¿VIOLENCIA SEXUAL EN LA PAREJA?
En la intimidad del hogar, en la privacidad de una pareja, en ese mundo donde se desarrollan la convivencia y los afectos más complejos, también suele aparecer, inesperadamente, un mundo sórdido que sorprende. En ese supuesto espacio de protección y seguridad se cometen todo tipo de abusos físicos, sexuales y psicológicos con mucha mayor frecuencia de lo que es posible imaginar.
Estas formas abusivas de poder se ejercen dentro de la casa, acentuando la dependencia emocional y económica de los miembros de la familia. Así se van configurando las imágenes que cada uno pueda tener de sí y de los otros por medio de las cuales se perpetúa ese poder. Una de las estrategias que puede utilizar el agresor, por ejemplo, es configurar la imagen de una madre nerviosa e inestable a la cual los hijos no podrían acudir para buscar protección si fueron abusados. Estas maniobras intencionales de descalificación naturalizan la violencia, en cualquiera de sus formas, debilitando su registro, así como la posibilidad de censurarla y resistirla. De esta manera se ejerce y se naturaliza la violencia física, emocional y sexual. En ese clima emocional también se ejerce violencia sexual contra la pareja y las estadísticas así lo confirman:
A la categoría de «violaciones con violencia física» pertenecen el 45% de las mujeres entrevistadas. En esos matrimonios no sólo había abuso sexual sino también físico. Los maridos podían tener problemas con el alcohol y con las drogas, golpeaban y violaban a sus mujeres en cualquier momento. Las entrevistadas manifestaron que se habían transformado en esposas «sexualmente disponibles» por el miedo a los malos tratos físicos.
A la categoría de «violaciones en las que no había golpes» pertenecían matrimonios generalmente de clase media y con menos historias de abuso y violencia. Las violaciones se desencadenaban según el tipo y la frecuencia de las relaciones sexuales que mantenían. La fuerza que utilizaba el marido era suficiente para someter a la mujer sin causar daños físicos severos. La causa de este tipo de violaciones no se debía a la falta de control de los impulsos del marido debido al alcohol o a las drogas, como se describió en el grupo anterior, sino a la necesidad del hombre de afirmar su poder y de controlar sexualmente a la mujer. A esta categoría de violaciones sin golpes pertenecen otro 45% de las mujeres entrevistadas.
Una tercera forma de violación, que corresponde al 10% restante, es aquella que el autor denominó «violaciones obsesivas». El marido, en general, solía estar excesivamente preocupado por el sexo, la pornografía y el miedo a ser impotente u homosexual. Muchos de estos hombres necesitaban, como estímulo en sus relaciones sexuales, violentar y humillar a su esposa.
Si bien en estos casos suele no haber amenaza de muerte, esta es reemplazada por la violencia física, la dominación y el control absoluto del hombre sobre la situación. La violación irrumpe en forma sorpresiva y está atravesada por el poder. No es una relación erótica sino que el deseo sexual está aplastado por la vivencia de lo siniestro y la mujer se transforma en un objeto de la violencia masculina. «Me negó como persona, es una sensación de no existir. No existía ni para mi ni para él, nada de lo mío era importante», declaró otra entrevistada.
Las mujeres se perciben a sí mismas indefensas, paralizadas física y psíquicamente, con sensaciones de terror por la impotencia de no poder manejar la situación. «Él hizo lo que quiso conmigo, me golpeó, me dominó». En las entrevistadas expresaron sentirse una «porquería», «una cosa», «despreciables». Temen que los maridos no les permitan romper la relación y/o que las persigan, lo que incrementa el odio hacia ellos.
Para estas mujeres, el hombre pierde sus características habituales, queda recortado en el acto de violencia, se lo vive como todopoderoso, capaz dañarlas y humillarlas. Ellas creen que la violación se debe a un estado de locura repentina. Dadas estas condiciones, no pueden negociar «sexo por vida» como las que son violadas por extraños, sino que «cegadas por esas historias de justificaciones» —ligadas íntimamente a las ilusiones de amor, a agradecimientos y deudas— estas mujeres rechazan sentir sus vidas amenazadas. Aquí el sexo se entrega «por nada».