Madres y padres en crisis

Los padres de niños que han padecido situaciones de abuso necesitan un soporte adecuado para poder dar protección y ayuda. El impacto del hecho altera su cotidianidad y esto genera dificultades para encarar la situación. Deben luchar contra el impulso que los lleva a no creer que el abuso ha ocurrido, contra la negación, las dudas y los temores, contra los sentimientos de culpa paralizantes, los autorreproches y los reproches mutuos. Estos sentimientos suelen llevarlos a buscar ayuda psicológica, legal, médica. En esos casos, es habitual que concurran a la consulta ambos padres, aunque no es extraño que sólo lo haga uno de ellos —en general, la madre— mientras que el otro prefiere mantenerse alejado de la situación porque no quiere hablar del asunto o porque no cree en la ayuda que pueda recibir. Los padres deben ser orientados a organizar sus pensamientos y sus acciones y a reordenar la relación con la hija abusada. Esta, muchas veces, se les aparece diferente y extraña por haber sido coaccionada a una situación no prevista («Ya no es mi nena»). Por otra parte, ella se muestra esquiva, aislada y renuente a ser ayudada. El dolor que les produce a los padres esta nueva imagen de la hija dificulta el acercamiento a ella, quien, a su vez, suele mostrarse rebelde o temerosa. Es por esto que una de las primeras cuestiones a resolver consiste en revisar y graduar los efectos que el abuso tuvo en la relación con la hija. Los padres deben saber que los hechos de abuso sexual de menores no son privativos de sus hijos. Por el contrario, y lamentablemente, las estadísticas demuestran que suceden con frecuencia en todos los sectores sociales, étnicos y religiosos.

Si hay algo que se les puede decir a los padres de una hija abusada para aliviar su angustia, la siguiente frase podría resumir lo que ellos necesitan escuchar: lo ocurrido no es culpa de su hija sino exclusiva responsabilidad del ofensor. Esto, que parece casi una consigna, representa una ayuda para que cuando una hija se anima a manifestar algo en relación con un posible abuso sea tomada en serio, ya que no es común que los niños y los adolescentes inventen historias en este sentido. Las dificultades que suelen tener para verbalizar estos hechos, que pueden llevar a la sospecha, se deben a que a los niños les resulta muy difícil hablar sobre aquello de lo cual no conocen las palabras.

Con las adolescentes ocurre algo paradójico. Algunas les cuentan a sus padres lo sucedido. Otras, en cambio, lo ocultan, no sólo por la vergüenza que sienten por hablar de estas cosas sino, sobre todo, por miedo a que las culpen o les coarten la libertad de movimientos. Es preciso, entonces, que se reafirme un vínculo de confianza para que la joven pueda hablar con sus padres. Este es un apoyo esencial para el equilibrio psíquico de niñas y adolescentes. Una característica propia de los momentos evolutivos tempranos, y acrecentada en los casos de abuso, es la indefensión. Brindarles protección y seguridad es prioritario, porque así se organizan y/o neutralizan los efectos del abuso, a la vez que favorecerá la recuperación de la autoestima, en cuanto valoración de sí misma y confianza en sí y en los otros.

Como vemos, los diversos efectos que produce en los distintos miembros de la familia el ataque sexual indican la necesidad de orientación profesional para ayudar a sobrellevar las angustias y las tensiones surgidas del hecho de violencia. Es conveniente que los padres de menores y de jóvenes abusados se agrupen para crear redes de apoyo y de solidaridad, y alienten a otros padres que tienen dificultades para compartir la experiencia, con la finalidad de contener estas situaciones de crisis.