Vengarse por la violación y/o vengarse del violador

El impacto producido por los actos de violencia provoca, en quienes son atacadas, sentimientos complejos. Entre ellos, vamos a mencionar los deseos de venganza, que pueden ser experimentados por la víctima, por las personas de su entorno y aún por los profesionales que la asisten.

Hay dos cuestiones que se observan en la práctica con mujeres que fueron violadas en relación con la venganza (que también se observa en mujeres que padecieron otras formas de violencia): por un lado el miedo a la venganza del agresor, pero también, por el otro, el deseo de vengarse de él.

La primera consiste en el temor a que el agresor tome represalias si la mujer, la familia o los amigos hacen la denuncia o comentan con otros el abuso, «lo queman» en el barrio, con la familia, o en el trabajo. La mujer teme que la viole nuevamente, la persiga en la calle para golpearla o dañarla, o haga comentarios desfavorables sobre ella. El temor a que la violencia se repita la obliga a enfrentar una tensión sostenida por el miedo a ser victimizada nuevamente. En algunos casos, estas situaciones temidas fueron llevadas a cabo por el agresor:

Amelia fue violada por un desconocido en un asalto. Él le robó la cartera donde tenía los documentos y los datos personales: «Durante mucho tiempo me amenazó por teléfono o me dejaba mensajes obscenos en el contestador». Ella seguía temiendo al violador que continuaba intimidándola, aún dentro de su propia casa.

Florencia, una niña de 11 años, era abusada por su padrastro. A la vez, lo escuchaba comentar con el resto de la familia las formas en que Florencia provocaba a los hombres.

Aunque la venganza del agresor no se concrete o no se sepa sobre él, suele prevalecer la fantasía de que puede aparecer en cualquier momento y lugar. Se suele pensar que el agresor sabe más sobre la vida de la que hizo su víctima —lugar de trabajo, estudio, horarios, domicilio— que ella sobre él (si el violador es un desconocido). Como el agresor dominó en el o los momentos abusivos, se le adjudica el poder de dominar todos los aspectos de la vida de su víctima, aún con posterioridad al hecho violento. Esto incrementará el miedo y la inseguridad, y las conductas de restricción y aislamiento.

Las ideas de vengarse del violador que experimenta una mujer que fue violada son puestas en marcha a partir de los sentimientos dolorosos, de agravio y de sufrimiento.

Delia hablaba repetidamente de sus deseos de encontrar al violador:

«Lo único que pienso es cómo vengarme, reventarlo. A veces me encuentro pensando cosas muy locas, que me asustan. Es como que no soy yo. Pienso en castrarlo y lastimarlo mucho».

Julia contó en una entrevista:

«Cuando ese hombre que yo creí parecido al violador bajó del colectivo, lo seguí. Quería vengarme. Entró a un negocio y esperé en la puerta pensando qué le podía hacer. Me sentía fuera de mí. Tenía miedo pero quería tenerlo enfrente y gritarle ¡hijo de puta!».

Carmen dijo que no podía dejar de pensar en lo que un tío le había hecho a su hija de 10 años:

«Pienso y pienso en cómo me voy a vengar porque abusó de mi hija. Quiero llamar a la esposa y contarle. Denunciarlo en una fiesta familiar. Contarle a todos lo que le hizo a la nena durante no sé cuánto tiempo. Pero la jueza me prohibió toda intervención, por la nena».

En una reunión de trabajo, Alcira expresó la impotencia que sienten quienes trabajan en violencia:

«A veces me agarran ganas de vengarme. Las mujeres que asisto aparecen tan golpeadas, tan solas, tan aisladas. Hay tan pocos recursos para ayudarlas, no hay dónde ubicarlas. A veces los jueces mandan a los maridos golpeadores de vuelta a la casa. Para que se amiguen, dicen. Tengo claro que no debo tomar partido. Pero cuánta impotencia, es muy fuerte».

Lorena, de 12 años, en la entrevista manifestó preocupada:

«Mi papá y mis hermanos quieren matar al viejo que me violó. Lo persiguen con la camioneta para todos lados; hasta llevan la escopeta. Mi hermana habla mal de él con todos los vecinos. Lo quieren castigar mucho por mi violación y mi embarazo. Mi hermano dijo que lo va a matar. Lo detuvieron pero ya salió libre. Dicen que necesitan más pruebas».

En la entrevista Cristina dijo:

«Quiero vengarme para no tener miedo».

El deseo de venganza que pueden experimentar muchas de las mujeres que fueron violadas se genera a partir del odio que sienten por el daño causado. Este odio se origina en la imposibilidad de transformar aquello que ya pasó. Una de sus significaciones es que actúa como una reacción de defensa del yo para evitar o negar el dolor. Constituye un rechazo a todo objeto —cosa o persona— que provoca un aumento intolerable de tensión psíquica. Algunas mujeres que fueron violentadas presentan dos manifestaciones de odio. Una, el odio pensado y sentido como nocivo, inconciliable, extraño, que se torna intoxicante para el psiquismo y que, como tal, se incorpora a la situación traumática («se lo traga»). La otra, el odio puesta en práctica, expresado en el «afuera» como un castigo acompañado por ideas de desprecio para quien tuvo el poder de dañar. Esta necesidad de castigar al agresor es la que va a generar pensamientos y conductas vengativas. Podemos entender, entonces, a la venganza como una respuesta que intenta ser simétrica a la agresión padecida: es un exceso de emoción que necesita ser llevado a un acto concreto. Se suele experimentar para aturdirse y aplacar el dolor. Pero fundamentalmente busca un objetivo, hacer padecer al hombre que violentó lo mismo que sufrió su víctima, pero ubicada en una posición activa, siendo ella la atacante, la que lo toma por sorpresa, la que «lo puede».

Los familiares también experimentarán, en diferentes grados, el deseo de vengarse del agresor. Esto puede llevar a varios riesgos: posicionarse en el lugar de justicieros, necesitar enfrentarse cara a cara con el agresor, y en casos extremos hacer justicia por las propias manos[22]. La expresión: «quien a hierro mata a hierro muere» alude a que una persona debe esperar el mismo trato que ha aplicado a otras. Otra expresión: «ojo por ojo» se refiere a la venganza y consiste en causar el mismo daño que se ha recibido originando, de esta forma, nuevos circuitos violentos[23]. Podemos explicar estas expresiones por la acción del mecanismo psíquico de identificación con el agresor[24]. La mujer que fue violentada deseará ejercer venganza sobre quien la agredió de diversas formas y, para ello, buscará una inversión de papeles: la agredida se transformará en agresora, ya sea en fantasías o en actos concretos. La puesta en marcha de este mecanismo funciona como una defensa compensatoria que tiende a producir una satisfacción narcisista a través del padecimiento del otro. Esta satisfacción aliviará el propio dolor (Bleichmar, 1983)[25].

Las ideas de venganza tienen, entonces, la finalidad de debilitar a quien violó, pero será el propio padecimiento de la víctima la verdadera motivación de la venganza. Esta no es llevada a cabo de la misma manera. Puede consistir en agresiones físicas al ofensor, perjuicios a su imagen pública haciéndole críticas a su persona, avergonzándolo, humillándolo. Estas acciones son, para quien las realiza, el equivalente simbólico de castrar al violador: desvalorizarlo, dejarlo carente de poder, perjudicarlo en sus lazos familiares, en el barrio, en el trabajo. La finalidad es producir una imagen de debilidad mientras que quien ejerce la venganza se posiciona en un lugar de triunfo y omnipotencia. Estas acciones son posibles de pensar cuando el agresor es conocido En el caso del violador desconocido y que no ha podido ser identificado —lo que lamentablemente ocurre en muchos casos—, las ideas de vengarse son realimentadas a nivel de la fantasía y acentuadas por la impotencia que provoca pensar que el violador «anda suelto» y cometiendo otras violaciones.

Como vemos, hay varios niveles de significación en relación con la venganza y diversas maneras de concretarla. Otra forma explicitada por muchas mujeres —en la psicoterapia y en los grupos— es la de poner en palabras el daño causado y que el agresor escuche a su víctima: «ahora me vas a escuchar», «ya vas a ver lo que te voy a hacer», «te lo merecés», «todos van a saber lo que me hiciste». Estas palabras adquieren la eficacia simbólica de una agresión equivalente al daño producido.

Sin embargo, los pensamientos o conductas vengativas suelen propiciar un nuevo circuito de violencia («más de lo mismo») que realimentará la situación traumática para una víctima. Si bien ella suele estar en situación subjetiva catastrófica, mediante la persistencia del odio y de las ideas de vengarse puede quedar capturada por el trauma, la hostilidad y el sufrimiento. La mujer suele creer que el agresor «quedó bien» mientras ella permanece atrapada por lo que él le impuso. La idea de que él sigue disfrutando en tanto ella se quedó padeciendo incrementa la hostilidad y la necesidad de vengarse. El resentimiento que acompaña a esas ideas es el que promueve un pensamiento circular y repetitivo ligado al recuerdo de la violación. Las ideas que predominan en este pensar repetitivo de una víctima son las de aniquilar al agresor, mostrarse activa y destruir lo activo de él, desposeerlo del poder, ver en su cara la sorpresa, el estupor, la humillación, la vergüenza y mostrarlo vulnerable. Esto suele producir placer y satisfacción pero, a la vez, acrecentará el odio. De esta forma, la hostilidad sentida hacia el violador y las peleas internas con él refuerzan las ideas de vengarse: por la violación y del violador. Este «cultivo de resentimiento», como dice Bleichmar (1983) constituye una reafirmación narcisista mediante la cual la mujer ubica al ofensor en el lugar de culpable y a ella en el de damnificada. Si bien esto es así, el problema radica en que la persistencia del odio, el resentimiento y las ideas de vengarse no resuelve la situación. Más bien, estos estados la mantienen unida al agresor y al recuerdo del hecho violento, que la sigue victimizando.

Otros sentimientos suelen acompañar a las ideas de venganza. La rabia es un intento de hacer desaparecer el dolor que, en ocasiones, puede tomar una forma crónica de rencor que implica la imposibilidad e olvidar debido a la herida narcisista que dejó el ataque. Una variante del rencor, siguiendo las ideas de Bleichmar (1986: 178-179), es la amargura, cuyo componente esencial es el sentimiento de impotencia. Mediante la impotencia la mujer se sentirá incapacitada de modificar la situación de sufrimiento. En algunas formas de rencor, las fantasías de venganza permiten mantener la valía del yo. Pero, según Bleichmar, la venganza es un rencor fracasado en su función defensiva. En este sentido, podríamos decir que no alcanza, junto con la rabia, a cumplir la función de dotar a la mujer de un sentimiento de poder.

Para salir de la condición de víctima con todos esos sentimientos a cuestas será necesario un trabajo psíquico que implique recordar sin quedar atrapada en la escena del hecho traumático y por esos penosos sentimientos concomitantes. Esto supone que el recuerdo traumático sea pensable y hablable y que no promueva únicamente emociones y acciones de contenido tóxico para la mujer. Será necesario, entonces, que ella se oponga y se resista al padecimiento que le producen las ideas de vengarse (juicio de desatribución). Deberá poner en marcha el deseo hostil, vinculado a la iniciativa y a la toma de decisiones que promoverá otros vínculos, intereses y perspectivas para su vida. Como señala Bleichmar, el cultivo del resentimiento desaparece cuando se torna innecesario. Esto es posible en las víctimas de violencia cuando aparecen otras satisfacciones en la vida que realza la imagen que una mujer puede tener de sí misma. No sólo se es una víctima de violación. Este acontecimiento deberá ser resignificado en las circunstancias actuales de la mujer violentada e insertado en una historia de vida más amplia. Caso contrario, será una víctima «para siempre».

Para que esto no suceda, las mujeres que fueron violadas deberán contar con un espacio de elaboración del hecho traumático que exceda los apoyos familiares y sociales. La situación de crisis hace necesaria la derivación a diversas formas de contención y asistencia que les permita ubicarse como sujetos activos del padecimiento que atraviesan. El proceso de recuperación, cuyo tiempo es variable en cada caso, estará centrado fundamentalmente en ayudar a una víctima a reconstruir su subjetividad, para lo cual necesitará una orientación específica y especializada. Ello hará posible que la situación traumática pueda dar lugar, con el tiempo, a crisis evolutivas que promuevan procesos creativos. Esto abrirá un abanico de nuevas perspectivas para la vida de las mujeres que fueron violadas.