Según Hooper (1994: 100), existen tres aspectos que dificultan el descubrimiento del incesto por parte de la madre. Uno de estos aspectos consiste en que los protagonistas pertenecen a la familia, ámbito privilegiado para la construcción de la realidad de los individuos. En este caso, las estrategias del abusador consistirán en la manipulación y/o la distorsión de esa realidad para que no se evidencien las acciones incestuosas. Estas estrategias conducen a que cada uno de los miembros de la familia no confíe en sus propias percepciones. Así es que a algunas madres les resultará difícil detectar, «ver» el incesto porque en muchos casos ellas mismas no perciben que son abusadas o maltratadas. Otro de los aspectos que dificulta el descubrimiento del incesto por parte de la madre consiste en que los niños tienen diversos obstáculos para hablar del asunto. Esto no sólo se debe a las dificultades con el lenguaje propias de la edad, sino fundamentalmente a que en estas familias existen problemas de comunicación. El ofensor ha estipulado que la madre no es confiable. El tercer aspecto que obstaculiza el descubrimiento del incesto es que no es posible definir y diferenciar cuándo un comportamiento es «normal» y cuándo es «abusivo». A esta dificultad se le suman la falta de percepción de lo realizado en secreto y la invisibilidad, en algunos casos, de daños físicos o cambios de comportamiento.
Tomando en cuenta estos tres aspectos cabría describir una escena familiar en los siguientes términos: un padre que le dice a la niña que su madre no es confiable; una niña atemorizada; un marido que le dice a su esposa que la hija es rebelde y mentirosa. Esta estrategia de desviar la responsabilidad del incesto o hacia la hija o la esposa tiene la finalidad de que ellas se distancien, se acusen y no se crean. Cuando la niña devela el secreto es posible, por un lado, que la madre no le crea; por el otro, que la niña piense que la madre es cómplice del abusador. Es por esto que suele enojarse, reprocharle a la madre que no se dio cuenta de lo que pasaba o que no la cuidó y protegió como esperaba. Madre e hija, sin embargo, no perciben cómo el abusador conformó las imágenes que cada una debe tener de la otra, garantizándose así una distancia entre ellas para que no se devele el secreto o para no darle credibilidad a la palabra de la niña. Esta, presionada por el ofensor, es posible que se convenza de que hizo «algo mal», avergonzándose de sí y sintiendo culpa por lo ocurrido. La consecuencia será que se termine considerando a sí misma una niña mala.
«Después de lo que pasó con mi padrastro me sentí sucia y mala. Mi mamá no me creía y me decía que no tenía vergüenza por decir esas cosas de él y que yo decía mentiras para hacerla sufrir. Si en la escuela o en mi casa pasaba cualquier cosa, yo sentía que tenía la culpa».
Esta adolescente debía enfrentarse con dos situaciones problemáticas: la relación con un padrastro que decía quererla pero abusaba de ella y la relación con una madre que la acusaba de mala porque no podía admitir lo que su compañero le hacía a su hija. Los mensajes que subyacen a estas problemáticas podrían ser manifestados, en un diálogo interno con la madre, de la siguiente manera: «Me costó mucho contarte, tenés que creerme», o sea: «Necesito que me reconozcas como una niña buena».
«¿Por qué resulta más tolerable sentirse malo que abandonado y no querido?», pregunta Hugo Bleichmar (1997: 171). Siguiendo las ideas de este autor podríamos pensar que esta niña corre el riesgo de sentir o comprobar que la madre la abandona cuando no le cree. La consecuencia será que ella quedará sumergida en la impotencia al no poder validar su verdad. Pero si piensa «yo soy mala», tendrá la posibilidad de fantasear que puede satisfacer a su madre y recuperarla («Tenés razón, porque soy mala te mentí»). Frente a la angustia que provoca sentirse culpable e impotente podrá optar, inconscientemente, por sentirse culpable. O sea, fantasea que lo que vivió en forma pasiva (el abuso) se realizó en forma activa («Yo tengo la culpa»). Y esta modalidad de enfrentar la situación traumática se observa también en las mujeres que son violentadas por sus parejas. Ante la posibilidad de la separación y el terror de sentirse abandonadas y solas, revierten la denuncia y le dan al marido «otra oportunidad», con la ilusión de otorgarse más poder sobre una realidad que no pueden dominar.
Bleichmar, citando a Killingmo, dice que esta sería una «culpa por intencionalidad secundaria». Esto significa que alguien prefiere sentirse responsable por lo que le sucede atribuyéndose toda la culpa. De esta forma, no sentirá lo ocurrido como algo totalmente fuera de su control («Si yo soy responsable de lo que pasa, yo lo manejo»). Esta culpa por intencionalidad secundaria, dice Bleichmar, es un concepto útil para explicar el sentimiento que con frecuencia se observa en quienes fueron abusados sexualmente. La tesis que fundamentaría esta culpa, es la siguiente:
Este autor sostiene que es posible que esto suceda. Pero advierte a quienes asisten a estas personas que apelar a la excepción y generalizar acerca de estas premisas significa volver a repetir la situación traumática incrementando la culpa en el espacio de la asistencia. El riesgo de tal generalización consiste en que quien padeció el abuso puede llegar a convencerse inconscientemente de que quiso que le sucediera lo que en realidad no pudo evitar. La niña que padece incesto, entonces, le reclamará a su madre que le crea, que la convalide en su identidad y la reconozca como niña buena. Caso contrario, se incrementará la desconfianza para enfrentarse al ofensor y para sentir que su madre es capaz de cambiar la situación de abuso.
La necesidad de estas niñas es que sus madres estén dispuestas a escucharlas y les crean. Si una niña no tiene a nadie a quien contarle su padecimiento, el abuso se repetirá y será más difícil para ella encontrar las palabras apropiadas para contarlo. Muchas niñas y niños víctimas de incesto y/o maltratados pueden convertirse en una futura generación de víctimas o victimarios. Esta suele ser la forma que ellos encontraron para contar su experiencia infantil: padecer o hacer a otros lo que padecieron en secreto. Hay niñas y niños, sin embargo, que pudieron contar a sus madres las experiencias incestuosas y se sintieron respaldados y comprendidos. Seguramente, ellos serán menos proclives a poner en acto sus sentimientos de odio y venganza. Sin embargo, hay niñas que no eligen a la madre para revelar el secreto:
Florencia no se animaba a hablar con su mamá sobre el abuso de su padre porque la relación entre ellas no daba para decírselo. Entonces, le contó a su mejor amiga. Esta, a su vez, le contó a su propia madre quien, decididamente, la ayudó a hacer la denuncia. Florencia quedó en la comisaría. Cuando sus padres fueron a buscarla, ambos negaron el incesto y la ridiculizaron acusándola de mentirosa y propensa a la fantasía.
(Florencia estuvo, posteriormente a la denuncia, en un instituto de menores, «solución» que la justicia encontró para «protegerla» del conflicto familiar).
¿Qué pasa con las madres frente a la revelación del incesto? Si bien existen madres que saben de las relaciones abusivas, algunas serán francamente cómplices, y otras implementarán un mecanismo de «hacer como que no ven» para eludir los conflictos que podrían surgir con el ofensor. La mayoría de las madres, sin embargo, se preocupa por ayudar a sus hijas y censurar al abusador. Entre estas, algunas expresan tener dificultades para hablar con sus hijos o se sienten excluidas de ese cerco que tendió el padre abusador que domina la escena familiar. Otras se reprochan no haber percibido el problema o se irritan con las hijas que no confiaron en ellas para hablar del abuso. Otras sienten intensos sentimientos de culpa por no haber percibido ningún indicio. Monzón (1997) señala que si ese «no saber» no es consciente, es probable que surja del mecanismo de desmentida implementado por la madre. También es probable que ella haya sido abusada en su infancia y tenga psíquicamente bloqueada esa experiencia y, en consecuencia, se encentre perturbado o inhibido el registro de comportamientos sospechosos.
Por otro lado, estas mujeres suelen sentirse presionadas por las repetidas coacciones ejercidas por el agresor, quien les dice que la niña miente o que lo impulsó a tener contactos sexuales. Es por todo esto que se les plantea a estas mujeres un dilema producto del conflicto de ambivalencia: no saben a quién tienen que creerle y a quién deberían defender. La clave de las situaciones conflictivas que tienen que enfrentar la niña y la madre, además de la revelación del incesto, es la manipulación de la realidad que ejerce el agresor cuando desvía la responsabilidad de los actos incestuosos en la niña o adolescente o en la madre, ejerciendo cobre ellas nuevos actos de violencia.
El entorno familiar y social puede llegar a hacer algo semejante. A veces, tiende a culpar a la madre acusándola de estar ausente (aunque sea por razones laborales) y de dejar demasiado tiempo a su hija con el padre o de no «ocuparse suficientemente» de su marido (incluida la sexualidad). De igual modo, se suele hacer responsable a la niña o a la adolescente por considerarla provocativa y seductora, o por el contrario demasiado tímida y sumisa. Este tipo de comentarios, que reproducen los estereotipos del género mujer, pueden llegar a justificar al agresor eximiéndolo, de esta forma, de su obligación de ser la guarda y la protección de las personas menores de su familia.
Un problema serio que deben enfrentar muchas mujeres al enterarse del incesto consiste, por un lado, en el temor que sienten de enfrentarse con el abusador y, por el otro, en la preocupación que significa la inseguridad afectiva y económica que una posible ruptura de los vínculos familiares podría generar.
¿Qué se puede hacer, entonces, cuando el adulto abusador está en la familia? El incesto es un hecho particularmente grave. Muchas veces no se hace la denuncia por miedo, por temor a las represalias del abusador y/o porque el agresor suele ser el sostén económico de la familia. Excluir a un miembro de esa familia, sobre todo si es el sostén económico, es un hecho delicado que requiere una eficiente apoyatura institucional (tanto judicial como psicológica) capaz de enfrentar y resolver adecuadamente, a favor de los niños y sus madres, los problemas que se les presentarán.