Las situaciones concretas de violencia que traen las consultantes exigen revisar si responden a las teorías y prácticas que se conocen o si reclaman prácticas que pueden parecer inapropiadas, transgresoras o contradictorias con los marcos conceptuales que se manejan. Los profesionales, entonces, o se someten a lo conocido, o lo interrogan y/o desafían. Para ello es necesario utilizar los conocimientos disciplinarios como un conjunto de teorías y prácticas capaces de dilucidar cada situación, apelando a una flexibilidad y a una creatividad que respondan, en cada caso de violencia, a la demanda específica.
En el ámbito del encuentro con una consultante aparecen por lo menos dos tipos de saberes:
Entonces, hay un saber de quien sabe sobre violencia y también un saber de quien la padece. Existe un encuentro imposible entre estos dos saberes. Como dice Marcelo Viñar (1988), no es lo mismo pensar en abstracto el miedo al daño físico ya la muerte que pensar en «mis miedos y mi muerte». Si bien este autor ha centrado su trabajo en las situaciones creadas por el terrorismo de Estado, podemos incorporar sus investigaciones a la violencia de género y proponer a los profesionales el desafío de «hacer posible ese encuentro imposible». Porque entre el «ustedes no pueden saber lo que es ser violentada» que expresan las víctimas y el «nosotros no lo sabíamos» que dice la gente, se introduce la afirmación del victimario: «yo lo sé todo». El desafío del profesional consistirá en desestimar esta última afirmación.
En su trabajo, el profesional intentará conocer algo más acerca del saber de las víctimas. Para esto es necesario que la escucha establezca una simetría en la relación consultante-profesional que sea consecuencia de lo que uno y otro saben, de lo que no saben o de lo que saben de diferente forma. Una escucha alerta que cuestione ese saber dogmático que se suele instrumentar a los fines de evitar el malestar y la incertidumbre que producen los hechos de violencia, una escucha que incluya el no saber del profesional y la interrogación permanente al propio conocimiento. Se requiere, entonces, que las certezas teóricas sean puestas en cuestión y se abran a respuestas e intervenciones alternativas que se adecúen a esta problemática. La escucha, por consiguiente, deberá implementarse partiendo de una perspectiva crítica de las teorías y de las prácticas. De esta manera se harán más explicables y comprensibles las vivencias de las mujeres. Sin embargo, aunque se llegue a saber algo más de «qué se trata» cuando una persona dice «yo fui golpeada», «yo fui violada», estas vivencias no podrán ser totalmente abarcadas por el profesional.