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—Bien… Así que es usted un rhune. ¿Recuerda algo del planeta? —preguntó Kolodin a Pardero en el vestíbulo de baldosas blancas y azules.

—Nada en absoluto.

—Lo sospechaba.

—Vamos a informarnos sobre su planeta —terció Ollave—. El Anillo se encuentra directamente bajo nuestros pies. La Cámara 933 estará en el quinto nivel. ¡Vamos al descensor!

Kolodin peroró sobre el Anillo de los Mundos mientras descendían en la burbuja.

—… una de las pocas zonas en las que se exige un permiso de entrada. No ocurría así antiguamente. Cualquiera podía acceder a la cámara de su planeta y cometer toda clase de tropelías, como escribir su nombre en la pared, clavar un alfiler en el globo para señalizar su pueblo natal, alterar el linaje de la nobleza local o introducir informes obscenos en los registros. Como consecuencia, ahora debemos identificarnos.

—Por fortuna, mis credenciales allanarán el camino —dijo Ollave con sequedad.

Una vez cumplidas las formalidades, un conserje les acompañó hasta la puerta 933 y les dejó entrar.

En el centro de la estancia flotaba cerca del suelo un globo de tres metros de diámetro, que giraba con sólo tocarlo.

—Aquí está Marune —dijo Kolodin—. ¿Le resulta familiar? Me lo temía.

Ollave tocó el globo.

—Un pequeño y denso mundo no muy poblado. Los distintos colores representan el relieve. Marune es un mundo muy escabroso. ¡Fíjense en esos picos y precipicios! Las zonas verde oliva son tundras polares; el azul metálico es mar abierto. No muy extenso, hablando en términos relativos. ¡Observen estos inmensos pantanos ecuatoriales! Hay muy poco terreno habitable, desde luego. —Apretó un botón y pequeños puntos de luz rosa parpadearon en el globo—. Ahí tenemos la distribución de la población. Da la impresión de que Puerto Mar es la ciudad más grande. Examine la cámara a su gusto. Pardero. Quizá vea algo que estimule su memoria.

Pardero deambuló por la estancia, examinando los objetos, planos y vitrinas con moderado interés.

—¿A qué distancia se halla este planeta? —preguntó al cabo de un rato con voz hueca.

Kolodin le guió hasta una representación tridimensional del Cúmulo de Alastor.

—Aquí está Númenes, junto a esta estrella amarilla. —Tocó un botón y parpadeó un indicador rojo situado a un lado—. Ahí está Marune, muy cerca del Borde Helado, en el Haz de Fontinella. Bruse-Tansel está más o menos por aquí, donde se juntan esas coordenadas. —Pasó a otra representación—. Aquí vemos el entorno local: un grupo de cuatro estrellas. Marune está —tocó un botón— en el extremo de la flecha roja, orbitando muy cerca de la enana naranja Furad. La estrella verde es Cirse, la enana azul es Osmo, la enana roja es Maddar. Un emplazamiento espectacular para un planeta, en medio de esa loca danza de estrellas. Maddar y Cirse giran una alrededor de la otra, a escasa distancia; Marune sigue la órbita mensual de Furad, que se inclina para girar alrededor de Osmo; las cuatro estrellas ejecutan una hermosa zarabanda en el Haz de Fontinella.

A continuación, Kolodin leyó una placa que colgaba en la pared.

—El día y la noche no se alternan en Marune como lo hacen en la mayoría de los planetas. Por el contrario, existen diversas condiciones de luminosidad, dependiendo del sol o soles que dominan en el cielo; estos períodos reciben nombres específicos. Las gradaciones ordinarias son el aup, el isp, el rowan rojo, el rowan verde y la sombra. Las noches se suceden a intervalos regulados por pautas complejas, con un porcentaje de una vez cada treinta días.

»La mayor parte de Marune no reúne las condiciones adecuadas para ser habitado, y la población es reducida, dividida casi a partes iguales entre los agricultores de las vertientes de las tierras bajas y los residentes de varias ciudades, la más importante de las cuales es Puerto Mar. Al este de Puerto Mar se encuentran los Reinos Montañosos, habitados por esos reservados y excéntricos guerreros/eruditos conocidos como rhunes, cuyo número exacto se ignora. La fauna nativa incluye un bípedo cuasiinteligente y manso por naturaleza: el fwai-chi. Estas criaturas habitan los bosques de las tierras altas y están protegidos por la ley y por las costumbres locales. Para una información más detallada, consúltese en catálogo.

Pardero se acercó al globo y no tardó en descubrir Puerto Mar. Hacia el este se alzaba una sucesión de cadenas montañosas. Los altos riscos se extendían más allá del límite de la vegetación, más allá de las nieves y los glaciares, hasta penetrar en regiones en las que ya no caía ni lluvia ni nieve. Una multitud de pequeños ríos bañaba la región, serpenteando por valles angostos y elevados, ensanchándose hasta formar lagos, precipitándose sobre abismos para volver a formar en el fondo nuevos lagos o corrientes. Algunos valles recibían nombre: Haun, Gorgetto, Zangloreis, Eccord, Wintaree, Disbague, Morluke, Tuillin, Scharrode, Ronduce y una docena más, como reminiscencias de un dialecto arcaico y extraño. Le resultó fácil retener algunos de los nombres, como si supiera pronunciarlos bien. Y cuando Kolodin, mirando por encima de su hombro, los leyó en voz alta, se percató de su mala pronunciación, aunque no le dijo nada.

Ollave le llamó para indicarle una alta vitrina.

—¿Qué opina de esto?

—¿Quiénes son?

—Un trismeto eiodarkal.

—Esas palabras no significan nada para mí.

—Son palabras rhune, por supuesto. Pensé que las reconocería. Un eiodarka es un barón de rancio abolengo; trisme es una institución análoga al matrimonio. Trismeto designa a los cónyuges.

Pardero examinó las dos figuras. Ambas representaban a personas altas, delgadas, de cabello oscuro y tez clara. El nombre llevaba un complicado ropaje de tela rojo oscura, una chaqueta confeccionada a base de placas metálicas negras y un casco ceremonial que combinaba metal negro con tela negra. La mujer vestía con más sencillez: un traje largo sin forma de gasa gris, sandalias blancas y un gorro holgado negro que enmarcaba las facciones blancas y meticulosamente modeladas.

—Rhunes típicos —dijo Ollave—. Rechazan por completo los patrones y estilos cosmopolitas. Fíjese bien en su postura erguida. Observe las expresiones frías y desapasionadas. Dése cuenta, asimismo, que sus ropas no poseen ningún elemento en común, una clara señal de que en la sociedad rhune los papeles del hombre y de la mujer están bien diferenciados. Cada uno es un misterio para el otro. ¡Podrían ser miembros de razas distintas! —Miró con atención a Pardero—. ¿Le sugieren algo?

—No me resultan más extraños que el idioma de Carfaunge.

—Perfecto. —Ollave atravesó la cámara en dirección a una pantalla de proyección y tocó una serie de botones—. Aquí está Puerto Mar, en el límite de las tierras altas.

Una voz que surgía de la pantalla comentó la escena.

—Contemplan la ciudad de Puerto Mar tal como la verían desde un vehículo aéreo que se aproximara por el sur. La hora es aud, o sea, a plena luz del día, y en el cielo aparecen Furan, Maddar, Osmo y Cirse.

La pantalla mostró una panorámica de pequeñas residencias medio ocultas por el follaje, edificios construidos de madera oscura y estuco rosa tostado. Los tejados eran muy inclinados, y adoptaban toda clase de ángulos irregulares y gabletes excéntricos; un estilo pintoresco e inusual. En muchos casos, las casas se habían extendido y ampliado; los anexos brotaban de las antiguas estructuras como cristales de otros cristales. Algunos edificios abandonados se habían desmoronado.

—Estas casas fueron construidas por los majars, los habitantes nativos de Marune. Quedan muy pocos majars de pura raza; se han extinguido casi por completo, y Ciudadmajar ha perdido casi todos sus habitantes. Los majars, junto con los rhunes, dieron nombre al planeta, que en los viejos tiempos era conocido como Majar–Rhune. Los rhunes, al llegar a Marune, diezmaron a los majars, pero fueron rechazados por la Maza a las montañas del este, donde ni siquiera hoy día se les permite el empleo de armas energéticas u ofensivas.

El ángulo de visión se desplazó hacia un hotel de majestuosas proporciones.

—Se ve aquí el hotel Roy al Rhune, frecuentado por todos aquellos rhunes que deben visitar Puerto Mar —siguió el comentarista—. La dirección se preocupa de atender las especiales y particulares necesidades de los rhunes.

La cámara pasó sobre un río y enfocó un barrio algo más moderno.

—Observen ahora la Ciudad Nueva. La Universidad de las Artes y las Ciencias de Puerto Mar, situada en las cercanías; acoge en su seno una famosa facultad y casi diez mil estudiantes, procedentes tanto de Puerto Mar como de las regiones agrícolas del sur y el oeste. Ningún rhune se matricula en esta universidad.

—¿Por qué? —preguntó Pardero a Ollave.

—Los rhunes se inclinan por sus propios métodos educativos.

—Parece un pueblo muy peculiar.

—En muchos aspectos.

—Y yo soy una de estas personas tan notables.

—Tal parece. Echemos un vistazo a los Reinos Montañosos. —Ollave consultó un índice—. Primero le mostraré a un nativo, un fwai-chi, como se les llama.

Tocó un botón y apareció la ladera de una alta montaña, cubierta de nieve y puntuada por algunos árboles negros retorcidos. La cámara avanzó hacia uno de los árboles y enfocó el rugoso tronco negro parduzco, que se agitaba y movía. Un poco alejado del árbol arrastraba los pies un corpulento bípedo, también negro parduzco, de piel fláccida y pelo hirsuto, cubierto de harapos.

—Tienen ante sus ojos a un fwai-chi —siguió el comentarista—. Estas criaturas, a su modo, son inteligentes, y por ello están protegidas por el Conáctico. El vello que cubre su piel no es un mero camuflaje contra los osos polares, sino órganos para la producción de hormonas y estímulo para la reproducción. En ocasiones, se ve a los fwai-chi alimentándose mutuamente; ingieren una sustancia que reacciona con una protuberancia de las paredes de su estómago. La protuberancia da lugar a una cría, que a su debido tiempo es vomitada al mundo. En otras partes de los pelos se producen también estímulos de importancia vital.

»Los fwai-chi son mansos, pero no inofensivos si se les provoca en exceso. Se dice que poseen importantes facultades parapsicológicas, y nadie se atreve a molestarlos.

El ángulo de visión se desplazó por la falda de la montaña hasta el fondo del valle. Un pueblo compuesto por cincuenta casas de piedra se extendía sobre un prado junto al que corría un río. Una alta mansión, o castillo, dominaba el valle desde un farallón. A los ojos de Kolodin, la mansión o castillo evidenciaba un barroquismo arcaico en la forma y los detalles; además, las proporciones eran exageradas, y las escasísimas ventanas demasiado altas y estrechas.

—¿Qué opina de esto? —preguntó a Pardero.

—No lo recuerdo. —Pardero se llevó las manos a las sienes, las apretó y se dio masaje en ellas—. Estoy un poco tenso. Ya tengo bastante por hoy.

—Por supuesto —declaró Ollave gentilmente—. Nos iremos ahora mismo. Venga a mi despacho; le daré un calmante y se sentirá más tranquilo.

Pardero permaneció en silencio durante el trayecto de vuelta al Hospital del Conáctico.

—¿Cuándo podré ir a Marune? —preguntó por fin a Kolodin.

—Cuando guste —respondió Kolodin, y después añadió, con el tono de una persona que intenta persuadir a un niño impertinente—: ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Es tan aburrido el hospital? Tómese unas semanas para estudiar, aprender y trazar sus planes con cuidado.

—Quiero saber dos nombres: el mío y el de mi enemigo.

Kolodin parpadeó. Había calculado erróneamente la intensidad de las emociones de Pardero.

—Tal vez no exista ese enemigo —declaró Kolodin con cierta pomposidad—. No es absolutamente indispensable para explicar su caso.

—Cuando llegué al espaciopuerto de Carfaunge —sonrió Pardero con amargura—, me habían cortado el pelo a tijeretazos. Lo consideré un misterio hasta que vi la reproducción del eiodarka rhune. ¿Se fijó en su cabello?

—Lo llevaba aplastado sobre el cráneo y le caía alrededor del cuello.

—¿Es un estilo distintivo?

—Bien… No es muy común, pero tampoco único o peculiar. Es lo bastante distintivo para facilitar la identificación.

Pardero asintió con aire sombrío.

—Mi enemigo intentó que nadie me identificara como rhune. Me cortó el pelo, me vistió de payaso, me metió en la nave y me envió al otro lado del Cúmulo, confiando en que nunca volvería.

—Eso parece. De todos modos, ¿por qué no se limitó a matarle y arrojarle a una cuneta? ¡Hubiera sido mucho más eficaz!

—Según me dijo Ollave, a los rhunes les repugna matar, excepto en caso de guerra.

Kolodin examinó subrepticiamente a Pardero, que contemplaba el paisaje con aire pensativo. Un cambio notable. En cuestión de pocas horas. Pardero había pasado de ser una persona ignorante, vaga y confusa a un hombre decidido y completo: un hombre, creyó adivinar Kolodin, que controlaba sus violentas pasiones con gran firmeza. ¿Acaso no era éste el estilo de los rhunes?

—Para esclarecer el tema, supongamos que ese enemigo existe —dijo trabajosamente Kolodin—. Él le conoce; usted, no. Cuando llegue a Puerto Mar estará en desventaja, y tal vez corra peligros sin cuento.

—Por tanto, ¿debo mantenerme alejado de Puerto Mar? —Pardero parecía casi divertido—. He calculado este riesgo; intento prepararme contra él.

—¿Y cómo va a prepararse?

Primero, quiero averiguar todo lo posible sobre los rhunes.

—Muy sencillo. Los datos se hallan en la cámara 933. ¿Qué hará a continuación?

—Todavía no lo he decidido.

Kolodin se humedeció los labios; intuía que Pardero se mostraba evasivo.

—La ley del Conáctico es rigurosa: los rhunes tienen prohibido el empleo de armas energéticas y vehículos aéreos.

—No seré rhune hasta que descubra mi verdadera identidad —sonrió Pardero.

—Desde un punto de vista técnico, es cierto —dijo Kolodin con cautela.

Cuando hubo transcurrido algo más de un mes, Kolodin acompañó a Pardero al espaciopuerto central de Commarice, hasta la pista en que aguardaba la Dylas Extranuator. Los dos se despidieron en la rampa de embarque.

—Es probable que no le vuelva a ver jamás —dijo Kolodin—, y por más que desee conocer el resultado de su búsqueda, creo que nunca lo sabré.

—Le agradezco su ayuda y su amabilidad —respondió Pardero con voz apagada.

Para ser un rhune, pensó Kolodin, incluso un rhune ocluido, se mostraba casi efusivo.

—Hace un mes insinuó que necesitaba un arma —dijo en voz baja—. ¿La ha conseguido?

—No —replicó Pardero—. Decidí esperar a encontrarme fuera del radio de atención del Conáctico, por decirlo de alguna manera.

Kolodin, mirando furtivamente a derecha e izquierda, introdujo en el bolsillo de Pardero una pequeña caja de cartón.

—Ahora tiene en su poder un Revientacráneos Dys modelo G. Las instrucciones van dentro del paquete. No lo vaya exhibiendo; las leyes son muy explícitas. Adiós, buena suerte y póngase en contacto conmigo si le es posible.

—Gracias de nuevo.

Pardero aferró a Kolodin por los hombros, y después subió a bordo de la nave.

Kolodin volvió a la terminal y ascendió a la plataforma de observación. Media hora después contempló cómo la nave negra, roja y dorada se elevaba en los aires, alejándose en dirección a Númenes.