Las reacciones frente a la violencia difieren, y no existe un único parámetro acerca de cómo «se debería o no se debería reaccionar» para evitar o controlar los ataques. En la experiencia psicoterapéutica con mujeres que padecen amenazas de ataque o fueron violadas se pueden encontrar diversas estrategias. Estas son algunas de ellas:
«Cuando subí a un taxi, casi inmediatamente experimenté desagrado por la manera en que me miraba el conductor y por las alusiones inadecuadas que hacía sobre mi cuerpo. Le pedí que detuviera el coche para descender, con la excusa de que me había olvidado un libro en mi casa».
«Fui secuestrada, robada y violada por un tipo que se metió violentamente en mi auto. En un recorrido de siete horas de secuestro yo empecé —respondiendo en principio a una pregunta que él me hizo— a contarle una historia de mi familia».
De esta forma, Graciela logró contener su miedo y, inconscientemente, no sentirse del todo en manos de él: ella tenía la palabra. La estrategia utilizada por Graciela, luego resignificada en la psicoterapia, fue borrarlo como humano, ignorarlo como sujeto y de esta forma sentir que podía controlar la situación:
«Yo hablaba y hablaba… contaba cosas… Nunca lo miré. Lo que recuerdo muy claramente es cómo me temblaban las piernas, que casi no me permitían manejar el auto».
Por supuesto, no hubo un diálogo entre ellos. Este sólo puede ser llevado a cabo entre personas que están en situación de igualdad, y Graciela estuvo durante el largo trayecto amenazada con una navaja.
«Lo único que recuerdo claramente es una cicatriz grande que él tenía desde el cuello hasta la cara».
La pregnancia de lo visual, centrada en la cicatriz del violador, significó para Marta un elemento que podría serle útil para la identificación posterior. Pero esta idea, fundamentalmente, le permitió neutralizar el terror de sentirse a expensas del atacante. Ella lo podía identificar.
«Me negué a que el violador me besara en la boca. Él se enojó y me amenazó. Terminé accediendo y no presentar más resistencia por temor a que me golpeara y me lastimara».
Silvia no podía recordar muchos momentos de la violación, estaba como embotada, aturdida: «Mi cuerpo no era mío».
Adela no se daba cuenta de lo que le ocurría en la violación: «Era como que me miraba desde arriba».
En algunas mujeres este «mirarse desde arriba» significa que, frente a la violencia, se produce una sustracción mental del hecho y una forma particular de sentir el cuerpo. La percepción del propio cuerpo queda «fuera» de lo que está ocurriendo.
Las reacciones después del ataque también difieren. Algunas mujeres necesitan comentarlo con otras personas, pedir ayuda, hacer la denuncia, hechos que implican que están enfrentando la situación. Otras se sumergen en el silencio y quizás nunca den cuenta de la violación padecida. No nombrarla, muchas veces, significa que no existió.