Pensar en equipo

El intercambio sistemático en un equipo de trabajo —«pensar en equipo»— es un espacio privilegiado para:

Así como nadie que trabaje en violencia puede dejar de reflexionar sobre estas nociones básicas, tampoco debe dar por supuesto qué tiene de verdadero, justo y lícito ocuparse de este campo, y en particular de la violencia sexual. Esto supone, para los operadores, posicionarse en un lugar que supere las prohibiciones y/o las transgresiones para hablar de lo rechazado y silenciado, transformar en legítimo lo que antes no lo era y darle, ahora, existencia social. Reflexionar, entonces, sobre esta legitimidad comienza con la pregunta «¿por qué elegí trabajar en esta problemática y no en otra?». En general, en los equipos de trabajo no se abordan las motivaciones profesionales para desempeñarse en las distintas áreas. ¿Qué se teme problematizar o indagar con esta omisión? Una vez que se han desplegado estas preguntas será preciso identificar las situaciones personales por las que atraviesan los operadores que trabajan en violencia. Estos suelen relatar la «incomodidad» que a veces provoca comunicar que se trabaja o se desea trabajar sobre las violencias familiares, con mujeres que son golpeadas, con niños que son abusados o con mujeres que fueron violadas o acosadas. Hemos observado que —y los mismos profesionales lo comentan— cuando se revela, en lugares ajenos al trabajo y aun con colegas, que el área laboral es la violencia, se produce en los interlocutores cierta tensión e incomodidad que puede ser leída como rechazo e, incluso, descalificación.

Será necesario, entonces, reflexionar sobre este otro aspecto del trabajo en violencia. Es que las personas que se ocupan del tema pueden enfrentarse con estas reacciones, efecto de las significaciones que la violencia tiene en el imaginario[38]. En relación con la violencia sexual, dice acertadamente Laura Klein (1989), «el imaginario vincula este tema más a fantasías eróticas o pecaminosas que a situaciones delictivas». A causa de esto, las personas que trabajan esta problemática podrán ser estigmatizadas o consideradas tan «sospechosas» como lo son las víctimas. Sacar a la luz estos implícitos acrecentará, en un equipo, la posibilidad de revisar qué incidencia tiene en la subjetividad de cada operador trabajar en violencia y cuáles pueden ser sus efectos. Que un equipo se plantee estos interrogantes, ayuda a crear espacios para pensar sobre las propias contradicciones, los ideales y las frustraciones que suele provocar el trabajo en esta problemática. En este sentido, también es preciso preguntarse si el desempeño en esta área es vivido como peligroso, difícil, trasgresor y traumático. Trabajar el tema, entonces, tiene efectos en la propia subjetividad pero, también, en el lugar de trabajo, en las instituciones en general y en la comunidad.

Muchas instituciones se resisten a incorporar la violencia sexual como un área de trabajo, ya que consideran que se trataría de ocuparse de lo que le ocurre sólo a ciertas mujeres y, por lo tanto, de un invisible social. También el rechazo suele tener que ver con que las propuestas de trabajo no siempre se sustentan en un marco teórico-técnico suficientemente fundamentado. Este debería demostrar la imperiosa necesidad social de un abordaje preventivo y asistencial: sólo así se podrá desarrollar la investigación y la difusión que la temática en violencia requiere. Para esto, cada equipo de trabajo deberá discutir los criterios que permitan legitimar socialmente el tema y, al mismo tiempo, pensar estrategias institucionales para esa legitimación. Las acciones organizadas de un equipo permitirán, por lo tanto, superar los múltiples obstáculos que suelen oponerse a realizar de manera eficaz el trabajo en esta área.

Un último aspecto que no puede ser eludido cuando se intenta pensar en equipo es el supuesto de que los profesionales que trabajan en violencia son por definición altruistas, disponibles, incondicionales. Esta suposición no constituye un buen dispositivo teórico o técnico para llevar a cabo esta práctica, a la vez que implica que los profesionales no son capaces de ejercer violencia. Sin embargo, las demandas y las presiones que suelen ejercer las víctimas, por las urgencias que tantas veces plantean, pueden tener el efecto de violentar a los operadores. Esto puede constituirse en una fuente de conflictos que suele expresarse mediante microviolencias en la práctica cotidiana. Microviolencias que pueden manifestarse en lo silencios, en los pequeños gestos, en actitudes indiferentes al sufrimiento, en las modalidades para preguntar.

Ceder a esos violentamientos y suponerse bueno y disponible termina siendo una formación reactiva por la cual la violencia puede buscar manifestarse en algún momento, no sólo en una entrevista sino también con otros profesionales o en el equipo de trabajo, generando nuevos circuitos violentos.

Será indispensable, por lo tanto, mantener una vigilancia permanente sobre los diversos aspectos de la práctica cotidiana para detectar en qué punto se puede ser violento, y tratar de elaborar esos efectos. La reflexión en los equipos de trabajo sobre estos aspectos constituye una detección precoz de la violencia de los propios operadores (Velázquez, 2000d).