Ninguna mujer aprueba ser violada. La violación no es una elección libre de la víctima como lo fue del agresor. Una persona coaccionada por la violencia no puede elegir ni querer ni consentir que la violación le suceda. Sabemos que las mujeres se resisten a ser violadas pero, muchas veces, tendrán dificultades para sostener esas resistencias debido a que temen por su integridad física. Existe un elemento fundamental que condicionará las actitudes de la mujer frente a un ataque: el miedo. Este sobrevive, como ya vimos, ante un peligro que generará un susto intenso que sorprende a la mujer y no le permite protegerse o dominar la situación[21]. Frente a una situación de peligro y al miedo de lo que pueda sucederle, el yo de una posible víctima resulta intensamente sobrecargado por la magnitud de estímulos que provienen de los diferentes elementos que pueden preanunciar un ataque. Esta afluencia de estímulos, que constituye una situación traumática, genera un estado de angustia que debilitará, en mayor o menor grado, las reacciones de defensa. Las mujeres que fueron violadas hablan sobre su miedo: a la muerte, a daños en su cuerpo, a no poder olvidar:
«Sentí terror por lo que me pasaba y porque pensé que de esta no salía. Uno de los violadores me repetía: si hablás, te matamos».
Si algunas mujeres atacadas se «rinden», es decir que no se defienden por miedo o porque no pueden controlar la situación de ataque, no implica que accedieron libremente a ser violadas. Ellas cuentan que «accedieron» —lo que no significa aprobara los requerimientos del atacante para evitar males mayores; sólo desean vivir:
«Hice todo lo que él me dijo. Pero esa no era yo».
Escuchar los relatos de estas mujeres nos permitirá rescatar los componentes de miedo que están presentes en una violación y de los que la descripción objetiva de los hechos nunca podrá dar cuenta. Por eso resultan sorprendentes los argumentos de los hombres entrevistas que ignoran ese sufrimiento y reniegan de la premisa: cuando una mujer dice «no» es «no». Es decir, que cuando ella se opone, rechaza, se defiende, es porque no quiere ningún acercamiento sexual. Esas resistencias de ninguna manera significan una «simulación» femenina que encubre, en última instancia, su deseo de entregarse («a las mujeres les gusta hacerse las estrechas, les gusta que les rueguen o que las fuercen»). Ellas no desean sexo coercionado y menos una violación. Esa supuesta simulación es otro de los mitos típicos en relación a las mujeres. Es por esto que hay que diferenciar entre una relación sexual, en donde la reciprocidad de sentimientos y acciones se pone en juego, y un coito coaccionado, violatorio, que no significa «hacer el amor». No se trata de dos partenaires en un juego amoroso sino que uno es el atacante y la otra es la atacada.
En nuestra experiencia psicoterapéutica con mujeres que fueron violadas se comprueba que en una violación no hay representaciones ni disponibilidad psíquica para la excitación, sólo hay espacio para el terror. Y no sólo estamos hablando de la violación, sino también de elementos violentos que la acompañan: el ataque sorpresivo, el arma que suele exhibir el agresor, las amenazas, los golpes, estar a expensas del otro, las palabras degradantes que humillan:
«Me decía cosas muy feas, de mi cuerpo, mi cola, mi ropa. Mientras me forzaba y me tiraba del pelo porque yo lo golpeaba me decía que era una flaca y se reía. Estoy llena de moretones por los golpes que me dio».