Estrategias de silencio

A pesar de la evidencia de los datos y de los hechos de violencia que todas las personas conocen, existe en la sociedad en general una particular resistencia a saber sobre estos hechos. Sólo se convierten en motivo de atención cuando son ostentosamente puestos a la vista en los medios de comunicación o cuando son motivo de la crónica policial. Pero las evidencias que se ejercen cotidianamente en el interior de la familia, en los espacios de trabajo, de estudio, en los consultorios y/o en la calle suelen ser silenciados. Y si bien se habla sobre la violencia, no son reconocidos sus diversos modos de expresión ni los efectos que provocan en las personas violentadas. O sea, se excluyen, se distorsionan o se trivializar los severos efectos físicos, psíquicos y sociales que estas violencias provocan en sus destinatarios. Y esto es así porque la violencia contra los niños y las mujeres produce perturbación, malestar y hace visible lo que se quiere ignorar o disimular porque representa una realidad perturbadora y amenazante. En consecuencia, promedio de la estrategia del no-decir o la del decir a medias se evita nombrar, reconocer y, por lo tanto, censurar las distintas formas de los hechos violentos.

Estas dificultades en la semantización de la violencia pueden llevar a conocerla, negarla o justificarla. En el primer paso se la puede aceptar como una realidad dada. En el segundo, operan mecanismos de negación o desmentida como forma de eludir el malestar que provoca. En el tercer caso, se pueden aceptar ciertas modalidades de relación violenta como habituales, legitimadas e incluso institucionalizadas (por ejemplo el castigo corporal como correctivo). Por consiguiente, mediante esos mecanismos se desestima la implementación de medidas de resguardo y protección necesarias para prevenir las consecuencias físicas y mentales que trae aparejadas. Pero, a partir de nombrarla, detectarla y reconocerla se podrán ejercer prácticas preventivas y asistenciales permanentes y eficaces. (Velázquez, 2000: 2)

Los profesionales no están exentos de experimentar estos mecanismos de silenciamiento, ya que cuestionan sus propias ideas acerca de cómo deben ser las relaciones familiares y personales. Esta omisión afectará su práctica cotidiana. Por lo tanto, el conocimiento de las diferentes formas de violencia y de sus efectos compromete directamente al sistema de salud y a los profesionales.