdos —le tranquilizó Efraim—. Sólo me preguntaba cómo pudo el kaiarka Jochaim prescindir del tratado con los fwai-chi. Investigaré en mis archivos con gran diligencia.
—¿Rehusáis ceder la Cordillera de los Susurros sobre la base de la confianza y la cooperación?
—No puedo tomar decisiones precipitadamente.
Rianlle cerró la boca con brusquedad y se balanceó en su silla.
—Ruego que prestéis atención a las artes de Berhalten, que va a presentarnos una auténtica novedad…
Berhalten, finalizados sus preparativos, golpeó una vara con la rodilla y sonó un gong reverberante. Siete pajes con libreas escarlata y blancas se acercaron corriendo por el pasillo. Cada uno llevaba un pequeño aguamanil sobre una bandeja de plata. Berhalten introdujo en cada aguamanil un cilindro sólido de ocho colores; a continuación, los pajes cogieron las bandejas y los aguamaniles y los colocaron ante cada persona de la mesa. Berhalten inclinó la cabeza en dirección a Rianlle, cerró el carrito y aguardó.
—Berhalten ha descubierto un nuevo principio —dijo Rianlle—. Fijaos en el botón dorado que hay en la parte superior del aguamanil; apretadlo. Libera un agente que activa el odorífero. Os encantará…
Rianlle guió al grupo hasta un balcón que dominaba un amplio escenario circular. Representaba un paisaje rhune. A derecha e izquierda caían cascadas desde despeñaderos rocosos, formando riachuelos que fluían hacia un estanque central. Sonó una campana que sirvió para iniciar un salvaje estrépito de gongs y trompetas de caza, dominado por una nota bronca en stacatto que variaba solamente en tres grados[44]. Surgieron de direcciones opuestas dos formaciones de guerreros provistos de extravagantes armaduras, grotescas máscaras humanas y cascos erizados de púas. Avanzaron con paso brusco y estilizado, flexionando las piernas de una forma curiosa en cada ocasión, y se atacaron con gestos rituales al son triste de los instrumentos marciales. Rianlle y Singhalissa se apartaron para intercambiar unas palabras. Efraim se sentó en un extremo, acompañado de Sthelany. Destian conversaba con Maerio, ladeando su perfecto perfil para que pudiera admirarlo. La kraike Dervas observaba las evoluciones con mirada distraída. Sthelany observó a Efraim de una manera que, en los días precedentes a la penumbra, le habría acelerado el pulso. Le habló con voz suave.
—¿Os gusta esta danza?
—Los participantes son muy expertos. No soy un buen juez de estos espectáculos.
—¿Por qué estáis tan distante? Hace días que apenas habláis.
—Debéis perdonarme. No es fácil gobernar Scharrode.
—Habréis vivido notables acontecimientos en vuestro viaje a otros planetas.
—En efecto.
—¿Es la gente de esos planetas tan glotona y sebal como nos inclinamos a creer?
—Sus costumbres son bastante diferentes de las que imperan en los Reinos.
—¿Qué os pareció esa gente? ¿Os impresionó?
—No estaba en condiciones de preocuparme por otra cosa que no fueran mis problemas.
—¿No podéis responderme sin evasivas?
—Con toda sinceridad, temo que mis ocasionales comentarios sean repetidos a vuestra madre para que los manipule con el fin de desacreditarme.
Sthelany se reclinó en su asiento. Contempló durante varios segundos el ballet, que había llegado a su clímax con la aparición de los dos legendarios campeones Hys y Zan–Immariot.
—Me juzgáis mal —dijo Sthelany—. No le digo nada a Singhalissa. ¿Creéis que no me siento asfixiada en Benbuphar Strang? ¡Ardo en deseos de vivir nuevas experiencias! Quizá penséis mal de mí a causa de mi franqueza, pero a veces me reprimo para no dar rienda suelta a mis sentimientos. Singhalissa glorifica las rígidas convenciones. En ocasiones, tengo la sensación de que las convenciones deberían aplicarse a los demás, pero no a mí. ¿Por qué no se puede beber vino en compañía, como hacen en Puerto Mar? No hace falta que me miréis con esa expresión de asombro. Os demostraré que yo también soy capaz de pasar por encima de las convenciones.
—Sin duda aliviaría vuestro tedio, pero Singhalissa no lo aprobaría.
—¿Es preciso que Singhalissa se entere de todo? —sonrió Sthelany.
—No, definitivamente, pero es una experta en provocar intrigas y en husmearlas.
—Ya veremos.
Singhalissa lanzó una breve carcajada y se reclinó en su asiento. En el escenario, Hys y Zan–Immariot habían luchado hasta el límite de sus fuerzas. Las luces disminuyeron de intensidad. Las notas fueron perdiendo tono y tempo hasta silenciarse, salvo por el levísimo roce de los gongs.
—¡La penumbra! —susurró Sthelany.
En el escenario irrumpieron tres figuras ataviadas con ropas de cuero negro, lacadas como escarabajos y portando máscaras de demonios.
—Los tres avalares de Kro: Maiesse, Goun y Sciaffrod —indicó Sthelany, acercándose más a Efraim—. ¡Fijaos en la porfía de los campeones! ¡Han caído muertos! ¡Los demonios celebran su triunfo danzando!
El hombro de Sthelany rozó el de Efraim.
—¡Los planetas de un solo sol, donde el día y la penumbra se alternan, deben ser maravillosos!
Efraim miró de reojo. La cara de Sthelany se hallaba muy cerca, y sus ojos brillaban a la luz del escenario.
—Vuestra madre nos está mirando —observó Efraim—. ¡Qué extraño! No parece sorprenderla ni molestarla que hablemos con tanta intimidad.
Sthelany se puso rígida. Inclinándose hacia adelante, contempló las evoluciones de los demonios, que pateaban los cadáveres de los héroes muertos, mientras alzaban y bajaban bruscamente la cabeza y los brazos.
Más tarde, cuando los cuatro invitados se despidieron, Efraim aprovechó un momento para presentar sus respetos a Maerio.
—No me agrada que os mostréis tan cordial con Sthelany —dijo la joven con cierta melancolía—. Es extremadamente fascinante.
—Las apariencias engañan —replicó Efraim con una sonrisa de pesar—. ¿Seréis capaz de guardar en secreto una confidencia?
—Por supuesto.
—Creo que Singhalissa dio instrucciones a Sthelany para que se ganase mi intimidad y me sedujera para que cometiera una estupidez, y así poder desacreditarme ante los eiodarkas schardes. De hecho…
—De hecho, ¿qué? —preguntó Maerio, sin aliento.
Efraim comprendió que no era capaz de expresarse ni con precisión ni con delicadeza.
—Os lo contaré en otro momento. En cualquier caso, sois vos, y no Sthelany, a quien encuentro fascinante.
Los ojos de Maerio se iluminaron de súbito.
—Adiós, Efraim.
Cuando Efraim se volvió, sorprendió la mirada de Sthelany clavada en él, y le pareció percibir una expresión herida, salvaje y desesperada. Era el mismo rostro, recordó Efraim, que había contemplado con indiferencia un rompecabezas infantil mientras dos hombres provistos de una maza, un puñal y un saco aguardaban junto a la puerta.
Efraim se acercó al kaiarka Rianlle para despedirse de manera oficial.
—Vuestra hospitalidad ha sido inigualable. Será imposible alcanzar su esplendor en Benbuphar Strang. De todos modos, confío en que no tardéis mucho en devolvernos la visita, acompañado de la kraike y la lissolet.
—Acepto la invitación, en mi nombre y también en el de la kraike y la lissolet —respondió Rianlle, con una expresión poco cordial—. ¿Me consideraréis presuntuoso si fijo el evento para dentro de tres días? Habréis tenido la oportunidad de buscar el legendario tratado, y también de consultar a vuestros eiodarkas y convencerles de que el acuerdo entre el kaiarka Jochaim y yo debe ser cumplido sin falta.
Efraim contuvo las palabras que afloraban a sus labios con un esfuerzo.
—Consultaré a mis eiodarkas —dijo por fin—. Tomaremos una decisión que tal vez os complazca o no, pero que estará basada en nuestra concepción del deber. En cualquier caso, procuraremos agasajaros en Benbuphar Strang el día que habéis sugerido.