Ser testigo

Los relatos de violencia siempre contienen un resto incomprensible, indescifrable, de exceso, que enfrenta a los técnicos con un no saber. El impacto subjetivo de eso incomprensible compromete la escucha y afecta la autonomía subjetiva de quien entrevista, porque no existen razones, explicaciones, construcciones lógicas ni teóricas que logren dar cuenta de lo que Hannah Arendt llamó la «banalidad del mal». (Zamboni, 2000). ¿Cómo alguien, una persona aparentemente común e igual a las demás, puede hacer tanto mal? ¿Cómo alguien como cualquiera de nosotros puede soportar el ejercicio de ese mal?

A partir de aquí se pueden plantear ciertas oposiciones que comprometen el grado de involucramiento personal de quien entrevista. Quienes consultan son víctimas, vulnerables y sufrientes. Quienes asisten son los que, se supone, tienen las palabras y las herramientas teóricas con que aliviar el dolor y contener a las víctimas. Así se presenta una oposición entre quien sufre y quien asiste, que puede llevar al técnico a no permanecer en los límites apropiados de su función de contención y ayuda. Esto significa que el discurso de una víctima puede llevar a un compromiso provocando confusión en el rol profesional. La escucha de los relatos violentos puede situar al profesional entre el exceso y la evitación: o se posiciona demasiado cerca (quedando atrapado en la escena violenta) u opera desde demasiado lejos sin ningún tipo de compromiso subjetivo.

Ser testigo, por lo tanto, significa enfrentarse con los hechos de violencia pero estableciendo una distancia «óptima» entre el impacto y la reflexión. Desde el primer encuentro con una persona que ha sido violentada, quien la entrevista será testigo no sólo de las violencias padecidas, sino también de los propios violentamientos que despierta la escucha.

Una acepción del término testigo es presenciar un hecho; otra es «escuchar un relato que tiene valor de testimonio de la existencia de ese hecho». En la práctica cotidiana, generalmente no se presencian actos violentos. Pero cuando consulta una mujer que fue golpeada o violada, quienes la entrevistan se convierten en testigos porque escuchan el relato y están frente a los efectos físicos y psíquicos de la violencia. Quienes asisten presencian las huellas de la violencia visibles en el cuerpo y las no manifiestas que se visibilizan mediante la angustia, el miedo, el llanto, la rabia, la vergüenza. Se es testigo, también, de los sentimientos de impotencia, extrañeza y confusión que caracterizan el proceso de desubjetivización operado sobre la mujer, y de lo que ella no puede verbalizar porque carece de palabras.

Ser testigo, entonces, produce una ruptura de lo que habitualmente se identifica con lo racional, ya que el efecto que provocan ciertos relatos vulnera el psiquismo del profesional, quien debe procesar lo que escucha y lo que ve para poder operar. La irracionalidad de la violencia introduce desórdenes de carácter emocional en quienes escuchan y presencian. Este particular compromiso subjetivo puede impedir pensar e intervenir adecuadamente en la situación de entrevista, lo que constituye una paradoja de la cual sólo se puede encontrar salida dando respuesta a una serie de interrogantes:

A lo largo de este capítulo se intentará responder a cada uno de estos interrogantes. Se puede comenzar citando a Bleger: «(…) el contacto directo con seres humanos, como tales, enfrenta al técnico con su propia vida, con su propia salud o enfermedad, sus propios conflictos y frustraciones. Si no gradúa ese impacto su tarea se hace imposible: o tiene mucha ansiedad y entonces no puede actuar, o bien bloquea la ansiedad y su tarea es estéril». (Bleger, 1977: 28).

Una primera propuesta, entonces, parte de lo que Bleger denomina «disociación instrumental». Esto significa que el profesional deberá operar disociado, es decir, en parte se identificará con quien entrevista y en parte permanecerá fuera de esa identificación para observar lo que ocurre. De esta forma, podrá graduar el impacto emocional y la desorganización ansiosa que suele ocasionar el relato de escenas violentas y, así, evitar el aumento de ansiedad que le impida operar e intervenir.