La deserción y sus causas

Existe otro efecto importante de la práctica en violencia que bordea los límites de la identificación. Se trata de la frustración que suele experimentar el profesional frente a las deserciones de las mujeres a quienes asiste.

Algunas mujeres que han sido agredidas pueden concurrir una o pocas veces y luego abandonar las entrevistas de consulta y orientación, los grupos o la psicoterapia dejando inconcluso el proceso. La experiencia nos muestra que la deserción suele ocurrir por diversas causas. En el curso de los encuentros, cada consultante encontrará diversas modalidades para referirse al hecho violento. Es frecuente observar en la narración movimientos oscilatorios entre acercarse y alejarse del tema que nos indican diferentes formas de graduar la ansiedad que provoca el recuerdo. Esta modalidad de comunicación puede interpretarse como un mecanismo de carácter evitativo que va mostrando que la posibilidad de pensar y hablar sobre la violencia padecida presenta límites que, en algunos casos, son difíciles de trasponer. Esto es que, actualizar una y otra vez la situación de violencia, suele provocar el alejamiento de la situación de entrevista como se necesita hacerlo del hecho traumático. La fluctuación en la narración se puede interpretar, entonces, como un mecanismo de sobrevivencia, esto es, un recurso psíquico que supone la necesidad de alejarse de lo que es vivido como amenaza y peligro para la integridad psíquica. Tanto la discontinuidad de la asistencia como no concurrir a las entrevistas, las faltas y los silencios prolongados suelen deberse a la necesidad de protegerse del dolor que produce recordar. («Yo no quiero revolver»; «Me da miedo pensar y hablar sobre lo que me pasó»; «No voy a venir más porque después me siento peor»).

Otras veces, la consultante necesita expulsar de sí el hecho violento y sus efectos y depositarlo en la institución y/o en el profesional que la asiste. Es decir, la violencia de la que fue objeto contiene, a la vez, la realidad de lo padecido y las fantasías amenazantes que crean temor y angustia. El deseo, inconsciente y consciente, será expulsar la experiencia dolorosa para protegerse del temor de ser arrasada por la violencia. La posibilidad de deshacerse de esos temores y depositarlos en el profesional la hará sentir contenida y protegida. Pero ese mecanismo puede transformarse en una situación temida para algunas mujeres, ya que cada encuentro contiene la memoria y el terror de la violencia. Algunas no resisten el reencuentro con lo expulsado en cada entrevista, aunque tenga un sentido elaborativo, y por eso abandona la asistencia.

La deserción también puede deberse a los mecanismos de autoculpabilización, que no permiten admitir el apoyo que se les ofrece. Es posible que estas mujeres crean que lo que sienten no es modificable y, por lo tanto, seguir viviendo supone seguir ligadas a la situación traumática ocasionada por la violencia. Para contrarrestar estos efectos, el profesional deberá advertir a toda consultante, desde el primer encuentro, las vivencias y sentimientos que suelen manifestarse en el curso de la asistencia. Esta información ayudará a neutralizar las manifestaciones resistenciales que se oponen al reencuentro con lo displacentero. Se necesitará, además, que el profesional establezca un contexto de contención y de intervención activa que posibilite la continuidad de las entrevistas. No obstante, será inevitable que algunas mujeres abandonen la asistencia que se les ofrece.

Otra causa de deserción suele ser la fuerte presión que siente la mujer ya sea de los familiares o del agresor, para abandonar la asistencia. En este caso, la deserción es involuntaria. En otras mujeres, el abandono de la asistencia puede ser voluntario porque lo trabajado hasta el momento cumplió con el objetivo de sentirse escuchadas y, en cierta forma, aliviadas. Serán ellas, entonces, quienes den por finalizada la ayuda que buscaban. La deserción, también, puede deberse a que la mujer no encuentra, en la asistencia que se le presta, la ayuda y el sostén que necesita o espera.

En las situaciones planteadas, el hecho de que el proceso de asistencia sea interrumpido provoca distintos grados de frustración en quien asiste. Esto se debe a que cualquier forma de atención tiene un desarrollo y un cierre que previamente fue acordado con quien consulta. Entonces, el hecho de que este proceso sea interrumpido, será vivido en forma frustrante. El profesional no pudo desarrollar la tarea en la forma esperada, no sólo en relación a lo convenido previamente con la consultante sino, también, de acuerdo a sus expectativas laborales.

El compromiso emocional e intelectual implicado en las entrevistas, la renuncia a la satisfacción narcisista que promueve este trabajo, así como el esfuerzo implícito en este tipo de tarea, serán algunos de los elementos que hacen que la deserción sea vivenciada como un hecho frustrante. Esto provocará sentimientos de decepción, malestar, sufrimiento y, en ocasiones, la sensación de fracaso personal, otros sentimientos que suelen acompañar a la frustración, por el contrario, son enojo, irritación, fastidio. Los sentimientos de frustración pueden provocar por lo menos dos movimientos: o bien se reacciona con reproches agresivos hacia la consultante, configurando un nuevo circuito de violencia, o la frustración se vuelve contra uno mismo, desvalorizando el propio trabajo o haciéndose reproches tales como «para qué trabajo en violencia» o «para qué me metí en esto».

La deserción constituye en la mayoría de los casos una situación de riesgo, porque la mujer queda sin posibilidad de asistencia y de elaboración de la violencia padecida. Entonces, a pesar de los sentimientos de frustración y malestar que puede sentir el profesional por la interrupción de la asistencia, deberá ofrecerle siempre a la consultante la posibilidad de reiniciar los encuentros cuando ella sienta que lo necesita.