ENTRE LOS EFECTOS DE SER TESTIGO Y EL DESGASTE PROFESIONAL
Hasta aquí hemos descrito distintas formas de trastornos laborales que pueden padecer quienes trabajan en violencia. Cabría dedicarle un capítulo aparte al fenómeno llamado burnout. Consideraremos que tanto el burnout como los efectos de ser testigo constituyen situaciones laborales que afectan la salud porque dañan la calidad de vida y el desempeño profesional de quienes los padecen. Si bien los síntomas visibles y la dinámica de su producción son similares a los descritos para otras formas de estrés, la diferencia consiste en que tanto en el burnout como en los efectos de ser testigo se afecta directamente la identidad profesional.
Pines y Aronson (1988) señalan que el burnout «es el estado de agotamiento mental, físico y emocional producido por el involucramiento crónico en el trabajo en situaciones emocionalmente demandantes». Es decir que, de acuerdo con lo desarrollado en el capítulo anterior, sobre todo en lo referente a la acción de los mecanismos de identificación, tanto en el proceso de burnout como en los efectos de ser testigo se compromete la subjetividad de los operadores afectando, en menor o mayor grado, la identidad profesional. Los padecimientos psíquicos y orgánicos que muchas veces ocasiona esta práctica y los ideales que la acompañan, la impotencia que se experimenta al no poder resolver todas las situaciones planteadas y la consiguiente frustración, entre otras causas, pueden provocar el sentimiento de fracaso profesional.
En los efectos de ser testigo, la función se ve afectada por el impacto que provoca estar en permanente contacto con los relatos de hechos de naturaleza violenta y con los efectos de arrasamiento subjetivo de las víctimas. En el burnout, el desgaste profesional está vinculado, junto con el impacto subjetivo que provoca estar en contacto con una persona que sufre, a la frustración de las expectativas y del logro profesional. Es por esto que es considerado por algunos autores como una «patología de la identidad». (Edelvich y Brodsky, 1980). No obstante, si bien los profesionales que trabajan en violencia suelen padecer los efectos del desgaste producto de la ayuda continua al padecimiento de otros, en lo que denominamos efectos de ser testigo se suma el impacto concreto que provocan los relatos y los daños físicos ocasionados por la violencia. Una característica diferencial entre uno y otro cuadro consiste en que el burnout es un proceso que se va manifestando a lo largo del tiempo, mientras que en los efectos de ser testigo el operador, si la consulta contiene relatos de alto contenido agresivo, suele estar expuesto a sus consecuencias traumatizantes desde un primer encuentro con quien padece violencia.
Si bien cualquier encuentro con otro sufriente ya es violento para el psiquismo de quien presta apoyo, ver y escuchar en cada consulta la violencia «en vivo» afectará la subjetividad de los operadores y en algunas ocasiones de tal forma que es posible que esa violencia provoque consecuencias distintas de las de cualquier otra situación. Y esto es así no sólo por el impacto que produce la narración de un hecho violento, sino porque esa escucha y las imágenes de ataque y sufrimiento que la acompañan moviliza en el profesional toda su historia. O sea, los mitos y las creencias acerca de la violencia contra los niños y las mujeres, las propias violencias temidas, imaginadas, ejercidas y/o padecidas; las creencias que sostienen los ideales personales con relación a cómo debe ser una familia, una pareja, el vínculo con los hijos, la relación entre las personas. La práctica, entonces, suele ser afectada porque la violencia plantea otras realidades, porque cuando en esos vínculos de supuesto afecto se manifiestan maltratos, golpes, violación, abuso sexual, incesto, se experimenta un profundo impacto. También trabajar con víctimas de delito y con la ausencia inquietante y/o la amenaza de quien lo cometió tiene efectos en la subjetividad de los profesionales y produce distintos grados de incertidumbre, inseguridad y malestar. En el curso de esta práctica, entonces, los profesionales se verán expuestos a enfrentarse con la propia vulnerabilidad o con las supuestas fortalezas, los temores, los rechazos, la curiosidad. Tendrán que poner a prueba su capacidad de aproximarse a quien consulta o se asiste para poder ver, escuchar y comprender.
La angustia que ocasiona la violencia en una entrevista muchas veces provoca un desborde de estímulos difíciles de procesar. Esa magnitud pulsional que producen algunos relatos de violencia no puede ser graduada y provoca, en consecuencia, una afluencia de estímulos displacenteros que causan una falla en la coraza antiestímulo, tal como la describe Freud (1920). Cuando esos estímulos no pueden ser procesados, como ya vimos, producirán un efecto tóxico en el psiquismo que necesitará ser descargado provocando, muchas veces, nuevos circuitos de violencia. En estos casos, el aumento masivo de la angustia y de la ansiedad pone de manifiesto la falla de la disociación instrumental. Tal como dice Bleger (1977), un monto de ansiedad es necesario, pero el aumento excesivo provoca desorganización y no permite pensar y operar en la forma que cada consulta requiere. O sea, tal como en el burnout, y a causa del involucramiento personal en situaciones emocionalmente demandantes, se afectará la identidad profesional constituyéndose en un obstáculo para operar en forma adecuada en la situación de entrevista y de asistencia.