Veamos cómo funcionan los mitos y las creencias sobre las mujeres en una serie de entrevistas sobre violación realizadas a hombres (Beneke, 1984). ¿Qué dicen los hombres sobre las mujeres y sobre los varones?
Sobre ellas:
«A todas las mujeres les gusta ser violadas».
«No se puede violar a una mujer en contra de su voluntad».
«A las mujeres no hay que creerles».
«Cuando una mujer dice “no”, en realidad está diciendo “sí”».
«Las mujeres tienen lágrimas de cocodrilo.»[20]
«Se la estaba buscando».
«Las mujeres están llenas de mensajes contradictorios, esto produce frustración en los hombres».
«Las mujeres se exhiben y tienen poder sobre uno».
«Ellas provocan, ellas se las buscan».
«Ellas se ríen de uno y eso provoca humillación».
Sobre ellos:
«La sociedad marca cómo debe ser un hombre de verdad: debe hacer el amor muchas veces y debe ser agresivo con las mujeres».
«Nadie va a violar a una mujer que no lo haya provocado».
«La violación es un acto de venganza contra las mujeres que envían mensajes contradictorios».
«Aparecen deseos de venganza por la frustración».
«Un hombre tiene un impulso sexual fuerte y es capaz de violar».
«El hombre cuando quiere meter, mete».
«Relájate y goza».
Muchos de los entrevistados afirmaron sentirse capaces de violar o ser violentos de otras formas. También algunos afirmaron que no se abstuvieron de acostarse con mujeres aún sabiendo que ellas no lo deseaban, asegurando que el consentimiento de una mujer se puede obtener presionándola para que tenga relaciones sexuales. Los hombres entrevistados, al hacer referencia a la relación con las mujeres, se centran en determinadas acciones y sentimientos que actuarían como justificativos de sus avances sexuales: provocación, consentimiento, frustración, venganza, resentimiento, humillación, hostilidad, rechazo, burlas. Los comentarios que ellos hacen de las mujeres representan la imagen de la culpable, instigadora y hasta peligrosa, en última instancia: «violable». Los sentimientos que ellos refieren pondrán en marcha los más variados argumentos que constituirán legitimaciones de las acciones violentas que se cometan. Y esto es así porque los mitos que sostienen sus testimonios reafirman ciertos estereotipos femeninos y masculinos que determinan el carácter social de la violencia. Esta queda reducida a supuestas características de las personas que atacan o son atacadas, quedando así invisibilizados y/o justificados los hechos de violencia.
Existen, como vimos, dos imágenes estereotipadas de mujer en relación con la violación: una, vulnerable, frágil y sin iniciativa cuya sexualidad es pasiva y está sometida al deseo del hombre; otra, la preocupada por gustar, provocativa, seductora y deseante, que incita la sexualidad «irrefrenable» de los varones. En la primera, la imagen de indefensión es la que la victimiza: ella no tiene capacidad para defenderse ni recursos para enfrentar la violación. De esta forma se crean, paradójicamente, las condiciones para que el agresor ataque. Esta será la mujer considerada víctima siempre. La segunda, siempre culpable, será la responsable de precipitar la sexualidad masculina en la violación. Y también es pasible de ser atacada.
Pero los mitos también muestran ser endebles en la medida en que generan mensajes contradictorios: por un lado dicen que para tener éxito con los hombres, una mujer tiene que mostrarse sexualmente deseable, y por el otro sostienen que mostrarse sexualmente deseable incita a ser violada. No obstante, hasta tal punto cumplen estos mitos su función que para comprobar el carácter delictivo del atacante, se termina investigando la vida privada y los comportamientos de la mujer más que los del agresor. Es frecuente que cuando se hace referencia a una violación se pongan en marcha todas las creencias sobre la sexualidad femenina: el aspecto físico de la mujer, la edad, cómo iba vestida, a qué hora ocurrió el hecho o por qué estaba sola a esas horas de la noche. Pero no se hacen las mismas averiguaciones sobre el atacante porque se consideraría un absurdo hacer esas preguntas a un varón. ¿Quién preguntaría a un hombre: «cómo estaba vestido», «por qué andaba solo a esa hora»? Estas representaciones del imaginario adscriben y prescriben ideas y comportamientos que reafirman ciertos estereotipos masculinos y femeninos que van a crear las condiciones para que algunos hombres consideren que frente a una mujer siempre será posible ejercer algún tipo de violencia. El riesgo de esta arbitrariedad es que, intentando buscar en la vida de la mujer alguna razón que «justifique» el abuso, la violación como tal se desdibuja o se vuelve inexistente. Por eso, en los juicios por violación —como en los de cualquier forma de violencia— no debería estar permitido preguntar sobre la vida privada de las mujeres violentadas (sean estas amas de casa, prostitutas o estudiantes).
Entonces, cabe concluir que si la interpretación que se hace de la violación o de cualquier tipo de abuso se centra en los comportamientos de las mujeres, se corre el riesgo de desresponsabilizar al agresor y discriminalizar el hecho. La mujer misma puede terminar sintiendo su propio relato como inauténticos: ella ya ha sido interpretada a través de los mitos y de una cultura que distorsiona su verdadera experiencia.
Los hombres entrevistados a los que hicimos referencia no eran violadores, aunque no llamaría la atención que entre ellos hubiera alguno. Sus respuestas demuestran que en vez de tomar los sentimientos que pueden experimentar por las mujeres como el producto de la frustración porque no gustan o no despiertan interés, piensan que esas mujeres deben ser «castigadas» por suscitarlos. Ellos creen que esta forma de pensar es justa y legitima el derecho a cometer un delito.
Si un hombre desea a una mujer, buscará un acercamiento en el que intente suscitar el interés o el deseo de ella, dando lugar a la reciprocidad. Si un hombre piensa que una mujer lo provoca, deberá plantearse que una conducta seductora o provocativa de una mujer no es una invitación a ser atacada sino a un acercamiento.
Es un alivio pensar que no todos los hombres procesan por medio de la violencia la relación con las mujeres, sino que son muchos los que encuentran otras formas igualitarias de vincularse.