Los hombres y las mujeres cuyas relaciones incluyen formas implícitas o explícitas de maltrato han crecido, generalmente, en familias en las que las diferencias de género estaban rígidamente pautadas. Estas relaciones de género están altamente sobredeterminadas, y si no han sido cuestionadas o interrogadas es posible que estén profundamente enquistadas. A causa de esto, la vida de estas parejas estará siempre al borde del colapso (Goldner y otras, 1991-1992). Estas autoras sostienen que las premisas de género crean relaciones con «ataduras y paradojas» que se han internalizado en la psiquis de hombres y mujeres a través de las generaciones, creando un legado de contradicciones indisolubles. Tales son los efectos de una cultura patriarcal que valora tan profundamente ciertas formas de poder para los hombres. La resistencia que puede presentar una mujer al ejercicio de ese poder implica una injuria narcisista mayúscula que buscará restablecerse mediante el ejercicio de actos abusivos. El riesgo de la valoración social de la agresión y el poder masculino es que la violencia, en el interior de los vínculos, pueda estar «legitimada» por la eficiencia que tienen en las subjetividades los discursos que avalan y propician relaciones de poder desigual entre los géneros. Sin embargo, la mayor o menor facilitación social que esos discursos tienen en los sujetos particulares es diferente y guarda estrecha relación con las historias personales. Sabemos que no todos los hombres reaccionan con violencia a los estímulos mencionados.
Si bien los ideales prescriptos de hombre agresivo y mujer complaciente pueden conducir al camino de la violencia, muchas parejas logran superar los rígidos estereotipos atribuidos a la masculinidad y a la feminidad. Ambos buscarán, entonces, las formas de flexibilizar las diferencias dentro de la pareja y de negociar en el interior del vínculo sus necesidades, sus deseos y sus derechos. En una situación de real simetría, ambos pueden implementar diversas estrategias de negociación que posibiliten introducir lo diferente, lo novedoso y lo provisorio para intentar el logro de cambios creativos en las identidades genéricas de los sujetos. La consecuencia es que ella y él podrán visualizarse de forma diferente de las representaciones culturales estereotipadas (Velázquez, 1997). Sólo así es posible que la violencia no tenga ya lugar.