El continuum de la violencia según las mujeres

En su investigación «Sobreviviendo a la violencia sexual», Liz Kelly (1988) describió once formas específicas de violencia sexual según la percepción de 60 mujeres entrevistadas. La autora subraya que en otras investigaciones las categorías fueron predeterminadas por el investigador. En esta, en cambio, prevalecen las descritas por las mismas mujeres que las padecieron, cuyos porcentajes de ocurrencia se representan en el cuadro siguiente.

Cada una de estas formas de violencia sexual tiene elementos básicos comunes que subyacen en cada hecho violento: el abuso, la coerción, la intimidación, la intrusión, la amenaza y la fuerza física del hombre para controlar a la mujer. Nelly sostiene que ese carácter común es el que permite discutir la violencia desde la perspectiva de género.

El concepto de continuum define una serie continuada de agresiones hacia las mujeres. Facilita, según Kelly, demostrar cuáles son los alcances de los elementos básicos comunes que subyacen en cada acto de violencia y cómo se combinan entre sí. Por ejemplo, en el acoso sexual puede predominar la intimidación y la intrusión con justificaciones de intimidad, mientras que en la violación es preponderante la amenaza y la fuerza física del hombre para controlar a la mujer.

Vamos a analizar una de las formas de violencia según fueron descritas por las mujeres entrevistadas.

  1. Amenaza de violencia en público: las mujeres entrevistadas señalan que no se sienten seguras en la calle, temen ser perseguidas y amenazadas. Esto las obliga a mantenerse alertas en relación al comportamiento de los hombres tratando de predecirlo (es por esto que Kelly define estas situaciones de autocontrol como una «geografía del miedo» que, a su vez, genera una «geografía de limitaciones» que afecta la vida diaria de las mujeres).
  2. Exhibicionismo: se manifiesta mediante la exposición intencional de los genitales pero, en ocasiones, suele incluir amenazas verbales o masturbación. Se trata de una violencia predominantemente visual.
  3. Llamadas telefónicas obscenas: su componente violento es verbal. Son una invasión a la privacidad. Pueden expresar referencias al sexo pero también silencios, jadeos o ruidos sugestivos. Todo esto es vivido por las mujeres de forma intrusiva ya que, junto con el hecho de que no se puede anticipar la llamada, tiene la finalidad de controlarlas y asustarlas. Las llamadas pueden ser aisladas o en serie. Estas últimas incrementan el contenido alarmante, porque el ofensor deja su inquietante presencia aún luego de haber cortado la comunicación. En ocasiones obligan a una mujer a cambiar su número telefónico.

    Tanto la amenaza de violencia en público como el exhibicionismo y las llamadas telefónicas obscenas son hechos intimidatorios. Estas tres formas de violencia son intrusiones indeseadas en el espacio privado de una mujer, que alteran su vida diaria. Las mujeres entrevistadas describieron el impacto de estas formas de violencia sexual particularmente sobre su percepción, por el peligro de lo que les puede ocurrir después.

  4. Acoso sexual: se manifiesta en formas de abuso verbal, visual o físico que comprenden comentarios sexuales y/o acercamientos físicos y manoseos, vivenciados como ofensivos por las mujeres. Puede darse en los lugares de trabajo, estudio, consultorios médicos y/o psicológicos y lugares de recreación, así como en la calle, por parte de hombres conocidos o desconocidos.
  5. Asalto sexual: las mujeres entrevistadas incluyen este tipo de violencia en experiencias abusivas que no fueron cubiertas por otras preguntas. Lo diferencian del acoso porque en el asalto sexual siempre hay contacto físico, como al ser tocadas en la calle o en un tren. También puede incluir el intento de violación.

    También en el acoso como en el asalto sexual las mujeres manifiestan que el miedo, el desasosiego, la intranquilidad y el sentimiento de peligro están vinculados al temor de lo que les puede suceder después.

  6. Sexo bajo presión: las mujeres entrevistadas lo refieren como experiencias en las que dudan o quieren negarse a tener sexo, pero en las que se sienten presionadas para consentir o ejercer prácticas sexuales que no desean ni les agradan (sexo oral, anal, entre otras). La presión puede ser ejercida, también, desde ellas mismas: sienten pena o culpa por decir «no» o han incorporado que tener sexo es una obligación cuando se está en pareja. Saben, también, que las consecuencias por negarse serán peores que tolerar la presión. En las adolescentes suele suceder que ellas mismas se presionen para tener sexo, aunque no lo deseen o no se sientan preparadas, porque no soportan la diferencia con las chicas de su edad o con su grupo de pertenencia.

    La investigación que analizamos destaca que de las dos terceras partes de las mujeres entrevistadas no consintieron en su primera experiencia de intercambio heterosexual, habiéndose dado esta por violación, incesto, coerción y presión.

  7. Sexo coercionado: lo describen como si fueran violaciones; el agresor no sólo las presiona sino que puede amenazarlas y/o hacer uso de la fuerza física. Las mujeres entrevistadas prefieren, sin embargo, definir este tipo de abuso como sexo coercionado más que como violación por parte de la pareja. La descripción hecha por las entrevistadas sobre el sexo bajo presión y el sexo coercitivo induce a un análisis que cambia totalmente la afirmación de que cualquier intercambio sexual es sexo consentido.
  8. Violación: es llevada a cabo en variados contextos y con hombres con los cuales se tienen diferentes tipos de relación. Las estadísticas del estudio mencionado sugieren que las mujeres jóvenes son más vulnerables a la violación por extraños, mientras que las mujeres adultas están más en riesgo con hombres que ellas conocen, especialmente con sus maridos. Una minoría de las mujeres expresa que la violación tuvo lugar en situaciones en que se encontraban solas y los violadores eran extraños. En una proporción más amplia la violación tuvo lugar en los contextos diarios y el violador era conocido. Otros estudios señalan que el 50% de las violaciones ocurren antes de los 20 años y en su mayoría son perpetradas por extraños. En mujeres mayores de 20, el 46% son violaciones realizadas por el marido o conocidos cercanos.
  9. Abuso sexual de niñas: las mujeres entrevistadas lo definen como toda experiencia sexual forzada que ocurre en la infancia y/o en la adolescencia. El agresor puede ser conocido o no por la víctima.
  10. Incesto: también lo definen como una experiencia sexual impuesta ocurrida en la infancia y en la adolescencia, pero el abusador siempre es conocido y pertenece al entorno familiar.
  11. Violencia doméstica: es un tipo de violencia que se encuentra dentro del contexto del matrimonio o de la convivencia. Las mujeres entrevistadas se refieren a esta forma de agresión como una combinación variable de amenaza de violencia, violencia psicológica, sexo forzado y asalto físico, siendo el último extremo de este continuum el asesinato. Las mujeres afirman que la amenaza de violencia en los contextos íntimos tiene efectos similares a la que se produce en los contextos públicos. En ambas la consecuencia es que ellas deben limitar su comportamiento. También refieren que el abuso verbal, la coerción y la presión para tener sexo suelen estar presentes en las relaciones donde no hay violencia física. Definen como violencia o presión emocional la crítica verbal, el aislamiento, distintas formas de control económico y de movimientos fuera de la casa, el maltrato a los objetos que les pertenecen a ella, etc.

El concepto de continuum es conveniente, entonces, para el reconocimiento de las diferentes formas de violencia sexual que se pueden ejercer contra las mujeres, pues así fue reconocido por el grupo entrevistado. Pero también sugiere, como ya vimos, que las mujeres están en permanente peligro, lo que da a entender que la violencia está siempre presente o, por lo menos, en acecho. De este concepto surgen dos cuestiones a analizar, señala Marcus (1994): por un lado, las mujeres están siempre «a punto» de ser victimizadas, lo que daría a entender que son víctimas a priori por el hecho de ser mujeres. Por el otro, el peso de este concepto está más del lado de lo que los hombres «les pueden hacer» a las mujeres que del lado de lo que ellas pueden hacer para evitar las agresiones por parte de los varones. En este sentido, es importante el análisis que hace Marcus acerca del concepto de continuum. Refiriéndose a la violación, señala que el lapso entre la amenaza y la violación las mujeres intentan intervenir, sobreponerse y rechazar el hecho amenazante. Una teoría del continuum, entonces, no debe determinar que el tiempo y el espacio entre dos acciones —amenaza y asalto sexual— se colapsen tanto como para que las iniciativas para generar una situación de violación se confundan con la violación ejecutada. Esta perspectiva pasa por alto toda negociación y resistencia por parte de las mujeres. Nuestra experiencia con mujeres violentadas, por el contrario, confirma que en ese lapso entre amenaza y ataque, aun presas de terror, muchas de ellas resisten, se niegan, se defienden, huyen.