VIOLENCIA SEXUAL: EL DELITO EN EL SEXO
Todo acto de índole sexual ejercido por una persona —generalmente hombre— en contra del deseo y la voluntad de otra persona —generalmente mujer y/o niña/o— que se manifiesta como amenaza, intrusión, intimidación y/o ataque, y que puede ser expresado en forma física, verbal y emocional será considerado violencia sexual. Este tipo de violencia es un ataque material o simbólico que afecta la libertad y la dignidad y produce efectos —a corto, mediano y largo plazo— en la integridad física, moral y psíquica.
Consideramos a la violencia sexual un delito[16] no sólo en sentido jurídico, sino como una dinámica del exceso, de la demasía y del abuso. Siguiendo algunas ideas de J. Ludmer (1999), se podrían tipificar dos formas de delitos. Uno, el delito que determina el Estado según las leyes. El otro, que es el que nos interesa destacar aquí, consiste en la manifestación del exceso y la arbitrariedad. Entonces, podríamos decir que este delito que se vincula a las creencias, los mitos y las ideologías, proviene de un imaginario que crea las representaciones culturales y sociales sobre las diferencias establecidas por los estereotipos de género, motivo de diferentes situaciones de exceso. El efecto de ese exceso, que se devela en el discurso de las víctimas de violencia, pone al descubierto la transgresión, una acción que ha traspasado los límites éticos que deben existir en la relación entre las personas. Violentar ese límite significa, entonces, no medir hasta dónde se puede llegar para apropiarse de la intimidad del otro y poner en marcha lo prohibido, lo que no se debe hacer. De esta forma, se fuerzan las diferencias entre quien violenta y quien es violentada. Ese delito, entendido como una práctica de dominación, impregna el cuerpo, la sexualidad y la subjetividad. Más allá del límite, dice Ludmer, se halla el peligro, la ilegalidad y el sufrimiento. La consecuencia es que se fractura en la víctima de violencia el sentimiento de seguridad generando lo inesperado, lo impensado, lo horrendo y lo trágico.
La violencia sexual, como delito, es un fenómeno que afecta mayoritariamente a las mujeres. Como vimos, las estadísticas coinciden en que entre el 95% y el 98% de las personas atacadas por diversas formas de violencia sexual son mujeres de cualquier edad, sector social, religión, grupo étnico. Estas estadísticas, afirman también, que el 92% de los atacantes son varones.
Las diferentes formas de violencia sexual son difíciles de pensar: atañen a la intimidad y a la privacidad y demandan silencio y secreto. Cuando se habla de cualquiera de estas formas —violación, acoso, abuso de menores, incesto, etc.— el impacto y la censura social serán diferentes según se refieran al hecho, a la víctima o al agresor. Porque ¿qué sucede cuando se está frente a cualquier hecho de violencia y a sus protagonistas? La reacción más frecuente, por el rechazo que producen, es ignorarlos, mantenerlos en secreto o en silencio. Sin embargo, las reacciones del agresor y de quien es su víctima serán diferentes. El agresor, como ya vimos, convocará a la pasividad: no ver, no oír, no hablar y olvidar. La víctima espera compartir el dolor de la experiencia, que se produzca alguna acción al respecto y que no se olvide.