LOS EFECTOS DE SER TESTIGO: EL CUIDADO DE LOS CUIDADORES
En el estudio y la investigación sobre la violencia de género se plantea una nueva problemática que no siempre es tenida en cuenta. Esta problemática se refiere al efecto que produce en los profesionales ser testigos de los hechos de violencia que narran quienes consultan. ¿Cuáles son esos efectos subjetivos en los operadores que están en contacto continuo con situaciones de naturaleza violenta? ¿Es posible, a pesar de que esos efectos son subjetivos, hacer un intento de sistematizarlos?
Si se sigue un punto de vista tradicional, quienes trabajan en violencia son a la vez sujeto y objeto de estudio. Sujeto de estudio porque su campo de investigación es la violencia, y objeto porque la violencia narrada compromete la subjetividad de quienes la escuchan, fenómeno que debe ser analizado. Este análisis será una medida preventiva eficaz que permitirá pensar estrategias de protección y resguardo, tanto para la salud de los operadores como para su desempeño.
Es decir que, sin lugar a dudas, los profesionales también forman parte del campo de problemática de la violencia. Sin embargo, los efectos que surgen a partir de ser testigo suelen ser poco cuestionados por algunos profesionales. Más bien es posible que ellos desestimen o descalifiquen las vivencias que pueden experimentar en una entrevista. Hay una serie de expresiones que suelen escucharse en relación con esto: «Es mi trabajo»; «A mí no me hace nada»; «Lo hago desde hace mucho tiempo»; «Ya me acostumbré», «Hay que acostumbrarse». Por supuesto que la capacitación permanente y la experiencia de trabajo constituyen una forma de resguardo de la actividad profesional, pero esas frases suelen encubrir los riesgos a los que se está expuesto en el trabajo en violencia y llevan a «naturalizar» o a invisibilizar sus alcances. Hemos observado que, en algunos casos, se niega el efecto que produce el trabajo, pero se experimentan síntomas de los que no se detecta el motivo. Y no sólo estamos hablando de los efectos del trabajo en violencia sino que, de la misma manera, se podrían incluir aquellos operadores que trabajan en unidades de emergencia, con personas que padecen enfermedades terminales o que están sometidas a operaciones de alta complejidad o con las que viven con VIH-SIDA, con cáncer, etc. Es por esto que los equipos que abordan estas problemáticas deben tomar conciencia de los efectos derivados del trabajo.
El fuerte impacto de la experiencia profesional puede inscribirse en el psiquismo de los operadores en forma traumática. En consecuencia, de no mediar un ámbito grupal e institucional que facilite su elaboración, este tipo de práctica puede constituirse en un factor de riesgo para la salud física y mental. En los grupos que trabajan en violencia será importante, entonces, estar alertas sobre este aspecto de la práctica para que esa violencia no pueda instalarse y reproducirse en el campo de lo personal, en el espacio de la entrevista y/o en el interior del equipo.
Será necesario, entonces, buscar estrategias —personales y grupales— para, por un lado, ayudar y sostener a las víctimas, pero siempre teniendo en cuenta ciertos límites que permitan proteger a los profesionales. A este enfoque, que desarrollaremos más adelante, lo llamaremos el cuidado de los cuidadores.