La situación crítica

Las relaciones de las personas, tanto frente a situaciones de ataque como a los efectos que estas situaciones provocan, difieren notablemente. Las maneras de reaccionar de los seres humanos frente al sufrimiento son ilimitadas. No se puede saber con certeza cuál será la evolución y la rehabilitación de cada uno. No obstante, todos presentan emociones y comportamientos que muestran el efecto traumático de la violencia que, indefectiblemente, desencadenará una situación de crisis.

Las crisis y sus elaboraciones constituyen un modo de existencia de la subjetividad. Todo ser humano oscila entre crisis y elaboraciones, ya sea en las crisis vitales o en aquellas surgidas de situaciones inesperadas.

La palabra «crisis» tiene por lo menos dos acepciones. La primera indica dificultad, riesgo, peligro. La crisis provoca una ruptura en la continuidad del ser y en sus relaciones con el medio. En las personas que padecen violencia, el equilibrio psíquico con el que podían contar con anterioridad a un ataque se quiebra. La crisis desencadena vivencias de padecimiento, temores y fantasías específicas que pueden promover, en la persona violentada, el riesgo de enfermarse.

La otra acepción de crisis es la que pone de relieve el cambio, la decisión, la oportunidad. Implica el análisis crítico y reflexivo de los hechos que la desencadenaron. Crisis significa, entonces, la ruptura de un equilibrio anterior y la búsqueda de un nuevo equilibrio que la misma situación crítica desencadena. Esta puede dar lugar a diferentes formas de resolución en el contexto de la violencia: desorganización psíquica (arrasamiento de la integridad psíquica), mecanismos de sobreadaptación (aceptación pasiva del sufrimiento o «acá no pasó nada»), procesos de transformación (darle sentido a lo padecido y restablecer la continuidad entre el pasado y el futuro mediante la comprensión del presente). Es decir que la noción de crisis comprende:

  1. El impacto que produce el hecho violento que la desencadenó
  2. El trabajo que debe realizar el yo para su resolución.

Transitar la crisis significa, entonces, impacto, dolor, cuestionamiento, transformación y también la búsqueda de un nuevo equilibrio a través de formas creativas de enfrentarla y resolverla.

Estar en crisis supone estar atravesando una «situación» de crisis. Este concepto de «situación», siguiendo las ideas de H. J. Fiorini (1977: cap. 6; 1984: 93 y ss)[11], constituye un modelo adecuado para aproximarse al conocimiento del sujeto porque aporta una articulación de conceptos psicodinámicos (ansiedades, conflictos), comunicacionales (modalidades en el manejo de los mensajes, alianzas, descalificaciones) y psicosociales (roles, mitos, tareas grupales). Las situaciones por las que pasa una mujer agredida, pueden ser interpretadas, entonces, como situaciones en las que coexisten una serie de elementos propios de una crisis, que van desde lo individual a lo social.

Los discursos sociales acerca de la violencia, las reacciones de los familiares y allegados, el padecimiento del cuerpo agredido y la capacidad para resolver conflictos de cada persona convergen y se articulan entre sí configurando la situación crítica desencadenada por la violencia padecida. Esta constituye, como ya vimos, un hecho traumático, porque el acontecimiento violento ha sido de tal intensidad que desborda la capacidad y/o la posibilidad de generar respuestas adecuadas. Este hecho provoca afectos penosos que desorganizan el psiquismo, aunque esto no implique la pérdida de conexión con la realidad.

En las crisis desencadenadas por acontecimientos traumáticos, como padecer violencia, el aparato psíquico es invalidado por cantidad de estímulos para los que no está preparado. Estos estímulos toman al yo por sorpresa, provocando su desborde y dando lugar a fenómenos desorganizativos del psiquismo. Es así que la eficacia patógena del acontecimiento violento se debe a lo sorpresivo e inesperado de su aparición, porque irrumpe bruscamente en la vida poniendo en peligro la integridad psíquica y física. A la víctima le sucedió algo que su experiencia previa y su disponibilidad psíquica no le permiten procesar por la pasividad del estímulo. Los «afectos difíciles[12]» que se manifiestan a partir del acto violento pueden inhibir o paralizar, impidiendo la producción de respuestas adecuadas.