CAPÍTULO 8

ACOSO SEXUAL: LAS TRETAS DEL QUE QUIERE PODER

—¿El acoso sexual? Una se acostumbra a eso.

—A mí no me molesta.

—A mí no me molesta desde que dejé de salir de casa.

WISE Y STANLEY, 1992: 85

La sociedad en general se resiste a incluir la sexualidad en el mundo de las relaciones sociales, fuera de la intimidad y la privacidad. Sin embargo, en los ámbitos laborales, educativos y asistenciales, el acoso sexual ejercido por los varones hacia las mujeres se manifiesta con una frecuencia inquietante.

En el acoso sexual se entrecruzan la sexualidad, la violencia y el poder, como sucede en todas las formas de violencia. Sin embargo, en el caso particular del acoso, es necesario darle existencia social y legitimarlo como conducta abusiva por las dificultades que se plantean para su reconocimiento y sanción. Este tipo de conducta puede ser de índole verbal, visual o física en la medida en que tenga significación sexual, que se manifieste en forma intencional y/o repetitiva, y que provoque tensión, incomodidad, rechazo, desagrado y malestar en la persona a quien está dirigida (Velázquez, 1995).

Las conductas que pueden constituir formas de acoso son muchas y diferentes. Entre los comportamientos visuales acosantes se incluyen miradas fijas a ciertas partes del cuerpo femenino y la exhibición de gestos sexuales u obscenos. Entre las formas físicas, la proximidad indeseada, las palmadas y los pellizcos «inocentes» y los roces «casuales» con el cuerpo. Las formas verbales y escritas incluyen comentarios sexuales intencionados, bromas sexuales referidas al cuerpo de la mujer, chistes groseros, insinuaciones, amenazas sexuales, llamadas telefónicas mudas o con sonidos sugerentes y mensajes molestos u ofensivos.

Estas conductas son consideradas acoso sexual cuando, a pesar de no ser bien recibidas, se repiten una y otra vez. Ello es prueba de que, contrariamente a lo que los acosadores quieren hacer creer, la finalidad que buscan es perturbar a la mujer y hacerla objeto de burla y de humillación. El acoso puede ocurrir en el interior de los vínculos estables y necesarios: la familia, el trabajo, la escuela. Puede manifestarse en ocasiones aisladas o en forma permanente y/o continuada, generando situaciones incómodas y difíciles de enfrentar para las mujeres.

En cambio, las formas de acoso sexual que suceden en situaciones ocasionales, como a través de una llamada telefónica o un mensaje escrito de contenido ofensivo, tienen consecuencias menos graves porque son episodios que se manifiestan por única vez y no ponen en riesgo la continuidad de ningún vínculo. Pero si estas formas se reiteran, son amenazantes por la invisibilidad o por la insistencia del acosador que crea malestar, incertidumbre y dificultades para controlar la situación. Esto se da también en el acoso sexual que ocurre en la calle. Las mujeres expresan que este tipo de acoso se manifiesta bajo la forma de comentarios desagradables o cuando son tocadas o manoseadas en los medios de transporte o en otros lugares públicos y/o son seguidas por un hombre de manera insistente y amenazante. Si bien el acoso parece ser una manifestación de violencia sexual menos brutal que la violación o los golpes, los efectos son igualmente intensos por el control intimidatorio y coercitivo —bajo la forma de amenaza encubierta y permanente de violencia— que ejercen los hombres sobre las mujeres en los ámbitos cotidianos.

Estas prácticas sexuales coercitivas (Hercovich, 1992) son conductas masculinas que imponen contenidos sexuales a las actitudes de las mujeres por el mero hecho de ser mujer. Sin embargo, muchas formas de acoso suelen ser interpretadas por algunos hombres como piropos, halagos y cumplidos. Aunque las conductas acosantes tengan diferentes lecturas según la región en que se manifiesten, suelen ser rechazadas por todas las mujeres cuando el contenido es ofensivo o avergonzante. Para ciertos hombres estos «cumplidos» tienen el sentido de manifestarle a una mujer que gustan de ella. Pero esos piropos, como los silbidos, las palabras o las miradas sugerentes no tienen nada que ver con la atracción, sino que, por el contrario, sostienen la creencia de que los varones pueden avanzar sobre una mujer aunque ella manifieste molestia y desagrado. Cuando se censuran esas conductas y se les da un significado ofensivo, ellos rechazan las críticas mediante una lógica que las legitima a través de excusas, justificaciones y/o negaciones. Estos hombres recurren a argumentos de justificación apoyándose en los estereotipos de género: el hombre activo y la mujer pasiva, sin iniciativas, que espera ser seducida y conquistada. Las resistencias que ellas ofrezcan serán interpretadas, en consecuencia, como la expresión seductora de su deseo de entregarse. Es así que el «no» es considerado un «sí».

Para muchos varones en nuestra cultura, la presencia femenina siempre tiene significación sexual: cualquiera que sea la situación o la función social que la mujer cumpla, es ante todo una mujer. Y esto significa que puede ser objeto de conductas abusivas. Por eso, señala Amorós (1990), en los ámbitos sociales por los que las mujeres transitan, ellas ocupan un lugar ya significado como de disponibilidad sexual. Los varones no suelen considerar las razones o intenciones de las mujeres para moverse en esos espacios. La mujer desterritorializada del ámbito privado recibe en el ámbito público un lugar presignificado de disponibilidad para los varones. Esto significa que simplemente porque las mujeres están allí, «fuera de la casa», se supone que estarán dispuestas para satisfacer sexualmente los requerimientos masculinos (Velázquez, 1995).

La desigualdad objetiva que ponen de manifiesto los abusos de poder y la discriminación social de las mujeres genera un clima que las obliga a destinar una parte importante de sus energías al registro perceptual de esas actitudes. Estar atentas, a la defensiva y poniendo límites todo el tiempo, implica un riesgo personal y un deterioro de las relaciones.