Los estudios de género (2000)[39] plantean que al tratarse de un problema social multideterminado, la violencia hace necesaria la implementación de cuerpos conceptuales diversos que incluyan la perspectiva genérica. En el caso de la violencia contra las mujeres, ni la interdisciplina ni la transdisciplina alcanzan a dar cuenta de por qué el conocimiento sobre este tema desborda los saberes instituidos. Se deberá incluir también, la experiencia padecida por ellas que aportará otra perspectiva al conocimiento sobre el tema. Las mujeres saben lo que padecieron y la inclusión de esta forma particular de saber enriquecerá el conocimiento de los técnicos. Ellos saben, sobre violencia, pero «yo he sido agredida» es una experiencia que no podrá ser abarcada totalmente por el saber técnico. La integración, entonces, del saber de las mujeres, como relatoras de su propia experiencia, al conocimiento técnico favorecerá un enfoque más abarcativo sobre la realidad de la violencia. Esto quiere decir que la fuerte presencia social del fenómeno y de la realidad material de las mujeres que lo padecen debe llevar a pensar y a crear nuevas categorizaciones referidas a la violencia de género. Sólo de esta forma será posible hacer formulable este problema para que no permanezca omitida o distorsionada su especificidad. El abordaje exigirá, entonces, la interconexión de todas las disciplinas que estudian e investigan la violencia.
La tradición disciplinaria, sin embargo, sostiene que en el intercambio de conocimientos, los «otros» son los grupos de estudio, los distintos ámbitos de formación, las supervisiones clínicas, la lectura de trabajos de la propia profesión. Se suele pensar que lo extradisciplinario es extraterritorial. En cambio, desde los estudios de género, se intenta favorecer ese intercambio, traspasar las barreras disciplinarias para que el profesional no quede limitado en la comprensión del fenómeno y para que tampoco queden limitadas las mujeres a quienes se asiste. Debe quedar claro, entonces, que este intercambio no anula sino que enriquece la identidad profesional.
Si convenimos que la tarea en violencia consiste en favorecer el bienestar de los sujetos, será primordial resguardar más a las mujeres en riesgo de enfermar a causa de esa violencia antes que preocuparse por preservar el propio territorio disciplinario. Los aportes de la sociología, la psicología, las ciencias de la comunicación, la antropología, la medicina, el trabajo social, el derecho son cruciales para ampliar los conocimientos y técnicas. Pero no se puede emprender ese intercambio disciplinario sin tener el compromiso y la responsabilidad de buscar las herramientas adecuadas para que pueda ser llevado a cabo. Es necesario, entre otras cuestiones, implementar códigos de intervención compartidos, revisar los mitos y valores de los profesionales para acceder a un lenguaje común y disponerse a usar técnicas de otras disciplinas. A partir de ese intercambio se podrán formular hipótesis de trabajo que guiarán el hacer. Resumiendo, será necesario abordar la violencia desde una perspectiva interdisciplinaria e interinstitucional que no constituya una amenaza a la identidad profesional. Por el contrario, esta perspectiva organiza los recursos disponibles para la ampliación de los conocimientos y de las técnicas para trabajar en violencia.