VIOLACIÓN SEXUAL: ENTRE EL MITO Y LA EXPERIENCIA
Todo acto sexual ejercido por una o varias personas —generalmente hombres— en contra del deseo y la voluntad de otra —generalmente mujer o niña/o—, que se realiza con o sin violencia física, puede ser considerado como violación sexual. Para lograr estos fines se suele utilizar la intimidación, la fuerza y amenazas de un daño inmediato o mediato a la integridad personal, a la propia vida, a la subsistencia o al bienestar propio o de los allegados.
La violación sexual puede ser considerada un hecho perverso porque el violador logra su fin sexual mediante el ejercicio de la fuerza, la violencia y el poder, promoviendo el terror y el miedo a la destrucción corporal y a la muerte.
Dice Laura Klein (1989): «cuando una mujer es o va a ser violada la muerte pierde su informe presencia y se hace inminente, es amenaza de muerte o de daño físico, es estar a merced del otro». Es decir que cuando una mujer es violada y realiza una transacción de sexo por vida, se impone un consentimiento a la violación que se cree que fue dado sin coacción. «Una mirada obscena suprime la transacción y cree que es una mujer complaciente». La muerte se hace invisible. Se transforma ese «consentimiento» arrancado a la mujer por medio de la violencia en un consentimiento al coito. Así, la amenaza queda invisibilizada y se supone que hubo un diálogo entre el violador y su víctima. Esto es sostenido por un imaginario social que afirma que cuando una mujer es violada debe resistir hasta la muerte, y que si no lo hace quiere decir que ha consentido. Estas ideas sostienen que rendirse es consentir y consentir es querer, y que si una mujer no quiere que la violen deberá ejercer resistencia a costa de su vida o de lesiones graves en su cuerpo (Hercovich y Klein, 1990-1991). Esta perspectiva hará inexistente la violación cuando las mujeres sobreviven por miedo a la muerte o por temor a daños severos en su cuerpo.
Estos mitos populares acerca de la violación reafirman, en cierta forma, que esa violación no lo fue, por la persistencia de ideas que centran el hecho en las características o actitudes consideradas «femeninas».