Ningún fenómeno relacionado con la violencia contra las mujeres está tan rodeado de mitos como la violación. Así es que, para analizar la problemática de la violación debemos comenzar refiriéndonos a los mitos referentes a la mujer. Estos constituyen la forma en que el imaginario social ha configurado los diferentes aspectos de la realidad y de la identidad femenina. La estructura mítica alude a lo «natural» y «esperable» de una mujer. Para ello se vale de la reproducción de ideas, creencias, pensamientos y prácticas que se constituyen en deslizamientos de la dimensión ideológica de los discursos. Contribuyen a reproducir y a perpetuar las creencias acerca de la mujer y funcionan como prescripciones y como control social, silenciando las diferencias. De esta forma se inscriben en la subjetividad perdurando, a lo largo del tiempo, realimentados por una persistencia y repetición que los torna eficaces en los diferentes momentos históricos (Velázquez, 1990). Esta perspectiva borra las diferencias entre subjetividades, grupos sociales y momentos históricos perpetuando la noción de «naturaleza femenina» que será responsable de mujeres vulnerables o incitadoras de las más variables violencias.
Abundan ejemplos a lo largo de la historia sobre las consecuencias que tuvo para las mujeres no haber aceptado pasivamente los mandatos de esa naturaleza. Estas mujeres no sólo se subjetivaron a través de las funciones naturales prescriptas socialmente —la maternidad, por ejemplo— sino que también fueron subjetivadas a través de sus acciones, luchas, escritos. Pensemos, por ejemplo, en las mujeres de la Ilustración, algunas de las cuales pagaron con la vida su protagonismo:
Vemos, entonces, cómo los mitos acerca de la mujer sustentan una lucha entre lo que ella es y lo que debe ser, entre lo permitido y lo prohibido y lo que se desea que no cambie. Es así que, en las violencias ejercidas contra las mujeres, los mitos permanecerán atrapados entre cómo son las cosas y cómo se suponen que deben ser.