El primer encuentro

Ya en el ámbito de la consulta, quien realiza la entrevista deberá presentarse interesado y confiable para invitar a la comunicación. Ayudará a esto que no haya interrupciones en el relato. Más adelante podrán ser incluidos los datos que se consideren necesarios. El interés por lo narrado se puede mostrar no sólo mediante la postura corporal y el tono de voz, sino también dando lugar a que puedan irrumpir el llanto, los silencios, la rabia.

Un lenguaje claro y sencillo, que se acomode a las formas de expresarse de la interlocutora, dará mayor confianza para contar la experiencia porque ayudará a superar los posibles obstáculos socioculturales o generacionales. En este sentido, es preciso acordar si ambos están de acuerdo en utilizar el «tuteo». Esta es una primera condición vinculada al establecimiento de una relación simétrica entre profesional-consultante.

Es conveniente que desde el inicio se pueda expresar la importancia que tiene la actitud de pedir ayuda y agradecer la confianza de compartir lo sucedido para ir gestando una alianza de trabajo (Greenson, 1976). El establecimiento de esta alianza de trabajo tiene la finalidad de alentar y favorecer la tarea conjunta en los futuros encuentros. En este sentido, son favorables comentarios como:

«Es muy importante que usted esté acá para que podamos acompañarla».

«Entiendo que la situación fue difícil, le agradezco su confianza para compartirla con nosotros».

«Otras personas también pasaron por esta experiencia y lograron superarla. Haremos lo posible por ayudarla».

Estos comentarios tienen la función de promover un alivio que posibilite pensar en el futuro y tener una visión más esperanzada de la vida:

«Lo que pasó ya pasó. Con el tiempo se podrá aliviar. Así les ocurrió a otras mujeres que pasaron por la misma experiencia».

La comunicación suele favorecerse si se evita hacer comentarios apresurados. Estos a veces están relacionados con la curiosidad o con la ansiedad del profesional más que con lo que se necesita para la marcha de la entrevista. («¿Era joven el agresor?»; «¿Qué aspecto tenía?»). Por otro lado, es necesario estar alerta ante la evidencia de que los hechos violentos que tienen que ver con la sexualidad provocan fascinación o curiosidad («¿Cómo la violó?»; «¿Y qué más le hizo?»). Es profesional deberá poner en suspenso las interrogaciones que resulten perturbadoras, buscando otros contextos para la ansiedad que despierta la curiosidad: el equipo de trabajo, las supervisiones o los asesoramientos acerca de la tarea que brindan resguardo a la propia subjetividad.

Realizar preguntas puntuales sobre detalles del hecho violento puede afectar la intimidad de la consultante. En general, ciertos pormenores se omiten por largo tiempo. Ya se encontrará el momento en que se puedan comentar. Por ejemplo, si se le pregunta «¿Cómo pasó?», «¿Qué le hizo?», «¿Y usted que le dijo?», estas intervenciones pueden resultar intrusivas e inapropiadas. Las dos primeras hacen referencia a detalles del abuso que pueden avergonzar; la última presupone que la mujer debería haber dicho «algo», y puede sentirse criticada porque no hizo lo que le sugiere el profesional con su pregunta. En ese caso se corre el riesgo de que la persona que entrevista sea percibida como una «aliada» del agresor, o que su intervención sea tomada como una burla o una crítica porque no dijo o hizo «lo adecuado» para evitar el ataque. En cambio, si es necesario para la marcha de la entrevista se puede preguntar: «¿Quiere contarme cómo ocurrió?»; «¿Está dispuesta en este momento a darme más detalles?». Estas intervenciones darán la opción de elegir ese u otro momento para incluir en el relato ciertos pormenores de lo ocurrido. Se pueden incluir, sin embargo, algunas «preguntas básicas» que suelen precisar los límites e inducen a respetar las fronteras del decir y del callar de quien entrevista y de quien es entrevistada. Una primera pregunta responde al dónde, y se refiere al contexto de intimidad y cercanía que se experimenta en el encuentro con una consultante («Usted está ahora conmigo, intentaré ayudarla. Vaya relatando lo que pueda. Ya habrá tiempo para agregar más datos»). En este contexto se podrá rectificar aquel otro —el de la violencia y el del enfrentamiento con el agresor— tan desbordante para la subjetividad.

Muchas veces se suele poner el acento en el qué: «¿Qué le hizo?», «¿Qué le dijo?». Este «qué» puede transgredir los límites de lo que una víctima puede o quiere contar, y suele resultar intrusivo porque sugiere entrar en detalles de la violencia que pueden ser avergonzantes y que aún no puede comunicar o que no contará nunca. Centrarse en el «qué» suele ser producto de la ansiedad del profesional debido al impacto que producen algunos de estos relatos. El «qué» puede ser reemplazado por el cómo: («¿Cómo se siente?»), que apunta a conocer la manera subjetiva en que la consultante registra lo que le pasó y cuáles pueden ser las formas para comunicarlo. El «cómo» suele ayudar a descifrare y reconocer sus sentimientos. Para el profesional, el «cómo» significa una actitud de sostén para que la mujer logre comunicar sus emociones. Y esto lleva al ¿cuándo?, que apunta a que el profesional pueda observar los ritmos internos de la consultante para poder decir y registrar lo verbal, lo preverbal, y saber esperar.

Se pueden hacer sugerencias que ayuden a organizar la narración. Expresiones como «Tómese su tiempo», «Ya lo va a recordar», «Usted hizo lo que pudo en ese momento» ayudarán a clarificar algunos aspectos de la narración, confusa y a veces incoherente. Reformular algunos aspectos del relato también ayudará a ordenar la secuencia del hecho y su vivencia:

«Usted relata el momento en que el agresor la amenaza con un cuchillo, pero no queda claro cómo pudo hacer para, a pesar del miedo que le producía el arma, evitar que la lleve a esa baldío».

Estas intervenciones cumplen la función de asociar recuerdos y unir imágenes, a la vez que protegen de la angustia que produce recordar. Es por esto que prestar atención tanto a los mensajes verbales como a los corporales y gestuales contribuirá a la comprensión de las dificultades de la mujer para ordenar el relato. Es muy importante, entonces, frente a las incoherencias de lo que narra, expresar que se reconoce la legitimidad del relato y de los sentimientos que manifiesta:

«Entiendo cómo se siente por las preguntas que le hicieron en la denuncia. Quédese tranquila, yo creo que lo que usted me está contando corresponde realmente a cómo se fueron dando los hechos. No tengo por qué poner en duda lo que me cuenta ni por qué desconfiar de su relato».

Si se presentan dificultades para la comunicación, son adecuadas las preguntas que apunten a la reapropiación de la experiencia vivida, para que no quede la idea de que sólo el agresor pensaba y sabía lo que estaba ocurriendo («Usted intentó distraerlo haciéndole esas preguntas»; «Cuando usted forcejeaba con él se estaba defendiendo»).

También se pueden hacer preguntas sencillas que ayuden a aproximarse a la situación de violencia y den la posibilidad de respuestas variadas. Si se pregunta «¿Sintió miedo?», «¿Estaba asustada?», la respuesta será una afirmación o una negación. Este tipo de preguntas anula los matices y las precisiones que pueden enriquecer el relato. En cambio, si se pregunta «¿Qué sintió?», se favorecerán respuestas tales como: «miedo, terror, angustia, odio, rabia, desesperación», que permitirán explorar y reconocer los propios sentimientos.