Frente a una injuria violenta, el aparato psíquico funciona de diferentes maneras, provocando diversos efectos en las mujeres violentadas. La crisis promovida por la violencia puede orientarse por lo menos en dos direcciones. En una predomina la autocompasión, el sufrimiento y el dolor que pueden llevar a conductas depresivas o a conductas vindicativas que, si persisten a lo largo del tiempo, paralizan a la mujer en el lugar de víctima. La otra vía impulsará a que los afectos implicados en la crisis se reorganicen y promuevan, con el tiempo, la reflexión crítica sobre la situación violenta y sus efectos. Siempre, al comienzo de una crisis interviene el desarrollo de afectos que posteriormente pueden dar lugar al desarrollo de deseos. Veamos los caminos que recorre esa crisis en cada una de estas dos direcciones:
Estos sentimientos hostiles pueden ser buenos organizadores del psiquismo durante un tiempo, ya que ayudan a sostener la situación de crisis. Pero por su carácter de «más de lo mismo» o de «a tal agresión, tal otra», si se prolongan a lo largo del tiempo, presentarán para el psiquismo de la mujer agredida por lo menos dos obstáculos. Uno se manifiesta cuando ella queda atrapada y capturada, aún en contra de su voluntad, por la situación violenta o por la persona del agresor, que incrementará, paradójicamente, su obediencia, sumisión y dependencia de él. El otro obstáculo consiste en que se obtura la percepción del sentimiento de injusticia que podría generar modificaciones psíquicas más efectivas: la elaboración de la crisis y la construcción de nuevos deseos para sí.
El juicio crítico se puede manifestar como juicio de atribución o de desatribución (Maldasvsky, 1980). Estos tipos de juicio responden a procesos complejos que se van adquiriendo a lo largo de la maduración de los sujetos; ayudan a diferenciar, en todos los órdenes de la vida, si a una situación o persona se le pueden atribuir cualidades buenas o malas, positivas o negativas. La desatribución daría cuenta de una acción del yo que expulsa lo que es vivido como nocivo y perjudicial (el acto violento, la persona del agresor y las emociones concomitantes vivenciadas como perturbadoras para el yo). Para que el proceso de desatribución se lleve a cabo es necesario el surgimiento del deseo hostil que fomente esa expulsión del yo de lo que es vivido como malo, extraño, desagradable. En este contexto, distribuir significa expulsar de sí lo que el psiquismo siente ajeno a su yo. Mediante este mecanismo de expulsión criticante, se desarrollan estrategias de resistencia con la finalidad de desatribuir tanto al agresor como a los que no le creen o dudan. A partir de allí, la mujer podrá inaugurar, como dice Burín, un nuevo ligar psíquico que le posibilite diferenciar entre lo que quiere ser-tener-hacer, de lo que ella no quiere ser-tener-hacer. El juicio crítico posibilitará, entonces, objetivar la situación e integrar lo que pasó con lo que ahora se piensa y se siente, de modo de lograr un mayor control sobre sí y sobre los efectos de la violencia.
Transitar la crisis con estos componentes significa adquirir un sentimiento de autonomía que permitirá desprenderse de las representaciones del acto violento y del agresor, diferenciarse y tomar decisiones. En el caso contrario, la mujer quedará atrapada en la resignación y el pasivo acomodamiento a los estereotipos femeninos de indefensión y vulnerabilidad. Quedará inmobilizada entre la queja y el silencio, entre la autocompasión y los mecanismos psíquicos de negación y desmentida que suelen distorsionar la propia percepción de la violencia e impedir la elaboración de sus efectos. Para la desvictimización de las mujeres resulta eficaz un proceso que promueva, como dice Giberti (1989), que en lugar de aceptar pasivamente la experiencia de la violencia, esta se distribuya, lo que significa poder expulsar de sí lo nocivo y perjudicial. Poner en marcha el juicio de desatribución, entonces, significa conectarse de distintas formas con la experiencia vivida. Es por esto que la crisis debe ser pensada, también, como cambio, decisión y oportunidad. Es un estado de transición que estimula situaciones de cambio: de ser víctima pasiva y sufriente a ser sujeto activo y crítico de las condiciones que determinaron la violencia (Burín y cols. 1987). Esta transición impulsará situaciones evolutivas que darán lugar a nuevas perspectivas para la vida de las mujeres violentadas.
Pero para poner en funcionamiento el juicio crítico, con sus modalidades de atribución y desatribución, es necesaria la presencia de otro. La palabra, el diálogo significativo con otro —en los grupos de apoyo a las situaciones de crisis, en los de autoayuda, en las psicoterapias— proveerá, a las mujeres agredidas, de espacios protegidos y continentes en los que se puedan incluir tanto el dolor, el resentimiento, el odio y la venganza como la autonomía, la autoafirmación y los deseos de recuperación[15]. Estos espacios funcionarán como organizadores de nuevos sentidos para resignificar la violencia padecida, facilitando así la transición. Los otros significativos, entonces,
tienen como función acompañar la persona agredida en la elaboración de la crisis, favoreciendo los apoyos solidarios del contexto familiar y social y alentándola para construir un futuro.