El «no» de las mujeres

A algunas mujeres que son forzadas a tener sexo les resulta difícil negarse. Si la mujer dice «no» porque no desea tener sexo en ese momento, su pareja puede interpretarlo como un acto de provocación o desobediencia y sentirse con derecho a imponerse y a no tener en cuenta la negativa. El intenso malestar que provocan estos actos coercitivos lleva a que estas mujeres se debatan entre decir «sí» a todas las demandas de su pareja y ensayar un «no» que no las haga sentir malas, desconsideradas e ingratas. Sin embargo, este «no» que se teme decir podría establecer una diferencia entre lo que uno y otra quiere, y delimitar los deseos de ella aunque el riesgo sea sentirse poco querida y maltratada.

Y esto también tiene una historia. Los mandatos sociales prescriben que las mujeres deben complacer a los hombres y que les debe interesar más el placer de ellos que los propios. Es así que algunas acatan estos mandatos sin oponerse y creen que de esta forma pueden mantener la ilusión de sentirse queridas y protegidas por un hombre. Sin embargo, si una mujer dice «no» a algunos requerimientos sexuales de su pareja, la negativa puede conducir a los malos tratos que ella ya conoce —violencia de diversa índole acompañada de reproches de ser frígida, desamorada, desconsiderada y desagradecida.

El sometimiento acrítico de estas mujeres al poder que ejerce el hombre violento dificultará la estructuración de un «no» que genere un espacio para valorar los propios deseos e intereses. La dificultad para negarse suele responder a la implementación del mecanismo psíquico de identificación con el hombre que la arremete, por el cual ella, a pesar del malestar que siente y la confunde, cree que debería desear lo mismo que él desea. Este juicio identificatorio no le permite reconocer lo que pasa entre ellos y le hace suponer que ambos están pensando y deseando lo mismo: «ahora vamos a tener sexo». Entonces, mediante este mecanismo de identificación, ella se violenta a sí misma cuando desdibuja sus propios pensamientos y sentimientos, que quedarán subsumidos a lo que el hombre imponga.

El intenso dolor psíquico que provocan los malos tratos y las violaciones reiteradas puede tener por lo menos dos derivaciones: o se sucumbe a la violencia o el juicio identificatorio pierde su eficacia. A partir de allí se puede iniciar el resquebrajamiento de ese vínculo: «yo no tengo que desear lo que él desea». Esta suele ser una primera afirmación que lleva a desmantelar la identificación con quien la arremete para instalar en su lugar el juicio crítico que le permita intentar el dominio de las situaciones amenazantes. Este proceso implica desmontar, mediante la interrogación, cada una de las partes que componen los hechos de violencia. Esto supone preguntarse: «¿Qué es lo que siento?», «¿Cuál es la imagen que tengo de mí en estas situaciones?», «¿Qué quiero y qué no quiero de él?». Estas preguntas generarán una serie de respuestas que provienen de rechazar el maltrato y asignarse valoraciones positivas a sí misma. En este punto, se podrá comenzar a desplegar un juicio crítico que permita recortarse y desapegarse del deseo del otro mediante la reflexión y la diferenciación.

Estas serán herramientas psíquicas necesarias para poder construir un «no» que permita a la mujer violentada oponerse, diferenciarse y resistirse. De esta forma, se podrá apropiar de sus deseos y de su palabra e incrementar la confianza en los recursos subjetivos de los que dispone para enfrentar la violencia. Este pasaje de «sujeto padeciente» a «sujeto criticante», como dice Burín (1987), se irá construyendo mediante las respuestas a aquellas preguntas acerca de sí: lo que ella quiere, lo que quiere que él haga o que hagan juntos. A partir de allí, será posible construir un «no» rotundo. Caso contrario, la negativa será débil, desdibujada y escasamente eficaz.