Tomar la palabra

Las mujeres que pasaron muchos años de su vida silenciando el abuso se sienten agobiadas por el secreto y los recuerdos penosos de esa situación. Aquellas que mediante una decisión de vida se animan a hablar, lograrán apropiarse de ese poder de la palabra que antes tenía el abusador. Él era quien decidía lo que se podía contar y lo que se debía callar. Romper ese silencio impuesto ayudará a enfrentarse a la imagen despótica del abusador y a no seguir sometiéndose a aquellos mandatos de silencio. De esta forma, también se podrá deshacer de la imagen de niña impotente y llegar a ser la mujer que quiere hablar y decir su verdad. Esta verdad será jerarquizada como conquista subjetiva de una mujer que pudo rescatar actitudes y situaciones que le permitieron avanzar a pesar de lo padecido. Así, se favorecerá la recuperación de la autoestima y la reorganización de la subjetividad.

Los recursos personales que algunas mujeres pudieron utilizar —muchas veces con ayuda especializada— les permitieron desarrollar sus vidas desestimando las prohibiciones del ofensor. Así fueron resolviendo situaciones, lograron progresos personales y pudieron reafirmarse en las áreas del yo libres de conflicto, es decir, en aquellos rasgos de personalidad que no sucumbieron a las amenazas del ofensor, «que no logró salirse con la suya». Vale decir, que no logró perpetuar la imagen de víctima y las formas de sentir, de pensar y de vivir como tal.

Beatriz, a pesar de silenciar durante treinta años el abuso que había sufrido de niña, cuando en la entrevista pudo contarlo dijo: «Lo que más me tranquiliza es que mi padre no logró salirse con la suya. Él me humilló y me marcó, pero yo puedo seguir adelante».