Sostener, cuidar, nutrir

Desde el primer contacto con una consultante, los profesionales deberán crear, siguiendo las ideas de Winnicott (1972), «un ambiente facilitador». En este contexto, se deberá responder activamente a las necesidades cambiantes que ella plantea para que gradualmente pueda ir desarrollando sus propios recursos subjetivos que le permitan enfrentar los sentimientos penosos.

Diferentes autores, desde marcos conceptuales diversos, han centrado sus investigaciones en la importancia que tiene la capacidad de la persona que protege (en principio la madre) para contener y calmar angustias y temores (del niño). En este sentido, las figuras parentales son indispensables. Mediante acciones específicas, esas figuras ayudarán al niño a tolerar, reconocer y nombrar los afectos que producen displacer. En los adultos, sobre todo los que han padecido situaciones traumáticas, esta función deberá ser cumplida por quien asiste. Como sucede con el niño que, frente a una situación penosa, percibe que por sí solo no podrá calmar la angustia, las mujeres violentadas perciben que el sufrimiento y la rabia no tendrán fin. Necesitarán, entonces, de personas que las calmen y les aseguren que su dolor no será para siempre. Esa contención facilitará que las situaciones y emociones vividas como peligrosas vayan dando lugar al despliegue de los recursos psíquicos de la víctima para su autocuidado y protección.

En este marco de contención, el profesional pondrá en marcha una serie de funciones, o sea, actividades e intervenciones que se ajusten a las necesidades de cada consulta y en concordancia con la transicionalidad. De estas funciones interesa aquí recalcar tres.

  1. Función de sostén

    El profesional debe cumplir con lo que Winnicott (1972) llama «contención emocional» (holding), que posibilitará el pasaje por la situación crítica. La función continente del profesional, que se irá adaptando a las diferentes necesidades que manifieste quien consulta, tendrá la finalidad de sostener los afectos y los fragmentos de la experiencia vivida que no pudieron ser depositados en otras situaciones o personas. El profesional, identificado con el yo de la mujer violentada, operará como figura transicional para ayudar a integrar y resignificar la experiencia de violencia. En esta función de apoyo y sostén intervienen de forma relevante varios factores: la actitud postural del profesional, la elección de las palabras, su tono de voz, la secuencia y el ritmo de las preguntas, el asentimiento con la cabeza, sostener la mirada y cualquier otro recurso que le aporte a la consultante una presencia contenedora y no intrusiva.

  2. Función de cuidado

    Se requerirá de un profesional que se muestre confiable y sensible a las necesidades de cuidado, atención y escucha. Además, que no desestime, rechace o juzgue lo que su interlocutora dice o siente, o lo que no dijo o no hizo en el momento del ataque. La función de cuidado significa que el profesional se identifique con los sentimientos de la mujer y facilite el pensamiento y la puesta en palabras de los sentimientos experimentados por ella.

    La ansiedad desorganizante, efecto del trauma, produce un aumento de tensión intrapsíquica que necesitará ser neutralizada. Bion (1966) ya hizo referencia a la importancia que tiene la madre para contener y hacer más tolerables las angustias del niño. Esta función de revérie[43] consiste en que las ansiedades displacenteras puedan ser transformadas en experiencias asimilables. El profesional que asiste a una mujer que fue violentada deberá entonces explicitar esos sentimientos, tratando de no realizar intromisiones. Es decir, reconociendo y respetando los límites de lo que la mujer quiere o no quiere contar en relación con los pormenores de la violencia padecida.

  3. Función nutricia

    Frente a una situación vivida en forma traumática suelen manifestarse, siguiendo las ideas de Bowlby (1965), diferentes estados afectivos: rabia, enojo, desesperanza, retraimiento (desapego emocional). A causa de esos estados, la mujer que ha padecido violencia tiene «hambre» de ser entendida y acompañada. Requiere palabras y actitudes que la calmen y la sostengan para reducir las tensiones intrapsíquicas que debe soportar. Esto implica proveerle cierto grado de seguridad (según ese autor, «confianza básica») y estimular la continuidad de las relaciones con el exterior que reduzcan esas tensiones.

Todas estas funciones deberán ser cumplidas en las entrevistas de consulta y orientación y en otros ámbitos de apoyo, respetando los tiempos y las modalidades de la mujer violentada. Actuarán para reforzar un yo debilitado por el aumento de las ansiedades provocadas por el ataque y el uso masivo de mecanismos defensivos.

Sentirse sostenida, cuidada y acompañada posibilitará que la mujer pueda poner en marcha las funciones del yo: unir imágenes, asociar recuerdos, palabras, sensaciones. Por su parte, el profesional podrá aportar a las funciones del psiquismo, es decir, a la regulación de la autoestima y de las ansiedades (Bleichmar, 1997: 122). Esto es así porque el trauma de la violencia ha afectado las funciones esenciales para que se pongan en marcha esos mecanismos psíquicos que tempranamente proveen los padres. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que estas funciones pueden llevar a que la figura del profesional tome características omnipotentes. Por eso es preciso entender que la dependencia de la consultante deberá ser transitoria y que se irá resolviendo en la medida en que ella vaya recuperando sus propios recursos subjetivos. Compartir esa experiencia con las condiciones antes expuestas ayudará a la mujer a reorganizar la subjetividad y a reconquistar la autoestima, por medio de una escucha que mitigue el dolor, el aislamiento y la soledad.