Inclusión de la violencia en el campo de la salud mental

Dentro de las teorías psicológicas, el estudio de la violencia constituye un área específica de trabajo dentro de un campo más amplio: la salud mental de las mujeres. Desde la perspectiva profesional, el entrecruzamiento de las teorías y las prácticas provenientes del psicoanálisis y de los estudios de género permite un intercambio que amplía los dispositivos para el análisis y la intervención: así la reconstrucción y reconstrucción de conceptos teóricos e intervenciones clínicas generará nuevas perspectivas y aportes.

Cuando empezamos a formarnos en los estudios de género y a trabajar en la problemática de la violencia contra las mujeres quedó claro que ciertos puntos de las teorías psicológicas no daban cuenta de algunas especificidades de esta problemática. Desde los estudios de género, el campo de investigación se vio beneficiado por el trabajo de concientización y de reflexión sobre las condiciones de vida femenina con grupos de mujeres que nos enfrentó con otras realidades. Las experiencias y los relatos de las violencias padecidas (físicas, emocionales, sexuales, económicas) nos confrontaron con un no saber que orientó nuestra investigación en la búsqueda de nuevas herramientas conceptuales y técnicas que eludieran una práctica indiferenciada y/o sexista. Los aportes de los estudios de género y de las teorías feministas permitieron comprender otras cuestiones respecto de la subjetividad femenina. En consecuencia, nos orientamos a renovar las hipótesis teóricas y técnicas y a revisar los modelos teóricos y los modelos de intervención psicoanalítica que, frente a mujeres que fueron golpeadas, abusadas y/o violadas, podían relacionar esos hechos traumáticos padecidos con la histeria, la realización de deseos, el masoquismo y el beneficio secundario, entre otros conceptos. Estos debieron ser revisados y cuestionados, ya que podían ocasionar un proceso de revictimización en el espacio de la consulta. Esto significa que se puede responsabilizar de la violencia a quienes la padecen a la vez que se naturaliza la asociación entre feminidad y sufrimiento (Meler, 1997). Lo mismo ocurre con las experiencias surgidas de un imaginario que frente a los hechos de violencia contra las mujeres culpabiliza a las víctimas y/o sospecha de ellas: «Por algo habrá sido», «Ella lo provocó», «A las mujeres les gusta», «Podría haberlo evitado». Como vimos, estos comentarios afectan la credibilidad de los hechos o de los relatos ya que demuestran la falsa asociación entre violencia y ciertas creencias sobre la provocación y/o el consentimiento de las víctimas. En este sentido, Bleichmar (1997: 95) señala que sostener que los hechos abusivos son provocados por la persona a quien se ataca es peligroso e inadecuado, pues serviría para negar que ella se sintió aterrorizada por la amenaza de una figura a la que le adjudicó mayor poder. De esta forma se puede comprender cómo una víctima de violencia no participó ni deseó ni provocó el ataque.

La distorsión de la realidad de la violencia contra las mujeres se produce cuando se la considera como un problema individual y no un problema social que afecta a todas las mujeres en las diferentes etapas del ciclo vital. Pero ese imaginario también afecta la subjetividad de los psicoterapeutas y puede convertirse en un obstáculo para la comprensión y el abordaje de los efectos de la violencia. En ese caso, deberíamos centrarnos más en quien escucha que en quien habla, por las transformaciones subjetivas que producen los relatos de violencia.

Observamos, entonces, que esos puntos «ciegos» de las teorías vigentes podían producir distorsiones y omisiones por la desinformación acerca de la especificidad de las consecuencias psicológicas de la violencia. Sin embargo, a partir de los estudios de género, es probable que actualmente exista mayor permeabilidad para la comprensión de este fenómeno desde las teorías previas. Si bien se plantea una mayor interrogación, porque no hay una respuesta única o hegemónica cuando las mujeres son golpeadas o violadas, subsiste aún una tensión entre los conocimientos anteriores y los nuevos.

Los interrogantes planteados proponen la necesidad de una capacitación y entrenamiento específico en este campo que articule las teorías psicoanalíticas con las de género. Este entrecruzamiento enriquecerá los dispositivos necesarios para la comprensión de los efectos de la violencia. En consecuencia, el entrenamiento propuesto proveerá de una escucha refinada y sensible para «ver» y atender a lo que las mujeres tienen que decir sobre las violencias padecidas.

Los estudios de género también se han beneficiado con los conceptos psicoanalíticos, sobre todo en lo relativo a la constitución del sujeto, si se construye sobre la base de sus deseos o sobre la base de las identificaciones tempranas.

Desde la teoría psicoanalítica se consideró constitutivo de la subjetividad femenina el deseo amoroso, que tiende a que las mujeres se identifiquen profundamente con las necesidades de los otros y que está asentado sobre el ideal maternal. Sin embargo, los estudios de género y las teorías feministas señalan la existencia de otros deseos que también deben ser analizados, como el deseo de diferenciación, de ser sujetos activos en la transformación de sus condiciones de existencia. Se ha demostrado que estos deseos de diferenciación favorecen el empoderamiento[40] de las mujeres como otra fuente de satisfacción. La diferencia es que esta perspectiva sostiene que se construyen subjetividades con mayor deseo de autoafirmación y no subjetividades vulnerables y dependientes. Gracias a esta diferencia, es posible la detección temprana de la violencia. Y esto es así porque esa particular posición subjetiva de las mujeres que buscan autoafirmarse permite que ellas se nieguen al ejercicio de la violencia en su contra. Entonces, frente a determinados hechos de la vida cotidiana de una pareja en la que la violencia está al acecho o se manifiesta en actos concretos, los terapeutas deben detectar un «no». Es que las mujeres pueden llegar a construirlo para evitar la violencia si mediante las intervenciones del psicoterapeuta se favorece su expresión. Esto implica detectar los aspectos del discurso de una mujer que le permitan pensar para prever y defenderse de la violencia. Es decir, rescatar aquellos elementos del yo más resguardados del conflicto y operar sobre ellos. Esta técnica ayudará a proveer a una mujer de una representación no victimizada de sí, en tanto no es una víctima «a priori» por ser mujer, sino que fue transformada en víctima por las amenazas, las coacciones o los maltratos. Por ello, las intervenciones psicoterapéuticas deben favorecer la percepción de la violencia como situación peligrosa —percepción de riesgo— y poner al psiquismo en estado de alerta para que la mujer busque estrategias para evitarla. Caso contrario, es posible que la amenaza de violencia no sea detectada por ella o por quien la asiste, por lo cual no será posible, en consecuencia, elaborar el despliegue de conductas de evitación y/o de resguardo.

Hemos podido observar que no pocas veces se distorsiona esa percepción de riesgo de la mujer y que, incluso, suele favorecerse una política de conciliación entre los miembros de una pareja en conflicto de violencia. Estas políticas de conciliación o de negación de las subjetividades en conflicto se basan en la idea de que las mujeres deben procurar la armonía y el equilibrio entre los miembros de la pareja o de la familia, siguiendo la «lógica del amor», aun a costa de su propio sufrimiento. Sin embargo, la experiencia clínica ha demostrado que esos proyectos conciliatorios no pueden realizarse en una relación donde la asimetría de poder hace imposible el diálogo. Por el contrario, terminan malogrando la salud mental de las mujeres porque atentan contra la autoestima y favorecen los estados depresivos, las condiciones fóbicas o los mecanismos de sobreadaptación a las situaciones violentas, impidiendo su detección y aumentando, así, el riesgo de padecer nuevas situaciones violentas.

Los estudios de género también han ampliado las teorías de las identificaciones tempranas (con los padres y las figuras significativas). Proponen el supuesto de una genealogía de género. Es decir que es probable que las mujeres hayan construido una historia genérica en la que los modelos identificatorios hayan sido mujeres subordinadas en el plano afectivo, sexual, social, económico. No nos referimos a la dependencia afectiva y social, sino a la subordinación del género mujer en las interacciones entre varones y mujeres en la vida cotidiana. Este concepto de subordinación de género, que la sociedad patriarcal ha naturalizado, pudo haber sido interiorizado por las mismas mujeres. De esta forma se reafirman los estereotipos genéricos que pueden llevar a ejercer y padecer violencia. Este concepto de subordinación de género necesita, por lo tanto, entrecruzarse con las hipótesis psicoanalíticas de identificaciones tempranas para favorecer la detección precoz de la violencia.

Será necesario, entonces contar con un repertorio amplio de herramientas teóricas e introducir alternativas psicoterapéuticas que incluyan una precisa valoración de los indicadores de riesgo en cada mujer, que fundamenten y aporten a la detección precoz y a una práctica preventiva de la violencia.

La tensión que puede existir entre los interrogantes y las propuestas planteadas necesitará ser resignificada por cada profesional y por cada grupo de trabajo. Esto exige mantener una distancia de reflexión crítica frente a los diversos fenómenos que se presentan en la práctica profesional en esta área de especialización, con la finalidad de no reproducir en el ámbito del trabajo, aquello que queremos evitar: la violencia. O sea, se necesitará de la reflexión grupal, como ya expusimos, acerca de las microviolencias que suelen ejercerse en la práctica cotidiana.

Para ello habrá que considerar y ampliar los diversos conocimientos y acciones con los que se opere, para orientar la práctica comprometida hacia formas creativas y eficaces.