Un fenómeno ligado a la necesidad del hombre violento de controlar todo lo que piensa y hace su pareja es el de los celos. Descriptivamente, los celos son sentimientos experimentados por una persona cuando cree que otra, cuyo amor desearía para sí sola, puede compartirlo con una tercera. O sea, un sujeto siente el peligro de ser privado por alguna otra persona de quien ama, y así perder lo que tiene. En los hombres violentos, los celos no se manifiestan únicamente por deseo lógico y natural de que la persona amada los quiera y los prefiera, sino porque desean la posesión y el dominio de ella. O sea, reforzarán la necesidad de controlar todo lo que la mujer sienta, piense o haga, e intentarán impedir que ella se relacione con otras personas. El celoso tratará de evitar cualquier tipo de relación con familiares y amigos que pueda poner en peligro la exclusividad del vínculo que desea. El hombre violento no tolera que la mujer no lo prefiera en forma exclusiva, no sólo en los aspectos que hacen a una relación de pareja, sino que no admite que otras personas (familiares y amigos, por ejemplo) y actividades despierten el interés o el afecto de la mujer: «Si ella me quiere a mí, no puede (no debe) querer a otro/s». La contradicción que aquí se expresa consiste en que si la mujer valora otros vínculos diferentes al que mantiene con él será a costa de excluirlo. Esta interpretación proviene de poner en marcha una lógica excluyente: «o yo o los otros», en vez de acceder a una lógica de diversidad: «yo y los otros». («El interés por otros no significa que no se interese por mí»).
Para abordar, entonces, la dinámica en la que se organizan las situaciones de celos, deben quedar diferenciadas distintas instancias por las que debe atravesar un sujeto celoso.
Frente a cualquier situación en la que los otros pasen a ser el foco de atención de la mujer (cuidar o hacer trámites para los padres, encontrarse con familiares y amigos, centrarse en el estudio o en el trabajo, hasta el cuidado de las plantas o de los animales domésticos) puede llevar a comentarios descalificantes y a una escalada de malos tratos. Un hecho que desencadena escenas de celos y una brutal violencia es el embarazo. La experiencia clínica nos ha mostrado que, en numerosos casos, la violencia física y sexual comenzó a manifestarse abiertamente, si bien ya existían otras formas de violencia más sutiles y quizás no registradas como tales, a partir del embarazo. Él puede pretender que la mujer aborte aunque ella no lo desee, burlarse del cuerpo de ella con expresiones humillantes o puede producir trastornos de la gestación, llegando hasta a provocar abortos espontáneos a causa de los golpes.
Pero ¿qué sucede cuando un sujeto supone que la mujer lo engaña con otro hombre? Vamos a intentar responder a esta pregunta a partir del análisis que realiza Bleichmar (1983: 96 y ss.; 1988: 88 y ss.; 1997: 106 y ss.), en relación con la problemática de los celos y según se ajuste a nuestra perspectiva. Los celos tienen diferentes grados de manifestación que van desde situaciones de desconfianza y perspicacia hasta el ataque de celos y la celotipia. Esta diferenciación se basa en la experiencia clínica y, aunque sus manifestaciones pueden tener diferencias de grado en su expresión, vinculadas a la personalidad del sujeto en cuestión, las motivaciones, conscientes o inconscientes, serán semejantes. En general, estos individuos no tienen la capacidad para hablar con su mujer sobre los celos que experimentan e intentar aclarar una situación. Por el contrario, frente a la duda, creerán que la «resuelven» mediante controles extremos y violencias.
Los celos pueden iniciarse a partir de cualquier actitud de la mujer que lo mueva a la sospecha. Cualquier hecho diferente de los habituales será considerado como un indicador de que lo engaña. Necesitará indagar minuciosamente sobre nuevas actividades y amistades, llamadas telefónicas, retraso en los horarios, ropa nueva, cambio de peinado. Esta indagación irá desde preguntas reiteradas, casi inocentes, acerca de lo nuevo y diferente, hasta llegar a un excesivo control. Entonces, revisará la correspondencia, la cartera, los cajones de los muebles, entre las hojas de los libros o de las revistas en búsqueda de algún indicio que confirme la existencia de un posible amante. No permitirá que ella salga a hacer las compras o al trabajo vestida con minifalda o con pantalones ajustados o que se maquille. Hay hombres que llegan a dejar encerrada en la casa a la mujer cuando salen a trabajar o a otras actividades.
Estos estados de alerta permanente incrementan la vigilancia sobre las situaciones que él vive como peligrosas. El origen de estas conductas se debe a que el sujeto ha creado en su imaginación una serie de escenas de infidelidad de su pareja que son vividas por él en forma traumática. Su búsqueda apuntará a encontrar cualquier indicio que le reconfirme la existencia de esa infidelidad, investigación que, en última instancia, le produce intenso sufrimiento.
La racionalidad a la que apela el hombre celoso en relación con estas conductas de vigilancia —cuya motivación es inconsciente aunque aparezca en la conciencia como un argumento perfectamente justificado— parte de la convicción de que la mujer le es infiel. Aunque no existan y, por lo tanto, no se encuentren las evidencias del engaño, él seguirá dudando. Lo que realmente existe es la certeza, armada por él: «ella tiene otro hombre», «ella me hace los cuernos». A partir de allí, todo lo que la mujer haga o no haga, diga o calle organizará los indicios y las señales que serán interpretados de acuerdo con la primera afirmación: «ella anda con otro», que acrecentará los celos y el control. Bleichmar señala que esa vigilancia constante se transforma en un mecanismo que orienta al psiquismo a la repetición de lo displacentero. Cualquier situación, por lo tanto, pondrá en marcha la señal de alarma que provocará angustia y malestar. La desconfianza, el odio, el resentimiento serán las expresiones afectivas frente al supuesto engaño que por un lado encauzan la rivalidad con el supuesto amante y, por el otro, pueden llevar a francos hechos de violencia. Pero es el miedo a perder a su pareja el que, fundamentalmente, recrudece los celos.
En la experiencia clínica hemos observado que el temor a perder el objeto de amor —temor recogido por la ambivalencia afectiva— puede llevar al celoso hasta la desesperación. No sólo por la amenaza de ser relegado y/o abandonado, sino porque a la vez puede perder a la persona en la que proyecta sus inseguridades, temores y dependencia. Y, por otro lado, porque está en peligro de perder la posesión del objeto de maltrato que le garantiza la satisfacción y el alivio, mediante actos violentos, de cualquier aumento de tensión intrapsíquica que no puede procesar.
Como trastorno narcisista, los celos, dice Bleichmar, provocan en el sujeto por un lado, dudas sobre si es o no digno de ser amado y, por otro, impulsan a concebir a la mujer como propensa a la falsedad, la hipocresía y la infidelidad. El problema de los celos, que lleva a situaciones de extremo control y violencia, no sólo consiste en que la mujer no lo quiere o ya no se interesa por él, sino que es ella quien elige y prefiere a otro.
En la celotipia, que es una forma particular de paranoia, Bleichmar dice que los celos se expresan mediante un discurso en el que prevalecen, básicamente, dos creencias: la pareja es desleal y prefiere a otro y ese otro se transforma, para el celoso, en el yo ideal y rival. Esto lo llevará a competir con el supuesto amante, obsesionándose con la comparación entre él y su rival, a quien supone distinto, en este caso, superior y más deseable. Bleichmar señala que para hablar de celotipia se deben dar una serie de factores que deben articularse con otros mecanismos y condiciones de la estructura de personalidad del sujeto: que dude acerca de si es digno de ser amado, que considere a su mujer capaz de traicionarlo, que sienta admiración por el supuesto rival y proyecte esta admiración sobre su pareja, y que experimente angustia narcisista al creer que hace un triste papel porque no descubre la infidelidad. La combinación de estos factores, entonces, son los que nos pueden ayudar a comprender los diferentes grados de expresión de los celos que van desde situaciones de malestar y desconfianza hasta expresiones francamente patológicas.
La extrema tensión psíquica que experimenta un sujeto celoso al suponerse engañado y al no poder descubrir la supuesta infidelidad de su mujer, a lo que suma la competencia con ese personaje que ha inventado, buscará su descarga mediante la puesta en acto de distintos tipos de control y violencia, hasta el asesinato. Como vemos, los celos y sus manifestaciones constituyen otra situación en la que el hombre violento no tolera la diferencia pero, en este caso, la que él mismo establece con el hombre al que le atribuye la preferencia de la mujer, generando circuitos de violencia y dominación.
Toda violencia ejercida a causa de los celos tendrá la intención de reafirmar el poder mediante la imposición despótica a la mujer de que sólo tiene que amarlo a él. «Ella debe serme fiel», dice el sujeto celoso, afirmación que implica, por un lado, ajustarse a una promesa que ambos realizaron, pero por el otro es el argumento que sirve para que él quede posicionado en el lugar de juez haciendo justicia por medio de la violencia y justificando así el castigo. De esta forma, él buscará reafirmar la imagen de sí —poderoso— y la de ella —puesta en el lugar de desleal—. Sin embargo, quedará encerrado en la propia dinámica de sus celos: fuerte cuando expresa violencia, vulnerable porque puede ser traicionado, pero siempre en estado de alerta y sufrimiento.
El Otelo de William Shakespeare sufre intensamente por el amor y los celos que siente por su amada Desdémona a quien, luego de humillarla de todas formas termina dándole muerte. Ella se pregunta sobre el porqué de los celos de Otelo (Otelo, acto III, escena IV):
Desdémona: ¡Cielos! ¿Le he dado yo algún motivo?
Emilia: Los celos no se satisfacen con esa respuesta; no necesitan de ningún motivo. Los hombres son celosos porque son celosos. Los celos son monstruos que nacen y se alimentan de sí mismos.