La violación en la intimidad

La violación por parte de la pareja, ya sea el marido, el concubino, el novio o el amante, es rechazada por el pensamiento y la imaginación colectiva. Sin embargo, este tipo de violación es un acto de violencia que ocurre en el contexto de los vínculos íntimos y estables. El hombre presiona a su compañera para tener relaciones sexuales en contra de su voluntad mediante amenazas y/o maltrato físico y/o presión psicológica, imponiéndose mediante la fuerza, el dominio y la autoridad.

Contrariamente a lo que la mayoría de la gente cree, la violencia realizada por la pareja es un hecho traumático de mayor impacto emocional que la violación por parte de un desconocido. El hecho de que el agresor sea el marido hace suponer que no se trata de una violación o que la agresión es menos grave de lo que la mujer cree, y que en realidad «no es para tanto». En general, vemos que los esfuerzos interpretativos sobre estos hechos están centrados en las conductas femeninas («ella debe tener problemas con el sexo») que llevan a suponer que la violación no existió. La utilización de este dispositivo patriarcal pareciera ser un recurso eficaz para quietarle dramatismo al hecho. Si se piensa que la mujer tiene problemas con el sexo, miente o exagera, se alivia la responsabilidad y la censura social y se busca una cadena de racionalizaciones que cierran en la desresponsabilización del agresor. Este dispositivo, que sugiere que las intenciones del agresor «no son tan malas», lo transforma en víctima de su víctima y, por lo tanto, la culpable es la mujer. Si ella es la culpable, el hecho de violencia desaparece como tal mediante la configuración de esa cadena de justificaciones que van desde «no es para tanto» hasta «eso no es una violación».

Sin embargo, las mujeres entrevistadas en la investigación realizada por Nelly (1988) sobre violencia sexual —en la variable sobre violencia de la pareja— manifestaron ser víctimas de diversas formas de violencia cuya gravedad y frecuencia pueden variar desde episodios aislados y poco severos hasta situaciones de violencia diaria. Estas son descriptas por las entrevistadas como una combinación de amenazas de violencia, violencia psicológica, sexo forzado y ataque físico.

El vínculo violento, entonces, se manifiesta a través de diversos y múltiples tipos de acciones:

Podemos explicar estos comportamientos violentos de los hombres como formas de reafirmar narcisísticamente su superioridad y poder dentro de la familia.

En lo que hace específicamente a la violación ejercida por la pareja, esta provoca en la mujer sentimientos de humillación, vergüenza y culpa, baja autoestima, aislamiento físico y emocional, y la vivencia de sentirse diferente. La mujer suele mantener en secreto las situaciones abusivas por vergüenza a que los familiares y amigos se enteren, la culpen de provocar a su pareja, de tener trastornos sexuales o de ser poco atractiva o asexuada. Con el tiempo, y a causa del abuso crónico, es posible que ella se convenza de que realmente padece esos problemas y llegue a aceptar que merece ser castigada.

La humillación se vivencia a causa de las situaciones de maltrato y abuso de poder que hacen peder el control de la situación. La posesión violenta por parte del agresor del cuerpo y de la sexualidad de la mujer la hace sentir pasivizada y vulnerable. Así como surge la vergüenza, vinculada a la ira y también a la humillación, que llevará a la retracción e inermidad del yo que, fragilizado por los maltratos a lo largo del tiempo, no podrá, muchas veces, resistir los ataques reiterados. La vergüenza se extiende a las situaciones en las que la mujer se ve obligada a relatar el hecho de violencia. Allí se enlaza con la mirada y la palabra del otro, ya que ella debe exponerse a ser observada y escuchada. Esa mirada le genera intensa angustia porque desviste y desnuda lo invisible. Sólo puede ser soportable si es acompañada del silencio del otro, que implica que no se nombre lo que se mira en ella (Aulagnier, 1984).

La culpa que suele sentir la mujer agredida, entendida, como la distancia que se establece entre lo que ella «piensa y siente» y lo que debería «sentir y hacer», podría deberse a que si no desea tener sexo en ese momento, cree que no cumple con un deber marital. También suele deberse al resentimiento y al rechazo que le provoca sentirse forzada cuando ella «no tiene ganas». Como consecuencia de la culpa, algunas mujeres mantienen a veces durante largo tiempo, este vínculo violento sin ejercer resistencias concretas ante las violaciones y los malos tratos y sin animarse a dejar a su pareja. Por el contrario, cada vez son más vulnerables a los ataques, ya que se ha resquebrajado la ilusión que las unió a estos hombres: la seguridad y la confianza.

A causa de esto, la sorpresa y el estupor que provocan las experiencias de violencias reiteradas abrirán el camino a la angustia, el silencio y el secreto. Pero si la mujer pudiera hablar sobre la violencia que se ejerce sobre ella, sería posible mitigar o negar el poder del abusador. La mujer, entonces, podría asumir ese poder de los actos y de la palabra que en el vínculo violento es primacía del agresor, que enuncia qué es lo que ella debe sentir, pensar y hacer.