Pardero trabajó con enérgica resolución. Sin desfallecer ni un momento recogía a diario una vez y media de su cupo, y en ocasiones lo doblaba, lo que al principio levantó comentarios jocosos entre sus compañeros de trabajo, después mofas sardónicas, y al final una fría, aunque encubierta, hostilidad. Para disimular que se sentía ofendido, Pardero se negó a participar en las actividades sociales del campamento, salvo sentarse a ver la holovisión, y a partir de ese momento se le imputó complejo de superioridad, lo cual era cierto. No gastaba nada en el economato; a pesar de las insistencias se negaba a jugar, si bien contemplaba de vez en cuando las partidas con una sonrisa sombría que incomodaba a ciertos jugadores. Alguien que confiaba en apoderarse de sus ganancias registró dos veces su taquilla, pero Pardero no sacaba dinero de su cuenta. Woane hizo uno o dos intentos poco animosos de intimidarle, y después decidió castigar la altivez del amnésico, pero se le infligió una represalia tan feroz que respiró aliviado al refugiarse en el santuario del comedor. Desde entonces, todo el mundo procuró prescindir de Pardero.
El amnésico no pudo detectar en ningún momento una brecha en la barrera que separaba su memoria de su mente consciente. Mientras trabajaba, siempre se hacía las mismas preguntas: «¿Qué clase de hombre soy yo? ¿Dónde está mi casa? ¿Qué es lo que sé? ¿Quiénes son mis amigos? ¿Quién es el culpable de que me ocurra esto?». Descargaba su frustración sobre las trepadoras colucoides, y llegó a tener fama de estar poseído por un demonio interior, de forma que todos procuraban evitar su compañía.
Por su parte, Pardero desterró Gaswin al rincón más lejano de su mente; se llevaría los menos recuerdos posibles. Consideraba el trabajo tolerable, pero detestaba el nombre de Pardero. Utilizar el nombre de un extraño era como llevar ropas ajenas, algo que denotaba escasa exigencia. Aun así, el nombre le servía tan bien como otro cualquiera; era una molestia menor.
Lo más desagradable era la falta de privacidad. Consideraba odiosa la intimidad de otros trescientos hombres, sobre todo durante las comidas; clavaba los ojos en el plato para no ver las fauces abiertas, las bolas de comida, la masticación. Imposible no tener en cuenta, sin embargo, los eructos, gruñidos, siseos y suspiros de saciedad. ¡Ésta no era la vida que había conocido en el pasado, desde luego! ¿Cómo había sido, pues, su vida?
La pregunta sólo daba lugar a un blanco total, un vacío carente de información. En algún lugar vivía una persona que le había lanzado a través del Cúmulo con el cabello cortado de cualquier manera y tan desnudo de señas de identidad como un huevo. A veces, cuando pensaba en este enemigo, creía oír vestigios de un sonido posiblemente imaginario, acaso los ecos de una carcajada, pero cuando ladeaba la cabeza para escuchar, las pulsaciones cesaban.
La caída de la noche continuaba atormentándole. Sentía a menudo deseos de adentrarse en las tinieblas, un impulso al que se resistía, en parte por cansancio, y en parte por temor a que fuera la manifestación de una anormalidad. Informó al médico del campamento de sus inquietudes nocturnas. El doctor se mostró de acuerdo en que debía combatir esta tendencia, al menos hasta conocer el origen. Felicitó a Pardero por su laboriosidad, y le aconsejó que reuniera como mínimo doscientos setenta y cinco ozols antes de partir, a fin de sufragar gastos inesperados.
Cuando la cuenta de Pardero ascendió a doscientos setenta y cinco ozols, reclamó el dinero al tesorero. Ya no era un indigente y podía ir en busca de su destino. Se despidió con cierto pesar del médico, a quien había llegado a apreciar y respetar, y subió a bordo de la nave de transporte para Carfaunge. Dejó Gaswin con una punzada de pena. Había disfrutado muy poco allí, pero el lugar le había proporcionado refugio.
Apenas recordaba Carfaunge, y ver el espaciopuerto fue como recordar un sueño.
No vio al superintendente Mergan, pero fue reconocido por Dinster, el portero de noche, que empezaba su turno en aquel momento.
El Ectobant de Líneas Prydania condujo a Pardero a Baruilla, en Deulle (Alastor 2121), donde transbordó al Lusimar de Líneas de Enlace Gaénicas, que le dejó en la estación de tránsito Calypso, en Imber, y de allí viajó a Númenes a bordo del Wispen Argent.
Pardero disfrutó del viaje. Las variadas sensaciones, incidentes y panorámicas le asombraron. No se había imaginado la diversidad del Cúmulo: las idas y venidas, el flujo de rostros, los vestidos, trajes, sombreros, adornos y joyas; los colores, luces y aires de músicas extrañas; el parloteo de las voces; la visión hechizante de chicas hermosas; drama, excitación, pathos; objetos, rostros, sonidos, sorpresas. ¿Es posible que hubiera conocido todo esto y lo olvidara después?
Hasta entonces, Pardero no se había compadecido de sí mismo, y su enemigo se le había antojado una funesta abstracción. Sin embargo, ¡qué crimen enorme y despiadado había sido perpetrado en su persona! Había sido despojado de hogar, amigos, simpatía, seguridad; le habían convertido en un cero a la izquierda. Habían asesinado su personalidad.
¡Asesinato!
La palabra le heló la sangre en las venas. Se retorció y reculó. Desde algún lugar muy lejano, le llegó el fantasma de un sonido: ráfagas de una carcajada burlona.
Al aproximarse a Númenes, la Wispen Argent pasó primero por Blazon, el siguiente planeta en órbita, para que la Maza concediera el permiso de aterrizaje, una precaución que pretendía minimizar el riesgo de un ataque desde el espacio contra el palacio del Conáctico. Una vez conseguido el permiso, la Wispen Argent prosiguió su ruta. Númenes empezó a crecer lentamente de tamaño.
A una distancia de unos cuatro mil quinientos kilómetros se produjo aquel desplazamiento de referencias tan peculiar; en lugar de quedar a un lado, un punto de destino situado al otro lado del vacío. Númenes se convirtió en el planeta que tenían bajo sus pies y sobre el cual descendió la Wispen Argent: una brillante panorámica de nubes blancas, aire azul y mares centelleantes.
El espaciopuerto central de Commarice abarcaba un área de cinco kilómetros de diámetro, rodeada por una franja de altas palmeras jacinto y las habituales oficinas de los espaciopuertos, construidas en el estilo algo pretencioso típico de Númenes.
Pardero descendió de la Wispen Argent, montó en el deslizador hasta la terminal y pidió información sobre el Hospital del Conáctico. Le dirigieron en primera instancia al Servicio de Ayuda al Viajero, y luego a una oficina situada a un lado de la terminal, donde le presentaron a una mujer alta y flaca de edad indefinida, vestida con un uniforme blanco y azul. Le saludó con laconismo.
—Soy la supervisora Gundal. ¿Debo entender que desea ingresar en el Hospital del Conáctico?
—Sí.
La supervisora Gundal tocó unos botones que, evidentemente, activaban una grabadora.
—¿Su nombre?
—Me llaman Pardero. No conozco mi verdadero nombre.
—¿Lugar de nacimiento? —prosiguió la supervisora Gundal, sin hacer comentarios.
—No lo sé.
—¿Su dolencia?
—Amnesia.
La supervisora Gundal le dedicó una inspección superficial que tal vez indicaba interés.
—¿Cómo se encuentra de salud física?
—Creo que bien.
—Una ordenanza le conducirá al hospital. —La supervisora Gundal alzó la voz—. Ariel.
Una joven rubia entró en el despacho. Su bronceado contrastaba con el severo uniforme. La supervisora Gundal le dio instrucciones.
—Haga el favor de acompañar a este caballero al Hospital del Conáctico. ¿Lleva equipaje? —No.
—Le deseo una pronta recuperación.
—Sígame, por favor.
La ordenanza sonrió educadamente a Pardero.
Un aerotaxi les condujo hacia el norte, sobrevolando el paisaje azul y verde de Flor Solana. Ariel trabó una fluida conversación con Pardero.
—¿Ya había visitado Númenes?
—No lo sé. No recuerdo nada anterior a los dos o tres últimos meses.
—Lo siento —dijo Ariel, confundida—. Bien, en caso de que no lo sepa, no existen auténticos continentes en Númenes, sino islas. Todo el mundo tiene barca.
—Parece muy agradable.
Ariel, algo conmovida por la deficiencia de Pardero, le miró de soslayo por si daba muestras de incomodidad.
—¡Qué extraña sensación la de no saber nada de uno mismo! ¿Qué se siente?
—Bien… No es doloroso —contestó Pardero, después de reflexionar un momento.
—Me alegro. ¿Ha pensado que tal vez podría ser una persona… rica e importante?
—Lo más probable es que sea alguien muy vulgar; un peón caminero o un peluquero canino trashumante.
—Estoy segura de que no —declaró Ariel—. Usted parece… —Titubeó, y después continuó, disimulando su turbación con una breve carcajada—… bueno, una persona muy segura de sí misma e inteligente.
—Confío en que tenga razón.
Pardero la miró y suspiró, previendo que el fresco y rubio encanto de la joven pronto desaparecería de su vida.
—¿Qué van a hacer conmigo?
—Nada que pueda alarmarle. Su caso será estudiado por personas muy brillantes que utilizan los aparatos más avanzados. Estoy casi segura de que le curarán.
—Es como jugarse algo a cara o cruz. —Pardero sintió una punzada de inquietud—. Podría no gustarme mi verdadero yo.
Ariel no pudo reprimir una sonrisa.
—Según tengo entendido, ésa es la principal razón que ocasiona la amnesia.
—¿No tiene miedo de ir en compañía de un hombre que quizá sea un despiadado criminal? —preguntó Pardero con aire sombrío.
—Me pagan para ser valiente. He acompañado a personas mucho más alarmantes que usted.
Pardero echó un vistazo a la isla de Flor Solana. Enfrente vio un pabellón construido con cuadernas de tono pálido y paneles translúcidos. Palmeras jacinto y cinniborinos disimulaban su complejidad.
Cuando el aerotaxi se aproximó más, distinguió seis cúpulas, de las que surgían alas en seis direcciones.
—¿Es eso el hospital? —preguntó Pardero.
—El hospital es todo lo que ve. El Hexado es el centro informático. Los edificios más pequeños son laboratorios y quirófanos. Los pacientes se alojan en las alas. Ése será su hogar hasta que recobre la salud.
—¿Volveremos a vernos? —preguntó Pardero con timidez.
En las mejillas de Ariel se formaron unos hoyuelos.
—¿Usted quiere?
Pardero hizo un rápido análisis de sus deseos.
—Sí.
—Estará tan ocupado que se olvidará de mí —dijo Ariel, medio en broma.
—No quiero olvidarme nunca más de nada.
—¿No recuerda nada de su vida anterior?
Ariel se mordió el labio pensativamente.
—Nada.
—Quizá tenga una familia, alguien que le ama, y niños.
—Supongo que es posible… Aun así, sospecho todo lo contrario.
—La mayoría de los hombres parecen sospechar lo contrario… Bien, lo pensaré.
El aerotaxi aterrizó. Ambos descendieron y caminaron por una avenida bordeada de árboles hacia el Hexado. Ariel le miraba por el rabillo del ojo, y tal vez el presagio de Pardero despertaba su compasión.
—Vengo por aquí a menudo, y vendré a verle en cuanto haya iniciado el tratamiento —dijo, con una voz que pretendía ser alegre e impersonal al mismo tiempo.
—La esperaré impaciente —sonrió Pardero.
Ariel le guió hasta la recepción, habló brevemente con un empleado y se despidió.
—¡No lo olvide! —dijo, mirando hacia atrás, sin el tono impersonal que había empleado antes—. ¡Nos veremos pronto!
—Soy el T. O. Kolodin —dijo un hombre grueso y desaliñado, de nariz desmesurada y escaso cabello oscuro—. T. O. significa técnico ordinario; llámeme Kolodin. Está en mi lista, así que nos veremos con frecuencia. Venga conmigo y le instalaremos.
Pardero tomó un baño, se sometió a un examen físico y recibió un traje liviano azul pálido. Kolodin le acompañó a su habitación, situada en un ala, y los dos comieron en una terraza cercana. Kolodin, muy pocos años mayor que Pardero, pero muchísimo más sofisticado, demostró un vivo interés por su estado.
—Nunca me he ocupado de un caso semejante. ¡Es fascinante! Casi me da pena curarle.
—Tengo algunas dudas sobre mí —sonrió Pardero con ironía—. Me han dicho que no puedo recordar porque deseo olvidarme de algo. Quizá no me gustará sanar.
—Una tesitura difícil —admitió Kolodin—, pero tal vez no haya para tanto. —Miró la uña de su pulgar, que respondió con una serie de números brillantes—. Tenemos una cita dentro de quince minutos con el T. S. Rady, que decidirá sobre la terapia a seguir.
Ambos regresaron al Hexado. Kolodin guió a Pardero al despacho del técnico superior Rady, que apareció al cabo de un momento. Se trataba de un hombre delgado, de edad madura y ojos penetrantes, que ya parecía conocer los datos relativos al caso de Pardero.
—¿Cómo se llamaba la nave que le llevó a Bruse-Tansel? —preguntó.
—No me acuerdo.
Rady asintió con la cabeza y tocó los hombros de Pardero con un cuadrado de esponja vulgar.
—Esta inoculación le facilitará relajar su mente… Acomódese en la butaca. ¿Puede concentrar su mente en algo agradable?
La habitación se oscureció; Pardero pensó en Ariel.
—Verá en la pared un par de dibujos —dijo Rady—. Quiero que los examine, aunque, si lo prefiere, puede cerrar los ojos y descansar… De hecho, relájese por completo y escuche solamente mi voz. Si yo le digo que duerma, es que puede hacerlo.
Los dibujos de la pared fluctuaron y flotaron. Un suave sonido, delicuescente y menguante, pareció absorber y borrar los demás sonidos del universo. Los dibujos de la pared se habían dilatado hasta el punto de rodearle, y la única realidad existente eran él y su espíritu consciente.
—No lo sé.
La voz resonó como si proviniera de una habitación alejada, a pesar de que era la suya. Curioso. Captó un murmullo cuyo significado sólo entendió a medias.
—¿Cómo se llamaba su padre?
—No lo sé.
—¿Cómo se llamaba su madre?
—No lo sé.
Más preguntas, a veces indiferentes, a veces apremiantes, siempre la misma respuesta y, por fin, la suspensión del sonido.
Pardero se despertó en un despacho vacío. Rady no tardó ni un minuto en regresar, y se quedó mirándole con una débil sonrisa.
—¿Qué ha averiguado? —preguntó Pardero.
—Sin comentarios. ¿Cómo se siente?
—Cansado.
—Muy normal. Descanse durante el resto del día. No se preocupe por su estado; llegaremos como sea al fondo del caso.
—¿Y si no descubren nada? ¿Y si carezco de memoria?
Rady se negó a tomar la idea en serio.
—Cada célula de su cuerpo tiene memoria. Su mente almacena datos a muchos niveles. Por ejemplo, no se ha olvidado de hablar.
—Cuando llegué a Carfaunge —dijo Pardero, vacilante—, sabía muy pocas cosas. No sabía hablar. En cuanto oí una palabra recordé su significado y pude utilizarla.
—Ésta es la base de la terapia que seguramente aplicaremos.
—Puede que recobre la memoria y descubra que soy un criminal.
—Debe afrontar este riesgo. —Los ojos de Rady centellearon—. El Conáctico podría condenarle a muerte tras recuperar su memoria.
—¿Es que el Conáctico visita el hospital?
Pardero hizo una mueca.
—Sin duda alguna. Se mueve por todas partes.
—¿Qué aspecto tiene?
Rady se encogió de hombros.
—La vestimenta y los adornos de las fotografías oficiales le dan la apariencia de un noble importante y majestuoso, pero cuando sale al exterior lo hace de incógnito y nadie le reconoce. Es su afición favorita. Cuatro trillones de personas habitan el Cúmulo de Alastor, y se dice que el Conáctico sabe lo que desayuna cada una de ellas.
—En ese caso, quizá lo más sencillo sería acudir al Conáctico e interrogarle sobre mi pasado.
—Es una posibilidad.
Pasaron los días, luego una semana, y después dos. Rady ensayó una docena de estratagemas para desbloquear las inhibiciones que atenazaban la mente de Pardero. Registró las respuestas a un amplio abanico de estímulos: colores, sonidos, olores, gustos, texturas, altitudes y profundidades, luces y grados de oscuridad. A un nivel más profundo, observó las reacciones manifiestas, fisiológicas y cefálicas de Pardero ante disparates y bromas, elementos eróticos, crueldades y horrores, rostros de hombres, mujeres y niños. Un ordenador analizó los resultados de los tests, los comparó con parámetros conocidos y sintetizó un retrato-robot de la psique de Pardero.
Rady se desanimó tras estudiar los resultados de los tests.
—Sus reflejos básicos son bastante normales. Se detecta una anomalía en su reacción ante la oscuridad, que parece estimularle de una forma curiosa. Su percepción social parece subdesarrollada; puede ser por culpa de la amnesia. Da la impresión de que es más extravertido que reservado; la respuesta a la música es mínima y la simbología de los colores apenas significa algo para usted…, quizá en razón de su amnesia. Los olores le estimulan más de lo que yo suponía, pero sin alcanzar un grado significativo. —Rady se reclinó en su butaca—. Es muy probable que estos tests provoquen alguna respuesta consciente. ¿Ha notado algo?
—Nada.
—Muy bien. Probaremos otro plan de acción, sobre la siguiente base teórica: si la amnesia se deriva de circunstancias que usted está decidido a olvidar, intentaremos eliminarla resucitando a nivel consciente estas circunstancias o hechos. A tal fin, hemos de descubrir la naturaleza del trauma específico. En una palabra, hemos de descubrir su identidad y su medio ambiente familiar.
Pardero frunció el ceño y miró por la ventana. Rady le observó con suma atención.
—¿No le interesa descubrir su identidad?
—No he dicho eso —respondió Pardero con una sonrisa torcida.
Rady se encogió de hombros.
—Usted elige. Puede marcharse de aquí cuando guste. El Servicio Social le encontrará un empleo y podrá empezar una nueva vida.
—No podría soportar la tensión. —Pardero movió la cabeza—. Tal vez hay gente que me necesita, que sufre por mí.
—Mañana empezaremos nuestra labor detectivesca —se limitó a decir Rady.
Una hora después del crepúsculo, Pardero se encontró con Ariel en un café y pasó revista a los acontecimientos del día.
—Rady admitió su desconcierto —dijo Pardero, con algo parecido a una sombría satisfacción—. No con estas palabras, desde luego. También dijo que la única manera de averiguar de dónde vengo es averiguar dónde vivía. En suma, quiere enviarme de vuelta a casa. Primero, hemos de encontrar mi casa. La labor detectivesca empieza mañana.
Ariel asintió con aire pensativo. Esa noche no se mostraba como de costumbre; de hecho, reflexionó Pardero, parecía tensa y preocupada. Alargó la mano para acariciar su sedoso cabello rubio, pero ella retrocedió.
—¿Y después? —preguntó la joven.
—Poca cosa más. Me dijo que si yo me resistía a continuar, había llegado el momento de tomar una decisión.
—¿Qué respondiste?
—Que iba a continuar, que podía haber gente buscándome. Los ojos azules de Ariel se ensombrecieron de pesar.
—No puedo seguir viéndote, Pardero.
—¿Por qué no?
—Por lo que acabas de decir. Los amnésicos siempre se marchan de sus hogares, y después… Bueno, forman nuevos vínculos. Un día recobran la memoria y la situación desemboca en una tragedia. —Ariel se levantó—. Me despediré ahora, antes de que cambie de opinión.
Le acarició la mano y se alejó. Pardero la miró hasta perderla de vista. No hizo el menor intento por retenerla.
En lugar de un día, pasaron tres antes de que el T. O. Kolodin fuera en busca de Pardero.
—Hoy visitaremos el palacio del Conáctico y pasearemos por el Anillo de los Mundos.
—Me apetece la excursión. ¿Puedo saber el motivo?
—He estado investigando su pasado, y es un laberinto imposible; mejor dicho, un cúmulo de incertidumbres.
—Se lo podría haber dicho yo mismo.
—Sin duda, pero no hay que rendirse nunca. Los hechos, debidamente comprobados, son éstos: usted apareció a una hora indeterminada del diez del mariel gaénico en el espaciopuerto de Carfaunge. Fue un día más ajetreado que otros, y pudo llegar en cualquiera de las seis naves de cuatro líneas diferentes. Las rutas previas de estas naves las condujeron a un total de veintiocho planetas; cualquiera de ellos podría ser su lugar de origen. Nueve son estaciones de tránsito importantes, y es posible que usted hiciera el viaje en dos e incluso tres escalas. La amnesia no constituiría un problema insoluble. Tanto las azafatas como el personal de la terminal, al tomarle por un deficiente mental, examinarían su billete y le guiarían de nave en nave. En cualquier caso, el número de planetas, terminales, naves y posibles transbordos dificulta en extremo nuestra actuación, al menos en el sentido de llevar a cabo una investigación como último recurso. Pero antes visitaremos al Conáctico, aunque dudo que nos reciba en persona.
—Qué pena. Me gustaría presentarle mis respetos.
Sobrevolaron Flor Solana en el aerotaxi hasta llegar a Moniscq, una ciudad costera. Desde allí, en el túnel submarino que corre bajo el Océano de las Tempestades Ecuatoriales, fueron a la isla Tremone. Un aerobús les condujo hacia el sur, y al poco rato divisaron el llamado «palacio» del Conáctico, primero bajo el aspecto de un reflejo frágil, un brillo insustancial en la atmósfera, que cristalizó en una torre de apabullantes dimensiones, sostenida por cinco columnas que se apoyaban en cinco islas. Las columnas se unían a trescientos metros de altura para crear una cúpula de cinco puntas, la superficie inferior del primer nivel. La torre se elevaba hacia lo alto y atravesaba las capas atmosféricas hasta que su extremo sobresalía hacia el sol.
—¿Existen torres como ésta en su planeta natal[30]? —preguntó Kolodin en tono casual.
—¿Me toma el pelo? —Pardero le miró con escepticismo—. Si lo supiera, no estaría aquí. —Se dedicó a contemplar de nuevo la torre—. ¿Dónde vive el Conáctico?
—Sus aposentos se hallan en el pináculo. Quizá esté mirando ahora por alguna ventana o quizá no. Nunca es posible saberlo. Después de todo, Alastor abunda en disidentes, bribones y rebeldes, y cualquier precaución es poca. Imagine, por ejemplo, que un asesino fuera enviado a Númenes simulando ser amnésico, o como un amnésico con horribles instrucciones latentes en su mente.
—No porto armas. No soy un asesino. Sólo pensarlo me produce escalofríos.
—Debo señalarle algo. Creo que su psicometría también revelaba su aversión al asesinato. Bien, si usted es un asesino, el plan fracasará, pues dudo que veamos hoy al Conáctico.
—¿A quién veremos, pues?
—A cierto demosofista llamado Ollave, que tiene acceso a los bancos de datos y a los aparatos de cotejo. Cabe dentro de lo posible que hoy averigüemos el nombre de su mundo natal.
Pardero reflexionó sobre estas palabras con su habitual prudencia.
—Y después, ¿qué me ocurrirá?
—Bien —dijo Kolodin con cautela—, se abren tres opciones ante usted. Continuar la terapia en el hospital, aunque me temo que Rady está desalentado. Aceptar su estado y tratar de iniciar una nueva vida. Volver a su planeta natal.
Pardero no hizo el menor comentario, y Kolodin se abstuvo de formular más preguntas.
Un deslizador les transportó a la base de la columna más próxima. Desde allí era imposible hacerse una idea de las proporciones de la torre, y sólo persistía la sensación de la inmensa masa y el extraordinario esfuerzo de ingeniería.
Ambos subieron en una burbuja-ascensor. A sus pies quedaron el mar, la costa y la isla Tremone.
—Los tres primeros niveles y los seis paseos inferiores están reservados para el uso y disfrute de los turistas. Se puede vagar durante días, simplemente descansando o gozando de espectáculos exóticos. Se puede dormir gratis en habitaciones sencillas, aunque se encuentran disponibles apartamentos lujosos por un precio casi simbólico. Se puede comer como en casa o saborear la cocina más reputada del Cúmulo y de otros lugares también por un precio irrisorio. Los viajeros acuden por millones. Es el deseo del Conáctico. Ahora pasamos por los niveles administrativos, organizaciones gubernamentales y los despachos de los Veinticuatro Agentes… En este momento estamos frente al Anillo de los Mundos y subiremos a la Universidad de Ciencias Antropológicas, nuestro destino. Ollave es un hombre muy sabio, nuestra última esperanza.
Se adentraron en un vestíbulo de baldosas azules y blancas. Kolodin pronunció el nombre de Ollave en dirección a un disco negro, y la persona que buscaban no tardó en aparecer. Era un hombre sin rasgos característicos, de rostro cetrino y pensativo, larga y fina nariz, y cabello negro que dejaba al descubierto una frente estrecha. Saludó a Kolodin y Pardero con una voz sorprendentemente potente, y les guió hasta un despacho apenas amueblado. Pardero y Kolodin se sentaron en sillas, y Ollave se instaló tras el escritorio.
—Según me han informado, no recuerda nada de su vida anterior —le dijo a Pardero.
—En efecto.
—No puedo devolverle su memoria, pero si es nativo del Cúmulo de Alastor estoy en condiciones de determinar su planeta de origen, quizá la precisa localidad de su región.
—¿Cómo lo hará?
—Tengo toda la información que los técnicos Rady y Kolodin me han proporcionado. —Ollave señaló su escritorio—. Antropometría, índices fisiológicos, detalles sobre su química somática, perfil psicológico… Quizá sepa que residir en un planeta concreto, formar parte de una sociedad específica y estar integrado en una forma de vida deja huellas, tanto físicas como mentales. Estas huellas, por desgracia, no son absolutamente específicas, y algunas son demasiado sutiles como para poder estimarlas. Por ejemplo, si su grupo sanguíneo fuera RC3, no cabría duda de que su planeta natal es Azulias. Sus bacterias intestinales suministran pistas, así como la musculatura de sus piernas, la composición química de su cabello, la presencia y naturaleza de hongos corporales o parásitos internos, y los pigmentos de su piel. Sus ademanes también pueden ser tipificados. Otros reflejos sociales, como parcelas y grados de modestia personal son también indicativos, pero requieren una larga y paciente observación, y la amnesia puede ocultarlos. La dentición y las reparaciones dentales ofrecen en ocasiones alguna pista, como el estilo de peinado. ¿Entiende el proceso? Los parámetros a los que podemos asignar un valor relativo estadístico se procesan en un ordenador, que nos ofrece posteriormente una lista de lugares en orden de probabilidades descendente.
»Prepararemos otras dos listas. A los planetas mejor comunicados con el espaciopuerto de Carfaunge les asignaremos factores de probabilidad, y trataremos de codificar sus reflejos culturales; una tarea muy compleja, ya que la amnesia habrá modificado muchos de estos datos, y en el ínterin ha adquirido un conjunto de hábitos nuevos. De todas formas, si tiene la bondad de entrar en el laboratorio, intentaremos obtener una lectura.
En el laboratorio, Ollave acomodó a Pardero en un pesado butacón, ajustó receptores a diversas partes de su cuerpo y dispuso una batería de contactos alrededor de su cabeza. Colocó hemisferios ópticos sobre los ojos del amnésico y acopló auriculares a sus oídos.
—Primero, comprobaremos su sensibilidad a conceptos arquetípicos. Es posible que la amnesia amortigüe o distorsione las respuestas porque según el T. S. Rady su caso es extraordinario. Con todo, si sólo está ocluido el cerebelo, otras regiones del sistema nervioso nos proporcionarán información. Si recibimos alguna señal, llegaremos a la conclusión de que su potencia relativa se ha mantenido constante. Intentaremos cribar la capa más reciente. Usted no tiene que hacer nada, limítese a seguir sentado. No se esfuerce en sentir o dejar de sentir. Sus facultades internas nos dirán todo cuanto queremos saber. —Encajó los hemisferios sobre los ojos del enfermo—. Para empezar, un conjunto de conceptos elementales.
Ante los ojos y oídos de Pardero desfilaron escenas y sonidos: un bosque bañado por el sol, olas rompiendo en una playa, un prado salpicado de flores, un valle montañoso azotado por una tormenta invernal, una puesta de sol, una noche estrellada, la panorámica de un océano en calma, la calle de una ciudad, una carretera que serpenteaba entre plácidas colinas, una nave espacial.
—Ahora, otra serie —dijo la voz de Ollave.
Pardero vio un fuego de campamento rodeado de figuras contusas, una bella muchacha desnuda, un cadáver colgando de un patíbulo, un caballero con coraza negra galopando a lomos de un caballo, un desfile de arlequines y payasos, un velero cabeceando en el oleaje, tres ancianas sentadas en un banco.
—A continuación, música.
En los oídos de Pardero se introdujo una serie de sonidos musicales: un par de acordes, varios ensayos orquestales, una fanfarria, la música de un arpa, una jiga y una canción festiva.
—Ahora, rostros.
Un hombre severo y entrecano, un niño, una mujer de edad madura, una chica, un rostro deformado por una mueca despectiva, un muchacho riendo, un hombre presa de dolor, una mujer llorando.
—Vehículos.
Pardero vio barcas, carromatos, vehículos de tierra, aviones, naves espaciales.
—El cuerpo.
Pardero vio una mano, una cara, una lengua, una nariz, un abdomen, órganos genitales masculinos y femeninos, un ojo, una boca abierta, unas nalgas, un pie.
—Lugares.
Una cabaña junto a un lago, un palacio con doce cúpulas y domos en medio de un jardín, una choza de madera, una vivienda urbana, una casa flotante, un templo, un laboratorio, la boca de una caverna.
—Objetos.
Una espada, un árbol, un nudo de cuerda, un risco montañoso, un fusil energético, un arado con una pala y una azada, una proclama oficial con un sello rojo, flores en un jarrón, libros sobre una estantería, un libro abierto sobre un atril, herramientas de carpintería, una selección de instrumentos musicales, accesorios matemáticos, una retorta, un látigo, un motor, una almohada bordada, un conjunto de mapas y planos, útiles de dibujo y papel en blanco.
—Símbolos abstractos.
Ante los ojos de Pardero aparecieron dibujos: combinaciones de líneas, formas geométricas, números, símbolos lingüísticos, un puño apretado, un dedo extendido, un pie provisto de pequeñas alas que brotaban de los tobillos.
—Y por fin…
Pardero se vio a sí mismo, primero desde muy lejos, después de cerca. Contempló su propio rostro.
Ollave le quitó los aparatos.
—Las señales eran extremadamente débiles, pero perceptibles. Hemos registrado su psicometría y ahora podemos establecer lo que se ha dado en llamar índices culturales.
—¿Qué ha averiguado?
—Sus reacciones son inconsistentes, para decirlo de forma suave. —Ollave le dedicó una mirada peculiar—. Parece que procede de una sociedad muy notable. Teme a la oscuridad, pero al mismo tiempo le atrae y exalta. Teme a las mujeres. El cuerpo femenino le perturba, y hasta el concepto de feminidad le exaspera. Responde positivamente a las tácticas militares, las batallas heroicas, las armas y los uniformes; por otra parte, aborrece la violencia y el dolor. Sus demás reacciones también son contradictorias. La pregunta es, ¿se adaptan estas respuestas extrañas a una pauta, o indican un trastorno mental? No voy a especular. Los datos, junto con los otros materiales que le mencioné, han sido introducidos en un integrador. Dentro de poco nos dará la respuesta.
—Casi tengo miedo de verla —murmuró Pardero—. Da la impresión de que soy un ejemplar único.
Ollave se abstuvo de hacer comentarios. Volvieron a su despacho, donde Kolodin aguardaba pacientemente. Ollave extrajo de un registrador una hoja cuadrada de papel blanco.
—Aquí tenemos nuestro informe. —Estudió el papel de una forma acaso inconscientemente melodramática—. Ha aparecido una pauta. —Leyó la hoja de nuevo—. Ah, sí… Han sido identificadas dieciocho poblaciones de cinco planetas diferentes. Las probabilidades de cuatro de los planetas, que abarcan un total de diecisiete poblaciones, suman el tres por ciento. La probabilidad de la única población del quinto planeta se eleva al ochenta y nueve por ciento y, a tenor de las circunstancias, equivale a una certeza casi total. En mi opinión, señor Pardero, o como se llame, es usted un rhune de los Reinos de Rhune, al este de Puerto Mar, situado en el continente norte de Marune, Alastor 933.