«Las cátedras de la lujuria»

La utilización inadecuada del poder, la autoridad y el estatuto de profesor suele ser una manifestación del acoso sexual en el ámbito educacional. Acosar a una estudiante es una forma de discriminación sexual que abarca un amplio espectro de comportamientos. Estos pueden manifestarse por única vez o en repetidas ocasiones (Wright y Winer, 1988). El Proyecto sobre la Condición y Educación de la Mujer de la Asociación de Colegios Universitarios de los Estados Unidos (1978) difundió una lista descriptiva de acciones específicas que constituyen acoso sexual en el ámbito educativo:

Se señalan además otras situaciones para describir el acoso sexual en el ámbito educativo:

El acoso consiste, también, en conductas discriminatorias en contra de los individuos que pertenecen a un grupo genérico considerado inferior por el ofensor. Generalmente adopta formas verbales tales como comentarios y bromas que manifiestan actitudes discriminatorias estereotipadas y ofensivas.

El hecho de que el acoso sexual en los ámbitos educativos tenga tantas interpretaciones y abarque aspectos de la sexualidad, la violencia, el poder, la coerción social y psicológica hace necesaria una definición más precisa. Una mujer sabe que ha sido violada o golpeada, pero el acoso presenta dificultades para su reconocimiento porque crea ciertas dudas acerca de la forma en que se puede denominar ese tipo de experiencia. Esa dificultad se debe a que, en general, las mujeres no suelen identificar y reconocer ciertas conductas como abusivas. Los límites de las relaciones entre un hombre y una mujer o entre un profesor y una alumna no están estipulados, y muchas personas pueden considerar exagerada la catalogación de acoso a ciertos comportamientos. Algunas mujeres tienden a confundir el acoso con piropos o cumplidos, pero cuando se manifiesta en repetidas ocasiones y en forma insistente con relación al cuerpo o a la sexualidad de ellas podrán reconocerlo como un comportamiento inadecuado.

El acoso, como toda conducta abusiva, constituye un exceso y, como tal, los efectos de malestar que provoca facilitan denominarlo. No obstante, las estudiantes rara vez lo denuncian porque tienden a creer que así funcionan las cosas, condenando estas experiencias al silencio. Estos silencios son una de las causas que incrementa la invisibilidad del acoso sexual. Otra causa para el reconocimiento del acoso consiste en la persistencia de ciertos mitos que convalidarían esta conducta en los ámbitos educativos. Cuando una mujer se encuentra en la escuela —primaria y secundaria— o en la universidad, tal como ocurre en los lugares de trabajo, algunos varones tienden a creer que si ella posee encanto, belleza y juventud, estas «cualidades» constituyen una tentación que no debe ser ignorada. Este mito de que las mujeres jóvenes y lindas están dispuestas sexualmente para los varones justificaría las acciones de un acosador. Pero también son acosadas mediante diversos actos humillantes mujeres mayores, casadas, con hijos o aquellas que pueden no ser consideradas atractivas por los acosadores. Cuando se comenta un acoso, las respuestas típicas en estos casos suelen ser: «¿Fue acosada?, pero si no es tan linda», o «es tan bonita que ningún hombre se podría resistir».

Otro mito que intenta justificar los acosos es el referido a ciertos tipos de vestimentas que utilizan las estudiantes y que excusarían al acosador de mirare y tocar sin el consentimiento de ellas. Esta situación pone en evidencia dos fuertes creencias que intentan legitimar los actos de violencia sexual como la violación y el acoso: la provocación y/o el consentimiento de las víctimas. Y este mito contiene otro: que los hombres no pueden contener sus impulsos sexuales frente a las mujeres que los estimulan. Un comentario típico en estos casos es: «¿Cómo no la van a acosar con la ropa apretada que usa? Ella siempre se viste de forma llamativa, es una provocadora».

Otro mito que se pone de manifiesto en los ámbitos universitarios es que las mujeres no van a estudiar sino a «buscar marido». Según esta creencia, las mujeres que incursionan en un campo de mayor autonomía y oportunidades educativas y laborales se encuentran bajo sospecha. Algunos hombres consideran que esas mujeres están buscando sexo y por lo tanto se sienten con derecho a acosarlas. Las conductas de hostigamiento se justificarían cuando se cree que ellas van a la universidad con la finalidad de seducir a un «buen candidato» o a sacar ventajas por ser mujer. Se suele comentar, frente a la denuncia de acoso: «¿De qué se queja, si está en la facultad buscando novio?».

Todos estos mitos se originan, reproducen y mantienen con el propósito de legitimar los comportamientos abusivos. Si una mujer es atractiva, se viste de determinada manera o desea tener una pareja, estas no son causas para creer que ella está promoviendo un abuso o que desea ser acosada sexualmente.

En los acercamientos sexuales se deben estipular ciertos acuerdos entre las personas que las sitúen en condición semejante, para que los límites de esos acercamientos sean entendidos y aceptados por ambas partes (Wright y Winer, 1988). Así, se lograrán acuerdos en los que dos personas puedan encontrarse y acercarse en situaciones en la que ambas tengan la misma opción de elegir y aceptar el tipo de relación que desean. Un encuentro en el que se de un interjuego de dos voluntades que se desean y se interesan mutuamente. Sin embargo, en la relación docente-alumna se plantea una concreta situación de asimetría de poder y de función que puede llegar a engañar o a confundir a una estudiante cuando es acosada por un profesor. La estudiante, entonces, puede sentirse doblemente presionada: por los comentarios o acciones del profesor y por la desigualdad y marcada dependencia que ella tiene del docente y de la institución educativa. Esto incrementará su sensación de vulnerabilidad e impotencia frente a los comportamientos abusivos.

Cuando las mujeres no se someten a los pedidos o a las insinuaciones sexuales de un acosador, las consecuencias inmediatas o mediatas son variadas. En los ámbitos educativos, estas consecuencias pueden ser dificultades para aprobar un examen o para promocionar una materia cuyo profesor no ha obtenido los favores sexuales requeridos a la alumna. El docente acosador suele, también, desacreditar a la estudiante con los otros profesores y/o con sus compañeros mediante calumnias y comentarios desfavorables («Es una chica fácil», «Ella provoca y después se niega»). A causa de estos comentarios, la estudiante puede quedar expuesta a nuevos acosos de otros docentes o de sus compañeros, a través de lo que se denomina «acuerdo entre hombres». Esto significa que cuando algunos hombres comentan la «moralidad» de una mujer, todos (o casi todos) comparten y/o reafirman, a través de lo que dicen o hacen, los estereotipos de género femenino. Estas «solidaridades viriles», señala Bourdieu (1999)[28], tienen la finalidad de validar entre los hombres la propia masculinidad para no ser excluidos del mundo de los varones. Una de las formas en que se puede llegar a confirmar esa virilidad es a través de actos violentos de diversa índole.

La consecuencia para la mujer acosada es que se crea un ambiente intimidatorio que le provoca diferentes malestares, cuando el acosador crea una imagen desacreditada de ella frente a las personas con las que comparte cotidianamente sus actividades. Este ambiente intimidatorio y hostil generado por el acosador puede llevar a interferir de forma negativa en su dedicación y en la concentración en el estudio. Muchas veces, ese malestar hace que ella deba renunciar a un trabajo o abandonar una materia o una carrera. Como afirman las mujeres involucradas en nuestro epígrafe, no salir de la casa evitaría los peligros.