Los movimientos de la identificación

Para entender los efectos de ser testigo no basta con preguntarse qué se sabe sobre la violencia, sino que es necesario interrogarse sobre qué no se sabe de uno mismo en relación con los efectos de ser testigo de violencia. El impacto que provocan ciertos relatos suele crear en los técnicos angustia, temores, ansiedad, inhibición. Estos sentimientos se deben a que las entrevistas, sobre todo aquellas en las que se relatan situaciones de alto contenido agresivo, causan un efecto traumático. Por ello, es posible que fracase la disociación instrumental y se pongan en juego una serie de mecanismos defensivos dirigidos a soslayar o contrarrestar ese impacto:

Si bien un monto de ansiedad se considera necesario porque promueve el interés por investigar y, por lo tanto, favorece el curso de una entrevista, experimentarla en forma excesiva llevará al estancamiento del encuentro.

Llamaremos movimientos de identificación a una serie de reacciones manifestadas por los operadores frente a los diferentes momentos con los que más frecuentemente se encuentran en el ejercicio de su práctica profesional. Las situaciones de entrevista que aquí se exponen, si bien no alcanzan a describir los variados efectos que provoca ser testigo, responden a un trabajo personal con profesionales que se desempeñan en violencia. Tomando como base esa experiencia, aislaremos, por lo menos, cinco situaciones de conflicto, que consideramos que pueden alcanzar la categoría de prototipos.

  1. Una consecuencia del mecanismo de identificación consiste en que quien escucha relatos de situaciones muy graves pueda sentirse tan confundido, extrañado y bloqueado como quien los narra. Hemos observado que, frente a estos obstáculos, el profesional suele dudar de su capacidad para desempeñarse en situaciones concretas y no puede tampoco hacer interconsultas porque teme la descalificación o la crítica de sus colegas. El riesgo de ese aislamiento profesional consiste en manejarse con actitudes rígidas y estereotipadas que, como señala Bleger (1977: 31), muchas veces significan encubrir o disimular esas dificultades con la omnipotencia. En estos casos, y a causa de la identificación masiva (sobreidentificación), resultará perturbado el curso de la entrevista, la observación de la consultante y la percepción de sí mismo.
  2. La segunda consecuencia consiste en que el operador se identifique con lo que una mujer siente —hostilidad y odio— y con lo que ella querría hacerle al agresor: vengarse. No será extraño, entonces, que el profesional se «apropie» del lugar de la víctima y que una vivencia de injusticia «exaltada» en el ámbito de la entrevista lo lleve a experimentar sentimientos de salvación y de reparación omnipotente. Estos mecanismos, que defienden de la ansiedad que provoca la entrevista, interferirán en las intervenciones y en la dirección del encuentro.
  3. Otro efecto del mecanismo de identificación consiste en que se pueden promover en el profesional temores intensos y similares a los que experimenta la consultante. Estos temores suelen ser suscitados por el relato o por las amenazas concretas del agresor hacia la mujer violentada, o bien hacia el mismo profesional. El ataque del hombre violento a un profesional es un riesgo de esta práctica, frente al cual el equipo y/o la institución deberían tomar las medidas específicas de seguridad y de resguardo pertinentes a las situaciones de riesgo a las que se está expuesto. Pero cuando los relatos en sí mismos son vivenciados como amenazas o cuando hacen surgir en la imaginación del operador las escenas de violencia, se incrementará el miedo despertando ansiedades paranoides con intensa angustia de naturaleza persecutoria. Estos temores y las ansiedades consecuentes, que suelen constituirse en las situaciones temidas por los profesionales, impedirán actuar adecuadamente en la entrevista. A causa de esto, suelen aparecer sentimientos de rechazo a la víctima, reiniciando, sin quererlo, un nuevo circuito de violencia, pero en el ámbito de la entrevista. Estos mecanismos se dirigen a evitar la angustia que estas situaciones temidas promueven. Las consecuencias probables son que se realicen diagnósticos apresurados y se derive a la mujer a otras instituciones o a otras instancias, sin haber concluido con las intervenciones apropiadas al proceso de consulta y orientación.
  4. Otra situación se refiere a los sentimientos de lástima y compasión que promueve una mujer que consulta. Se la percibe como una víctima, pasiva, vulnerable, sin ningún recurso para enfrentar la violencia. Si bien esta suele ser la posición subjetiva de una persona violentada, se debe estar alerta ya que las intervenciones podrían estar motivadas únicamente por esos sentimientos. Estos provocan la necesidad de ayudarla e implican un fuerte compromiso afectivo con quien se entrevista. Pero el riesgo es que se obture la capacidad de pensar y de hacer. Es posible, entonces, que tanto quien entrevista como quien es entrevistada se queden sólo con la imagen de «pobrecita». Esto significa que si las intervenciones son realizadas sólo a partir de la lástima, dejarán a la mujer temporariamente más tranquila o aliviada, pero en la misma posición subjetiva en la que estaba cuando llegó a la consulta. Esto suele ser así, porque las intervenciones no le hacen sentir ni experimentar más conocimiento sobre sí o reconocer los recursos de los que, seguramente, dispone para enfrentar los efectos de la violencia. Pero si bien un primer movimiento identificatorio puede ser compadecer a la mujer, se debe plantear cómo y en qué momento se debe «salir» de esa identificación para ayudarla a que avance en la comprensión de lo ocurrido y no quede posicionada en los lugares de mujer golpeada, violada, acosada, o víctima «para siempre». Caso contrario, se corre el riesgo de que, quien entrevista y quien consulta, queden posicionados en un mismo lugar para pensar en la violencia y en sus efectos. Si esto no es advertido a tiempo por el profesional, es posible que ambos no puedan pasar a otras formas de entender.
  5. Otro efecto de ser testigo está relacionado con la hostilidad que puede llegar a sentir un operador en la situación de entrevista. Una mujer que fue agredida busca comprensión y alivio. La demanda de ayuda significa para ella encontrar un espacio en el que pueda depositar su angustia, su miedo, su rabia. Los profesionales cumplen con la función de ser depositarios de esos sentimientos que suelen provocar angustia e incrementar la vivencia de vulnerabilidad. Estas situaciones de entrevista pondrán a prueba la capacidad del profesional de aproximarse y utilizar una identificación transitoria con la consultante. Pero puede suceder que frente a relatos de alto contenido violento se manifiesten, por lo menos, dos tipos polares de reacción: o brindarse en forma exclusiva a la consultante, generándose situaciones de difícil salida, o aislarse emocionalmente utilizando actitudes indiferentes, rígidas, estereotipadas.

    Otra forma en que se manifiesta la hostilidad es poner en duda o no creer lo que la mujer narra: en este caso, las formas de preguntar, los gestos, las actitudes de rechazo, los silencios, confirmarán esas dudas.

    Otra situación relatada por los profesionales que puede conducir a conductas hostiles se da cuando la mujer que fue violentada siente lástima por sí misma e impotencia para manejar esa imagen penosa. Entonces, es posible que para «salir» de su condición de víctima necesite, por el mecanismo de identificación con el agresor, hacer padecer activamente a otro lo que ella sufrió en forma pasiva. En estos casos es frecuente que se manifiesten reproches, quejas y críticas agresivas a la forma en que se la atiende, presiones para que se resuelva rápidamente su situación u otras conductas muy demandantes hacia quien la entrevista. Esta demanda excesiva muchas veces será imposible de satisfacer por distintos tipos de limitaciones (por ejemplo, una pobre infraestructura institucional que, en general, no dispondrá de respuestas eficaces a los diferentes tipos de problemas que se plantean). Así es que los operadores suelen enfrentarse con sensaciones de impotencia que, definitivamente, se transformarán en manifestaciones agresivas y maltratos hacia la consultante (por ejemplo, participar pasivamente de los encuentros, no atenderla en las horas fijadas o hacerlo durante menos tiempo del estipulado). En este caso es el operador quien se identifica con el agresor.